El joven diácono sigue a Cristo, guiado por el Espíritu Santo, desde ahora el PAPA
La dignidad humana como expresión de la unicidad espiritual
Una razón fundamental de la dignidad humana es que cada persona es un ser único e irrepetible. Nuestra identidad no se reduce a una construcción social o psicológica, sino que es expresión de algo más profundo: la manifestación singular del espíritu en cada ser humano. En cada uno de nosotros habita una chispa de luz, una presencia espiritual que se expresa de modo único y bello. Esta unicidad no es casual, sino vocacional: estamos llamados a ser plenamente lo que somos.
Como dijo Hermann Hesse:
“Pero cada hombre no es solamente él; también es el punto único y especial donde una vez y nunca más se cruzan los fenómenos del mundo de una manera singular. En cada uno se ha encarnado el espíritu, en cada uno sufre la creatura, en cada uno es crucificado un salvador.”
La plenitud humana no se alcanza únicamente acumulando experiencias, saberes o logros, sino eligiendo conscientemente desplegar nuestro potencial más auténtico, aquel que nos conecta con los otros desde lo mejor de nosotros mismos. Esta relación brota de una percepción amorosa de la vida, que acoge con asombro el milagro que representa cada existencia.
Porque somos seres espirituales, poseemos capacidades que trascienden lo biológico y lo psíquico: conciencia, racionalidad, intencionalidad y responsabilidad. Gracias a ellas, nos relacionamos con el mundo y con los demás no solo desde la utilidad o la técnica, sino desde el significado profundo de sus actos y actitudes, en los que se revela su ser-en-el-mundo.
La dignidad de la persona radica en su libertad para responder al sentido que la vida le ofrece y en su capacidad de ayudar a otros a descubrir y recorrer su propio camino. Este llamado a responder al sentido nos sitúa en el centro mismo de lo humano.
Ahora bien, el espíritu que nos habita no se limita al intelecto lógico. En lo profundo de nuestro ser existe una forma más sutil de inteligencia, que nace del corazón de la persona. Es una inteligencia intuitiva y afectiva, capaz de captar lo esencial, lo invisible, aquello que no se impone pero que se revela silenciosamente. Allí, en esa intimidad espiritual, puede percibirse una “revelación” viva y luminosa, una verdad no siempre consciente, pero que guía y orienta nuestra existencia desde las profundidades del alma.
La conciencia y el amor tienen sus raíces en una profundidad emocional y no racional, es decir, en una profundidad intuitiva del inconsciente espiritual, (Frankl, La presencia ignorada de Dios).
Esta visión no solo enaltece la dignidad humana, sino que nos llama a respetar, acoger y cuidar el misterio único de cada vida. En el fondo, el sentido de nuestra existencia consiste en vivir fieles a esta unicidad espiritual, cultivándola, compartiéndola y poniéndola al servicio de los demás y de la vida.
Catequesis del Papa León XIV: Ya que tenemos un amor encarnado, “El mandamiento que hemos recibido desde el principio es el del amor mutuo. Está escrito en nuestra carne, antes que en cualquier ley. La inteligencia no está donde se separa, sino donde se conecta. Distinguir es útil, pero dividir nunca. Jesús es la vida eterna entre nosotros: Él reúne a los opuestos y hace posible la comunión.
Y hoy, cuando el mundo vuelve a ser herido por la violencia y la guerra, recordamos con esperanza las palabras del PAPA: “No a la guerra.”
Oremos por él y por el Papa Francisco, nuestros pastores, que nos señalan el camino del corazón iluminado por el amor, el camino de Jesús, donde toda persona es valorada en su dignidad más profunda.
REFERENCIAS
Catequesis Audiencia Jubilar del Papa León XIV: https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2025-06/papa-leon-xiv-catequesis-audiencia-jubilar-14-junio-2025.html
Frankl en La presencia ignorada de Dios pp. 39 (Herder).
Herman Hesse Demian. pp. 10 (Herder).