Cien Visitas al Santísimo Sacramento
Adoración y reparación a la presencia real y verdadera del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento del Altar
1. Oh Jesús:
Te adoro como a mi Dios.
Te obedezco como a mi Señor.
Te amo como a mi Padre.
Te temo como a mi Juez.
Te pido como a mi Dador.
Te doy gracias como a mi Bienhechor.
2. Ojos de Jesús, miradme.
Labios de Jesús, habladme.
Oídos de Jesús, escuchadme.
Pies de Jesús, seguidme.
Manos de Jesús, llevadme.
Corazón de Jesús, acógeme e inflámame.
3. Oh Jesús:
Que yo sea puro como tu blanca Hostia.
Que yo sea humilde como tu pequeña Hostia.
Que yo sea obediente como tu manejable Hostia
Que yo haga el bien calladamente como tu benéfica Hostia.
Que yo viva escondido en el Sagrario como tu oculta Hostia.
Que yo me transforme en Ti como tu Sagrada Hostia.
4. Oh Jesús:
Que yo crea en Ti, pues eres la misma veracidad.
Que yo espere en Ti, pues eres la misma fidelidad.
Que yo me enamore de Ti, pues eres la misma bondad.
Que yo me admire de Ti, pues eres la misma beldad.
Que yo te tema a Ti, pues eres la misma equidad.
Que yo te respete a Ti, pues eres la misma majestad.
5. Oh Jesús:
Palabra del Padre, enséñame.
Pan del cielo, aliméntame.
Fuente de aguas vivas, refrigérame.
Luz celestial, alúmbrame.
Vía segura, llévame.
Puerta de paraíso, admíteme.
6. Oh Jesús:
Yo te amo porque no te aman.
Te consuelo porque te contristan.
Te alabo porque te blasfeman.
Te recuerdo porque te olvidan.
Te reconozco porque te ignoran.
Te visito y quiero recibirte porque de Ti se alejan.
7. Oh Jesús:
Yo quisiera ser las estrellas del firmamento para alumbrarte.
Yo quisiera ser las florecillas de los prados para adorarte.
Yo quisiera ser las avecillas de los cielos para ensalzarte.
Yo quisiera ser el espejo de los mares para abrazarte.
Yo quisiera ser la inmensidad del universo para contenerte.
Yo quisiera ser la alegría de los cielos para regocijarte.
8. Llamas del Corazón de Jesús, alumbradme.
Fuego del Corazón de Jesús, abrásame.
Espinas del Corazón de Jesús, penetradme.
Cruz del Corazón de Jesús, fortifícame.
Agua y sangre del Corazón de Jesús, purificadme y embriagadme.
Herida del Corazón de Jesús, recíbeme y custódiame.
9. Oh Jesús:
Tu sagrario me recuerda la cueva de Belén; ¡qué pobreza!
El taller de Nazaret; ¡qué humildad!
El cenáculo de Jerusalén; ¡qué caridad!
El calabozo de Caifás; ¡qué humillación!
El Pretorio de Pilato; ¡qué torturas!
El sepulcro del calvario; ¡qué anonadamiento!
10. Oh Jesús:
Estoy triste; consuélame.
Estoy enfermo; sáname.
Estoy hambriento; sáciame.
Estoy necesitado; remédiame.
Estoy caído; levántame.
He pecado; perdóname.
11. Amor del Corazón de Jesús, abrasa mi corazón.
Fortaleza del Corazón de Jesús, sostén mi corazón.
Misericordia del Corazón de Jesús, perdona a mi corazón.
Ciencia del Corazón de Jesús, enseña a mi corazón.
Celo del Corazón de Jesús, devora mi corazón.
Voluntad del Corazón de Jesús, dispón de mi corazón.
12. Oh Jesús, tú nos invitas a este sagrado banquete:
Para hablar con nosotros, que yo te escuche.
Para unirte con nosotros, que yo te ame.
Para unirnos unos con otros que yo sea caritativo.
Para consolarnos; sé mi alegría.
Para curarnos; sé mi medicina.
Para alimentarnos; sé mi pan de cada día.
13. Oh Jesús, tu sagrario:
Es como un rincón: para cuántos estás arrinconado.
Es como un refugio: de cuántos eres perseguido y maltratado.
Es como una cárcel: cuántos te tratan como a un ladrón, malhechor o revolucionario.
Es como un lugar de burla: cuántos te miran como a un loco y anticuado.
Es como un patíbulo: cuántos te atormentan con blasfemias profanaciones, sacrilegios y toda clase de desacatos.
Es como un sepulcro: cuántos quisieran que fueses en el olvido sepultado.
14. Oh Jesús:
Aquí tienes mi cabeza para conocerte.
Aquí tienes mi lengua para ensalzarte.
Aquí tienes mis manos para servirte.
Aquí tienes mis rodillas para adorarte.
Aquí tienes mis pies para seguirte.
Aquí tienes mi corazón para amarte.
15. Oh Jesús, yo quisiera adornar tu sagrario:
Con todos los lirios de pureza.
Con todas las violetas de humildad.
Con todos los heliotropos de obediencia.
Con todas las rosas de caridad.
Con todos los crisantemos de penitencia.
Con todas las flores de santidad.
16. Oh Jesús, aquí estás de asiento en el sagrario:
Como quien espera: desde la eternidad estabas esperando este rato.
Como quien está cansado: así te sentaste un día junto al brocal de un pozo; el estar con nosotros es tu descanso.
Como quien enseña: así te sentabas sobre el monte de las Bienaventuranzas, o sobre la barca de Pedro; Tú sigues enseñándonos.
Como quien vela y acecha: velas por nosotros que somos tu heredad, y nos acechas porque quieres cazarnos con los dardos de tu amor.
Como quien gobierna: las grandes obras se hacen en el silencio; Tú riges el universo desde el sagrario.
Como quien reina: éste es el trono del amor; desde aquí reinas en miles de corazones por toda la tierra.
17. Oh Jesús, la pequeñez de tu Hostia me habla:
De tu pequeñez cuando viniste al mundo: te hiciste niño.
De tu pequeñez en tu familia: elegiste por padres unos pobres carpinteros.
De tu pequeñez en tu patria: tuviste por pueblo a Nazaret, de donde se decía no poder salir cosa buena, y te hiciste de nación judío la raza más ha sufrido de la tierra.
De tu pequeñez en tus relaciones sociales: tu circulo social eran los niños, los pobres y los enfermos. “Venid a Mí todos los que estáis cansados y cargados”.
De tu pequeñez en tus apóstoles: eran unos pobres pescadores.
De tu pequeñez en tus pretensiones terrenas: huiste cuando quisieron nombrarte rey, y tu doctrina fue el sacrificio, la humillación, la pobreza.
18. Oh Jesús, aquí estás en el sagrario:
Olvidado: ¿quién se acuerda de los que pasan por la calle de que estás en el sagrario?
Despreciado: ¿quién estima la misa, la comunión y las visitas a Jesús Sacramentado?
Ultrajado: ¡cuántas blasfemias contra este sacramento de amor!
Perseguido: ¡cuántas irreverencias y profanaciones de iglesias y sagrarios!
Maltratado: ¡cuántos sacrilegios de los que como Judas se acercan al comulgatorio en grave pecado!
Amado: a cambio de todo esto yo te quiero amar con todo el corazón, en tu amor abrasado.
19. Memoria de Cristo, que yo te recuerde.
Entendimiento de Cristo, que yo te conozca.
Voluntad de Cristo, que yo te desee.
Pies de Cristo, que yo os busque.
Ojos de Cristo, que yo os encuentre.
Corazón de Cristo, que yo te ame siempre.
20. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia se formó:
Con granos de trigo escogidos: que yo me distinga por mi buena conducta.
De granos de trigo molidos: que yo sea mortificado.
De granos de trigo cernidos: que yo me libre de toda impureza.
De granos de trigo unidos: que yo me una al prójimo por la caridad.
De granos de trigo cocidos: que yo me abrase en el amor de Dios.
De granos de trigo hechos Cristo y cristíferos: que yo me asemeje a Cristo y procure que se le asemejen los demás.
21. Oh Jesús, tu sagrario:
Es la clínica donde curas las almas, ¡oh celestial Médico!
Es la escuela donde nos enseñas las más grandes virtudes, ¡oh divino Maestro!
Es la audiencia donde resuelves favorablemente nuestros litigios, ¡oh Juez misericordioso!
Es el despacho donde das gratuita y abundantemente tus gracias, ¡oh generoso Limosnero!
Es el templo donde intercedes por nosotros, ¡oh benigno Abogado!
Es el altar donde te ofreces por nosotros, víctima y sacerdote, ¡oh mansísimo Cordero!
22. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia, aunque pequeña, es como una circunferencia infinita; todos los arrepentidos caben en ella:
Los traidores, que como Judas te entregan por treinta monedas caben en ella.
Los cobardes, que como Pedro reniegan de Ti y te abandonan caben en ella.
Los soberbios y envidiosos que como Caifás te condenan, caben en ella.
Los impuros, que como Herodes se burlan de Ti y te tratan de loco, caben en ella.
Los ambiciosos, que como Pilato te llevan a los azotes, a las espinas y a la muerte de cruz caben en ella.
Los inconstantes, que como el pueblo Judío, engañados por falsos amigos, te dejan y maldicen caben en ella.
23. Oh Jesús, desde el sagrario pareces clamar como un día en la explanada del templo: “Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba”. Yo te digo, como la Samaritana: “Dame de esa agua”. Dame de ese agua dulcísima:
Para que me sacie, que estoy sediento de bien.
Para que riegue mi alma, que está árida y falta de virtudes.
Para que me lave, porque estoy manchado con muchos vicios.
Para que me ablande, porque estoy endurecido por muchos pecados.
Para que me refrigere, porque son muchas las pasiones y amores terrenos por los que estoy abrasado.
Para que me eleve como un surtidor a la vida eterna: “El agua que Yo le daré, vendrá a ser dentro de él un manantial, que saltará hasta la vida eterna”.
24. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia me dice:
Que eres bueno como el pan: un trozo de pan es el símbolo de la bondad.
Que eres barato como el pan: el Dios de los humildes, el Pan de los pobres.
Que eres sabroso como el pan: nunca cansas, y más gustas cuanto más se te come.
Que eres nutritivo como el pan: das fuerzas para practicar la virtud y vencer las tentaciones.
Que eres blanco como el pan: eres la misma pureza, y castificas a quien te come.
Que eres corriente como el pan: de todos los tiempos, de todos los países, de todas las fortunas y de todas las complexiones.
25. Oh Jesús, aquí estás en el copón o en la custodia:
Como un día sobre el pesebre: llorando.
Como un día en el brocal de un pozo: cansado.
Como un día sobre la barca de Pedro: enseñando.
Como un día sobre una columna: burlado.
Como un día sobre la cruz: orando.
Como un día en el sepulcro: sacrificado.
26. Oh Jesús, tu permanencia en el sagrario es un efecto de tu puro amor:
Te marchabas al cielo, y quisiste dejarnos, como lo hacen los parientes y amigos, un recuerdo.
No nos dejaste como recuerdo un retrato, los manteles o la copa de la última cena, u otra cosa que Tú usases. Tú mismo te quedaste como recuerdo.
Te quedaste, no sólo en Roma o Jerusalén, que no podrían ir a verte los pobres y los enfermos, sino en todas las partes.
Te quedaste, no sólo un día al año durante algunas horas, sino todas las horas del día y todos los días del año.
Te quedaste, no como emperador, lleno de majestad, que pudiera retraernos, sino como humilde alimento, para unirte cuanto fuera posible a nosotros.
Te quedaste, no como un alimento escogido y caro, que no fuese para todas las fortunas y naturalezas, sino como pan de trigo, que es el más apto, humilde y barato de los alimentos.
27. Oh Jesús, a tu sagrario vienen las almas, en espíritu:
Como las abejas a una colmena: que dulce eres.
Como las palomas al palomar: que puro eres.
Como los enfermos al hospital: que bueno eres.
Como los perseguidos al refugio: que seguro eres.
6 Como los ignorantes al consejero: que prudente eres.
Como los desamparados a su valedor: que poderoso eres.
28. Oh Jesús, aquí estas en el sagrario:
Como un recuerdo: “Haced esto en memoria de Mí”. “Todas las veces que comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor”.
Como un alimento: “Tomad y comed”. “Yo Soy el pan de vida, Yo soy el pan vivo que descendí del cielo; el que viene a Mí no tendrá hambre”.
Como un compañero: “Estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos”. “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres”.
Como una prenda de la gloria eterna: “Quien comiere de este pan, vivirá eternamente”. “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día”.
Como un medio de unirnos contigo: “Quien come mi carne y bebe mi sangre mora en Mí y Yo en él”.
Como un medio de unirnos entre nosotros: los banquetes siempre unen. “Todos los que participamos del mismo pan, aunque muchos, venimos a ser un solo pan, un solo cuerpo”.
29. Oh Jesús, cuando te veo expuesto, tu copón y custodia me parecen:
Como un estuche y Tú la perla: que yo te aprecie y que jamás te pierda.
Como una catedral, y Tú el maestro: que yo te escuche y me convierta.
Como un trono y Tú el rey: que yo te obedezca.
Como un ostensorio y mirador, y Tú el que te asomas y muestras: que yo te vea.
Como una atalaya, y Tú el observador: vela por mí, y jamás de vista me pierdas.
Como una barca, y Tú el timonel: entre tantas tempestades, que yo no perezca.
30. Oh Jesús, te quedaste en el sagrario:
Para acompañarnos noche y día, como noche y día estabas con tus apóstoles.
Para alimentarnos mejor que a los cinco mil hombres del desierto, entrando por la comunión en nuestras almas y cuerpos.
Para bendecirnos en nuestras iglesias, plazas y calles, en magnificas procesiones, como cuando recorrías las ciudades de Galilea y de Judea.
Para santificar y dar el parabién a los que se juntan por el enlace matrimonial o se consagran al culto divino por el sacerdocio, como lo hiciste en Cana y en el Cenáculo.
Para consolar a los enfermos yendo a sus mismas casas y entrando en sus íntimas habitaciones, como lo hiciste con la suegra de Pedro y con tantos enfermos.
Para dar fuerza y ser compañero de viaje del moribundo, en el último trecho del camino, que raya con la pavorosa eternidad.
31. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia:
Es horno que abrasa: ¿quién me ama tanto, quién piensa en mi noche y día como Jesús Sacramentado?
Es sol que ilumina: Jesús Sacramentado, es cifra de todas las virtudes y suma de todas las maravillas.
Es panal que endulza: que consuelo el que Jesucristo este con nosotros, es el fiel amigo, y el más poderoso de los amigos.
Es centro de la Iglesia: toda la liturgia y todo el culto gira entorno de la Eucaristía.
Es diadema que corona: la comunión que ciñe al alma con una guirnalda de rosas, con una diadema engastada con las perlas de todas las virtudes.
Es moneda de la gloria: quien comulga fervorosamente gana la vida eterna.
32. Oh Jesús, yo te veo en el sagrario:
Callando: ¡qué silencio!
Orando: ¡qué recogimiento!
Humillándote: ¡qué abajamiento!
Esperando: ¡qué aguante!
Obedeciendo: ¡qué rendimiento!
Entregándote: ¡qué dignación!
33. Oh Jesús, tu sagrario es una hoguera, y Tú el fuego:
Fuego que ilumina a los ciegos: “Yo soy la luz del mundo”.
Fuego que calienta a los tibios: “He venido a traer fuego a la tierra y ¿qué quiero, sino que arda?”.
Fuego que reanima a los muertos, como el sol a las plantas: “Yo soy la vida”.
Fuego que alegra a los tristes, como la aurora a la mañana: “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres que ama el Señor”. “Os traigo una nueva de gran gozo”.
Fuego que da energía como la electricidad que mueve las grandes fábricas: “Sin Mí no podéis hacer nada”.
Fuego que purifica a los manchados, como el fuego purifica en el crisol el oro: “Lo quiero, sé limpio”.
34. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia me recuerda las palabras que el Sacerdote pronuncia cuando al comulgar nos dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo”. Sí:
Tú eres blanco como el cordero, Cordero inmaculado y que haces inmaculados.
Tú eres manso como el cordero, de modo que ni una queja amarga brota de tus labios.
Tú eres humilde como el cordero: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Tú eres amable como el cordero; como el cordero al pastor, Tú nos sigues de cerca.
Tú eres sabroso como el cordero: nos alimentas en el viaje de la vida, como el cordero que tomaron los israelitas a su salida de Egipto.
Tú eres propiciatorio como el cordero; te ofreces por nosotros en sacrificio y con tu sangre nos libras de una muerte peor que la de los primogénitos de los egipcios.
35. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia es un sol clarísimo, y yo soy un pobre planeta que giro en torno Tuyo:
Ilumíname con tus resplandores, como el sol ilumina la sierra.
Vivifícame con tus rayos, como el sol vivifica las plantas.
Fúndeme con tus ardores, como el sol derrite la cera.
Alégrame con tus claridades, como el sol alegra el día.
Purifícame con tus fulgores, como el sol purifica la sierra.
Hermoséame con tus luces como el sol hermosea la naturaleza entera.
36. Oh Jesús, ahí estas sobre el altar, en el Copón, en la Custodia:
Humilde como un día sobre el monte de las Bienaventuranzas: para enseñarnos la doctrina del cielo.
Transfigurado como un día sobre el Tabor: para llenarnos como a los apóstoles de consuelo.
Retirado como un día en Getsemaní: para orar por nosotros.
Expuesto como un día en el balcón del Pretorio: para que nos compadezcamos de Ti.
Sacrificado como un día sobre el Calvario: para ofrecerte por nosotros.
Glorioso como un día sobre el monte de la Ascensión: para bendecirnos y anunciarnos que nos esperas en el cielo.
37. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia:
Es pan sabroso que nos alimenta.
Dulce exquisito que nos regala.
Medicina celestial que nos cura y preserva.
Escudo que nos protege.
Lente de aumento que nos hace ver las cosas espirituales.
Faro esplendente que nos señala la senda del cielo.
38. Oh Jesús, ahí estás en el sagrario como en la cruz:
Muchos pasan indiferentes como si no existieras; no te hacen ningún caso.
Otros te blasfeman y burlan como el mal ladrón, los sacerdotes y los soldados.
Otros se acercan hasta Ti en el comulgatorio para darte hiel y atravesarte el costado.
Otros en cambio, te defienden como el buen ladrón, y piden tu recuerdo suplicantes.
Otros golpean arrepentidos su pecho, como el centurión al alejarse del Calvario.
Otros te miran llorosos y amantes, como San Juan, las piadosas mujeres y tu Madre.
39. Espinas de Cristo, coronadme.
Azotes de Cristo, llagadme.
Clavos de Cristo, sujetadme.
Hiel de Cristo, dulcifícame.
Cruz de Cristo, confórtame.
Sepulcro de Cristo, guárdame y resucítame.
40. Oh Jesús, yo quisiera ser:
Como un copón de oro para guardarte.
Como una custodia engastada para mostrarte.
Como una lámpara esplendorosa para alumbrarte, y como un ramillete de frescas rosas para adornarte.
Como un incensario inmenso para adorarte.
Como un órgano gigantesco para ensalzarte.
Como blanca harina de trigo para en ti transformarme.
41. Oh Jesús, ahí estas arriba en el Tabernáculo:
Para que te veamos como a lo más admirable; ¡qué hermoso eres!
Para que te imitemos como a lo más perfecto; ¡qué santo eres!
Para que te amemos como a lo más amable; ¡qué bueno eres!
Para que te escojamos como a lo más precioso; ¡qué rico eres!
Para que te veneremos como a lo más adorable; ¡qué inmenso eres!
Para que a Ti subamos como a lo más excelso; en tu cielo, ¡qué sublime eres!
42. Oh Jesús, Tú estás en el sagrario bien visible, diciéndonos: “Yo estoy con vosotros”:
En nuestras tentaciones no estamos solos; Tú nos defiendes.
En nuestras desgracias no estamos solos, Tú nos compadeces.
En nuestros abandonos no estamos solos; Tú nos acompañas.
En nuestras humillaciones no estamos solos; Tú nos enalteces.
En nuestros trabajos no estamos solos; Tú nos ayudas.
En nuestra pobreza no estamos solos; Tú nos enriqueces.
43. Oh Jesús, ahí estas en el sagrario como en la cruz:
Perdonándonos. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Prometiéndonos el cielo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Ofreciéndonos una Madre: “He ahí a tu Madre”.
Deseando nuestra compañía: “Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Mendigando nuestro amor: “Tengo sed”, de corazones.
Haciendo cuanto puedes por nosotros: “Todo está consumado”.
44. Oh Jesús, la puertecita de tu sagrario me recuerda que Tú dijiste un día: “Yo soy la puerta”:
Sí, Tú eres la puerta del cielo.
Puerta bien visible: sólo no la ve el que no quiere verla.
Puerta sin salida: del cielo no se sale una vez que se entra.
Puerta siempre franca: por ella puede entrar y se invita a que entre todo el que quiera.
Puerta estrecha: como estrecha fue, oh Señor, la norma de tu vida y la norma de tus preceptos.
Puerta única: para entrar en el cielo no hay otra puerta.
45. Oh Jesús:
La Reina de Saba vino a visitar a Salomón; y nosotros no venimos a visitarte en el sagrario.
Los pastores vinieron a adorarte en la cueva de Belén; y nosotros no venimos a adorarte en el sagrario.
Los Reyes Magos vinieron desde lejanas tierras a ofrecerte sus dones; y nosotros no venimos a ofrecerte los nuestros en el sagrario.
Las turbas te buscaban para escucharte, hasta en el desierto, donde multiplicaste los panes; y nosotros no venimos a escucharte en el sagrario.
Los leprosos, los mudos, los sordos, los ciegos, los inválidos y toda clase de enfermos iban en busca tuya para que los curases; y nosotros no venimos para que nos cures en el sagrario.
Las piadosas mujeres vinieron al sepulcro para honrar con sus ungüentos y aromas tu cadáver, y nosotros no venimos a honrarte vivo en el sagrario.
46. Oh Jesús:
Yo quisiera ser como una mariposa que girase en torno de Ti: “Yo soy la Luz”.
Yo quisiera ser como una abeja que libase sus dulzuras en Ti: Tú eres la “Flor de Jesé”.
Yo quisiera ser como un ciervo que corriese sediento a Ti: Tú eres “Fuente de aguas vivas” y el que de Ti bebe no vuelve a tener más sed.
Yo quisiera ser como un ruiseñor que entonase sus endechas en honor a Ti: “Bendecid al Señor todas sus obras, alabadle y ensalzadle por todos los siglos”.
Yo quisiera ser como un corderillo para estar siempre junto a Ti: “Yo soy el Buen Pastor y conozco mis ovejas, y mis ovejas me conocen a Mí”.
Yo quisiera ser como un águila para subir y reposar dentro de Ti: “Un soldado abrió con la lanza su costado”.
47. Oh Jesús, que pusiste como medianera entre Ti y los hombres a tu Madre y Madre nuestra, María Inmaculada:
Yo quisiera adorarte en esa Hostia bendita, como tu Madre te adorara en tu vida mortal y en tu Hostia sacrosanta. Madre, alcánzame esta gracia.
Oh Jesús, yo quisiera serte agradecido con el mismo reconocimiento que tu Madre lo fue cuando entono el Magnificat en acción de gracias. Madre, alcánzame esta gracia.
Oh Jesús, yo quisiera pedirte con la misma eficacia con que tu Madre te pidiera cuando obtuvo de Ti en las bodas de Caná el que convirtieses en vino el agua. Madre, alcánzame esta gracia.
Oh Jesús, yo quisiera servirte y rendirme a tu voluntad como tu Madre se rindió cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Madre, alcánzame esta gracia.
Oh Jesús, yo quisiera llevarte en mi pecho y en mi alma, con la misma pureza con que tu Madre te llevara. Madre, alcánzame esta gracia.
Oh Jesús, yo quisiera acompañarte siempre, aun hasta el Calvario, del mismo modo que tu Madre te acompañara. Madre, alcánzame esta gracia.
48. Oh Jesús, la blancura de tu blanca Hostia me recuerda:
La blancura de los pobres pañales con que recién nacido fuiste envuelto en Belén.
La blancura de tus vestidos en el monte Tabor, en la Transfiguración, ante tus apóstoles.
La blancura del vestido con que Herodes te vistió.
La blancura de los lienzos con que fuiste amortajado.
La blancura de tu alma. “Mi amado es blanco, escogido entre millares”. San Juan te vio como Cordero “vestido de blanco”.
Los que te siguen, oh Jesús mío, también tienen que vestir en su alma de blanco. “Hay algunos que no han manchado sus vestiduras y andarán conmigo vestidos de blanco”. El que venciere será igualmente vestido de ropas blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida. Digamos con David: “Lávame, Señor, y quedaré mas blanco que la nieve”.
49. Oh Jesús, heme aquí en tu presencia:
Como un pobre ante su limosnero; ampárame.
Como un enfermo ante su médico; cúrame.
Como un discípulo ante su maestro; enséñame.
Como una oveja extraviada ante su pastor; hállame.
Como un criado ante su señor; mándame.
Como un hijo ante su padre; cuídame.
50. Démonos a Jesús, que se nos ha dado:
Como niño en una cueva; hagámonos niños como Él.
Como trabajador en un taller; trabajemos como Él y por Él.
Como reo en una cruz; sacrifiquémonos por Él.
Como maestro en sus palabras; seamos sus buenos discípulos.
Como protector en sus milagros; démosle gracias por tantos beneficios.
Como alimento y compañero en el sagrario; vengamos a comulgar y a visitarle con fervor y cariño.
51. Oh Jesús, yo quisiera comprender y corresponder a ese amor con que me amas en el sagrario:
Amor eterno, con que me amaste cuando aun no existía.
Amor constante, a pesar de ser tan mal correspondido.
Amor desinteresado, sin que nada necesites de mí.
Amor delicado, hasta hacerte niño y quedarte con nosotros en el sagrario.
Amor sacrificado, hasta morir en una cruz.
Amor particular, como si yo solo existiera.
52. Jesús sigue definiéndose en el sagrario como se definía en vida:
Yo soy el Pan Vivo que descendí del cielo; aliméntame.
Yo soy la Luz del mundo; ilumíname.
Yo soy el Camino; guíame.
Yo soy el Buen Pastor; guárdame.
Yo soy Rey; mándame.
Yo soy la Resurrección y la Vida; sálvame.
53. Jesús habla a mi corazón en el sagrario y me dice las mismas palabras que en su vida me decía:
Palabras de compasión: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y cargados, que Yo os aliviare”.
Palabras de confianza: “Pedid y recibiréis. Todo lo que pidiereis en mi nombre os será dado”.
Palabras de consuelo: “En verdad en verdad os digo que vosotros lloraréis y plañiréis mientras que el mundo se regocijará. Os contristaréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”.
Palabras de amenaza: “No temáis a los que solo pueden matar el cuerpo, sino temed más bien a los que pueden condenar el cuerpo y el alma al infierno”.
Palabras de aliento: “En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza: Yo he vencido al mundo”.
Palabras de amor: “Como me amó a Mí el Padre, así os amo Yo a vosotros… No os llamaré siervos, sino amigos”.
54. Jesús, que diste vista a tantos ciegos: que yo vea.
Jesús, que diste habla a tantos mudos: que yo hable bien y rece.
Jesús, que diste oído a tantos sordos: que yo obedezca y me conforme.
Jesús, que diste movimiento a tantos tullidos: que yo progrese.
Jesús, que limpiaste a tantos leprosos: que yo me purifique.
Jesús, que resucitaste a tantos muertos: que yo no muera por el pecado, y, si muero, que resucite.
55. Oh Jesús, Tú me miras desde el sagrario; Tú ves lo mismo mis virtudes que mis pecados. ¿Cómo me ves al mirarme?:
¿Me ves como a las turbas hambrientas del día de la multiplicación de los panes, cual oveja sin pastor?
¿Me ves como al joven del Evangelio, sin pecado mortal, pero sin ánimo para hacer lo que Dios quisiera de mí?
¿Me ves como a la Magdalena, a Pedro y al Buen Ladrón, pecador pero arrepentido?
¿Me ves como al mal ladrón, malo e impenitente?
¿Me ves como a Judas, pecador y desesperado?
¿Me ves como a San Juan junta a la Cruz, puro y fiel?
56. Oh Jesús:
Si dudo, aconséjame.
Si yerro, desengáñame.
Si me pierdo, encuéntrame.
Si caigo, levántame.
Si me desanimo, aliéntame.
El día en que muera. Llévame.
57. Oh Jesús, aquí tienes mi corazón:
Conviértelo en una lámpara para alumbrarte.
Conviértelo en un horno para calentarte.
Conviértelo en una joya para adornarte.
Conviértelo en una diadema para coronarte.
Conviértelo en un jardín para recrearte.
Conviértelo en un palacio para aposentarte.
58. Oh Jesús, enséñame desde el sagrario lo que es pecado:
Tú eres en el sagrario todo blancura, y el pecado es todo fealdad y miseria.
Tú eres en el sagrario todo dulzura, y el pecado es todo amargor, remordimiento y pena.
Tú eres en el sagrario todo humildad y sumisión, y el pecado es todo rebelión y desobediencia.
Tú eres en el sagrario todo salud y vida, y el pecado es todo corrupción y muerte eterna.
Tú eres en el sagrario todo bondad y generosidad, y el pecado es todo malicia y maleficencia.
Tú eres en el sagrario todo acercamiento y amor a Dios, y el pecado es todo alejamiento e indiferencia.
59. Oh Jesús:
Yo quisiera tener toda la sangre de los mártires para derramarla por Ti.
Yo quisiera tener toda la sabiduría de los doctores para conocerte a Ti.
Yo quisiera tener todas las penitencias de los anacoretas para soportarlas por Ti.
Yo quisiera tener todo el celo de los apóstoles para luchar por Ti.
Yo quisiera tener toda la pureza de las vírgenes para recrearte a Ti.
Yo quisiera tener todas las virtudes de todos los ángeles y santos para amarte y parecerme a Ti.
60. Paciencia de Jesús, sopórtame.
Pobreza de Jesús, enriquéceme.
Pureza de Jesús, hermoséame.
Obediencia de Jesús, enderézame.
Providencia de Jesús, cuídame.
Amor de Jesús, enardéceme.
61. Oh Jesús, cuando veo tus labios, envidio a la Samaritana, que los refrigeró dándoles a beber del cántaro de agua.
Oh Jesús, cuando veo tus manos, envidio a aquellos enfermos a quienes con ellas bendecías, tocabas y sanabas.
Oh Jesús, cuando veo tus brazos, envidio a los niños de Galilea, a quienes acogías y abrazabas.
Oh Jesús, cuando veo tus pies, envidio a la Magdalena, que se sentó junto a ellos, y los abrazaba y los regaba con sus lágrimas.
Oh Jesús, cuando veo tu costado abierto, envidio a San Juan que en la última cena tuvo sobre él la cabeza reclinada.
Oh Jesús, todo esto es verdad, pero debo pensar que, sin verte, tengo la misma suerte que ellos al recibir tu Hostia Sacrosanta.
62. Oh Jesús, yo quisiera acompañarte en el sagrario como en vida te acompañaba tu Madre:
Tu Madre fue humilde: “Miró Dios la pequeñez de su esclava”; que yo sea humilde como ella.
Tu Madre fue la Virgen de las vírgenes: “No conozco varón”; que yo sea puro como ella.
Tu Madre fue obediente a los planos divinos: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”; que yo sea obediente como ella.
Tu Madre fue Reina de los mártires: “Estaba junto al pie de la cruz”; que yo sea paciente como ella.
Tu Madre fue agradecida a Dios: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se goza en Dios, mi Salvador”; que yo sea agradecido como ella.
Tu Madre estuvo enriquecida con el tesoro de las virtudes más excelsas: “Hizo en mí cosas grandes el Todopoderoso”; que yo sea santo como ella.
63. Oh Jesús, mi corazón es como un templo inmenso, que sin Ti se siente vacío:
Lo lleno de riquezas, y sigue pobre, pues el oro es polvo que se lleva el viento.
Lo lleno de placeres, y se siente hambriento, pues los deleites son flores, que a la mañana se abren y a la tarde se marchitan.
Lo lleno de honores y se siente solo, pues los aplausos son humo que ahora parecen algo, y al instante se disipan.
Lo lleno de amores humanos, y se siente abandonado, pues el corazón del hombre está amasado de egoísmos y de envidias.
Lo lleno de salud y lozanía, y se siente abatido, porque el vigor del hombre es como castillo de naipes, que el soplo de cualquier enfermedad lo derriba.
Lo lleno de diversiones y espectáculos, y se siente triste, porque los encantos humanos no son verdad, son sólo una comedia, una película.
Llena, oh Jesús, mi corazón contigo; entra en él, si no como en un gran santuario, al menos como en una humilde ermita.
64. Oh Jesús:
Cuando yo te llame, óyeme.
Cuando yo te ofenda, perdóname.
Cuando yo te deje, sígueme.
Cuando yo te olvide, recuérdame.
Cuando yo te pida, socórreme.
Cuando yo te sirva, anímame.
65. Oh Jesús:
Cuando yo esté para morir, y mis ojos vidriados y desencajados ya no vean, muéstrate.
Cuando mis oídos, cerrados a las voces de los hombres, ya no oigan, llámame.
Cuando mis labios, fríos y convulsos, ya no se muevan, recomiéndame.
Cuando mis manos, trémulas y entorpecidas, ya no empuñen, cógeme.
Cuando mis pies, perdido su movimiento, ya no anden, llévame.
Cuando mi corazón, débil y oprimido, ya no lata, oh Jesús, Jesús, Jesús, recíbeme.
66. Oh Jesús, el día que me juzgues ten presente este rato:
Es verdad que te ofendí con mis palabras muchas veces, pero ahora te alabo.
Es verdad que me alejé de Ti como un hijo pródigo, pero ahora me detengo ante tu sagrario.
Es verdad que soberbio no quise frecuentemente servirte, pero ahora me postro ante Ti sumiso y humillado.
Es verdad que te entristecí con mis locas alegrías, pero ahora lloro esos agravios.
Es verdad que te llevé a la muerte con mis culpas, pero ahora daría mil vidas por reparar mis pecados.
Es verdad que te abandoné y negué como Pedro, pero ahora te digo: “Señor, tú sabes que te amo”.
67. Oh Jesús, tu Sagrada Hostia me parece la moneda con que quieres comprar mi alma. ¡Cuánto valdrá mi alma, pues das por ella un valor infinito!
Mi alma vale el cariño paternal de Dios; Dios creador es mi Padre, y yo soy su hijo.
Mi alma vale las ternuras, las lágrimas, los sollozos y los sufrimientos de Belén, por comprar mi alma se hizo Dios niño.
Mi alma vale las soledades, las amarguras, las hambres del destierro; por comprar mi alma fue Jesús a Egipto.
Mi alma vale los sudores, las plegarias, las privaciones de Nazaret; por comprar mi alma vivió Jesús treinta años en el olvido.
Mi alma vale las penitencias, las predicaciones, los milagros, toda la vida, pasión y muerte de Jesucristo; por comprar mi alma es imagen de Jesús el crucifijo.
Mi alma vale todas las gracias, mociones e inspiraciones del Espíritu Santo; gracias actuales, internas y externas, y sobre todo la gracia santificante con todo el séquito de las virtudes infusas y de los siete dones del Espíritu Santo.
Valiendo tanto mi alma, qué de extraño tiene el que para comprarla se dé en la Sagrada Hostia Jesús así mismo.
68. Oh Jesús, que hoy eres para mí todo amor; no seas para mí eterna ira. Que yo recuerde siempre tu misericordia, pero que no olvide nunca tu justicia:
Tú eres bueno, muy bueno, pero no eres manco; infinito es el brazo de tu misericordia, infinito es el brazo de tu justicia.
Tú eres bueno, muy bueno, pero Tú has dicho muchas veces que hay infierno, y Tú no dices mentira.
Tú eres bueno, muy bueno pero no favoreces la maldad, siendo indiferente para la virtud y el vicio, para el que cumple los mandamientos y para el que los quebranta y olvida.
Tú eres bueno, muy bueno, y por eso no admites en el cielo la podredumbre de los malos, ni permites que los hombres miserables se burlen de Dios y se rían.
Tú eres bueno, muy bueno, pero eso no extingue el infierno para los condenados, como no nos quitas la muerte, ni secas nuestras lágrimas, endulzas nuestras amarguras, y embotas nuestras espinas.
Tú eres bueno, muy bueno. Si eres bueno deberíamos amarte y no ofenderte, abusando ingratamente de tu infinita bondad.
69. Oh Jesús:
El fuego perenne de tu lámpara me recuerda el fuego eterno de tu amor para los que salvas, y para los que condenas el fuego inextinguible de tu justicia.
El fuego de tu amor, abrasando a los serafines, los premia; el fuego de tu justicia, abrasando a los condenados, los castiga.
El fuego de tu amor llena a los bienaventurados de alegrías sin tristezas; el fuego de tu justicia llena a los condenados de tristezas sin alegrías.
El fuego de tu amor muestra a los bienaventurados tu faz amorosa, el fuego de tu justicia muestra a los condenados tu faz negativa.
E1 fuego de tu amor me lleva a amarte; el fuego de tu justicia a temerte.
E1 fuego de tu amor me impulsa a obrar el bien, y me aparta del mal el fuego de tu justicia.
70. Oh Jesús, muéstrame los males del pecado, y anímame a no caer más en él:
He de morir, y sigo pecando.
He de ser juzgado, y sigo pecando.
Peligra mi cielo, y sigo pecando.
Me amenaza el infierno, y sigo pecando.
Me amas, y sigo pecando.
Te azoto y crucifico, y sigo pecando.
71. Oh Jesús, dame a conocer lo que vale mi alma, para que me devore el celo que a Ti te devoraba:
Salvar un alma es hacer una reina de una esclava.
Salvar un alma es sacar un alma del infierno y subirla a las celestiales moradas.
Salvar un alma es sacarle a Cristo un clavo, curarle una llaga.
Salvar un alma es sustituir en la corona de Cristo, una espina por una perla preciada.
Salvar un alma es recoger una gota de sangre de Cristo, de otra manera despreciada.
Salvar un alma es conquistar también el cielo para el que la salva. El que salva un alma, la suya salva.
72. Oh Jesús, varón de dolores, enséñame a sufrir y amar el dolor:
Enséñame que el dolor me aparta del pecado.
Enséñame que el dolor me purifica y hace mejor.
Enséñame que el dolor es fuente de merecimientos.
Enséñame que el dolor es señal del divino amor.
Enséñame que el amor me asemeja a ti mismo.
Enséñame que el dolor me despega de las criaturas, me empuja hacia el cielo y me une a Dios.
73. Oh Jesús paciente, hazme paciente en el padecer:
Cuando tenga hambre y sed, que me acuerde de Ti, que tuviste hambre en el desierto y en la cruz sed.
Cuando esté cansado, que me acuerde de Ti, que hubiste de sentarte fatigado junta al pozo de Siquem.
Cuando no pueda dormir, que me acuerde de Ti, que pasabas las noches en claro, y no tuviste una almohada para dormir.
Cuando me reprendan, injurien y persigan, que me acuerde de Ti, que fuiste reprendido con una bofetada, injuriado y perseguido hasta el fin.
Cuando me desprecien y abandonen, que me acuerde de Ti, que te viste tan solo y abandonado en medio de tantas angustias como hubiste de sufrir.
Cuando esté enfermo, llagado o dolorido, que me acuerde de Ti, que fuiste “Varón de dolores, sabedor de enfermedades”, sin tener parte alguna sana de los pies a la cabeza, y todo esto por mí.
74. Oh Jesús, ¿cómo te pagaré cuanto por mí has hecho?
Te hiciste pobre para enriquecerme.
Te hiciste pequeño para ensalzarme.
Te hiciste débil para fortalecerme.
Te hiciste siervo para libertarme.
Te hiciste niño para atraerme.
Te hiciste hombre para divinizarme.
75. Ojos piadosos de Jesús, que mirasteis compasivos a los desgraciados y a los pecadores, que yo sea compasivo.
Ojos agradecidos de Jesús, que os elevasteis al cielo para dar gracias a vuestro Eterno Padre, que yo sea agradecido.
Ojos despiertos de Jesús, que para orar os pasabais las noches en vela, que yo ande siempre vigilante y apercibido.
Ojos llorosos de Jesús, que llorasteis sobre la ciudad deicida, que yo llore mis pecados.
Ojos vendados de Jesús, que fuisteis cubiertos en son de burla con un sucio trapo, que yo vende mis ojos para las malas lecturas y espectáculos.
Ojos moribundos de Jesús que os eclipsasteis con tinieblas de muerte, que se iluminen los míos el día del juicio con resplandores celestiales.
76. Oh Jesús, que lloraste sobre las pajas del pesebre y en el madero de la cruz, junto al sepulcro de Lázaro y ante las ruinas de Jerusalén, ¿cuántas veces habrás llorado por mi alma? Las lágrimas de tus ojos:
Son perlas que me adornan.
Son voces que me llaman.
Son quejas que me conmueven.
Son ascuas que me abrasan
Son lluvia que me fecunda.
Son ríos que me lavan.
77. Oh Jesús, que estás viéndome desde el sagrario:
Mírame con aquellos ojos de ternura, con que miraste al joven del Evangelio.
Mírame con aquellos ojos de misericordia, con que miraste a la multitud hambrienta y a los enfermos.
Mírame con aquellos ojos de afabilidad, con que miraste a la hemorroisa, a la viuda limosnera y a Zaqueo.
Mírame con aquellos ojos de perdón, con que miraste después de las tres negaciones a Pedro.
Mírame con aquellos ojos de amor, con que miraste desde la cruz a Juan y a Tu Madre, al hacer tu testamento.
Mírame con ojos benignos, no con aquellos ojos de angustia con que miraste a Judas, o con aquellos ojos de ira, con que miraste a los mercaderes del templo.
78. Oídos misericordiosos de Jesús, escuchadme:
Yo os digo como el hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo junto a la piscina de Betsaida: “No tengo hombre”; ayudadme.
Yo os digo como el padre del Joven poseso: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”.
Yo os digo como las hermanas de Lázaro: “El que amas está enfermo”, curadme.
Yo os digo como los discípulos de Emaús: “Quedaos con nosotros, que cae la tarde”.
Yo os digo como el buen ladrón: “Acordaos de mí cuando estuviereis en vuestro reino”.
Oídos pacientes de Jesús, que escucháis tantas blasfemias e injurias de los hombres, yo repito las mismas palabras que oí en la cruz de vuestros labios: “Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”.
79. Labios de Jesús, enseñadme.
Labios de Jesús, aconsejadme.
Labios de Jesús, consoladme.
Labios de Jesús, animadme.
Labios de Jesús, perdonadme.
Labios de Jesús, besadme.
80. Oh Jesús, me parece que te oigo decir como en la cruz: “Tengo sed”.
Tengo sed de ser conocido.
Tengo sed de ser amado.
Tengo sed de ser recibido.
Tengo sed de ser visitado.
Tengo sed de ser correspondido.
Tengo sed de ser imitado.
81. Manos encallecidas de Jesús, enseñadme a trabajar.
Manos clavadas de Jesús, contenedme ante el peligro.
Manos benditas de Jesús, echadme vuestra bendición.
Manos misericordiosas de Jesús, curadme de todos mis vicios.
Manos omnipotentes de Jesús, ayudadme a obrar bien.
Manos perdonadoras de Jesús, perdonadme todos mis delitos.
82. Oh pies de Jesús Niño, que en Belén os entumecisteis de frío, que yo os caliente con mi amor.
Oh pies apostólicos de Jesús, que en busca de las almas os cansasteis por aquellos caminos, que yo os siga.
Oh pies peregrinos de Jesús, que tantas veces habéis esperado pacientes a la puerta de mi alma, que yo os abra.
Oh pies milagrosos de Jesús, que anduvisteis sin hundidos sobre las aguas, que yo no me sumerja en el vicio.
Oh pies benditos de Jesús, que la Magdalena abrazara, besara y ungiera con sus lágrimas, que yo llore todos mis delitos.
Oh pies clavados de Jesús, que estáis sujetos en la cruz, que yo me acerque, y, para no separarme de Vos, queden sujetos también en la cruz los míos.
83. Oh Jesús, al mirar mis ingratitudes, me parece que te oigo decir como un día a los judíos: “Decidme, ¿por cuál de mis buenas obras me queréis apedrear”:
¿Por qué me ofendes con tus manos? ¿Por qué te hice ese gran beneficio para que te ganaras la vida, y no te dejé manco como a tantos desdichados?
¿Por qué me ofendes con tus pies? ¿Por qué te di la facultad de andar, y no te dejé cojo como a tantos inválidos?
¿Por qué me ofendes con tus ojos? ¿Por qué te di vista, y no te dejé ciego como a tantos que tienen sus ojos apagados?
¿Por qué me ofendes con tu boca? ¿Por qué te di habla y alimento, y no te deje mude y hambriento como a tantos mudos y necesitados?
¿Por qué me ofendes con tu pensamiento e imaginación? ¿Por qué te di el uso de la razón, y no te encerré en un manicomio como a tantos insensatos?
¿Por qué me ofendes con tu corazón? ¿Por qué te di entusiasmo y amor, y no te hice la vida como un lugar de tormentos y de trabajos forzados?
84. Oh Jesús, ¿qué te daré por cuanto tú me has dado?
¿Qué por tu ejemplo?
¿Qué por tu doctrina?
¿Qué por tu Madre?
¿Qué por tu vida?
¿Qué por tu Corazón?
¿Qué por tu Eucaristía?
85. Oh Jesús, por las impiedades de todas las lenguas irreligiosas, que confiese tu fe la mía.
Oh Jesús, por los insultos de todas las lenguas blasfemas, que cante tus glorias la mía.
Oh Jesús, por las altanerías de todas las lenguas soberbias, que se humille ante Ti la mía.
Oh Jesús, por las manchas de todas las lenguas impuras, que sea siempre casta la mía.
Oh Jesús, por los daños de todas las lenguas egoístas, que sea caritativa la mía.
Oh Jesús, por las faltas de todas las lenguas locuaces, que sepa callar la mía.
86. Oh Jesús, que un día curaste al enfermo de la mano seca, cura mis manos secas por el pecado:
Haz que sean manos puras, no manchadas con sucios pecados.
Haz que sean manos limosneras, y no empobrecidas con el dinero de un avaro.
Haz que sean manos caritativas, y no marcadas con injusticias y daños.
Haz que sean manos afanosas ennoblecidas por el trabajo.
Haz que sean manos suplicantes, que se levantan unidas al cielo y ante el Sagrario.
Haz que sean manos apostólicas, para escribir y propagar tu nombre sacrosanto, y semejantes a las tuyas sacerdotales, que bendecían, consagraban y perdonaban los pecados.
87. Oh Jesús, que un día dijiste: “Bienaventurados los que lloran”:
Que mis ojos derramen lágrimas de contrición, para que se purifique mi alma.
Que derramen lágrimas de resignación, para que se alivie mi alma.
Que derramen lágrimas de compasión, para que se ablande mi alma.
Que derramen lágrimas de agradecimiento, para que se enardezca mi alma.
Que derramen lágrimas de alegría, para que se anime mi alma.
Que derramen lágrimas de amor, para que se enamore de Ti mi alma.
88. Oh Jesús, me parece que estás en el Sagrario como un día sobre el pesebre:
Que yo haga mullida la dureza de las pajas con la ternura de mi cariño y entusiasmo.
Que yo caliente el frío de tus miembros ateridos con el ardor de mi celo abrasado.
Que yo seque las lágrimas de tus ojos con el llanto doloroso de mis pecados.
Que yo alegre la soledad en que te abandonan, acompañándote como San José y tu Madre te acompañaron.
Que yo ahuyente el olvido en que te hallas, como los ángeles, con las alabanzas de mis labios.
Que yo alivie la pobreza en que vives, ofreciéndote el tesoro de mis buenas obras, como los pastores y los magos.
89. Oh Jesús, qué dulces son las palabras del Evangelio: “Y habitó entre nosotros”. Yo te pregunto como aquellos dos discípulos: “Maestro ¿dónde moras?” Respóndeme como a ellos: “Ven y ve”:
Que te vea en la casa de Santa Isabel, para santificar al Bautista; en la casa de Jairo, para resucitarle la hija; en la casa de Zaqueo, para salvar a su familia; en la casa de la suegra de San Pedro, para curarla de la fiebre; en la casa de Marta y María, para consolarlas. Entra así en la casa de mi alma.
Que te vea en la cueva de Belén, hecho niño, para atraerme; en el lejano Egipto, perseguido, para buscarme; en el taller de Nazaret, escondido, para enseñarme; en el templo, orando para encomendarme; en el cenáculo, haciéndote Pan Vivo, para alimentarme.
Que te vea en la casa de Anás y Caifás, abofeteado; en el palacio de Herodes escarnecido, en el pretorio de Pilato, azotado, coronado de espinas y condenado.
Que te vea en el desierto de la cuarentena, ayunando; junto al pozo de Siquem, sediento; en Getsemaní, orando; en el Calvario, sepultado.
Que te vea en el Sagrario escondido, pidiendo y amando.
Que te vea en el cielo, siendo el gozo de todos, y gozando.
90. Oh Jesús ante tu Sagrada Hostia yo te digo como un día el Centurión: “Señor, yo no soy digno de que entres en la pobre morada de mi alma”:
Morada pobre y desamueblada, por la falta de virtudes y de gracia.
Morada fría, por la mucha frivolidad y tibieza de mi vida desairada.
Morada revuelta, por mi vida desordenada.
Morada sucia, por las impurezas de mi cuerpo y de mi alma.
Morada llena de ruidos, por mi vida disipada.
Si no soy digno de que me recuerdes, mires y hables, cuánto menos lo seré de que visites mi pobre morada. Pero di una solo palabra, y la casa de mi alma quedará confortable y arreglada.
91. Oh Jesús, tú eres el Buen Pastor, y yo la oveja perdida:
Tú me conoces por mi nombre.
Tú me das el pasto nutritivo y el agua pura de tu carne y de tu sangre divinas.
Tú me atraes con blandos silbidos en el peligro.
Tú me buscas por caminos pedregosos y entre espinas.
Tú me defiendes de mis enemigos.
Tú me amas hasta dar por mí la vida.
92. Oh Jesús, la mujer incurable del Evangelio murmuraba en voz baja mirando a tu vestido: “Si yo pudiese tan sólo tocar la orla…”. Y al tocarla quedó sana. Sáname a mí lo mismo:
Cuando toques mis labios en tu Sagrada Hostia, sánalos para que besen puros tus sangrientas llagas.
Cuando toques mi lengua, sánala para que no se rebaje y manche con malas palabras.
Cuando toques mi paladar, sánalo para que no se deje arrastrar por comidas y bebidas regaladas.
Cuando toques mi garganta sánala para que entone con júbilo tus divinas alabanzas.
Cuando toques mi pecho, sánalo para que no se encariñe con las cosas humanas.
Sana todo mi cuerpo, sana toda mi alma, pues no toco tan sólo la orla de tu vestido, sino que te toco por entero, al tomar tu Hostia sacrosanta.
93. Oh Jesús, que cogiendo un día de la mano a la suegra de Pedro le curaste de la fiebre en un instante; yo también estoy calenturiento:
Fiebre es la avaricia, que me fascina con el brillo del oro; cúrame para que sea desprendido.
Fiebre es la soberbia, que me atrae con la gloria de los laureles; cúrame para que sea humilde.
Fiebre es la lujuria, que me atrae con el cebo de los placeres; cúrame para que sea limpio.
Fiebre es la ambición, que me seduce con la sed de mundo; cúrame para que sea obediente.
Fiebre es la cólera que me empuja con espuelas de venganza; cúrame para que sea caritativo.
Fiebre es el anhelo de amar y ser amado en este mundo, cúrame para que estime tan sólo tu amor y te entregue todo el mío.
94. Oh Jesús, que desde el Sagrario pareces decir como un día en Getsemaní: “Mi alma está triste hasta la muerte, y muerte de cruz”:
Cuántos te desconocen.
Cuántos te blasfeman.
Cuántos te odian.
Cuántos te persiguen.
Y aún de los tuyos, cuántos se avergüenzan de Ti.
Cuántos te niegan y traicionan.
95. Oh Jesús, dime tus quejas:
¿Me dirás a mí como a los judíos, que querían apedrearte después de tantos milagros: “¿por cuál de mis buenas obras queréis apedrearme?”
¿Me dirás a mí, como a los apóstoles, cuando te abandonaban tantos discípulos: “¿también vosotros queréis dejarme?”
¿Me dirás a mí como a Pedro, dormido en Getsemaní mientras Tú orabas: “¿ni siquiera una hora has podido velar conmigo?”
¿Me dirás a mí como a San Pablo, cuando perseguía a tus cristianos: “¿por qué me persigues?”
¿Me dirás a mí como al soldado que te abofeteó ante el Sanedrín: “¿por qué me hieres?”
¿Me dirás a mí como a Judas, que te traicionaba con un beso: “¿amigo, a qué has venido? ¿con un beso entregas al hijo del hombre?”
Oh Jesús, ayúdame para que me enmiende, y no tengas más quejas de mí.
96. Oh Jesús, que estás ahí en el Sagrario orando noche y día, yo te digo como los apóstoles: “Enséñame a orar”:
Oh fuente de aguas vivas, como la Samaritana te pido: “Dame de esa agua”.
Oh luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, como el ciego de Jericó te digo: “Señor, que yo vea”.
Oh hermosura de los cielos y esplendor de la gloria del Padre, como el leproso te digo: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Oh médico celestial, como Marta te digo: “El que amas está enfermo”.
Oh esperanza de los que naufragan, como los apóstoles te digo: “Sálvanos, Señor, que perecemos”.
Oh modelo de resignación y de abandono en las manos de Dios, como Tú en Getsemaní te digo. “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
97. Oh Jesús, graba en mi corazón alguna de aquellas máximas que tan hondamente grabaste en el corazón de tus santos:
En el de San Francisco Javier: “¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”.
En el de San Ignacio de Loyola: “A mayor gloria de Dios”.
En el de San Pedro Canisio: “Si logro conocer a Cristo, todo andará bien, aunque en lo demás sea un ignorante”.
En el de San Luis Gonzaga: “¿Qué es esto para la eternidad?”.
En el de San Estanislao de Kostka: “No he nacido para las cosas de la tierra, sino para las del cielo”.
En el de San Juan Berchmans: “Mi mayor penitencia es la vida común”.
98. Oh Jesús, cuando esté bajo el peso de la cruz, recuérdame las palabras de tu Escritura:
“La vida del hombre es sobre la tierra una lucha continua: Ganarás el pan con el sudor de tu frente hasta que vuelvas a la tierra, dé donde has salido, porque eres polvo y en polvo te has de convertir.”
“A los que aman a Dios, todo se les convierte en bien.”
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. “Vuestra tristeza se convertirá en alegría”. “Por muchas tribulaciones hemos de entrar en el reino de los cielos”.
“Porque eras adepto a Dios, fue necesario que la tentación te probara”. “Cerca está el Señor de los afligidos de corazón”.
“Hemos aceptado lo bueno de las manos de Dios; ¿por qué no hemos de aceptar también lo malo?”. “Lo que ha hecho Dios, eso ha sucedido; sea bendito su santo nombre”.
“Ejemplo os he dado”. “Oh vosotros, los que pasáis por el camino, considerad y ved si hay dolor como mi dolor”. “E1 que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz y sígame”.
99. Oh Jesús, dame a entender las palabras de tus santos sobre la cruz:
Las de Santa Teresa de Jesús: “O padecer, o morir”.
Las de Santa María Magdalena de Pazzis: “Padecer, y no morir”.
Las de Santa Magdalena Sofía Barat: “Vivir sin padecer, es vivir sin amar, y vivir sin amar es morir”.
Las de Santa Verónica de Giuliani: “Mi padecer es no tener padecimiento alguno”.
Las de San Juan de la Cruz a Ti: “Ninguna otra cosa te pido sino padecer y ser despreciado por Ti”.
Las de San Pablo: “Lejos de mí el gloriarme en otra cosa que en la cruz de Jesucristo”.
100. Abre, Señor, esos tus ojos de misericordia, mírame con ellos y alumbra los míos, para que te conozca y crea con viva fe.
Abre, Señor, esos tus oídos, y oye mis oraciones y gemidos, haciendo que los míos se abran para oír tus palabras y obedecer a tu santa Ley.
Abre, Señor, esa boca y lengua bendita, y dime algo al corazón, con que mi boca se abra para bendecirte, y mi lengua nunca cese de alabarte.
Abre, Señor, tu pecho, dilata tu Corazón y méteme dentro de él, para que todo me encienda y abrase con el fuego de tu amor.
Extiende, Señor, tus manos y tócame con ellas para santificar las mías en las obras que hicieren.
Dirige, Señor, a mí tus pies santísimos, para que enderecen los míos y sean conformes a los tuyos mis pasos, y así todo mi cuerpo sea un retrato de la santidad del Tuyo. Así sea.
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Índice de las cien visitas
a Jesús Sacramentado (por materias)
Materia
Visitas referentes a esa materia
Anhelos
7, 15, 40, 46, 47, 51, 59, 72
Ofrecimientos
14, 50, 57
Peticiones
2, 3, 4, 5, 8, 10, 11, 12, 20, 23, 29, 35, 39, 49, 51, 54, 56, 60, 64, 65, 73, 75, 76, 77, 78, etc
Nuestras facultades y sentidos
14, 83, 85, 86, 87
Facultades y sentidos de cristo
2, 8, 11, 19, 61, 69, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81, 82, 100
Títulos y servicios de Cristo
23, 24, 33, 34, 35, 42, 44, 52, 91, 1, 4, 5, 21, 46, 49, 50, 52
Virtudes e Cristo
17, 22, 42, 68, 69, 24, 26, 51, 73, 95, 83, 3, 4, 9, 27, 32, 36, 41, 43
Vida de Jesús
4, 16, 17, 25, 30, 36, 45, 48, 50, 53, 89, 96, 6, 13, 18, 22, 38, 39, 43, 73, 94, 95, 98, 99, 86, 93, 92
Ponderaciones de Jesucristo
27, 41
Jesús en la Eucaristía
3, 17, 20, 22, 24, 31, 34, 35, 37, 39, 47, 78, 67, 90, 4, 13, 15, 16, 18, 21, 23, 26, 27, 28, 30, 32, 33, 36, 38, 41, 42, 43, 44, 45, 52, 53, 55, 58, 62, 66, 77, 88, 25, 29, 36, 61, 69, 12, 90, 92
La Santísima Virgen María y la Eucaristía
47,62
Verdades trascendentales
63, 66, 71, 58, 70, 65, 66, 68, 69
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Oración de San Buenaventura
Taladra Oh Dulcísimo Señor Jesucristo, mi alma en lo más profundo, con la más gozosa y saludable herida de Tu amor, con la más apostólica, verdadera y serena caridad, para que mi alma pueda siempre languidecer y derretirse de amor y añoranza por Ti; que suspire por Ti y se desmaye por tus cortejos, y ansíe disolverse y estar Contigo. Concédeme que mi alma siempre sienta hambre de Ti, el Pan de los Ángeles, el refresco de las almas santas, nuestro pan diario y supersubstancial que tiene toda la dulzura y el sabor, y toda la delicia a nuestro gusto. Haz que mi corazón esté siempre hambriento y se alimente de Ti, a quien los Ángeles desean contemplar, y deja que mi alma más profunda se llene de tu dulzura y tu sabor. Que siempre tenga sed de Ti, Fuente de Vida, Fuente de Sabiduría y Conocimiento, Fuente de Luz Eterna, Torrente de placeres, Riqueza de la Casa de Dios. Que siempre pueda conseguirte, buscarte, encontrarte, correr hacia Ti, obtenerte, meditar sobre Ti, hablar de Ti, y hacer todas las cosas para alabanza y gloria de Tu Santo Nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con solicitud y afecto, y con perseverancia hasta el fin. Sé Tú solamente mi esperanza y mi confianza completa, mi riqueza, mi deleite, mi placer y mi gozo; mi descanso y tranquilidad; mi paz, mi dulzura y mi fragancia; mi dulce sabor, mi alimento y mi refresco; mi refugio y mi auxilio; mi sabiduría y mi porción; mi posesión y mi tesoro; en quien pueda mi mente y mi corazón estar siempre firme, fijo y arraigado inamoviblemente. Amén.
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Alabanzas de desagravio
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y Hombre verdadero.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su sacratísimo Corazón.
Bendita sea su preciosísima sangre.
Bendito sea Jesús en el santísimo Sacramento del altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María santísima.
Bendita sea su santa e inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea san José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.
Amen.
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