30 Días con María

30 DIAS CON MARIA

Les comparto los videos de esta devoción mariana

Recuerda que la comunión en la mano es sacrilegio.

No seas parte del problema cometiendo sacrilegio. Siendo ministro extraordinario de la comunión solo te haces parte del problema.

La comunión se recibe de manos del sacerdote.

La obediencia se debe siempre y cuando lo que se mande no sea pecado y la comunión en la mano es sacrilegio.

¡NO RECIBAS A JESÚS EN LA MANO!

Que Dios les conceda a todos las Gracias que necesiten.

Karla Rouillon Gallangos

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Feliz Navidad y Bendecido Año Nuevo 2024

Que Dios les conceda a todos las Gracias que necesiten.

Karla Rouillon Gallangos – krouillong

Recuerda que la comunión en la mano es sacrilegio.

No seas parte del problema cometiendo sacrilegio. Siendo ministro extraordinario de la comunión solo te haces parte del problema.

La comunión se recibe de manos del sacerdote.

La obediencia se debe siempre y cuando lo que se mande no sea pecado.

¡NO RECIBAS A JESÚS EN LA MANO!

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Decenario al Espíritu Santo

DECENARIO AL ESPITIRU SANTO

La víspera de empezar este Decenario, que es la víspera de la Ascensión gloriosa de nuestro Divino Redentor, nos debemos preparar, con resoluciones firmes, para emprender la vida interior, y emprendida esta vida, no abandonarla jamás. [1]

PRIMER DÍA

Oración [2]

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración [3]

Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo

descendió sobre los discípulos del Señor

Los Hechos de los Apóstoles, al narrarnos los acontecimientos de aquel día de Pentecostés en el que el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego sobre los discípulos de Nuestro Señor, nos hacen asistir a la gran manifestación del poder de Dios, con el que la Iglesia inició su camino entre las naciones. La victoria que Cristo —con su obediencia, con su inmolación en la Cruz y con su Resurrección— había obtenido sobre la muerte y sobre el pecado, se reveló entonces en toda su divina claridad.

Los discípulos, que ya eran testigos de la gloria del Resucitado, experimentaron en sí la fuerza del Espíritu Santo: sus inteligencias y sus corazones se abrieron a una luz nueva. Habían seguido a Cristo y acogido con fe sus enseñanzas, pero no acertaban siempre a penetrar del todo su sentido: era necesario que llegara el Espíritu de verdad, que les hiciera comprender todas las cosas. Sabían que sólo en Jesús podían encontrar palabras de vida eterna, y estaban dispuestos a seguirle y a dar la vida por Él, pero eran débiles y, cuando llegó la hora de la prueba, huyeron, lo dejaron solo. El día de Pentecostés todo eso ha pasado: el Espíritu Santo, que es espíritu de fortaleza, los ha hecho firmes, seguros, audaces. La palabra de los Apóstoles resuena recia y vibrante por las calles y plazas de Jerusalén.

Los hombres y las mujeres que, venidos de las más diversas regiones, pueblan en aquellos días la ciudad, escuchan asombrados. Partos, medos y elamitas, los moradores de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y del Asia, los de Frigia, de Pamfilia y de Egipto, los de Libia, confinante con Cirene, y los que han venido de Roma, tanto judíos como prosélitos, los cretenses y los árabes, oímos hablar las maravillas de Dios en nuestras propias lenguas. Estos prodigios, que se obran ante sus ojos, les llevan a prestar atención a la predicación apostólica. El mismo Espíritu Santo, que actuaba en los discípulos del Señor, tocó también sus corazones y los condujo hacia la fe.

Nos cuenta San Lucas que, después de haber hablado San Pedro proclamando la Resurrección de Cristo, muchos de los que le rodeaban se acercaron preguntando: —¿Qué es lo que debemos hacer, hermanos? El Apóstol les respondió: Haced penitencia, y sea bautizado cada uno de vosotros en nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Aquel día se incorporaron a la Iglesia, termina diciéndonos el texto sagrado, cerca de tres mil personas.

La venida solemne del Espíritu en el día de Pentecostés no fue un suceso aislado. Apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana: Él es quien inspira la predicación de San Pedro, quien confirma en su fe a los discípulos, quien sella con su presencia la llamada dirigida a los gentiles, quien envía a Saulo y a Bernabé hacia tierras lejanas para abrir nuevos caminos a la enseñanza de Jesús. En una palabra, su presencia y su actuación lo dominan todo.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

SEGUNDO DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

Vigencia y actualidad de la Pentecostés

La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra. El Espíritu Santo continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, para que sea —siempre y en todo— signo levantado ante las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios. Por grandes que sean nuestras limitaciones, los hombres podemos mirar con confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara.

También nosotros, como aquellos primeros que se acercaron a San Pedro en el día de Pentecostés, hemos sido bautizados. En el bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo. El Señor, nos dice la Escritura Santa, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo, renovándonos por el Espíritu Santo, que Él derramó copiosamente sobre nosotros por Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos.

La experiencia de nuestra debilidad y de nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso de la pequeñez o incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos, el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo eso —el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas— puede sin embargo constituir una prueba para nuestra fe, y hacer que se insinúen la tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? Es el momento de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y, por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

TERCER DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

La Iglesia, vivificada por el Espíritu Santo, es el Cuerpo Místico de Cristo

Permitidme narrar un suceso de mi vida personal, ocurrido hace ya muchos años. Un día un amigo de buen corazón, pero que no tenía fe, me dijo, mientras señalaba un mapamundi: mire, de norte a sur, y de este o oeste. ¿Qué quieres que mire?, le pregunté. Su respuesta fue: el fracaso de Cristo. Tantos siglos, procurando meter en la vida de los hombres su doctrina, y vea los resultados. Me llené, en un primer momento de tristeza: es un gran dolor, en efecto, considerar que son muchos los que aún no conocen al Señor y que, entre los que le conocen, son muchos también los que viven como si no lo conocieran.

Pero esa sensación duró sólo un instante, para dejar paso al amor y al agradecimiento, porque Jesús ha querido hacer a cada hombre cooperador libre de su obra redentora. No ha fracasado: su doctrina y su vida están fecundando continuamente el mundo. La redención, por Él realizada, es suficiente y sobreabundante.

Dios no quiere esclavos, sino hijos, y respeta nuestra libertad. La salvación continúa y nosotros participamos en ella: es voluntad de Cristo que —según las palabras fuertes de San Pablo— cumplamos en nuestra carne, en nuestra vida, aquello que falta a su pasión, pro Corpore eius, quod est Ecclesia, en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia.

Vale la pena jugarse la vida, entregarse por entero, para corresponder al amor y a la confianza que Dios deposita en nosotros. Vale la pena, ante todo, que nos decidamos a tomar en serio nuestra fe cristiana. Al recitar el Credo, profesamos creer en Dios Padre todopoderoso, en su Hijo Jesucristo que murió y fue resucitado, en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Confesamos que la Iglesia, una santa, católica y apostólica, es el cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo. Nos alegramos ante la remisión de los pecados, y ante la esperanza de la resurrección futura. Pero, esas verdades ¿penetran hasta lo hondo del corazón o se quedan quizá en los labios? El mensaje divino de victoria, de alegría y de paz de la Pentecostés debe ser el fundamento inquebrantable en el modo de pensar, de reaccionar y de vivir de todo cristiano.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

CUARTO DÍA

Oración

Ven ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…

Consideración

Nuestra fe en el Espíritu Santo debe ser absoluta

Non est abbreviata manus Domini, no se ha hecho más corta la mano de Dios: no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas, ni menos verdadero su amor por los hombres. Nuestra fe nos enseña que la creación entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena. La acción del Espíritu Santo puede pasarnos inadvertida, porque Dios no nos da a conocer sus planes y porque el pecado del hombre enturbia y obscurece los dones divinos. Pero la fe nos recuerda que el Señor obra constantemente: es Él quien nos ha creado y nos mantiene en el ser; quien, con su gracia, conduce la creación entera hacia la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

Por eso, la tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos adoptar ante el Espíritu Santo en un solo concepto: docilidad. Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace nacer en nuestro corazón. El Espíritu Santo realiza en el mundo las obras de Dios: es —como dice el himno litúrgico— dador de las gracias, luz de los corazones, huésped del alma, descanso en el trabajo, consuelo en el llanto. Sin su ayuda nada hay en el hombre que sea inocente y valioso, pues es Él quien lava lo manchado, quien cura lo enfermo, quien enciende lo que está frío, quien endereza lo extraviado, quien conduce a los hombres hacia el puerto de la salvación y del gozo eterno.

Pero esta fe nuestra en el Espíritu Santo ha de ser plena y completa: no es una creencia vaga en su presencia en el mundo, es una aceptación agradecida de los signos y realidades a los que, de una manera especial, ha querido vincular su fuerza. Cuando venga el Espíritu de verdad —anunció Jesús—, me glorificará porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará. El Espíritu Santo es el Espíritu enviado por Cristo, para obrar en nosotros la santificación que Él nos mereció en la tierra.

No puede haber por eso fe en el Espíritu Santo, si no hay fe en Cristo, en la doctrina de Cristo, en los sacramentos de Cristo, en la Iglesia de Cristo. No es coherente con la fe cristiana, no cree verdaderamente en el Espíritu Santo quien no ama a la Iglesia, quien no tiene confianza en ella, quien se complace sólo en señalar las deficiencias y las limitaciones de los que la representan, quien la juzga desde fuera y es incapaz de sentirse hijo suyo. Me viene a la mente considerar hasta qué punto será extraordinariamente importante y abundantísima la acción del Divino Paráclito, mientras el sacerdote renueva el sacrificio del Calvario, al celebrar la Santa Misa en nuestros altares.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

QUINTO DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

El Espíritu Santo está en medio de nosotros

Los cristianos llevamos los grandes tesoros de la gracia en vasos de barro; Dios ha confiado sus dones a la frágil y débil libertad humana y, aunque la fuerza del Señor ciertamente nos asiste, nuestra concupiscencia, nuestra comodidad y nuestro orgullo la rechazan a veces y nos llevan a caer en pecado. En muchas ocasiones, desde hace más de un cuarto de siglo, al recitar el Credo y afirmar mi fe en la divinidad de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, añado a pesar de los pesares. Cuando he comentado esa costumbre mía y alguno me pregunta a qué quiero referirme, respondo: a tus pecados y a los míos.

Todo eso es cierto, pero no autoriza en modo alguno a juzgar a la Iglesia de manera humana, sin fe teologal, fijándose únicamente en la mayor o menor cualidad de determinados eclesiásticos o de ciertos cristianos. Proceder así, es quedarse en la superficie. Lo más importante en la Iglesia no es ver cómo respondemos los hombres, sino ver lo que hace Dios. La Iglesia es eso: Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla, llamándonos con su revelación, santificándonos con su gracia, sosteniéndonos con su ayuda constante, en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria.

Podemos llegar a desconfiar de los hombres, y cada uno está obligado a desconfiar personalmente de sí mismo y a coronar sus jornadas con un mea culpa, con un acto de contrición hondo y sincero. Pero no tenemos derecho a dudar de Dios. Y dudar de la Iglesia, de su origen divino, de la eficacia salvadora de su predicación y de sus sacramentos, es dudar de Dios mismo, es no creer plenamente en la realidad de la venida del Espíritu Santo.

Antes de que Cristo fuera crucificado —escribe San Juan Crisóstomo— no había ninguna reconciliación. Y, mientras no hubo reconciliación, no fue enviado el Espíritu Santo… La ausencia del Espíritu Santo era signo de la ira divina. Ahora que lo ves enviado en plenitud, no dudes de la reconciliación. Pero si preguntaron: ¿dónde está ahora el Espíritu Santo? Se podía hablar de su presencia cuando ocurrían milagros, cuando eran resucitados los muertos y curados los leprosos. ¿Cómo saber ahora que está de veras presente? No os preocupéis. Os demostraré que el Espíritu Santo está también ahora entre nosotros…

Si no existiera el Espíritu Santo, no podríamos decir: Señor, Jesús, pues nadie puede invocar a Jesús como Señor, si no es en el Espíritu Santo (1 Corintios XII, 3). Si no existiera el Espíritu Santo, no podríamos orar con confianza. Al rezar, en efecto, decimos: Padre nuestro que estás en los cielos (Mateo VI, 9). Si no existiera el Espíritu Santo no podríamos llamar Padre a Dios. ¿Cómo sabemos eso? Porque el apóstol nos enseña: Y, por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba, Padre (Gálatas IV, 6).

Cuando invoques, pues, a Dios Padre, acuérdate de que ha sido el Espíritu quien, al mover tu alma, te ha dado esa oración. Si no existiera el Espíritu Santo, no habría en la Iglesia palabra alguna de sabiduría o de ciencia, porque está escrito: es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría (1 Corintios XII, 8)… Si el Espíritu Santo no estuviera presente, la Iglesia no existiría. Pero, si la Iglesia existe, es seguro que el Espíritu Santo no falta.

Por encima de las deficiencias y limitaciones humanas, insisto, la Iglesia es eso: el signo y en cierto modo —no en el sentido estricto en el que se ha definido dogmáticamente la esencia de los siete sacramentos de la Nueva Alianza— el sacramento universal de la presencia de Dios en el mundo. Ser cristiano es haber sido regenerado por Dios y enviado a los hombres, para anunciarles la salvación. Si tuviéramos fe recia y vivida, y diéramos a conocer audazmente a Cristo, veríamos que ante nuestros ojos se realizan milagros como los de la época apostólica.

Porque ahora también se devuelve la vista a ciegos, que habían perdido la capacidad de mirar al cielo y de contemplar las maravillas de Dios; se da la libertad a cojos y tullidos, que se encontraban atados por sus apasionamientos y cuyos corazones no sabían ya amar; se hace oír a sordos, que no deseaban saber de Dios; se logra que hablen los mudos, que tenían atenazada la lengua porque no querían confesar sus derrotas; se resucita a muertos, en los que el pecado había destruido la vida. Comprobamos una vez más que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que cualquier espada de dos filos y, lo mismo que los primeros fieles cristianos, nos alegramos al admirar la fuerza del Espíritu Santo y su acción en la inteligencia y en la voluntad de sus criaturas.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

SEXTO DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

Dar a conocer el camino de la correspondencia a la acción del Espíritu Santo

Veo todas las incidencias de la vida —las de cada existencia individual y, de alguna manera, las de las grandes encrucijadas de las historia— como otras tantas llamadas que Dios dirige a los hombres, para que se enfrenten con la verdad; y como ocasiones, que se nos ofrecen a los cristianos, para anunciar con nuestras obras y con nuestras palabras ayudados por la gracia, el Espíritu al que pertenecemos.

Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.

No es verdad que toda la gente de hoy —así, en general y en bloque— esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías —y personas que las sustentan— que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error.

A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida, porque fuera de Él no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

SEPTIMO DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

El don de la sabiduría nos permite conocer a Dios y gozarnos en su presencia

Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida. Si fuéramos consecuentes con nuestra fe, al mirar a nuestro alrededor y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo, no podríamos menos de sentir que se elevan en nuestro corazón los mismos sentimientos que animaron el de Jesucristo: al ver aquellas muchedumbres se compadecía de ellas, porque estaban malparadas y abatidas, como ovejas sin pastor.

No es que el cristiano no advierta todo lo bueno que hay en la humanidad, que no aprecie las limpias alegrías, que no participe en los afanes e ideales terrenos. Por el contrario, siente todo eso desde lo más recóndito de su alma, y lo comparte y lo vive con especial hondura, ya que conoce mejor que hombre alguno las profundidades del espíritu humano.

La fe cristiana no achica el ánimo, ni cercena los impulsos nobles del alma, puesto que los agranda, al revelar su verdadero y más auténtico sentido: no estamos destinados a una felicidad cualquiera, porque hemos sido llamados a penetrar en la intimidad divina, a conocer y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo y, en la Trinidad y en la Unidad de Dios, a todos los ángeles y a todos los hombres.

Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo.

Hemos de vivir de fe, de crecer en la fe, hasta que se pueda decir de cada uno de nosotros, de cada cristiano, lo que escribía hace siglos uno de los grandes Doctores de la Iglesia oriental: de la misma manera que los cuerpos transparentes nítidos, al recibir los rayos de luz, se vuelven resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo se vuelven también ellas espirituales y llevan a las demás la luz de la gracia. Del Espíritu Santo proviene el conocimiento de las cosas futuras, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles. De Él, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y, lo más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios.

La conciencia de la magnitud de la dignidad humana —de modo eminente, inefable, al ser constituidos por la gracia en hijos de Dios— junto con la humildad, forma en el cristiano una sola cosa, ya que no son nuestras fuerzas las que nos salvan y nos dan la vida, sino el favor divino. Es ésta una verdad que no puede olvidarse nunca, porque entonces el endiosamiento se pervertiría y se convertiría en presunción, en soberbia y, más pronto o más tarde, en derrumbamiento espiritual ante la experiencia de la propia flaqueza y miseria.

¿Me atreveré a decir: soy santo? —se preguntaba San Agustín. Si dijese santo en cuanto santificador y no necesitado de nadie que me santifique, sería soberbio y mentiroso. Pero si entendemos por santo el santificado, según aquello que se lee en el Levítico: sed santos, porque yo, Dios, soy santo; entonces también el cuerpo de Cristo, hasta el último hombre situado en los confines de la tierra y, con su Cabeza y bajo su Cabeza, diga audazmente: soy santo.

Amad a la Tercera Persona de la Trinidad Beatísima: escuchad en la intimidad de vuestro ser las mociones divinas —esos alientos, esos reproches—, caminad por la tierra dentro de la luz derramada en vuestra alma: y el Dios de la esperanza nos colmará de toda suerte de paz, para que esa esperanza crezca en nosotros siempre más y más, por la virtud del Espíritu Santo.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

OCTAVO DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

Vivir según el Espíritu Santo

Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. En los Hechos de los Apóstoles, se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido: perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del pan y en la oración.

Fue así como vivieron aquellos primeros, y como debemos vivir nosotros: la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, el diálogo personal —la oración sin anonimato— cara a cara con Dios, han de constituir como la substancia última de nuestra conducta. Si eso falta, habrá tal vez reflexión erudita, actividad más o menos intensa, devociones y prácticas. Pero no habrá auténtica existencia cristiana, porque faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida en la obra divina de la salvación.

Es doctrina que se aplica a cualquier cristiano, porque todos estamos igualmente llamados a la santidad. No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio: todos hemos recibido el mismo Bautismo y, si bien existe una amplia diversidad de carismas y de situaciones humanas, uno mismo es el Espíritu que distribuye los dones divinos, una misma la fe, una misma la esperanza, una la caridad.

Podemos, por tanto, tomar como dirigida a nosotros la pregunta que formula el Apóstol: ¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo mora en vosotros?, y recibirla como una invitación a un trato más personal y directo con Dios. Por desgracia el Paráclito es, para algunos cristianos, el Gran Desconocido: un nombre que se pronuncia, pero que no es Alguno —una de las tres Personas del único Dios—, con quien se habla y de quien se vive.

Hace falta —en cambio— que lo tratemos con asidua sencillez y con confianza, como nos enseña a hacerlo la Iglesia a través de la liturgia. Entonces conoceremos más a Nuestro Señor y, al mismo tiempo, nos daremos cuenta más plena del inmenso don que supone llamarse cristianos: advertiremos toda la grandeza y toda la verdad de ese endiosamiento, de esa participación en la vida divina, a la que ya antes me refería.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

NOVENO DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

Docilidad, oración y unión con la Cruz

Porque el Espíritu Santo no es un artista que dibuja en nosotros la divina substancia, como si Él fuera ajeno a ella, no es de esa forma como nos conduce a la semejanza divina; sino que Él mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios.

Para concretar, aunque sea de una manera muy general, un estilo de vida que nos impulse a tratar al Espíritu Santo —y, con Él, al Padre y al Hijo— y a tener familiaridad con el Paráclito, podemos fijarnos en tres realidades fundamentales: docilidad —repito—, vida de oración, unión con la Cruz.

Docilidad, en primer lugar, porque el Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. Él es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien nos da luz para tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera. Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre. Los que son llevados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.

Si nos dejamos guiar por ese principio de vida presente en nosotros, que es el Espíritu Santo, nuestra vitalidad espiritual irá creciendo y nos abandonaremos en las manos de nuestro Padre Dios, con la misma espontaneidad y confianza con que un niño se arroja en los brazos de su padre. Si no os hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos, ha dicho el Señor. Viejo camino interior de infancia, siempre actual, que no es blandenguería, ni falta de sazón humana: es madurez sobrenatural, que nos hace profundizar en las maravillas del amor divino, reconocer nuestra pequeñez e identificar plenamente nuestra voluntad con la de Dios.

Vida de oración, en segundo lugar, porque la entrega, la obediencia, la mansedumbre del cristiano nacen del amor y al amor se encaminan. Y el amor lleva al trato, a la conversación, a la amistad. La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. ¿Quién sabe las cosas del hombre, sino solamente el espíritu del hombre, que está dentro de él? Así las cosas de Dios nadie las ha conocido sino el Espíritu de Dios. Si tenemos relación asidua con el Espíritu Santo, nos haremos también nosotros espirituales, nos sentiremos hermanos de Cristo e hijos de Dios, a quien no dudaremos en invocar como a Padre que es nuestro.

Acostumbremos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de santificar: a confiar en Él, a pedir su ayuda, a sentirlo cerca de nosotros. Así se irá agrandando nuestro pobre corazón, tendremos más ansias de amar a Dios y, por Él, a todas las criaturas. Y se reproducirá en nuestras vidas esa visión final del Apocalipsis: el espíritu y la esposa, el Espíritu Santo y la Iglesia —y cada cristiano— que se dirigen a Jesús, a Cristo, y le piden que venga, que esté con nosotros para siempre.

Unión con la Cruz, finalmente, porque en la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano: somos —nos dice San Pablo— coherederos con Jesucristo, con tal que padezcamos con Él, a fin de que seamos con Él glorificados. El Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos.

Sólo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir, cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran fuego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo.

Es entonces también cuando vienen al alma esa paz y esa libertad que Cristo nos ha ganado, que se nos comunican con la gracia del Espíritu Santo. Los frutos del Espíritu son caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad: y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

DECIMO DÍA

Oración

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.

¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras….

Consideración

La vida del cristiano consiste en empezar una y otra vez

En medio de las limitaciones inseparables de nuestra situación presente, porque el pecado habita todavía de algún modo en nosotros, el cristiano percibe con claridad nueva toda la riqueza de su filiación divina, cuando se reconoce plenamente libre porque trabaja en las cosas de su Padre, cuando su alegría se hace constante porque nada es capaz de destruir su esperanza.

Es en esa hora, además y al mismo tiempo, cuando es capaz de admirar todas las bellezas y maravillas de la tierra, de apreciar toda la riqueza y toda la bondad, de amar con toda la entereza y toda la pureza para las que está hecho el corazón humano. Cuando el dolor ante el pecado no degenera nunca en un gesto amargo, desesperado o altanero, porque la compunción y el conocimiento de la humana flaqueza le encaminan a identificarse de nuevo con las ansias redentoras de Cristo, y a sentir más hondamente la solidaridad con todos los hombres. Cuando, en fin, el cristiano experimenta en sí con seguridad la fuerza del Espíritu Santo, de manera que las propias caídas no le abaten: porque son una invitación a recomenzar, y a continuar siendo testigo fiel de Cristo en todas las encrucijadas de la tierra, a pesar de las miserias personales, que en estos casos suelen ser faltas leves, que enturbian apenas el alma; y, aunque fuesen graves, acudiendo al Sacramento de la Penitencia con compunción, se vuelve a la paz de Dios y a ser de nuevo un buen testigo de sus misericordias.

Tal es, en un resumen breve, que apenas consigue traducir en pobres palabras humanas, la riqueza de la fe, la vida del cristiano, si se deja guiar por el Espíritu Santo. No puedo, por eso, terminar de otra manera que haciendo mía la petición, que se contiene en uno de los cantos litúrgicos de la fiesta de Pentecostés, que es como un eco de la oración incesante de la Iglesia entera: Ven, Espíritu Creador, visita las inteligencias de los tuyos, llena de gracia celeste los corazones que tú has creado. En tu escuela haz que sepamos del Padre, haznos conocer también al Hijo, haz en fin que creamos eternamente en Ti, Espíritu que procedes de uno del otro.

Oración

¡Espíritu Divino!

Por los méritos de Jesucristo

y la intercesión de tu esposa, Santa María,

te suplicamos vengas a nuestros corazones

y nos comuniques la plenitud de tus dones,

para que, iluminados y confortados por ellos,

vivamos según tu voluntad y,

muriendo entregados a tu amor,

merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

[1] F. J. del Valle. Decenario al Espíritu Santo, Madrid: Rialp, 1954.

[2] Cf. Postulación para la Causa de Beatificación y Canonización de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer: Registro Histórico del Fundador [del Opus Dei] , 20172, p. 145.

[3] Las consideraciones de este Decenario están tomadas de la homilía El Gran Desconocido en Es Cristo que Pasa por San Josemaría Escrivá de Balaguer.

 

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¡NO RECIBAS A JESÚS EN LA MANO!

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Alma Redemptoris Mater

ALMA REDEMPTORIS MATER

Para el Tiempo de Adviento y Navidad

Salve, Madre soberana del Redentor, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar. Socorre al pueblo frágil, que intenta levantarse.

Alma Redemptóris Mater, quæ pérvia cæli porta manes, et stella maris, succúrre cadénti, súrgere qui curat, pópulo.

Tú que para asombro de la naturaleza engendraste a tu Creador, virgen antes y después del parto, que recibiste aquel saludo de la boca de Gabriel, ten piedad de nosotros.

Tu quæ genuísti, natúra miránte, tuum sanctum Genitórem, Virgo prius ac postérius, Gabriélis ab ore sumens illud Ave, peccatórum miserére.

Alma Redemptoris, Antifona gregoriana, t. simplex, Studio di Giovanni Vianini, Milano Italia

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Karla Rouillon Gallangos

¡NO RECIBAS A JESÚS EN LA MANO!

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Oracion del Papa Leon XIII a San Jose

ORACIÓN DEL PAPA LEÓN XIII

A Vos, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.

Proteged, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

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Mañana Domingo 16 de abril es la Fiesta de la Divina Misericordia 2023

FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA 2023

DOMINGO 16 DE ABRIL DE 2023

Hoy termina la novena a la Divina Misericordia y mañana domingo, es la Fiesta de la Divina Misericordia.

Aprende a rezar la Coronilla de la Divina Misericordia y recítala preferentemente a las 3 p.m., la hora en que Jesús dio su vida por nosotros.

LA CORONILLA DE LA DIVINA MISERICORDIA

krouillong karla rouillon gallangos no recibas la eucaristia en la mano yo no recibo la eucaristia en la mano comunion en la mano divina misericordia coronilla santa faustina hora de la misericordia

 

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LA CORONILLA DE LA DIVINA MISERICORDIA

Primero dirás UN PADRE NUESTRO, UN AVEMARÍA Y UN CREDO,

después en las cuentas del rosario correspondientes al PADRE NUESTRO dirás:

“PADRE ETERNO, TE OFREZCO EL CUERPO Y LA SANGRE,

EL ALMA Y LA DIVINIDAD DE TU AMADÍSIMO HIJO,

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO,

COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS Y LOS DEL MUNDO ENTERO”

y en las cuentas del rosario correspondientes al AVE MARIA dirás:

“POR SU DOLOROSA PASION,

TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS Y DEL MUNDO ENTERO” (10 VECES)

Al terminar dirás:

SANTO DIOS, SANTO FUERTE, SANTO INMORTAL,

TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS Y DEL MUNDO ENTERO.

SANTO DIOS, SANTO FUERTE, SANTO INMORTAL,

TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS Y DEL MUNDO ENTERO.

SANTO DIOS, SANTO FUERTE, SANTO INMORTAL,

TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS Y DEL MUNDO ENTERO.

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Ver Documental TIEMPOS DE MISERICORDIA

Esta es otra forma de rezar: cantar, espero que disfrutes de la Coronilla de la Divina Misericordia en una versión muy bonita.

Esta es otra versión cantada igual de bonita que la anterior, desde el Santuario de la Divina Misericordia.

También puedes escuchar el Himno a la Divina Misericordia cantado por Gladys Garcete.

 

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Domingo de Pascua

DOMINGO DE PASCUA

Annibale Carracci, Resurrezione. Louvre

 

Sermón del Reverendísimo Dom Jean Pateau

Abad de Nuestra Señora de Fontgombault

(Fontgombault 27 de marzo de 2016)

Quis revolvet nobis lapidem?

¿Quién nos correrá la piedra?

(Mc.16:3)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Mis amados hijos:

San Benito, después de haber abandonado el mundo y antes de fundar su monasterio de Monte Cassino, vivió durante algunos años como un ermitaño, desconocido de los hombres, en la soledad de Subiaco.

Un día de Pascua, el Señor se apareció a un sacerdote que vivía en las proximidades de la cueva de Benito: «Tienes preparado buena comida para ti, y mi siervo, en semejante lugar, está muerto de hambre». El cura se fue inmediatamente y encontró la cueva donde Benito se ocultaba. Entonces, después de las oraciones, y bendiciendo al Señor Todopoderoso, se sentaron, y después de un discurso espiritual sobre la vida, dijo el cura:

«Levántate, y tomemos nuestra refección, porque este es el día de Pascua». A lo que el varón de Dios respondió: «Yo sé que es Pascua, porque he encontrado tanto favor como verte». (Ya que por no haber tenido conversación con los hombres en mucho tiempo, no sabía que era el día de Pascua). El buen cura, por tanto, una vez más afirmó diciendo: «Verdaderamente, éste es el día de la resurrección de nuestro Señor y, por lo tanto, no conviene que guardes la abstinencia y para esto he sido enviado, para que podamos comer juntos lo que Dios Todopoderoso nos ha dado»  con lo cual bendijeron a Dios, y comieron carne». (San Gregorio, La vida de San Benito, Diálogos, lib. II, cap. 1)

¿No estaría, la cita de este pasaje de la vida de San Benito, un poco fuera de lugar, cuando nuestros ojos fascinados esta mañana se ven obligados a contemplar a nuestro Señor resucitado? Sin embargo, hay dos razones que justifican este recordatorio. La fiesta del día de nuestro Patrón de la Orden, 21 de marzo, se llevó a cabo este año en Lunes Santo. Por ello, se ha aplazado, ante la liturgia de la Semana Santa, y se ha pospuesto hasta después del domingo menor. Era conveniente recordar esto hoy. Lo que es más, ésta evocación de la vida de nuestro bendito Padre revela cómo Dios cuida de que el anuncio gozoso del Aleluya llegue a todos los hombres y mujeres, incluyendo aquellos que viven en los lugares más remotos, para que ellos también se puedan alegrar con los dones del Señor.

San Agustín ha evocado los sentimientos que tomaron el Corazón de Nuestro Señor en la hora de su muerte, porque había dicho: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Él vio a algunos de los suyos entre los muchos que eran ajenos; para éstos buscó el perdón, para quienes, en aquel momento, continuaban hiriéndole. No consideraba que estaba siendo ejecutado por ellos sino, solamente, que moría por ellos (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio según San Juan, Tr. 31, 9).

La Iglesia modifica la visión, un tanto pesimista, del obispo de Hipona, cuando afirma que el Espíritu Santo, de manera que sólo Dios conoce, ofrece a todos la posibilidad de que se asocien a este misterio Pascual (Vaticano II, Gaudium et spes, nº. 22).

El canto del Aleluya resuena para todos como muestra de piedad. Dios ofrece a todos un camino de reconciliación. Este consuelo brota del Corazón de Cristo en la Cruz y está especialmente dirigido a aquellos que, debido a la falta de corazón en el hombre, están en gran soledad y con extrema necesidad. Está dirigido a los niños en el vientre de sus madres, los seres indefensos que tan a menudo se sacrifican en aras del placer o el control de la población; a personas de edad avanzada, a quien el mundo considera que son inútiles y cuya culpa es costar dinero o ser un obstáculo; a personas enfermas, cuyas vidas y cuerpos enfermos parecen no tener más razones para la existencia; a los refugiados, que han huido de los países devastados por guerras que, en silencio, han sido fomentadas por los promotores de un orden mundial esclavizado por el dinero. (Cf. Marc Fromager, Guerres, pétrole et radicalisme-Les chrétiens d’Orient pris en étau [Wars, Oil and Radicalism-Eastern Christians Caugth Between the Hammer and the Anvil] Salvator, Paris, 2015).

No es, sin razón, que San Benito da esta advertencia: «Por encima de todas las cosas, dejar que el Abad preste atención, no que menosprecie o haga poco caso de las almas entregadas a su custodia, y tenga más cuidado de las cosas fugaces del mundo que por ellos» (San Benito, Regla, Cap. 2). Considerando que la sociedad ha perdido el sentido de la vida humana y su carácter sagrado, Dios sigue siendo su único Salvador.

El mensaje Pascual de misericordia ofrece un corazón, un corazón que desea el bien, el Corazón de Dios.

El Señor ha confiado esta proclamación a la Iglesia, a los pobres y débiles, que han recibido a través de su bautismo el deber de anunciarla, para ser testigos de la resurrección y el amor de Dios. La voz de estos apóstoles clama en el desierto, mientras que otro clamor la ahoga: «¡Ni misericordia ni justicia!»

El totalitarismo mundial rechaza el mensaje cristiano y el antiguo diálogo entre la Iglesia y las naciones; desecha los principios fundamentales de la ley natural que están inscritos en el corazón de cada hombre, y han servido como pilares para construir tantas civilizaciones; oculta y falsea la noble historia de las naciones y las tradiciones; desprecia el trabajo de los santos, que han sido los hitos y los constructores de naciones; por lo que este totalitarismo impone un mundo sin corazón, cuyos dioses son el dinero y el placer .

¿En qué se convertirá un cuerpo una vez que su corazón se ha eliminado? Un simple esqueleto, que pronto se convertirá en polvo. Nuestro Señor Jesucristo resucitado ha vencido a la muerte, y le da un nuevo corazón al hombre y a la humanidad. Él levanta los huesos extremadamente secos, a condición de que acepten escuchar sus palabras (Cf. Ez.37).

Entonces, las palabras del introito, resuenan como un signo de esperanza: «He resucitado y aún estoy con ustedes».

«Él que estará con nosotros para siempre, Él que nos correrá la piedra, Él es Cristo, el rostro de la misericordia del Padre y la piedra angular del Reino que viene, un Reino de verdad y de vida, un reino de santidad y gracia, un reino de justicia, amor y paz».(Prefacio de la Fiesta de Cristo Rey).

Amén, Aleluya.

Reverendísimo Dom Jean Pateau

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Vigilia de Pascua – Sabado Santo

VIGILIA DE PASCUA

Sermón del Reverendísimo Dom Jean Pateau

Abad de Nuestra Señora de Fontgombault

(Fontgombault 27 de marzo de 2016)

Queridos hermanos y hermanas:
Mis amados hijos:

Cristo ha resucitado, ha resucitado verdaderamente. Él, que estaba muerto, ahora está vivo. La oscuridad era incapaz de detener a su presa. El Príncipe de la vida ha triunfado. Esta es la Pascua del Señor, su paso de la muerte a la vida.
Durante este Año Santo de la Misericordia, cuando se nos invita a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para con nosotros y para poner la misericordia en práctica entre nuestros vecinos, reflexionemos sobre el regalo que el Señor ha concedido a la humanidad en este día: por pura misericordia, su Pascua se convierte en nuestra Pascua.
El canto del Exultet ,que abre la solemne celebración Pascual, será nuestra guía: «Alégrense en el cielo, goce también la tierra, inundada de tanta claridad; y que radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de las tinieblas que cubría el orbe entero.

»Esta alegría debe encender en nuestros corazones alabanza y acción de gracias al «Dios invisible, el Padre todopoderoso y su Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo»».

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:

«De acuerdo con la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, la celebración «hace un recuerdo» de las maravillosas obras de Dios en una anamnesis que puede ser más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que, por lo tanto, despierta la memoria de la Iglesia, por consiguiente, inspira acción de gracias y alabanza (doxología)». (CIC, n. 1103)

La más bella de todas las acciones de gracias que jamás haya salido de un corazón humano puede ser oído en el cántico de María, el Magnificat: «Porque el que es Poderoso ha hecho grandes cosas en mí: Santo es su nombre» (Lc.1,49).

La razón de la alegría de esta noche, es que Cristo ha hecho grandes cosas por nosotros. Por el misterio Pascual, Él ha pagado por nosotros a su Padre eterno la deuda de Adán y, a través del misericordioso derramamiento de su sangre, ha cancelado la deuda que habíamos incurrido por el pecado original.

La culpa de Adán fue una ofensa a Dios, nuestro Creador. La transgresión de la voluntad divina era una ofensa en contra de la gran misericordia que Dios había mostrado cuando le creó. Él había dado el ser y la vida a lo que no existía, y lo que no existía, se aprovechó de este «ser» dado gratuitamente para rebelarse contra su Creador.
Cuando hizo este hecho de injusticia, la criatura provocó la sentencia divina, mientras que se mutiló a sí mismo en sus profundidades más internas.

Y no siendo sino una criatura débil e impotente, sabía que era incapaz de compensar la injusticia, así como por los daños que había causado. El Exultet canta: «Ésta, por lo tanto, es la noche, que disipó la oscuridad de los pecadores por la luz del pilar. Ésta es la noche, en que en este momento en todo el mundo se restituye la gracia y se une en la santidad a los que creen en Cristo, y son arrancados de los vicios del mundo y la oscuridad de los pecados. Por lo tanto, la santificación de esta noche pone en fuga a toda maldad, limpia los pecados y restaura la inocencia a los caídos, y la alegría a los afligidos. Se alejan los odios, prepara la concordia, y abate la arrogancia».

¿Por qué tanta alegría? Se deriva de una afirmación irrefutable: Porque no nos hubiera beneficiado en nada haber nacido, a no ser que la redención también se nos haya concedido a nosotros.

Por lo tanto, el autor muestra su agradecimiento a Dios: ¡Oh maravillosa condescendencia de tu misericordia hacia nosotros! ¡Oh afecto inestimable del amor, que para redimir al esclavo, entregaste a tu Hijo!

Y concluye de una manera paradójica: ¡Oh pecado, verdaderamente necesario de Adán, que fue borrado por la muerte de Cristo! Oh feliz culpa, que mereció tener tal y tan grande Redentor!

Por su muerte y resurrección, Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no sólo ejerce su capacidad de reparar la ofensa a Dios y restaurar la justicia, sino lo que es más, por pura misericordia, y sin que tengamos ningún derecho a ella, Se vuelve hacia la humanidad culpable y restaura en sus miembros la dignidad de hijos de Dios.

Aprovechamos para hacer nuestro el deseo de una paz universal con que concluye el canto: «Te rogamos, pues, oh Señor, Que te dignes conceder tiempos de paz durante esta Fiesta Pascual y concédenos regir, gobernar y conservar tu constante protección a nosotros, tus siervos… Ten en cuenta, también, a los que reinan sobre nosotros y concédeles tu inefable bondad y misericordia, dirige sus pensamientos a la justicia y la paz, que a partir de su esfuerzo terrenal, puedan llegar a su recompensa celestial con todo tu pueblo».

Durante estos días santos, que el Señor conceda una bendición especial para aquellos que, en todos los lugares del mundo, trabajan de forma desinteresada para recuperar una paz auténtica. Que los coros angelicales del Cielo ahora se alegren; que los misterios divinos se alegren y que la trompeta de salvación suene y manifieste la victoria de tan gran Rey.

Amen, Aleluya.

Fuente: ADELANTE LA FE

 

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Viernes Santo

VIERNES SANTO

La ‘Crucifixión’ de Juan de Flandes

El Viernes Santo es un día de duelo, el más grande de todos; en él muere Cristo. La muerte que, como consecuencia del pecado, se había apoderado de todas nuestras vidas humanas, se extendió al mismo jefe de la humanidad, al Hijo de Dios hecho hombre.Pero -como todos los cristianos saben bien- esta muerte de que Jesús ha participado con nosotros, y que fue tan atroz y terrible para Él, respondía a los designios de Dios para la salvación del mundo. Impuesta por su Padre, la aceptó el Hijo para nuestra redención.Desde entonces la Cruz de Cristo se convierte en gloria de los cristianos. Ya desde ayer así lo cantábamos: “Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”; incluso hoy, la Iglesia lo repite y nos presenta la misma Cruz para que la adoremos: “He aquí el leño de la Cruz, del cual estuvo colgada la salvación del mundo”.Por eso, el Viernes Santo, día de gran duelo, lo es también de esperanza para los hombres; este es el día que nos conduce a la alegría de la Resurrección.

Te recomendamos leer LA SEMANA QUE CAMBIO AL MUNDO – SEMANA SANTA

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Jueves Santo – La Misa Crismal

JUEVES SANTO – LA MISA CRISMAL

La Misa que se celebraba el Jueves Santo en la antigüedad iba acompañada de la consagración de los Santos Óleos, un rito anual que requiere siempre el ministerio del obispo como consagrante. Desde hace muchos siglos, esta ceremonia se lleva a cabo el Jueves Santo por la mañana. Se llama “Misa Crismal”.

La fe nos enseña que somos regenerados en el agua, y somos confirmados y fortalecidos por el aceite consagrado: el aceite es uno de los elementos principales que el divino autor de los sacramentos ha elegido para significar y obrar la gracia en nuestras almas. La Iglesia ha fijado que este día por la mañana se renueve este místico licor, cuya virtud es tan grande porque se acerca el momento en que deberá hacer abundante uso de él sobre los neófitos que dará a luz durante la noche pascual.Es importante que los fieles conozcan en detalle la sagrada doctrina sobre tan elevado tema; y lo explicaremos aquí, aunque brevemente, para excitar su gratitud al divino Redentor, que llama a las criaturas visibles a servir en las obras de su gracia, y les ha dado por su sangre la virtud sacramental que en adelante residirá en ellas.
El primero de los Santos Óleos que recibe la bendición del obispo, es el Óleo de los Enfermos, y es la materia del sacramento de la extremaunción. Es este Óleo el que borra en el cristiano agonizante los restos del pecado, lo fortalece en el último combate y, por la virtud sobrenatural que posee, a veces incluso le devuelve la salud del cuerpo.

En la antigüedad, la bendición de este aceite no se llevaba a cabo el Jueves Santo sino que podía hacerse cualquier otro día, porque su uso es, por así decirlo, continuo. Posteriormente, esta bendición se fijó para el día en que se consagran los otros dos Óleos, por la similitud del elemento que les es común.

Los fieles deben asistir con reverencia a la santificación de este licor que un día fluirá sobre sus miembros debilitados y correrá a través de sus sentidos para purificarlos. Debe hacerlos pensar en su última hora y bendecir la bondad inagotable del Salvador, “cuya sangre fluye tan abundantemente con este licor precioso1”.

El más noble de los Santos Óleos es el Santo Crisma; es también aquel cuya consagración se realiza con más pompa. Es a través del crisma que el Espíritu Santo imprime su sello indeleble en el cristiano ya miembro de Jesucristo por el bautismo. El agua nos hace nacer; el Óleo crismal nos confiere la fortaleza.

El Santo Crisma, además de su uso sacramental en la confirmación, y el uso que la Iglesia hace de él sobre los recién bautizados, es también usado en la consagración de los obispos, en la consagración de cálices y altares, en la bendición de campanas y en la dedicación de iglesias.

El tercero de los Santos Óleos es el Óleo de los catecúmenos. Sin ser objeto de ningún sacramento, es sin embargo una institución apostólica. Se utiliza en las ceremonias del bautismo, para las unciones que se le hacen al catecúmeno en el pecho y entre los hombros. Se usa en la ordenación de sacerdotes, para la unción de sus manos, y en la coronación de reyes y reinas.

La Santa Iglesia despliega en esta circunstancia una pompa insólita. A la ceremonia asisten doce sacerdotes con casullas, siete diáconos y siete subdiáconos, todos ataviados con las vestiduras de sus órdenes. El Pontifical Romano nos enseña que los doce sacerdotes están allí para ser testigos y cooperadores del santo Crisma.

Fuente: Dom Guéranger – FSSPX.Actualités

Te recomendamos leer LA SEMANA QUE CAMBIO AL MUNDO – SEMANA SANTA

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♪♫ Coronilla de la Divina Misericordia ♪♫

♪♫ CORONILLA DE LA DIVINA MISERICORDIA ♪♫

Reza la Divina Misericordia todos los dias a las 3:00 pm y pidele a Jesus que te acerque a Él, dile que tú no puedes ascender con tus propias fuerzas hacia Él y dile que quieres que Él te ayude a ascender. Díselo. No le pidas cosas materiales, pídele eso y lo demás llegará también.

Todos los días a las 3 pm.

Aprende a rezar la CORONILLA DE LA DIVINA MISERICORDIA

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Esta es otra forma de rezar: cantar, espero que disfrutes de la Coronilla de la Divina Misericordia en una versión muy bonita.

Esta es otra versión cantada igual de bonita que la anterior, desde el Santuario de la Divina Misericordia.

 

También puedes escuchar el Himno a la Divina Misericordia cantado por Gladys Garcete.

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Newsletter Abril 2023: Semana Santa y Fiesta de la Divina Misericordia

NEWSLETTER ABRIL 2023

Comenzó la Semana Santa, la más sagrada semana del año litúrgico en el cristianismo y esperamos que Dios les conceda todas las Gracias que necesiten.

Compartimos con ustedes para su lectura los artículos para estas fechas importantes:

La Semana que cambió al Mundo: Semana Santa

Recuerden que del Viernes Santo 7 de abril de 2023 al Sábado 15 de abril de 2023 se reza la Novena de la Divina Misericordia y que el Domingo 16 de abril de 2023 es la FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA

La Coronilla a la Divina Misericordia

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Comparte este artículo donde el Padre Carlos Cancelado nos relata las revelaciones sobre el infierno a la Sra. Oliva Arias de Garagoa, Colombia.

El Infierno y las revelaciones a Matilde Oliva Arias vidente de Jesús de la Misericordia, Garagoa, Colombia

Y no se olviden siempre de rezar a nuestro Santo Patrón San Miguel Arcángel.

El Rosario de San Miguel Arcángel

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Oración al Santo Padre Pío de Pietrelcina

ORACIÓN AL SANTO PADRE PIO DE PIETRELCINA

Bienaventurado Padre Pio, testigo de fe y de amor.

El dolor marcó tu vida y te llamamos “un crucificado sin cruz”.

El amor te llevó a preocuparte por los enfermos, a atraer a los pecadores, a vivir

profundamente el misterio de la Eucaristía y del perdón.

Fuiste un poderoso intercesor ante Dios en tu vida, y sigues ahora en el cielo haciendo bien e intercediendo por nosotros.

Queremos contar con tu ayuda.

Asiste desde el cielo a todos los enfermos del mundo; sostén a quienes han perdido toda esperanza de curación; consuela a quienes gritan o lloran por sus tremendos dolores; protege a quienes no pueden atenderse o medicarse por falta de recursos materiales o ignorancia; alienta a quienes no pueden reposar porque deben trabajar; vigila a quienes buscan en la cama una posición menos dolorosa; acompaña a quienes pasan las noches insomnes; visita a quienes ven que la enfermedad frustra sus proyectos; alumbra a quienes pasan una “noche oscura” y desesperan; toca los miembros y músculos que han perdido movilidad; ilumina a quienes ven tambalear su fe y se sienten atacados por dudas que los atormentan; apacigua a quienes se impacientan viendo que no mejoran; calma a quienes se estremecen por dolores y calambres; concede paciencia, humildad y constancia a quienes se rehabilitan; devuelve la paz y la alegría a quienes se llenaron de angustia; disminuye los padecimientos de los más débiles y ancianos; vela junto al lecho de los que perdieron el conocimiento; guía a los moribundos al gozo eterno; conduce a los que más lo necesitan al encuentro con Dios; y bendice abundantemente a quienes los asisten en su dolor, los consuelan en su angustia y los protegen con caridad.

Amén

Santo Padre Pío, ruega por nosotros.

Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

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El Padre Pellegrino asistió al Padre Pío en sus últimos momentos, y en este vídeo narra los hechos que tuvieron lugar en la madrugada del 23 de septiembre de 1968.

Posteriormente, el vídeo muestra los funerales del Santo, y su entierro.

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Regina Coeli

REGINA COELI

Sebechleby – Typical catholic image of Coronation of Virgin Mary printed in Germany from the end of 19. cent. originally designed by unknown painter and taken in village Sebechleby in middle Slovakia (in my natal house).

Se reza en lugar del Angelus en el Tiempo Pascual desde la Vigila Pascual hasta el medio día del sábado de Pentecostés.

V. Regina caeli, laetare, alleluia.
R. Quia quem meruisti portare, alleluia.
V. Resurrexit, sicut dixit, alleluia.
R. Ora pro nobis Deum, alleluia.

V. Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia.
R. Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

Oremus. Deus, qui per resurrectionem Filii tui, Domini nostri Iesu Christi, mundum laetificare dignatus es: praesta, quaesumus; ut per eius Genetricem Virginem Mariam, perpetuae capiamus gaudia vitae. Per eundem Christum Dominum nostrum.

Amen.

 

Conoce LA HISTORIA DE LA DEVOCION DEL ANGELUS

Escucha el REGINA CAOELI

 

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A ti, oh bienaventurado San José

 A TI, OH BIENAVENTURADO SAN JOSÉ

A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades. Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios.

Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.

Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén

Oración del Santo Padre León XIII, de su Encíclica sobre la devoción a San José.

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Oracion de San Pío X a San José, Patrono y Modelo de Trabajadores

ORACION DE SAN PIO X A SAN JOSÈ, 

PATRONO Y MODELO DE TRABAJADORES

Glorioso San José, modelo de todos aquellos que se dedican al trabajo, obtenedme la gracia de trabajar con espíritu de penitencia para la expiación de mis numerosos pecados; de trabajar en conciencia, poniendo el culto del deber por encima de mis inclinaciones; de trabajar con reconocimiento y alegría, considerando un honor el emplear y desarrollar por el trabajo los dones recibidos de Dios; de trabajar con orden, paz, moderación y paciencia, sin retroceder jamás ante la pereza y las dificultades; de trabajar sobre todo con pureza de intención y desprendimiento de mí mismo, teniendo sin cesar ante mis ojos la muerte y la cuenta que deberé rendir del tiempo perdido, de los talentos inutilizados, del bien omitido y de las vanas complacencias en el éxito, tan funestas para la obra de Dios.

Todo por Jesús, todo por María, todo a imitación vuestra ¡oh Patriarca San José! Tal será mi divisa en la vida y en la muerte. Así sea.

Solemnidad de San José: 19 de marzo

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Acto de Reparacion al Inmaculado Corazon de Maria

ACTO DE REPARACIÓN
AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA

¡Oh Inmaculado Corazón de María, traspasado de dolor por las injurias con que los pecadores ultrajan vuestro Santísimo nombre y vuestras excelsas prerrogativas! Aquí tenéis, postrado a vuestros pies, un indigno hijo vuestro que, agobiado por el peso de sus propias culpas, viene arrepentido y lloroso, y con ánimo de resarcir las injurias que, a modo de penetrantes flechas, dirigen contra Vos hombres insolentes y malvados. Deseo reparar, con este acto de amor y rendimiento que hago delante de vuestro amantísimo Corazón, todas las blasfemias que se lanzan contra vuestro augusto nombre, todos los agravios que se infieren a vuestras excelsas prerrogativas y todas las ingratitudes con que los hombres corresponden a vuestro maternal amor e inagotable misericordia.

Aceptad, ¡oh Corazón Inmaculado!, esta pequeña demostración de mi filial cariño y justo reconocimiento, junto con el firme propósito que hago de seros fiel en adelante, de salir por vuestra honra cuando la vea ultrajada y de propagar vuestro culto y vuestras glorias. Concededme, ¡oh Corazón amabilísimo!, que viva y crezca incesantemente en vuestro santo amor, hasta verlo consumado en la gloria.

Amén.

En honra del poder, sabiduría y misericordia del Inmaculado Corazón de María, menospreciado por los hombres, rezar tres Avemarías.

Terminar con las siguientes jaculatorias:

¡Oh Corazón Inmaculado de María, compadeceos de nosotros!

Refugio de pecadores, rogad por nosotros.

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Terminar rezando un Avemaría, un Padrenuestro y un Gloria por las intenciones del Santo Padre.

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