Jueves Santo – La Misa Crismal

JUEVES SANTO – LA MISA CRISMAL

La Misa que se celebraba el Jueves Santo en la antigüedad iba acompañada de la consagración de los Santos Óleos, un rito anual que requiere siempre el ministerio del obispo como consagrante. Desde hace muchos siglos, esta ceremonia se lleva a cabo el Jueves Santo por la mañana. Se llama “Misa Crismal”.

La fe nos enseña que somos regenerados en el agua, y somos confirmados y fortalecidos por el aceite consagrado: el aceite es uno de los elementos principales que el divino autor de los sacramentos ha elegido para significar y obrar la gracia en nuestras almas. La Iglesia ha fijado que este día por la mañana se renueve este místico licor, cuya virtud es tan grande porque se acerca el momento en que deberá hacer abundante uso de él sobre los neófitos que dará a luz durante la noche pascual.Es importante que los fieles conozcan en detalle la sagrada doctrina sobre tan elevado tema; y lo explicaremos aquí, aunque brevemente, para excitar su gratitud al divino Redentor, que llama a las criaturas visibles a servir en las obras de su gracia, y les ha dado por su sangre la virtud sacramental que en adelante residirá en ellas.
El primero de los Santos Óleos que recibe la bendición del obispo, es el Óleo de los Enfermos, y es la materia del sacramento de la extremaunción. Es este Óleo el que borra en el cristiano agonizante los restos del pecado, lo fortalece en el último combate y, por la virtud sobrenatural que posee, a veces incluso le devuelve la salud del cuerpo.

En la antigüedad, la bendición de este aceite no se llevaba a cabo el Jueves Santo sino que podía hacerse cualquier otro día, porque su uso es, por así decirlo, continuo. Posteriormente, esta bendición se fijó para el día en que se consagran los otros dos Óleos, por la similitud del elemento que les es común.

Los fieles deben asistir con reverencia a la santificación de este licor que un día fluirá sobre sus miembros debilitados y correrá a través de sus sentidos para purificarlos. Debe hacerlos pensar en su última hora y bendecir la bondad inagotable del Salvador, “cuya sangre fluye tan abundantemente con este licor precioso1”.

El más noble de los Santos Óleos es el Santo Crisma; es también aquel cuya consagración se realiza con más pompa. Es a través del crisma que el Espíritu Santo imprime su sello indeleble en el cristiano ya miembro de Jesucristo por el bautismo. El agua nos hace nacer; el Óleo crismal nos confiere la fortaleza.

El Santo Crisma, además de su uso sacramental en la confirmación, y el uso que la Iglesia hace de él sobre los recién bautizados, es también usado en la consagración de los obispos, en la consagración de cálices y altares, en la bendición de campanas y en la dedicación de iglesias.

El tercero de los Santos Óleos es el Óleo de los catecúmenos. Sin ser objeto de ningún sacramento, es sin embargo una institución apostólica. Se utiliza en las ceremonias del bautismo, para las unciones que se le hacen al catecúmeno en el pecho y entre los hombros. Se usa en la ordenación de sacerdotes, para la unción de sus manos, y en la coronación de reyes y reinas.

La Santa Iglesia despliega en esta circunstancia una pompa insólita. A la ceremonia asisten doce sacerdotes con casullas, siete diáconos y siete subdiáconos, todos ataviados con las vestiduras de sus órdenes. El Pontifical Romano nos enseña que los doce sacerdotes están allí para ser testigos y cooperadores del santo Crisma.

Fuente: Dom Guéranger – FSSPX.Actualités

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