21/10/10: El siglo de las migraciones

Por Guillermo Giacosa.
El nomadismo constituyó el modo de vida original del ser humano. La agricultura cambió esta constante pero, aún hoy, perduran ciertos grupos que viven de ese modo. La diferencia con la migración consiste en que el nomadismo implica desplazamientos cíclicos, mientras que la migración determina un cambio definitivo. Más allá de esas diferencias, es obvio que en ambos casos se trata de una batalla por la supervivencia. Ocurre, sin embargo, que mientras el nomadismo se limita a convocar el interés de los antropólogos, las migraciones atraen cada vez más la atención del poder político. Europa está militarizando las zonas que comunican ese continente con el África, y Estados Unidos –después de liderar durante años la lucha contra el Muro de Berlín– ha elevado un muro más amplio que el alemán en su frontera con México. Las migraciones actuales triplican las de las primeras décadas del siglo XX, consideradas como el último ‘pico’ en esta materia. Solo en la década de 1990 hubo más de 80 millones de migrantes. Y entre 1970 y el 2000 la población migrante pasó los 175 millones. La mayoría de los migrantes se afinca en los países ricos, revirtiendo el patrón anterior que tenía a los países menos desarrollados como destinatarios de la migración. ¿Qué peruano no tiene hoy un familiar –o al menos un amigo– viviendo en EE.UU.? La migración hacia ese país pasó de 13 a 41 millones entre 1970 y el 2000 y se calcula que existe, por lo menos, siete millones de ilegales. En el mismo período se desplazaron a Europa 33 millones de migrantes. Señalo estas cifras pues en el futuro, por la crisis financiera internacional y el consiguiente declive económico global –a lo que debe sumarse los desplazamientos que ocasionará el cambio climático–, el tema de las migraciones será una de las problemáticas a la que nos enfrentaremos con menos posibilidades de ser felizmente resuelta.

Cabe destacar, para agravar el escenario que nos espera, que el aumento en los precios de los combustibles ha traído aparejado un crecimiento en el precio de los alimentos y que ello ha contribuido a empeorar la situación de los más necesitados en los países pobres y, por tanto, ha reforzado los argumentos sobre los que se apoya la tentación de migrar.

Las cifras de estos aumentos en la alimentación son elocuentes: solo en 2008 los alimentos en general elevaron precios en un 54% y los cereales, en particular, un 92%. El arroz marcó un récord al crecer, entre 2006 y 2008, en un 217%, mientras el trigo lo hacía en un 136%. Para los 2,600 millones de personas que viven con menos de dos dólares diarios, estos incrementos son lo más parecido que existe a un pelotón de fusilamiento. No migrar puede significar la muerte: migrar tiene el acicate de la esperanza y es ella quien suele imponerse en el momento de tomar una determinación.

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