25/11/10: Inmunidad diabética

Por Gerardo Saravia

Publicado en la revista Ideele.

Hace unos días, un vistoso programa dominical emitió un reportaje sobre la temible diabetes. Pasmoso. Si los televidentes ya conocían de esta enfermedad, la información confirmó la peor de sus sospechas y los dejó a puertas del laboratorio. Si el televidente, por el contrario, no conocía mucho, el guión de la aplicada reportera lo dejó sin ganas de endulzar su desayuno.

Quienes conocemos algo de periodismo y mucho de diabetes, pudimos percatarnos de que el reportaje era, cuando menos, incompleto. La pesadilla de la diabetes no se limita a la poca información sino también a los exorbitantes precios de lo que se necesita para el tratamiento. Cosa que el reportaje se cuidó muy bien de no transmitir. No fue difícil reparar que los niños diabéticos que alertaban, en su testimonio, de los peligros de la enfermedad, estaban vestidos, toditos, con un polo blanco que tenía el logo grande del laboratorio que negocia las tiras reactivas que se necesitan para el cuidado del mal. Lección: en el Perú los periodistas no tienen diabetes. El dulce no les empalaga. La mermelada nos la hacen comer con el pan nuestro de cada día.

Lo que debió hacer el programa es aquello que cualquier iniciado sabe: un letrerito que diga “publirreportaje”, o que el conductor diga que iban a propalar un documento producido por el laboratorio tal y así evitar el Roche —perdón, el roche—. ¿Qué tiene que ver esto con el tema que nos convoca? Todo.

Primicia cocherita

En el caso mencionado la paradoja era fácilmente apreciable. Y se expresa en minúscula. Lo mismo ocurre en los temas de política global, en mayúscula pero con tinta invisible. Si uno revisa con detenimiento los noticieros y los periódicos, concluye que debería inventarse el oficio de rotulador para ir imprimiendo en cada noticia a qué orden de intereses obedecen las “noticias”.

Mucho de eso se hizo transparente en las elecciones últimas, en las que una de las vedettes fueron los medios de comunicación. Nuevamente se puso en debate el papel de la prensa, sus límites y limítrofes.

En relación con las elecciones municipales y los medios de comunicación, dos ideas se están dando por sentadas y me parece que, aunque seductoras, en realidad son erróneas. Preste atención, que lo sucedido hace algunos días no es periódico de ayer, sino más bien puede ser la versión microscópica de lo que ocurrirá en el 2011:

—Se ha demostrado que los medios de comunicación no pueden imponer a un candidato. Hicieron lo posible para impedir que Susana gane y por el contrario la gente votó en contra de ellos y a favor de Susana.

—La campaña fue de demolición. Sin embargo, ella se impuso contra viento y marea, a pesar de la oposición de los grandes poderes empresariales y mediáticos.

Son hipótesis verosímiles pero inciertas. Los medios de comunicación influyen, y bastante. ¿Acaso no están para eso? Al menos en una democracia precaria como la nuestra, el comportamiento de la prensa no se agota en dar señales de sus deseos. Pero ¿cuál es el poder de la prensa? Salvo unas pequeñas excepciones, no existen grandes y poderosas empresas periodísticas. La paleta de colores de la mayoría de medios se balancea entre el rojo y el azul. Muchas deudas, muchos pleitos. Poderosos no son. Pero tienen poder, que no es lo mismo. El poder que manifiestan más parece un encargo de grupos, sectores e intereses concretos.

Inclinaciones

Uno de los fenómenos más conocidos es que en las cercanías de una campaña presidencial empiezan a salir periódicos nuevos y respecto de los antiguos se empieza a vocear a quién apoyará cada uno.

No está mal que los periódicos y canales de televisión tengan su candidato. El problema es que, así como en la descripción primera, deberían decirlo sin tapujos y, a la vez, respetar la veracidad de la información. Existen medios que se jactan de liberales y transparentes porque dicen claramente quién no es el candidato de su preferencia y realizan sin empacho campaña en su contra. No pues, eso es liberalismo bamba.

¿Los medios ya no influyen como antes? No. Lo que pasa es que las cosas no son esquemáticas. La voluntad y los intereses de los medios actúan sobre un grupo humano heterogéneo. Los votantes tampoco son movidos a control remoto. Lo que se ha hecho, de manera perversa, es no solo tomar partido (hasta ahí, algo inevitable), sino atacar de manera sistemática y con saña la candidatura de Villarán e intentar torcer la voluntad popular manipulando por un lado la información y escondiendo, por otro lado, otro tipo de información.

¿Por qué el grupo periodístico que ventiló desde el inicio el caso Cataño se olvidó de ello durante toda la etapa de confrontación Villarán-Flores? (A la semana siguiente de terminada la elección, se volvieron a acordar.) Mientras que la absurda e inverosímil coordenada Villarán- extremismo-terrorismo fue pregonada de manera abrumadora por los mismos medios.

(…)

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