07/10/10: Prólogo al reciente libro El Carlín del Hortelano.

Carlín, el poder (y las ganas) de joder
Por Augusto Álvarez Rodrich
Publicado en Diario La República el 6/10/2010.

Siempre que pienso en alguien que realmente pueda ser llamado ‘periodista’, imagino a alguno como Carlín, con la capacidad de describir la jornada de manera certera, inteligente, seductora, sin contemplaciones ni misericordia, caiga quien caiga, con ironía y, como único compromiso, un conjunto de principios fundamentales y de profundo arraigo ético.
Carlos Tovar vuelve a demostrar todo eso en ‘El Carlín del Hortelano’ que constituye, no me cabe la menor duda, el mejor recuento del período 2007-2010 sobre las peripecias, logros y miserias de este elenco prodigioso que cotidianamente escenifica la política peruana y que, gracias a sus ilustraciones, aparece tal como realmente es, desnudo en sus verdaderas intenciones y no camuflado como intenta presentarse ante los ciudadanos con el fin de parecer las personas que no son.
Es una transformación como la que seguramente experimenta el feroz Carlín después de ser el apacible arquitecto Carlos Tovar, a quien conocí una tarde de hace varios años cuando me lo quise ‘jalar’ de La República a Perú.21, algo que felizmente no logré pues, debido a mi gestión infructuosa, ahora tengo la satisfacción enorme de compartir las páginas del mismo diario que generosamente nos aloja a ambos cada día.
Los políticos peruanos no son como ellos dicen que son sino como Carlín los muestra, pues cada una de sus ilustraciones capta la esencia de su alma, de sus motivaciones y de la situación que protagonizan cada día.
Carlín logra, como debe hacerlo un periodista, capturar esas impresiones en los políticos del gobierno, empezando, ciertamente, por nuestro gran Zelig que es Alan García pero, también, en los políticos de la (supuesta) oposición, incluidos Keiko Fujimori, Ollanta Humala, Lourdes Flores o Luis Castañeda, entre muchos otros.
Con todos ellos, Carlín exhibe unas ganas invictas de joder y ahí reside, precisamente, la base de su poder para hacer del periodismo un ejercicio de ponerse en los zapatos del ciudadano para describir a los políticos tal como la gente los ve.
Cada ilustración de Carlín logra hacernos, primero, reír –lo cual es indispensable en la caricatura de cualquier índole pero, principalmente, en la política– y, luego, pensar, algo fundamental en el periodismo de cualquier índole pero, principalmente, en el de corte político. Gracias a lo certero de sus dibujos, cada uno de ellos es una bala de plata con la que ‘liquida’, en poco espacio, el comentario que a otros nos cuesta un esfuerzo enorme para apenas merodear el asunto que queremos explicar.
Por ello, debo confesar en este prólogo mi (no muy sana) envidia por Carlín pero, antes que eso, mi agradecimiento entusiasta y sincero por permitirme a mí y a sus miles de lectores empezar cada día con una sonrisa –que con frecuencia es carcajada– que constituye una venganza cotidiana frente a los políticos que él pinta como realmente son.

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