Hallando el camino de la fe – La ultima tentación de Cristo (1980)

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La última tentación de Cristo, catatónica alegoría de la fe, sobrecogedor homenaje al Mesías mitad Dios-mitad humano, y acto expiatorio de Martin Scorsese, es probablemente la mejor película que se ha hecho sobre los evangelios y la religión cristiana en general. Quizás, si nos ponemos rigurosos, se trata de una de las piezas más memorables y atrevidas sobre la espiritualidad en Occidente. Aun así, y reconociendo su universalidad, este sigue siendo un film profundamente cristiano, católico, pero, lejos de caer en la propaganda grandilocuente del cine religioso, elabora una suerte de introspección emotiva y conflictiva, inspeccionando el misterio de la fe y la figura que mejor lo encarna. Para el creyente tradicionalista esta es una pieza sacrílega que, aun así, fuerza una conversación de la que él no quejarse. Para el ateo/agnóstico, el film funciona como una suerte de experimento mental en defensa de una moral diferente (más humana), que cuestiona distintos presupuestos sobre lo sagrado. Para el crítico de cine religioso y progresista, el film es una suerte de reto: darle sentido es confrontar sus propias creencias; legitimar su propuesta es reconocer que, a la larga, este Cristo es más convincente de lo que parece. Aquí, entonces, para motivar la confrontación, se detallan algunas reflexiones del film, que, como cualquier parábola de fe, no pierde ningún tipo de vigencia a pesar del tiempo transcurrido.

Todo parte de un oxímoron: un Cristo que no quiere serlo. Un Mesías que se resiste ante el peso evidente de la fe. Un pecador, despreciado por los suyos, alejado de la tradición, pero con una inmensa fe y una inagotable disposición a la redención. Un Cristo mucho más humano, no tanto por sus pecados e incertidumbre, sino por la capacidad de redimirse bajo su propio libre albedrío: nada más humano que eso. Aun así, el Cristo del film no se construye en oposición al Cristo de los evangelios. Hay más similitudes de lo que parece. Cristo tuvo miedo antes de ser crucificado. Cristo se burló de los fariseos para defender a una mujer adúltera. Cristo entró con vehemencia a expulsar a los mercaderes del templo. Cristo se hizo humano, en el acto más esperanzador (aunque también más temido) de todos. Un Cristo pecador que, sin embargo, nos salvó a todos: ¿no es el acto de amor más grande de Dios?

La historia se narra a partir de la voz interna de Cristo, voz en permanente conflicto, que reconoce sus limitaciones, sus pecados y su temor. El film prefiere un enfoque introspectivo, que hace y deshace las creencias y convicciones del protagonista, que perfora las barreras de un Cristo místico y que, por tanto, lo hace un sujeto tangible, capaz de amar, llorar y sufrir. El Cristo que interpreta Wilhelm Defoe vive en permanente duda y culpa, como cualquiera que sigue el camino de la fe. Ya la hermana Alosyous, protagonista de la implacable La duda (2008) reconocía la difícil elección de seguir el camino religioso y dedicarse a la prédica. La pregunta se mantiene alrededor de todo el metraje: ¿por qué optar por un Cristo distante, alegórico, incapaz de sentir la culpa de su pasado y la duda de su presente? Parece una decisión del poder más que una genuina convicción. El film decide contestar a esta presunción, no con violencia, sino con humilde contraste. Resulta creíble.

No es coincidencia que el film sea un producto colectivo entre Paul Schrader y Martin Scorsese. Criados bajo estrictos valores religiosos, al borde del colapso y la adicción por años, este film representa el camino de un pecador que busca renovar su vínculo divino. El Cristo de ambos no se aleja tanto de su Travis Bickle o del reverendo Toller de Schrader, en la medida en que todos ellos asumen el camino más tortuoso, el de seguir sus convicciones y sacrificarse materialmente por ellas, quizás, como forma de liberar su espíritu. La diferencia notable (además de que Bickle no es para nada un santo) es que Cristo, una vez enfrentado al caos, no prioriza sus impulsos egoístas, sino que se sacrifica por el otro (por todos, en realidad). Es un mensaje un poco más esperanzador, quizás la prueba de que tanto director como guionista retornaron a la religión -entre otras cosas- en busca de consuelo.

Muchas cosas en el film se centran en las transformaciones del cuerpo, en los efectos de la fe en la carne, flesh, como ilustra bien su versión en inglés. El film detalla distintas pulsiones frente a la fe: la fe viene como un dolor que carcome las entrañas de Cristo, como pesadillas en la noche, como confrontación al deseo carnal, como éxtasis en la cruz. La narración de Schrader y la cámara de Scorsese van en tándem y generan el mismo efecto: que la audiencia reproduzca la transformación carnal de Cristo, quizás emulado la transfiguración de la hostia en carne, resaltando, una vez, que la fe cristiana está sumadamente vinculada al cuerpo, un cuerpo dócil frente a la salvación, pero un cuerpo, al fin y al cabo: ceder ante sus pulsiones y estímulos no evita que este Cristo complete su misión.

Vale la pena notar el contraste con Judas: aquí, Judas no es malvado. Nadie lo es. El relato tradicional de la Iglesia es evidentemente dicotómico: Judas es la corrupción y Cristo, la pureza. Aquí Judas parece incluso un “mejor ciudadano”, preocupado por la pobreza de su pueblo y decidido a sacrificarse por su maestro. Quizás el mensaje es que Dios no escoge a los mejores, sino a los que escoge. Eso reforzaría, por supuesto, la idea de redención que sugiere el film. Quizás haya una moraleja con la dicotomía político/espiritual: las preocupaciones de Judas son demasiado terrenales y quizás eso impide que sea el Mesías. Este Judas, por supuesto, ofrece un debate interesante, que el film no resuelve: ¿Qué debe liberarse primero, el espíritu o la carne? Cristo parece liberar ambos a la vez.

Pensemos en la puesta en escena, casi mínima. En muchas escenas, los decorados se limitan, son minimalistas. En las escenas en el desierto, que narran las tentaciones de Cristo, apenas si hay una concisa simbología: un círculo sobre la arena, una llamarada en el medio. Muchas escenas se filman a partir de claroscuros; la sombra vence a la luz. Es evidente que la propuesta de Scorsese opta por un ascetismo estético, que evita la grandilocuencia de anteriores narraciones bíblicas en el cine y que prioriza el valor del relato, que se acerca más a la introspección espiritual presente en los evangelios: basta leer un pasaje de Marcos para notar que el lenguaje de la fe, aún rico en simbolismos y bello en su composición, destaca por su evidente simpleza, no se deja llevar por excesos de estilo.

Se presenta un Cristo que transiciona de un mensaje a otro, fases que son objetos: el amor, la espada y el fuego. Por un lado, el film parece delinear el conflictivo camino de un creyente y el desvarío de su fe: primero cree idílicamente, se acerca al amor puro como forma de salvación; cuando se encuentra con el mal, elige la espada y la confrontación, se decepciona del mundo; asumiendo los límites de la espada, finalmente el creyente busca la consagración buscando la vida eterna. Por otro lado, puede que el film busque identificar, a partir de su Cristo, las influencias de las iglesias modernas: es evidente que, en una figura como Cristo, puede hallarse inspiración suficiente para fundar tanto Iglesias del amor como fundar iglesias de la espada. Uno decide cual le va mejor.

A pesar de la evidente parsimonia con la que se filma (el letargo en el film y la paciencia de los personajes someten a la audiencia a un sopor que emula un estado de trance), este es un viaje que se siente corto, sobre todo para cuando Cristo camina en la cruz. Mucho tiempo en el film se dedica a explorar lo que Cristo siente y cuestiona, sus tormentos, y muy poco tiempo a sus milagros o parábolas. Quizás se trata de una apuesta de originalidad: ¿por qué debería contarse lo que siempre se ha contado? Quizás se trate de alegoría más importante de todas: hacerse humano (y humano en la fe) implica, dentro de todo, confrontarse a sí mismo, sacrificarse por uno y por el otro, hallar la fe en lo prohibido.

Puntuación: 5 / Votos: 2

Acerca del autor

Anselmi

1 Comentario

David

La última tentación de Cristo es una obra maestra que me dejó en constante reflexión. Este retrato audaz y humanizado de Cristo desafía las concepciones tradicionales y despierta emociones profundas. Aunque controversial, aprecié su exploración valiente de la fe y la duda. Resuena en mí mucho después de haberla visto, invitándome a considerar las contradicciones inherentes de la condición humana. Sin duda, una película que estimula el debate y que no deja a nadie indiferente.

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