Searching for Sugar Man no es la historia de un hombre y su tiempo. La odisea de sus protagonistas –una pesquisa transnacional, entre EEUU y Sudáfrica, para dar con el paradero de una antigua estrella de rock– dice muy poco sobre el contexto de represión y violencia en el que esta se sitúa (la pobreza y violencia racial en ambos países, la crisis capitalista y el Apartheid). El film, hay que reconocerlo. jamás se propone resolver dicha cuestión. Por el contrario, el documental de Malik Bendjelloul, sorpresivo Premio Oscar dado su empaque minimalista, se interesa por asuntos, digamos, más rock: el hombre y la leyenda, la persistencia del lenguaje musical y la trascendencia de la canción protesta, la necesidad de conservar a nuestros ídolos y, en ocasiones, de desmontarlos y traerlos de vuelta a la realidad. La historia de Sixto Rodríguez, el cantautor nacido en Detroit, voz de la clase obrera e ícono perdido de los años 70, funciona bien tanto como alegoría que como manifiesto: alegoría del desacato inherente y la oda a la impotencia que producen el blues y el rock, y manifiesto de su permanencia (y urgencia) en tiempos modernos.
La película abre con una pregunta bastante sugestiva. ¿Qué hizo que un cantante de blues rock estadounidense, un trabajador blue collar de origen Chicano sin mucho renombre en su tierra natal, se volviese una figura de fama internacional en la muy reprimida Sudáfrica de los 80? ¿Por qué los jóvenes sudafricanos recurrieron a los álbumes de Sixto Rodríguez en respuesta al enjambre político de corrupción, censura y violencia en su país? ¿Quién es Sixto Rodríguez y qué ha sido de su voz? Searching for Sugar Man no quiere complicar a la audiencia. La historia es lineal, muy fácil de seguir, apropiándose de un estilo de narración muy cercano al serial periodístico o al misterio de Hollywood, retratando la búsqueda de Rodríguez y la intensidad de su impacto en la cultura popular sudafricana. Al inicio, el dueño de una tienda de récords y un periodista musical cruzan caminos bajo el mismo incentivo: hallar el paradero de su cantautor favorito. La primera parte del film no los presenta: expone sus anhelos individuales, su complicada relación con la música ajena en un contexto de una identidad nacional fragmentada, la pasión por descubrir música que hoy desaparece en el olvido. Recién para el segundo acto una serie de circunstancias fortuitas los llevarán hasta Detroit, herida por la violencia y la pobreza, para dar con el paradero de su ícono.
Se me hace que Searching for Sugar Man apuesta por un tipo de narrativa simple e inspiradora, ciertamente íntima en relación al producto creativo y al acto de crearlo, una historia valiosa y reconfortante que reconoce la capacidad del rock para hacerse relevante en tiempos modernos. Es el tipo de película que uno necesita de vez en cuando: una historia sucinta y honesta, filmada en el formato clásico de los tres actos, y con respeto por la audiencia. Una película que, dada su limitación presupuestal y sobria puesta en escena, parece rodada sobre la marcha, una que se torna película empática y moderada con sus intenciones, con escenas filmadas con la cámara de IPhone, filmadas en los hogares de los protagonistas y sin depender de decorados, apostando por la intimidad y la confianza por encima del espectáculo, en un efecto muy parecido al de las canciones de Rodríguez.
Me gusta que el film no dedique tanto tiempo a interpretar o cuestionar las canciones de su protagonista, y que los protagonistas, fanáticos entusiasmados, no hablen de ellas tanto como podrían. El cine, incluso el de no ficción, al igual que la música, debe preocuparse más por sugerir y sugestionar que por examinar y proponer; este no es el formato adecuado para hacerlo y es el error fundamental de numerosos documentales desesperados por probar su punto. Las canciones de Rodríguez, envueltas por una cálida conjunción de blues, folk, rock ácido y algo de Americana, se defienden bien por su cuenta y no necesitan mayor presentación. El estilo de Rodríguez, una poética realista y confesional, casi siempre escrita en primera persona y con numerosas referencias a Detroit y sus contradicciones, se torna el hilo conductor de la historia. El montaje interpone la voz de Rodríguez con escenas de Detroit y Pretoria, en un esfuerzo por contraponer y conjugar las luchas sociales, muchas veces peleadas por la clase obrera, de dos puntos que se parecen más de lo uno creería.
Es la música chicana, de una identidad en permanente conflicto, en la indeterminación y la ambigüedad, en la que el protagonista confiesa que no conoce bien su lugar en el mundo. Es el lamento y el testimonio resiliente de la clase obrera, la ficcionalización del sufrimiento proletario y la permanente angustia ante el desprecio y crueldad del sistema. Me despidieron dos semanas antes de Navidad, confiesa Rodríguez en Cause, quizás su mejor canción, y, por lo que sabemos en el film, eso mismo le sucedió a Sixto en la vida real: su acuerdo con la disquera se acabó semanas antes de navidad. Rodríguez escribe desde lo que conoce: desde la ciudad solitaria e imponente, la ciudad de muchos sueños destruidos, pero que te obliga a soñar permanentemente. Esa misma desesperación urbana se concibe en Crucify Your Mind, narrada en segunda persona, y que conjuga la imagen religiosa con la perversión de la vida moderna, otro efecto de la identidad fragmentada (y de origen latina) de su autor.
Rodríguez, obrero multiusos antes y después de hacerse música, encarna con autoridad la voz de la calle. En Sugar Man, la canción que da nombre al film, el Rodríguez de la ficción le canta al misterioso hombre del azúcar, rogándolo por alguna suerte de escape ante el mundo que le rodea. No es una referencia particularmente sutil: el Rodríguez de la calle pide algo de azúcar (cocaína o heroína, según a quién le preguntes), si no algo de Mary Jane, ya que está cansado de este lugar, tired of these scenes. Más adelante, Rodríguez intenta que el Sugar Man en cuestión le ofrezca una moneda, a ver si así puede traer de vuelta todos los colores a sus sueños, lo que funge como un pedido inútil, pero necesario.
Para la segunda mitad del film, la imagen fantasmagórica de Rodríguez se torna mucho más real y lastimera, y el film vira sorprendentemente a una narrativa diferente, abandonando el misterio en favor de la confesión del protagonista. ¿Qué ha sido de la vida de Rodríguez una vez que dejó la música? La entrevista con el cantautor, eso sí, no revela nada particularmente nuevo. Su valor está en su propia presencia: desmontar la visión idealizada del ícono y confrontarlo frente a los efectos de tal idealización. En una escena bastante memorable, Rodríguez escucha las formas en que supuestamente ha muerto, los rumores sobre su heroico martirio que suelen contarse en Sudáfrica, desde la inmolación hasta el escenario hasta la crueldad de la represión. Sixto se ríe, y sigue adelante. No parece tener tanto interés en las ficciones que se cuentan sobre su propia vida y menos sobre su muerte.
Pensemos en la canción con la que abre Rodríguez el concierto una vez que vuelve a Sudáfrica. I Wonder. Me pregunto cuántas veces tuviste sexo y con quien lo tendrás luego. Una canción sexy, peleada con las normas de etiqueta y el buen gusto, una canción que abre con un plácido hook del bajo, que sugiere alguna suerte de grito de libertad. Sixto la canta frente a decenas de miles de fanáticos sudafricanos, quienes hacía muy poco creían en la muerte del artista a quien ahora tienen al frente. Una vez más, la puesta en escena del film permite que nos acerquemos a la experiencia de Rodríguez y su familia con cierto sentido de familiaridad. El film recurre una vez más al mito, esta vez, al mito de la consagración del artista: un cantautor que se reapropia de su voz y de su fama, separadas de sí mismo por las limitaciones de la industria musical y los efectos de la censura política. Es lo más cercano que el mundo del rock and roll tiene como un posible final feliz.
Sixto Rodríguez, una suerte de Dylan chicano, con el realismo sucio de un poeta de los 60 y la apariencia de un baladista latinoamericano, no encaja fácilmente en ninguna categoría. Fallecido en 2023 a los 81 años, luego de haberse muerto tantas veces según el imaginario popular, Rodríguez se resiste al castigo del olvido gracias a la mirada empática del celuloide. Parece, pues, que la búsqueda del Sugar Man debe seguir por siempre.
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