Barbarian es un film de fondo por sobre forma. Sé que esta es una definición algo trillada, inclusive cliché, pero es precisa para entender el extrañísimo proyecto de horror que concibe y ejecuta Zach Cregger. Barbarian es más fondo que forma en tanto que la historia es violentamente manipulada para que el experimento visual de Cregger funcione, distorsionada para que cada parte del mosaico estilístico termine encajando en el montaje final. A modo de tríptico, Cregger ofrece tres versiones distintas de narrar, y pocos esfuerzos de hilarlas en un todo coherente. Contra todo pronóstico, parece que la apuesta le sale bien. Quizás, en el fondo, es porque Cregger no intenta convencernos de algún fin ulterior para su película, ninguna lección moral o comentario político. Barbarian termina de forma tan disruptiva como inicia, y sin poco más que unas jugarretas visuales de por medio. Y no se necesita más.
El experimento de Cregger es interesante porque conjuga la narración escrita con el lenguaje audiovisual. Al principio parece no ser relevante, pero, para el tercer acto, nos queda claro el esquema del realizador. Cada sección tiene un propósito distinto y un conjunto más o menos estricto de principios y reglas con la forma en que filma a los personajes. Cada uno podría ser un cuento inteligente en una antología de historias cortas, un ejercicio de ensayo y error en la creación de momentum y suspense, jugar con los enfoques de narración. Todas, a su manera, son historias de terror. En teoría, todas expresan la misma angustia ante el abuso de hombres hacia mujeres, la expresión violenta ante los casos de imposición patriarcal y un sistema que silencia a las víctimas. Pero claro, eso podría ser una lectura bastante caritativa con la propuesta conceptual de Cregger, y podría ser solo una excusa nuestra. Sería mejor, entonces, que cada sección hable por sí misma.
La primera sección sigue una estrategia de horror circunstancial. Es la historia de una mujer que se encuentra en el lugar equivocado y bajo circunstancias muy calculadas, construidas para el suspense. Cregger se aprovecha de la evidente manipulación de su puesta en escena. Coincidentemente la protagonista ve que el Airbnb que alquiló ha sido ocupado por un hombre solo, sospechosamente interesado en que pase la noche allí, y ella accede, ignorando el peligro. Cada detalle nos convence de que ella debería irse, pero ni modo. Cregger utiliza la tensión del subtexto, y los contrapone a los clichés clásicos de las películas de horror: las muy convenientes coincidencias en la historia, los personajes que sugieren un peligro inminente, la sensación de que la protagonista oculta más de un secreto que recién desvelaremos en el clímax.
No sé si estos juegos buscan que el espectador desconfíe de la protagonista o si se trata de enriquecer la narrativa, que, si se llevará al papel, seguramente estaría en tercera persona y narrada con un lenguaje críptico. Así, la audiencia tendría que develar lo que sea que está pasando por la cabeza de estos dos personajes, metidos en un juego de gato y ratón. El contraste con las secciones que vienen (que podrían narrarse desde la primera persona o una suerte de prosa irónica) es evidente, y creo que es por eso que Cregger la elige como la sección principal, la que ocupa más tiempo y la que termina cerrando la historia. Diría que la protagonista parece algo acartonada, suerte de plot device para que la historia siga adelante. Pero Barbarian no quiere que nos involucremos con ella y, por tanto, soñaremos su simpleza.
La segunda sección es la más interesante. Funciona como una suerte farsa muy actual que narra las peripecias de un actor que ha caído en desgracia luego de haber sido acusado (y con justa razón) de acoso sexual. Irónicamente, AJ, el actor en cuestión, interpretado con bastante astucia por Justin Long, se gana nuestra simpatía como otros tantos antihéroes: la extraña mezcla entre absoluto carisma y constante estupidez. La farsa moral se filma con el mismo estilo que una película de los hermanos Coen, con un tono bastante jovial y despreocupado, con pequeños absurdos a lo largo del camino, y bajo el punto de personaje despreciable, pero encantador, lo que aumenta la contradicción y el absurdo. No tenemos ni idea de cómo está historia podrá vincularse con la primera y si queremos que lo haga. Claro que la ironía principal es que AJ probablemente quedaría libre si es que no se enfrentará a los horrores de la primera historia. Y eso sí da miedo.
La tercera sección es totalmente bizarra. La historia corta violentamente al pasado: los años 80. Se filma con un ratio mucho más estrecho, que alarga verticalmente las imágenes como si fueran icónos pictóricos. Es la historia de un personaje siniestro, un pedófilo obsesionado con una serie de perturbadores rituales que lleva a cabo en su cobertizo, un personaje que parece más salido de X (2021) de Ti West que de este film. Una vez, el giro de guión es violento, y también el cambio de estilo, como si Cregger quisiera distraernos de la crudeza de su historia a partir de un estilo disonante e innovador. Aun así, el ejercicio funciona, más que nada porque, a partir de un giro tan intenso, Cregger quiere que sigamos prestando atención a la primera (y ahora también segunda) historia, pero no nos podemos despegar de la tercera. Y allí el asunto: eso se llama manipulación, y Cregger es bastante honesto al respecto.
La tercera sección quizás peca de ser algo corta, sobre todo con lo que viene después. Cregger abandona cualquier atisbo de sutileza de las historias anteriores y vuelve con todas las emociones posibles. No es cosa sencilla: la violencia del clímax puede dejar a más de un espectador en estado de confusión y repele. De pronto un entre monstruoso toma el protagonismo de forma insospechada y el film abraza un delirio inconcebible, que solo avanza en hipérbole. No sé si es una tendencia o no, pero ya son muchas las películas de horror arthouse que priorizan la violencia frontal y hasta gore, como una suerte de efectiva dialéctica del horror, que contrapone la belleza de composiciones muy logradas con la creciente explotación de la carne. Como X (2022) Pearl (2022), Get Out (2017), Midsommar (2019) y demás, la violencia de Barbarian llega al extremo concebible, y casi siempre desde la constante autoparodia, otra tendencia común en el horror posmoderno.
Sea como sea, y con todos los litros de sangre al final, Barbarian sigue con la tendencia del horror inteligente, el enfoque transgresor desde la narrativa y una suerte de pasión por contar, el narrar por narrar antes de valorar lo que se narra. Tiene a su favor esa común aproximación a los horrores de los suburbios, esa “angustia del cobertizo “y la constante perversión en la apacible casita de vecindario, mejor testimonio de la contradicción de la vida americana y su sistema moral. O puede que no, y solo le gusta el morbo. Pues, sí es así, mejor que se filme como lo hace Cregger. Tan solo que, a la siguiente, nos avise antes de cambiar de registro por enésima vez.
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