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PAPAS FRITAS

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PAPAS  FRITAS

Carlos Velaochaga

La papa es el alimento básico del mundo andino y gracias al cual su abundancia ha servido para calmar el hambre del mundo cuando hubo escasez en Europa. De lo que no tenemos consciencia plena es de la inmensa variedad de nuestro tubérculo que supera las tres mil especies porque lo que para nosotros es normal escoger, para los europeos la papa es blanca y casi no se cultiva ninguna otra y es allá donde se ha convertido en frita.

Es verdad que se trata del alimento básico, equivalente al arroz  en Asia, de tal modo que es un llenador de barriga y no se sirve sino como acompañante de otros alimentos. Pero hay razones para afirmar que la papa frita no es peruana: tradicionalmente no había en qué freírla, queremos decir que el uso tan normal que hacemos de aceite, no podía ser usado en época incaica pues lo único disponible habría sido grasa de llama y de ese animal nos servíamos para otros propósitos. En otra palabras, el aceite es una introducción española en la cocina peruana.

Lo mismo resulta de popular chancho. Es importado, así que la manteca tampoco es oriunda de estas tierras y esperamos que esto sirva para entender las razones que sostienen que las papas fritas son un invento de Bélgica cuando recordamos que la papa no era consumida en Europa hasta hace doscientos años y resaltar que la tortilla de patatas tan popular en España no lo es entre nosotros. Claro, los huevos tampoco eran comunes en tiempos prehispánicos.

De este modo, quisiéramos reconocer que nuestra gastronomía, que se está volviendo cada vez más popular, es un excelente ejemplo de cuan mestiza es y tratar de investigar cómo era la alimentación antes de la invasión.

ANONIMATO

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ANONIMATO

Carlos Velaochaga

Aunque suele conocerse el nombre del autor o, al menos, es lo moderno, debemos recordar que las obras de arte no tienen un autor definido, al menos, tradicionalmente. Para apoyar esta tesis necesitamos recordar que aún es más tradicional que un artista desconozca o, en algunos casos, prefiera ignorarlo o tener la modestia de no desear hacerlo público.

Estas observaciones se derivan de un artículo llamado ¿Para qué exhibir obras de arte? Del gran conocedor de las artes Ananda  Kumaraswami en el que sostiene que los artistas dependen de la inspiración y pintan o esculpen sin tener en cuenta aquello que al final será el producto de las habilidades del creador. Y es verdad, porque entrevistar a cualquier artista, este admitirá que nunca planificó lo que, tal vez, podamos apreciar ahora, porque la idea le vino de los profundos rincones de su mente a lo que no se atrevería ponerle un nombre.

Por estas razones, aunque parezca muy natural firmar un cuadro de su autoría, los artistas saben que son deudores de algún espíritu, hada, ninfa o divinidad y no saber cómo ni porqué ha decidido ofrecernos el producto de sus cavilaciones. Lo mismo ocurre con el escritor quien nunca sabrá aquello sobre lo cual va a escribir y es la razón por la que a veces encontramos una dedicación o agradecimiento en las primeras páginas.

De esta manera, el artista solo se reconoce como vehículo de un mensaje y es por eso que decide hacerlo público pero ocultará, incluso a sí mismo, como autor y apenas se siente convocado a ufanarse de ser autor. Tradicionalmente, esto es más aplicable a textos de origen religioso y no hace falta sostener o creer que este o aquel salmo o proverbio sería atribuible a Jonás o Isaias o encontrar autoría a los Vedas de India hasta incluso poder dudar que existieron  autores de ese excelso mensaje en el sentido moderno de autoría propia. Por eso es más común reconocerlos como mensajes divinos y es por eso que concluimos que siempre será más importante conocer la obra o el texto y su mensaje en vez de concentrarnos en querer saber quién fue el mensajero.