Es evidente que la llegada de los españoles estuvo teñida de su lucha, allá en la península ibérica, contra la religión de los moros (el Islam) y contra el judaísmo. Al venir a América sintieron que debían continuar con la propagación de su propia fe, sin reparar que las religiones con la que se encontraron aquí eran de una naturaleza bastante diferente. No creo que sea una exageración que las religiones de América tienen más similitudes con las religiones de Asia en la medida en que el monoteísmo de las religiones del Mediterráneo no resultaba coherente para sociedades que respetan tanto al Dios del Cielo como a la Diosa de la Tierra. A todo esto se puede sumar todos los fenómenos naturales que nos problematizan por el hecho simple de usar la palabra dios tanto en singular como en plural. Entonces, tenemos dioses de la lluvia, del mar, del viento, del rayo, etc.
Lo que más llama la atención es la extensión de las creencias religiosas previas a la llegada de los invasores. Destaca la crónica de Cristóbal de Albornoz por las similitudes en lo que se refiere a wakas por todo el norte del Perú, tanto en la costa, incluso islas, como en la sierra, incluyendo Tarma, Huánuco, Conchucos, Chachapoyas, Cajamarca, Cañaris y Quito y al repasar esa lista de centro de adoración, encontramos que todos tienen características similares. O son grandes peñones o son cerros. Con esto podemos concluir que había una religión uniforme a lo largo y ancho del Tawantinsuyu y esto nos permite hablar de un territorio sagrado y ya no solamente de una ciudad sagrada: Cusco. Ni siquiera los romanos pudieron imponer su religión durante 600 de imperio (y al contrario, absorbieron la egipcia, la asiria y la persa) y les tomaría 700 años introducir el cristianismo en Europa entre los pueblos llamados bárbaros luego de la caída del imperio de occidente (año 476 DC). Sigue leyendo