Un hombre del pueblo emergió entonces de entre la muchedumbre y ,abalanzándose sobre el alcalde Parga, le dijo muy emocionado, pero con energía:
-¡Señor alcalde! ¡señor alcalde! El pueblo quiere ver en qué queda todo esto, y pide…
Los gendarmes lo agarraron por los brazos y le taparon la boca para impedirle que continue hablando. Pero el viejo y astuto alcalde de Colca ordenó que le dejasen hablar.
-¡El pueblo, señor, pide que se haga justicia!
-¡Sí!… ¡Sí!… ¡Sí!… -coreó la multitud-. ¡Justicia! ¡Justicia contra los que les han pegado! ¡Justicia contra los asesinos!
El alcalde palicedió.
-¿Quién es usted?- se agachó a preguntar el audaz que así le habló-. ¡Pase usted! ¡PAse usted al despacho! Entre usted y ya habamos.
El hombre del pueblo penetró al despacho subprefectural. Pero para hacer valer los decrechos ciudadanos, ¿quién era este hombre de audacia extraodinaria? La acción popular ante las autoridades no era fenómeno frecuente en Colca. El subprefecto, el alcalde, el juez, el médico, el cura, los gendarmes, gozaban de una libertad sin límites en el ejercicio de sus funciones. Ni vindicta pública ni control socail se practicaba nunca en COlca respecto de esos funcionarios. Más todavía . El más abominable abuso de la autoridad, no despertaba en el pueblo sino un oscuro, vago y difuso malestar sentimental. La impunidad era en la historia de los delitos administrativos y comunales cosa tradicional y corriente en la provincia. PEro he aquí que ahora acurríoa algo nuevo y jampas visto. El caso de Yepés y Conchucos sacudió violentamente a la masa popular, y un hombre salido de ésta se atrevía a levantar la voz, pidiendo justicia y desafiando la ira y la venganza de las autoridades. ¿Quién era, pues, ese hombre?
Era Servando Huanca, el herrero. Nacido en las montañas del NOrte, a orillas el Marañón, vivía en COlca desde ha ce unos dos añossolamente. Una singular existencia llevaba. Ni mujer ni parientes. Ni diversiones ni muchos amigos. Solitario mas bien, se encerraba todo el tiempo en torno a su forja, cocinandose él mismo. Era un tipo de indio puro: salientes pómulos, cobrizo, ojos peuqños , hundidos y brillantes, pelo lacio u negro, talla mediana y una expreción recogida y taciturna.
[poll id=”403″]
Tenía unos treinta años. Fue uno de los primeros entre los curiosos que habían rodeado a los gendarmes y a los yanaconas. Fue el primero asimismo que gritó a favor de estos últims ante la Subprefectura. Los demás habían tenido miedo de intervenir contra ese abuso. Servando Huanca los alentó, haciéndose él guía y animador del movimiento. Otras veces ya, cuando vivió en el valle azucarero de Chicama, trabajamdo como mecánico, fue testigo y actor de parecidas jornadas del peublo contra los crímenes de los mandones. Estos antecedentes y una dura como obrero, había recogido en los diversos centros industriales por los que, para ganarse la vida, hubo pasado, encendieron en él un dolor y una cólera crecientes contra la injusticia de los hombres.