«Slumdog Millionaire» ofende a la India

«Slumdog Millionaire» ofende a la India
Por: JAIME LEÓN

NUEVA DELHI Viernes, 13-02-09

«Slumdog Millionaire», la última película de Danny Boyle rodada en la India es: A) Una brillante historia de picaresca, amor y esperanza que retrata «las ganas de vivir de los habitantes de Bombay»; B) «Pornografía de la pobreza para el deleite de los occidentales»; Y C) Un filme comercial, efectista, sin sustancia.
Las dickensianas peripecias de Jamal Malik, un huérfano pobre de Dharavi, el mayor barrio de chabolas de la India, desde su infancia hasta su participación en el concurso televisivo «¿Quién quiere ser millonario?» se han convertido en el fenómeno cinematográfico de la temporada, en Estados Unidos y Gran Bretaña. Tras arrasar en los Globos de Oro y los Bafta, el filme, que hoy se estrena en España, aspira a diez Oscar de Hollywood, entre ellos Mejor Película y Mejor Director. De momento crítica y espectadores eligen la respuesta A en Occidente.
Sin embargo, en la India la respuesta predominante ha sido la B, con una gran controversia, que va desde las críticas más duras hasta las teorías conspirativas, pasando por las acusaciones de «arrogancia racial».
Pornografía de la pobreza. Visión occidental que persiste en la idea de un país pobre y subdesarrollado. Caricatura de la India. Insulto a los habitantes de las barriadas al calificarlos como perros. Ésta ha sido la mayoritaria acogida al filme de Boyle, quien en su defensa ha recalcado que su intención era «retratar las ganas de vivir de los habitantes de Bombay».
En Bihar, uno de los estados más pobres de la India, un cine fue atacado por proyectar «Slumdog Millionaire». En Bombay, escenario de las aventuras de Jamal, cientos de personas se manifestaron con pancartas en las que se leía «Abajo Boyle» y «Somos seres humanos, no perros», en referencia al título del filme.
El director del semanario «Sunday Indian», Arindam Chaudhuri, adquirió espacio publicitario en el principal periódico en inglés del país, «The Times of India», para colocar anuncios contra la cinta. Chaudhuri y el ejercito de críticos olvidan que la película esta basada en la novela «¿Quieres ser millonario?» del diplomático indio Vikas Swarup. Y sobre todo obvian la dura realidad de gran parte de la población india.
La India acoge a un tercio de los pobres del mundo. El 80% de su población vive con menos de 2,5 dólares diarios, un 40% con menos de 1,25 dólares y ese mismo 40% no sabe leer ni escribir. La mitad de los 19 millones de habitantes de Bombay viven en chabolas, en un 6% del suelo de la ciudad.
Dharavi, el barrio de chabolas de Bombay de la que procede Jamal, acoge cerca de un millón de personas en apenas 2,5 kilómetros cuadrados, una «pequeña India». Sus habitantes viven principalmente del reciclado, del encurtido de pieles y de la fabricación de utensilios de barro.
Rohan, comerciante de 52 años, acaba de ver «Slumdog Millionaire», en uno de los suntuosos multicines de Nueva Delhi. Elige la respuesta A. «La película me ha gustado, lo que cuenta es parte de la India, aquí hay muchos pobres. Mira a tu alrededor».

Fuente: http://www.abc.es/20090213/espectaculos-cine/slumdog-millionaire-ofende-india-20090213.html Leer más

FERNANDEZ RETAMAR, EL CRITICO. Una aproximación a la obra crítica de Roberto Fernández Retamar

FERNANDEZ RETAMAR, EL CRITICO. Una aproximación a la obra crítica de Roberto Fernández Retamar

Por: Richard A. Leonardo Loayza

Universidad Nacional Federico Villarreal
Universidad de San Martín de Porres

Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero
el tronco ha de ser de nuestras repúblicas.
José Martí.

Fernández Retamar

El trabajo crítico realizado por Roberto Fernández Retamar es un continuo y reiterado compromiso con la cultura y la literatura latinoamericana. No sólo desde la creación poética sino también desde la crítica, siempre el tema fundamental sobre el que gira sus reflexiones ha sido y es Latinoamérica. Quizás haya mucho de polémica en el ejercicio de su labor, pero lo cierto es que éste se constituye como un aporte fundamental que ha abierto múltiples caminos por donde pueden transitar aquellos que, de alguna u otra manera, están inmersos en esa búsqueda impostergable de una Latinoamérica que pueda leerse y expresarse por sí misma.
A pesar que ha pasado mucho tiempo desde que Retamar alzara su voz, creo que sus reclamos se hacen actuales y que mucho de lo que dijo y dice es necesario y pertinente hoy más que nunca cuando el fantasma de la globalización (¿debo decir occidentalización?) está rondando nuestra casa y todo hace prever que nos arrasará sin ninguna clase de contemplación. En estas breves líneas me propongo hacer una aproximación a la obra crítica de este importante intelectual cubano. Y, en especial, a lo referente a la postura suya de buscar una teoría literaria latinoamericana auténtica y propia.

Urgencia de una teoría literaria latinoamericana: tras la búsqueda del unicornio.

Debemos empezar diciendo que el trabajo crítico de Fernández Retamar fue parte fundamental de un sector de la crítica Latinoamericana que rechazó la «avanzada» agresiva del primer estructuralismo (al que el mismo Fernández Retamar denominara, en su versión mecanicista de aplicación, estructuralismo vulgar (1995b:131)) y que diera cuenta de la especificidad del fenómeno literario producido en Latinoamérica.[1]
Este proyecto generacional y colectivo tuvo su partida de nacimiento oficial en Para una teoría de la Literatura Hispanoamericana[2], ensayo que Roberto Fernández Retamar publicara en la entonces muy prestigiosa revista Casa de las Américas, en 1973. En este ensayo, especie de manifiesto, de queja pública, reclamó la necesidad urgente de la emergencia de una «auténtica teoría de la literatura latinoamericana» que cerrará filas a la «invasión metateórica y teórica europea» que postulaba, en muchas de sus versiones, la universalidad de sus aplicaciones metodológicas. Presupuesto que, muchas veces, era aceptado a rajatabla por los intelectuales latinoamericanos. Fernández Retamar insistía:
“Las teorías de la literatura hispanoamericana, pues, no podrían forjarse trasladándose e infiriéndole en bloque criterios que fueron forjados en relación con otras literaturas, las literaturas metropolitanas. Tales criterios, como sabemos, han sido propuestos -e introyectados por nosotros- como de validez universal. Pero también sabemos que ella en conjunto es falsa, y no representa sino otra manifestación del colonialismo cultural que hemos sufrido, y no hemos dejado de sufrir, como secuela del colonialismo político y económico. Frente a esta seudo universalidad, tenemos que proclamar la simple y necesaria verdad de que una teoría de la literatura es la teoría de una literatura” (1995a: 82).

Así Fernández Retamar negaba de plano la universalidad de la Teoría literaria que se postulaba como única fuente de aproximación y estudio del fenómeno literario. Esta arrogancia universalizadora y homogeneizadora no era dable por la sencilla razón de haber sido construida sobre la base pragmática de una literatura única: la metropolitana, la occidental. Entonces esta teoría no servía para leer la literatura latinoamericana y por extensión ninguna otra que no sea la literatura metropolitana occidental. Walter Mignolo, explica la postura de Fernández Retamar cuando comenta Para una teoría…:
“Aunque la expresión no le conviene [Mignolo se refiere a la denominación Tercer Mundo], Retamar la usa para desprenderse de la idea de un mundo homogéneo y de la paralela noción de la universalidad de la Literatura. Y si no existe una literatura universal, tampoco puede existir una teoría general o universal de la literatura que, por definición, es la contemplación de ese objeto que no existe” (1991:104).

La publicación de Para una teoría… generó una intensa polémica en los ámbitos del pensamiento latinoamericano crítico latinoamericano. Polémica que se agudizó al aparecer, en 1975, un segundo ensayo que reafirmaba y ampliaba los puntos de vista de Retamar en lo referente a la necesidad de una «verdadera teoría de la literatura latinoamericana». Este ensayo se llamó Algunos problemas Teóricos de la Literatura Hispanoamericana[3], que apareció simultáneamente en dos de las revistas más importantes del pensamiento crítico continental: Casa de las Américas y la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana.
Detengámonos, pues, un poco más en la base argumental en el se apoya este segundo ensayo de Fernández Retamar.

Una teoría literaria latinoamericana: reiterando un viejo reclamo

En este segundo ensayo Fernández Retamar, una vez más, evidencia la «incongruencia» de que la literatura hispanoamericana sea abordada con un aparato teórico elaborado a partir de otras literaturas. Según él, la literatura producida en el continente es un aparato descolonizador que expresa nuestros problemas y trasmite nuestros valores. Lamenta que ésta carezca de una visión descolonizada que la estudie o que incluso, se lo proponga como:

“[…] como algo distinto de lo que en realidad es -de nuevo como mera proyección metropolitana- : con frecuencia, mediante una arbitraria jerarquización que empuja a primer plano sus búsquedas formales, y oscurece sus verdaderas funciones: todo ello con motivaciones y consecuencias ideológicas diversas y a ratos diversionistas” (Fernández Retamar, 1994 b: 83).[4]

Esta orientación hacia esa «búsqueda formal» de los críticos latinoamericanos, se amplía en la intención de algunos de ellos que pretenden arribar a una teoría general de la literatura que, a pesar de utilizar como sustrato ejemplos de la literatura hispanoamericana, no hacen sino resaltar aún más su dependencia cultural.
Es aquí donde Fernández Retamar propone empezar esta elaboración de una teoría literaria latinoamericana apelando a elementos extrínsecos de la obra literaria. Proponer un «ir más allá» del texto focalizando su estudio en un marco referencial sociológico. Para ello se apoya en las contribuciones del materialismo dialéctico e histórico para llegar a una comprensión del mundo, esto por medio del análisis de una situación concreta. En este caso, la situación concreta latinoamericana.
A diferencia de Para una teoría… en el que creía que esta situación concreta de nuestra América era única, Fernández Retamar postula la existencia de otras realidades únicas, «situaciones concretas» que pueden ser similares a esta. Pone énfasis en la «similitud», especialmente, que guarda Latinoamérica con Europa del este, la socialista.
Esta presuposición le permite esbozar, además de una «similitud» de realidades, una «similitud» en la literatura, dada por las condiciones sociales existentes, y por tanto, una «similitud» en el tratamiento critico y teórico de la misma.
Lo que, en síntesis, propone Fernández Retamar es estudiar la literatura latinoamericana con un abordaje crítico propio, pero que pueda aprovechar muy bien la experiencia de abordajes similares practicados a literaturas similares.
En este segundo ensayo Fernández Retamar reprocha el «inmanentismo» de la propuesta que alguna vez hiciera Alfonso Reyes[5] que, a la manera de Jakobson[6], postula la existencia de una especie de «literaturiedad», cuando hace el deslinde entre aquello que es y no es literatura. Deslinde que privilegia la orientación hegemónica, colonizadora de una literatura pura, y que deja de lado esa otra manifestación discursiva verbal impura, llamada por él «ancilar».
Fernández Retamar, apoyado en otro Formalista, Yuri Tinianov[7], y en J.A. Portuondo[8], postula que la línea central, la columna vertebral de la literatura latinoamericana es esa que, precisamente, desecha Reyes. Es decir, que el sentido que toma la literatura latinoamericana es opuesto al de la literatura europea occidental. Para Fernández Retamar esto se debe a que:

“dado el carácter dependiente, precario de nuestro ámbito histórico, a la literatura [la latinoamericana] le han solido incumbir funciones que en las grandes metrópolis han sido segregadas ya de aquella. De ahí que quienes entre nosotros colocan o trasladan estructuras y tareas de la literatura de las metrópolis -como es lo habitual en el colonizado-, no suelen funcionar eficazmente”. (1994b: 109).

Entonces Fernández Retamar asume que este «carácter predominante», «esta función instrumental» de nuestra literatura obliga a un replanteo categorial, en el que debe ampliarse el corpus y aceptar en él, además de los ya clásicos géneros de la literatura occidental, otros «ancilares» como, las crónicas de Bolívar o Fidel, artículos como los de Mariátegui; memorias como las de Pocaterra, diarios como los del Che (Ibíd.: 110).
Una vez ampliado el corpus, Fernández Retamar, propone la formulación de los discursos que alimentan la teoría literaria: la crítica y la historia. Estos, a la vez que los plantea en términos de campos teóricos específicos, a nivel de teorías, los postula como correlacionados e Íntertextuales:

“historia y crítica literaria son como anverso y reverso de una misma tarea: es irrealizable una historia literaria que pretenda carecer de valoración crítica; y es inútil o insuficiente una crítica que se postule desvinculada de la historia: así como ambos mantienen relaciones esenciales con la correspondiente teoría literaria (Ibíd.: 17).

Para la historia literaria propone una periodización propia, que tenga, en efecto, en cuenta la situación concreta, pero que no por ello, abandone las interrelaciones que esta tenga con otras «realidades». Fernández Retamar afirma:

“A la mera aceptación de la categoría y denominaciones metropolitanas no puede oponérsele, tampoco aquí, una tabla rasa feroz como ingenua, sino una búsqueda concreta y una delimitación cuidados” (1984: 122).

En cuanto a la crítica literaria, además de otorgarle una valoración ideológica a ésta, propone que en ella pueda aprovecharse la integración de los métodos que en ese momento estaban en pugna: el estructuralismo y el sociologismo.

“Sin duda es integrando lo más valioso de tales métodos, y eludiendo sus escollos, como llegaremos a contar con la crítica que requerimos” (1994: 131) .
Fernández Retamar, termina así su ensayo:
“Y el que, como paso indispensable para elaborar nuestra propia teoría literaria insistimos en rechazar la imposición indiscriminada de criterios nacidos de otras literaturas, no puede ser visto, en forma alguna, como resultado de una voluntad aislacionista. La verdad es exactamente la opuesta. Necesitamos pensar nuestra concreta realidad, señalar sus rasgos específicos, porque sólo procediendo de esa manera, a lo largo y ancho del planeta, conoceremos lo que tenemos en común, detectaremos los vínculos reales, y podremos arribar un día a lo que será de veras la teoría general de la literatura general” (1995b: 134).

Aciertos y equivocaciones de una propuesta

Sin lugar a dudas, los ensayos de Fernández Retamar causaron revuelo en los ambientes del pensamiento crítico literario latinoamericano. Algunos asumieron como propias sus exigencias, avalando esa necesidad de una “verdadera teoría de la literatura latinoamericana” haciendo un cierrapuertas a cualquier manifestación teórica foránea. Otros, que igualmente, entendieron mal estas propuestas, vieron en Fernández Retamar a un aislacionista, adánicamente absurdo y dogmático.[9]
Creo que la propuesta de Retamar debe ser examinada con mucho cuidado. Entenderla en términos de búsqueda y autolegitimación, de tanteo metodológico y urgencia problemática.
La intención pragmática de Fernández Retamar, suscitada por el marco de referencia ideológico: el marxismo, es la de descolonizar los estudios literarios. Esta intención no lo empuja a postular un volver a fojas cero, desconociendo los aportes invalorables de occidente (Europa y USA). Por el contrario, alentó el aprovechamiento de estos en beneficio nuestro. En Para una teoría… Fernández Retamar escribe:
“Proponerle mansamente a nuestra literatura una teoría otra -como se ha intentado- es reiterar la actitud colonial, aunque tampoco sea cuestión de partir absurdamente de cero eliminando los vínculos que se conservan con la llamada tradición occidental, que es también nuestra tradición, pero en relación con la cual deben señalarse nuestras diferencias específicas” (1995a: 97).
Y reitera esta actitud, nada dogmática, cuando en Algunos problemas… escribe:

“Rechazar los escollos, sin embargo, no puede significar, de ninguna manera, rechazar los métodos [occidentales] de los cuales aquellos no son sino su desbordamiento, extrapolación o absolutización (1914b:131).

E insiste en esta posición cuando escribe en su Carta sobre la crítica:

“Los aportes verdaderamente científicos, no importa cual sea su lugar de origen, son desde luego ganancia de la humanidad toda […] ya el viejo Andrés Bello, que no era precisamente un desmelenado, aconsejaba imitar a Europa más que en sus resultados, en los procedimientos que llevaron a esos resultados” (1995c: 138).

Estas palabras, pienso, rechazan de plano cualquier denominación de aislacionista, con el que se quiere encasillar a Fernández Retamar.
Quizás sea también, aparentemente, reprochable el que Fernández Retamar postule un tipo de literatura, la «ancilar», como expresión discursiva verbal propia del continente y desdeña otra, la occidental. Recordemos que Fernández Retamar elabora sus presupuestos desde un marco de referencia ideológico marxista: aquí la literatura cumple una función, sirve. En este enfoque lo que no está orientado en ese sentido, sencillamente, no existe. Pero Fernández Retamar, ampliando el paradigma ortodoxo marxista, no pretende la abolición de este tipo de literatura «veleidosa», sino que la subordina a la necesidad discursiva del continente: es necesario una literatura de combate, que libere, que concientice, que descolonice. Dentro de este paradigma, la intención pragmática es consecuente[10], además de apoyarse en una tradición literaria en la que la literatura es algo más que un juego estético.
El paradigma o matriz conceptual también orienta a que Fernández Retamar busque una especie de homología entre los países periféricos del Asia y el África (coincidentes en su condición social y económica) y los de Europa del este (por su situación política) con Latinoamérica. No creo que esta relación sea forzada; en verdad existen algunas similitudes, pero lo cierto es que hay una clara intención legitimadora del modelo y el pensamiento socialista (a pesar que Tinianov, por ejemplo no sea para nada un marxista). Y aún más, puede valorarse lo importante del engarce que ejecuta entre la tradición de pensadores periféricos euro orientales y nuestra tradición crítica, que sin ser de origen marxista, es, creo, una tradición subversiva y cuestionadora.
La propuesta de Fernández Retamar, sin embargo, adolece de una falla de base: el intentar construir una teoría de la Literatura Latinoamericana tomando corno referencia las exigencias de la cultura metropolitana, ¿Qué es lo que entiende Retamar por nuestra literatura?. La respuesta pragmática es aquella que enuncia la aceptación de los modelos metropolitanos, europeos. La literatura que él privilegia es aquella que se sustenta en el idioma colonizador: el castellano, y su forma repositoria es la escritura alfabética. Este acto puede leerse corno una negación, un olvido de la heterogeneidad de las culturas de América Latina y sus expresiones discursivas apoyados en la oralidad, un olvido del plurilingüismo reinante y la diversidad que puebla el continente.
Creo que el aporte de Fernández Retamar es fundamental al pensamiento crítico latinoamericano; es necesario retomar trabajos como el suyo para construir un verdadero modelo teórico que pueda permitirnos el abordar nuestras expresiones discursivas con rigor y cientificidad. A partir de su propuesta, Latinoamérica hacia pública una exigencia que data ya de una tradición bastante antigua y rica; en la que los nombres de Espinosa Medrano y Bello, Martí y Mariátegui, Portuondo y Cándido, son sólo algunos de sus puntos más importantes. No importa reconocer que ese proyecto epistemológico fracasó en su momento (Cornejo, 1994:14). Sin embargo, hoy surge como una necesidad imperiosa y trascendental para el destino de Latinoamérica. Es necesario regresar sobre los pasos de nuestros grandes críticos: Rama. Cornejo Polar, Nelson Osorio, Fernández Retamar, etc., y continuar su esfuerzo. Sólo así podremos elaborar un discurso que nos permita salvarnos de los vientos funestos de una globalización en la que precisamente apenas somos agentes pasivos, meros espectadores sin voz ni voto. Es necesario volver sobre el trabajo de nuestros críticos y sus propuestas. Apenas aquí se ha intentado decir algo, pero Fernández Retamar es mucho más; esta obra es actual, se abre a nuevos rumbos y dialoga constantemente con el mundo y su contemporaneidad. [11]

BIBLIOGRAFÍA
Bueno, Raúl.
1991 ”La teoría y desarrollo social en América Latina”. En: Escribir en Hispanoamérica. Ensayo sobre teoría y crítica. Lima: Latinoamericana Editores.
Cornejo Polar, Antonio.
1994 Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas. Lima: Horizonte.
Díaz Caballero, Jesús
1991 Angel Rama o la crítica de la trasculturación. Ultima entrevista. Lima: Lluvia Editores.
Fernández Retamar, Roberto
1995a “Para una teoría de la literatura Hispanoamericana”. En: Para una teoría de la literatura hispanoamericana y otras aproximaciones. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
1995b “Algunos problemas teóricos de la literatura Hispanoamericana”. En: Para una teoría de la literatura hispanoamericana y otras aproximaciones. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
1995c “Carta sobre la crítica”. En: Para una teoría de la literatura hispanoamericana y otras aproximaciones. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
García-Bedoya, Carlos
1993 “Apuntes fragmentarios sobre los estudios literarios latinoamericanos 1970-1992”. Revista Iberoamericana, 164-165: 509-520.
1997 “Los estudios literarios latinoamericanos: un balance (en homenaje a Antonio Cornejo Polar)”. La casa de cartón de Oxy, 11: 9-20.
Mignolo, Walter
1991 “Teorizar a través de las fronteras culturales”. En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, XVII, 33. Lima.
Navarro, Desiderio
1982 “Eurocentrismo y Antieurocentrismo en la teoría literaria de América Latina y Europa”. En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 16. Lima.
Osorio, Nelson
1989 “Situación actual de una conciencia crítico literaria (borradores de una exposición)”. En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, XV, 29. Lima.
Ramos, Julio
1989 Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica.

Notas

[1] Preocupación que compartió con un selecto grupo de estudiosos latinoamericanos como Antonio Cornejo Polar, Ángel Rama, Nelson Osorio, Antonio Cândido y otros más de igual importancia intelectual.

[2] Desde ahora en adelante se abreviará por Para una teoría..
[3] De ahora en adelante se abreviará como Algunos problemas…
[4] Esta especie de ingenuidad del crítico latinoamericano que resalta Fernández Retamar, es condenada a ultranza por Desiderio Navarro: “[…] la aplicación acrítica a nuestra realidad literaria de teorías, leyes, categorías o simples conceptos elaborados sobre la base exclusiva de las literaturas metropolitanas, no pondrán ser más un acto de ingenua “falsa conciencia”, sino sólo fruto de una decisión ideológica deliberada, de una “mala conciencia” (Navarro, 1982:26).

[5] Alfonso Reyes. El deslinde. Prolegómenos a la Teoría Literaria, 1944. Obra citada por Retamar así como las que aparecen en notas 6,7 y 8.
[6] Roman Jakobson. La Nueva Teoría Rusa. Esbozo primero: Velimir Jlebnicov, 1921.
[7] Yuri Tinianov. El hecho Literario (1924) y sobre la evolución literaria (1927).
[8] José A. Portuondo. Literatura y Sociedad (1969).
[9] Véase la actitud de Ángel Rama frente al proyecto de Retamar “[…] creo que el libro de Roberto Fernández Retamar es uno de los errores mayores que se han cometido en materia de crítica: que es postular la existencia de una Teoría Literaria que, como tal, es una regla general, pero que solamente rige para la literatura Latinoamericana” (Díaz Caballero, 1991: 22).
[10] Julio Ramos enfatiza esta función multifacética que cumple la literatura en los principios de la vida republicana en América. El escritor, y su discurso, tienen que ocuparse de otras esferas ideológicas: política, sociología, etc. (Ramos, 1989). Creo que ésta función “ancilar” de nuestra literatura se da aún hoy. ¿Acaso el etnotestimonio, no desborda el canon de esa literatura «pura» que Reyes defiende?.
[11] Mignolo (1993). Es importante la orientación que hace de la propuesta de Retamar, en el debate actual entre regionalistas y universalistas de la teoría literaria. Retamar, al negar la universalidad de esta teoría vislumbra la necesidad de teorizar a nivel regional, propia, específica. Postula la necesidad de teorizar a través de las culturas.

Nota biográfica: Richard Angelo Leonardo Loayza (Arequipa) Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional de San Agustín. Ha realizado estudios de Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; egresado del Diploma de Estudios de Género de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente estudia la Maestría en Estudios Culturales en esta misma universidad. Co-fundador del Grupo de Estudios Literarios Latinoamericanos Antonio Candido ( GELLAC). Ha participado como ponente en diferentes eventos nacionales e internacionales, y ha publicado diferentes artículos sobre la especialidad. Se desempeña como profesor de la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional Federico Villarreal y en la Universidad de San Martín de Porres.

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Blognovela: ¿un nuevo género literario?

Blognovela: ¿un nuevo género literario?

Por: Cecilia Maugeri

Muchas veces la academia no repara en las producciones contemporáneas, ya que analizar y/o criticar géneros en formación implica necesariamente un riesgo y una toma de posición. Si los docentes de literatura podemos hablar largo y tendido acerca de Borges y Arlt y los grupos de Florida y Boedo, ¿no podríamos hablar también acerca de la obra de autores contemporáneos como Hernán Casciari? Tomo este ejemplo porque Casciari es considerado el creador de lo que puede considerarse un nuevo género literario, la blognovela, y ha abierto el debate acerca de la literatura on-line.

Tanteando el terreno

¿Cómo aparece la novela en el blog? Desde ya, la blognovela se caracteriza por la inmediatez entre la escritura y la recepción: se construye por entregas, al igual que muchas novelas que en un primer momento fueron publicadas en periódicos. La literatura por entregas y el folletín son un escaño en el camino de la profesionalización de los escritores en la literatura mundial y en la Argentina .

Podemos pensar que, si hasta el siglo XX los diarios fueron un primer paso para la publicación de las novelas en formato libro, a partir del siglo XXI, las publicaciones en Internet podrían estar cumpliendo esa misma función. Tengamos en cuenta que ambos medios, el periódico y el blog, apuntan a un público masivo que puede acceder al texto más fácil y rápidamente que por medio del libro édito. Además, al dar a conocer la obra en proceso, el autor tiene la posibilidad de tomar una devolución del lector. De esta manera, el texto se vuelve más “participativo.

La publicación por entregas implica un formato especial que antes estaba organizado en “capítulos”, ahora en “posts”. ¿Se trata solamente de un cambio de nomenclatura? Veamos: tanto el lector de los folletines como el de la blognovela pueden llegar a la obra en una entrega cualquiera y, por lo tanto, “agarrar la novela empezada”. Ésta es la razón por la cual en cada entrega se actualiza el punto en el que se encuentra la narración, cuáles son los personajes que están actuando en ese momento, qué pasó en el pasado inmediato, etc. La diferencia entre el folletín y la blognovela radica en la forma de dicha actualización. Mientras que en el folletín encontramos una síntesis de los hechos y descripciones de los personajes, las blognovelas resuelven la entrada de esta información con hipervínculos en los nombres de los personajes. De esta manera, estamos a sólo un clic de aparecer en una ventana emergente con imágenes y textos que explican la inserción del personaje en la trama.

A grandes rasgos, la diferencia fundamental entre ambos géneros es el soporte. La novedad consiste, entonces, en plantear las posibilidades que aporta el formato blog a la narrativa contemporánea.

Un webmundo verosímil

La primera estrategia para crear un mundo verosímil en la blognovela es la emulación de un weblog personal. Si paseamos por el weblog de Mirta Bertotti (protagonista y narradora de la blognovela Más respeto, que soy tu madre , de Hernán Casciari), nos encontramos con el diario íntimo de Mirta, pero dividido en capítulos, con lo cual se rompe la ilusión de estar asistiendo a un blog personal. En El diario de Letizia Ortiz , ya no vemos capítulos sino posts y aparece una novedad: Letizia comenta:

“Soy muy lectora. Los libros de historia me apasionan. En Internet, me distiendo con Los Bertotti, que son casi una familia real. Filíp consulta a Juan Dámaso, vidente para saber cuándo nacerá nuestro primogénito”.

De esta manera, Hernán Casciari construye una red de intertextualidades con su propia obra, introduciendo dos de sus blognovelas como material de lectura de Letizia. El caso de El blog de Saúl Klikowsky es más extremo: se trata de un blog personal del protagonista de un programa de TV, que incluye links a los blogs de sus amigos. Este tipo de hipervínculo, entendido como referencias a otras obras y a otros personajes del mismo autor, no es algo que haya inventado Casciari, sino que es una característica de la literatura en cualquier formato. La novedad del blog como soporte para la narrativa consiste en la facilidad para tender una red de personajes verosímiles que existen en la virtualidad de la web. Esta estructura resulta muy favorable para la temática que tratan las blognovelas: la vida privada de gente “común”. Vale aclarar, entonces, que la verosimilitud se encuentra estrechamente relacionada con el concepto de reality show y, en este sentido, la blognovela toma muchas característcias de los programas de TV.

La gran ventaja del tendido de redes de los blogs es la relación inmediata con el público: los lectores pueden mandar mails a los personajes de las novelas. Si pensamos en la obra de Casciari, la publicación por Internet no invalidó la opción del libro, sino que le ofreció un soporte nuevo, aprovechable tanto desde el punto de vista lingüístico, a la hora de “hipervincular” los discursos, como económico, al masificar la circulación del texto. La blognovela profundiza la escritura “en red” en dos niveles: vinculando personajes en la trama de la novela y relacionando al autor directamente (o disfrazado de algún personaje) con el lector.

El autor-personaje
Hernán Casciari también tiene su propia página, Orsai , donde se presenta en tercera persona como “el autor”. En la página conviven un currículum de escritor reconocido por el público y las editoriales (sus blognovelas salieron publicadas por Sudamericana y Plaza & Janés), que además ha recibido varios premios, como el 1º Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), con la novela Subir de espaldas la vida, y el premio Juan Rulfo (París, 1998), con el relato ‘Ropa sucia’. Dicho currículum convive con diversas secciones de la página como “Textos breves” o “Pequeños artículos (que nunca exceden las 300 palabras) en el que el autor discurre sobre cosas que no le importan a nadie. La sección puede llamarse también sendas boludeces”, o como “Historias”, que son “Anécdotas, cuentos y relatos que tienen poco que ver con la verdad, pero que se disfrazan con ella para despistar. También tiene poco de literatura. Y poco de gramática. De lo demás, bastante”. ¿Todo esto también es un invento de Casciari? La respuesta es “no” si consideramos que Orsai es la construcción de la poética del escritor, el texto donde el autor transmite su idea de literatura.

Borges escribió su autobiografía en inglés, construyendo una genealogía familiar y de filiación con otros escritores, y Arlt “escribía mal” y su corrector se veía obligado a marcarle sus agramaticalidades. Ambos construyeron una figura de escritor que circuló entre sus libros, en diarios y revistas. Hoy, la circulación pasa por otro lado. Casciari construye su figura en el contexto blogger y, sin embargo, la presentación en sociedad sigue siendo por medio de “el autor”. Borges tenía su dirección en Florida. Arlt fue radicado por la mayor parte de la crítica en Boedo. Sin embargo, Florida y Boedo no dejan de ser dos calles de Buenos Aires. Por su parte, Cascari encuentra su lugar de conformación como autor en un espacio virtual. Tal vez el caso de Rodolfo Fogwill resulta más cercano al de Casciari, ya que ambos resaltan la importancia del marketing para la construcción del autor-personaje. Sería interesante revisar, entonces, por qué la conformación de la identidad, si antes pasaba por una construcción literaria, centrada en la palabra y en la búsqueda de una poética propia, ahora se centra en la exibición de una imagen, también ficticia, que se conecta íntimamente con la cultura de los medios masivos de comunicación.

Lectoescritura: del blog al aula
¿Por qué puede resultar interesante abrir este debate en el aula? Cuando tratamos temas como los movimientos literarios, ¿no estamos hablando de redes, de escritores que se reunieron con una idea de literatura similar, con objetivos y proyectos comunes? ¿No hablamos de la circulación y la recepción de los textos, de revistas literarias, de cafés, tertulias, editoriales, medios? Hoy en día, los escritores se siguen reuniendo, pero para hablar de hoy debemos incluir un nuevo espacio que también tiende redes: la web. ¿Y qué pasa con el público adolescente y la web, dentro y fuera del aula? La profusión de blogs y flogs demuestran una gran necesidad de expresarse y tender redes. ¿Se pueden incorporar estas prácticas al aula? Los blogs no dejan de ser discursos y, como tales, pueden ser analizados en el aula desde una perspectiva lingüística. Leer y analizar una blognovela puede llevarnos a plantear cuestiones como: ¿pero esto es o no es literatura? ¿Está narrando o no? ¿Qué pasa con la inclusión de la imagen y el diseño? ¿Todo lo que el autor sube a Internet forma parte de su obra o no? ¿Las publicaciones en Internet tienen el mismo valor que el formato libro? ¿Cuál es el límite de la ficción y de la virtualidad?

Muchas de estas preguntas pueden ser planteadas también para analizar las obras de los escritores canónicos. Leer un texto de Casciari nos puede llevar a pensar cuestiones en Borges y en Arlt, ¿por qué no? El riesgo está en abrir el debate sobre un tema poco tratado, frente a un público adolescente que ya sabe mucho sobre ese tema y, por esa razón, tiene mucho que aportar. En la “era posmoderna”, las prácticas de lectura y escritura no son las mismas que antes. Es hora de investigarlas. Si creemos que la lectura y la escritura son fragmentarias, efímeras y pasatistas, perdemos la literatura. La ganancia está en tomar lo nuevo y transformarlo en una puerta para pensar, poner en cuestión y abrir el debate, en generar propuestas para seguir defendiendo la literatura.

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Qué es la Elite

Élites (Teoría de las)
Rocío Valdivielso del Real
Universidad Nacional de Educación a Distancia

Elite, -como todas las palabras- se ha transformado a través de la historia, adquiriendo diferentes acepciones. “El término francés élite es el sustantivo correspondiente al verbo elire (escoger) y hasta el siglo XVI, fue tan solo choix (elección, acción de escoger)” (Ferrando, 1976, p. 7). En el siglo siguiente adquirió más que todo un sentido comercial, para designar a los bienes de calidad especial y fue en el siglo XVIII, cuando se empezó a determinar mediante esta palabra a algunos grupos sociales y, con tal sentido pasó al inglés. Elite empezó a constituirse en el significado que hoy es usual durante la Belle Epoque, y se difundió extraordinariamente al socaire de la boga de los autores “Maquiavelistas” en el primer tercio del siglo XX.
Así entonces, en el amplio sentido, se indicaba con esta palabra a quienes tenían las más altas aptitudes frente al promedio general y, en un sentido más restringido, se refería al grupo que G. Mosca denominó “clase política”. Más tarde W. Pareto, hace una distinción entre “Elite no gobernante” y “Elite gobernante”, que ejerce el control efectivo del poder. En este sentido se suele asimilar élite a la “clase dominante” o de oligarquías, como lo hizo R. Michels.

Los teóricos clásicos de las élites, Mosca, Pareto y Michels -éste último centrado en la organización de los partidos políticos- fueron calificados de “Maquiavelistas”. La visión maquiavélica lleva implícita la trasposición de la conducta de un Príncipe a las acciones de las élites políticas decisoras. (Burnham, 1949, p. 104-133 y 177-224). Estos autores son los que al principio del presente siglo, de manera secuencial por la misma época y respondiendo a situaciones concretas de las realidades por ellos vividas, cuestionaron el Estado democrático (y aún el socialista) como garantizador de las igualdades; en el cual siempre se observa que una minoría tiene la facultad o el poder de imponer sus decisiones minoritarias sobre la mayoría.

Sin embargo, la verdadera importancia del elitismo clásico estriba, a nuestro entender, en el empeño que pusieron sus principales representantes en sentar las bases de una nueva forma de entender las ciencias sociales en general y, muy en concreto, la ciencia de la política. Una nueva disciplina en la cual el concepto de élite política o de clase política (según el autor considerado variará la denominación) va a convertirse en el eje central de todo el razonamiento. Es preciso, por tanto, comenzar haciendo una referencia hacia el estudio de los fenómenos políticos, presente sobre todo en los estudios de Pareto y Mosca.

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El origen de la teoría de las élites

La teoría de las élites tiene su punto de arranque en la constatación, fácilmente observable, de que en toda sociedad hay unos que mandan, gobiernan y dirigen (la minoría) y otros (los más) que obedecen y son gobernados. El fundamento de la teoría está, pues, en la oposición entre quienes detentan el poder, las élites, y los que no tienen poder, las masas, que son dirigidos por aquéllos.

La definición de Pareto

Vilfredo Pareto ha sido quien ha dado al término y a la noción de élite carta de ciudadanía en Sociología. En opinión de este autor, la élite está compuesta por todos aquellos que manifiestan unas cualidades excepcionales o dan pruebas de aptitudes eminentes en su dominio propio o en una actividad cualquiera. Como se habrá advertido, Pareto define la élite en términos muy parecidos a como la entiende el sentido corriente: le atribuye un valor cualitativo. La élite, a su juicio, esta integrada por miembros “superiores” de una sociedad, por aquellos a quienes sus cualidades eminentes deparan poder o prestigio.

Por lo demás, a la luz de esta noción de élite es preciso comprender la teoría de la “circulación de las élites” de Pareto. De acuerdo con esta teoría, la pertenencia a la élite no es necesariamente hereditaria: no todos los hijos tienen las cualidades eminentes de sus padres. Se produce pues una incesante sustitución de las élites antiguas por otras nuevas, salidas de las capas inferiores de la sociedad. Cuando tiene lugar esta constante circulación de las élites, se mantiene más firmemente el equilibrio del sistema social, en la medida en que esa circulación asegura la movilidad ascendente de los mejores espíritus. La circulación de las élites concurre al mismo tiempo que el cambio social, porque trae consigo a su vez la circulación de las ideas.

La definición de Mosca

Gaetano Mosca cree que la élite está compuesta por la minoría de personas que detentan el poder en una sociedad. Esta minoría es asimilable a una auténtica clase social, la clase dirigente o dominante, porque aquello que constituye su fuerza y le permite mantenerse en el poder es precisamente su organización, su estructuración. Existen, en efecto, diversos vínculos que unen entre sí a los miembros de una élite dominante, etc. Estos lazos o vínculos aseguran a la élite una unidad suficiente de pensamiento y la cohesión propia de grupos característicos de una clase. Dotada ya de poderosos medios económicos, la élite se asegura, además, por su unidad, el poder político y la influencia cultural sobre la mayoría mal organizada. Esto explica el papel histórico de la élite.

Pero la élite no es totalmente homogénea. En realidad, está estratificada. Casi siempre cabe observar en ella un núcleo dirigente, integrado por un número reducido de personas o de familias que gozan de un poder muy superior al de las demás. Este núcleo rector desempeña las funciones de liderazgo en el seno de la élite: constituye una especie de superélite dentro de la élite. El liderazgo en cuestión presta a la élite una fuerza y eficacia mayores aún.

Mosca concluye finalmente en la posibilidad de elaborar una explicación completa de la historia a partir de un análisis de las élites rectoras. La historia se le antoja como animada por los intereses y las ideas de una élite establecida en el poder.

Por tanto, el hecho innovador de Mosca y Pareto fue incidir en que un grupo minoritario del sistema social se encargara de dirigirlo y que esta minoría se distanciara y escapara del control de la mayoría (Parry, 1980, p. 31). Por lo tanto, un primer y único acotamiento que introdujeron los clásicos fue el de contraponer la élite a la parte de la población excluida de la misma, la no-élite (élite vs masa).

Ambos autores identifican un grupo dirigente frente a otro que es dirigido, a un conjunto de personas que monopolizan el poder político frente al resto que se ve desposeído de él. A los clásicos sólo les interesa aquellas personas que dominan los accesos generales de las fuentes de poder; no contemplan la posibilidad de que este grupo, grande o pequeño, se encuentre subdividido en unidades más pequeñas que se correspondan con las divisiones del tejido social. No se puede hablar de varias élites sino de una única élite, la élite política. En el campo militar, en el religioso, en el económico se hallan personas con las categorías “residuales” superiores -según la terminología paretiana-; sin embargo, constituyen el centro de atención aquellas personas cuyas categorías “residuales” superiores les confieren las claves de acceso al poder.

En líneas generales, subyacen dos grandes diferencias entre los dos representantes de la “Escuela italiana de los elitistas”. Por un lado, el concepto utilizado por ambos -dirigentes, élite (Pareto), clase política (Mosca)- varía. Según Rebenstorf, Pareto ve en el grupo dirigente, personas individuales que llegan a la cumbre por ser los mejores. Según él, aquéllos que tengan los residuos apropiados, serán capaces de ascender. No obstante, no presupone ninguna cohesión entre aquéllos miembros de la élite que tengan los mismos residuos, para él no tiene ningún sentido la formación de una esencia política común. Frente a este modelo individual, abierto, de elección de los mejores, se opone el modelo de Mosca, la clase política. Aunque Mosca acepta el fenómeno de la dominación de la minoría como universal, su existencia depende del grado de institucionalización logrado; no se entiende su posterior reproducción si no es a través de las organizaciones burocráticas. Los miembros de la clase política no son los mejores en el sentido paretiano, sino que su acceso al poder depende de la educación, que es mediatizada por el origen social. El éxito de la clase política está condicionado a su capacidad para obtener una mayor integración social. Frente al individualismo de Pareto, el concepto de la clase política traduce mejor la cohesión entre los miembros de la misma y la conciencia de la propia posición del individuo en relación con el resto (Rebenstorf, 1993, p. 18 y 29).

Por otro lado, se atisban ligeras disimilitudes en la interpretación de ambos autores de la obtención y el mantenimiento del poder por parte de las élites. Mientras que Pareto no presta atención al posible papel que puedan jugar las condiciones sociales ambientales en la transformación y la “circulación” de las élites; Mosca, sin embargo, señala que el cambio del equilibrio de poderes en las sociedades democráticas puede influir notablemente en su composición (Herzog, 1982, p. 12-14).

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Unidad o pluralidad de las élites

La dicotomía de la élite gobernante y la masa dirigida expuesta por primera vez por los autores clásicos no exterioriza la diferenciación de la sociedad en toda su dimensión. Sin embargo, estas connotaciones ideológicas que aparecen en las teorías elitistas de los clásicos, han seguido marcando también los estudios más recientes sobre las élites, aunque con distintos matices y diferenciaciones. En este sentido, ha existido toda una controversia, que data ya de varias décadas, sobre la configuración de la estructura de poder que caracteriza a las sociedades industriales modernas. El punto central de esta controversia radica en saber si nuestras sociedades occidentales están regidas por una élite dominante que controla los principales mecanismos de poder, económico, político e ideológico, o si, por el contrario, ante una pluralidad de élites, cuyo poder e influencia se ven en la práctica contrastados y compensados entre sí, alcanzando de este modo algún tipo de equilibrio. Así, mientras unos hablan de “élite del poder” y de “establishment”, otros insisten en la existencia de “pluralismo político” y de “equilibrio de poderes”. El primer punto de vista responde a lo que se ha venido en llamar la “teoría elitista”, el segundo viene siendo conocido como la concepción “pluralista-democrática”. Veamos brevemente las argumentaciones de una y otra posición.

Entre los de la teoría “elitista”, están sin duda los estudios aparecidos en los años 50 de dos sociólogos americanos: F. Hunter y C. Wright Mills. El libro de Hunter, Community Power Structure, se centra en la estructura de poder de las comunidades locales, consideradas como un laboratorio de lo que sucedería en el nivel nacional. La principal conclusión de Hunter es que en la ciudad estudiada, Atlanta concretamente, el poder estaba en manos de un reducido número de líderes que controlaban los principales resortes decisorios en la vida de la comunidad. En un trabajo posterior, Hunter concluiría diciendo que “los hombres más influyentes en la formación de la política nacional se encuentran en las grandes ciudades, manejando las grandes empresas corporativas y usando su influencia para conseguir que el gobierno se mueva de acuerdo con sus intereses” (Hunter, 1959, p. 7). El tiempo ha demostrado que es difícil extrapolar al ámbito nacional los resultados obtenidos en la esfera local, y que tampoco pueden ser comparables los estudios de las corporaciones locales encuadradas en sistemas políticos diferentes (Herzog, 1982, p. 103).

Si los trabajos de Hunter levantaron fuertes reacciones en la comunidad académica americana, mayores fueron aún las que suscitaron con ocasión de la publicación por C. Wright Mills de su obra The Power Elite. En ella, Mills trata de demostrar que las grandes masas de la población americana están dominadas por un reducido número de gente que configuran la élite de poder en la sociedad americana: los propietarios y managers de las grandes corporaciones, los políticos, y los altos mandos militares; tres grupos que confluyen conjuntamente en las altas esferas de sus respectivas pirámides institucionales, formando una élite de poder con múltiples lazos e interconexiones entre sus miembros. Esta unidad de la élite de poder se apoya, según Mills, no sólo en las coincidencias estructurales de las posiciones de mando y de sus respectivos intereses objetivos, sino también en la acción directa que unos y otros llevan a cabo para coordinar sus actuaciones conjuntas, al igual que en toda la red de relaciones sociales que mantienen entre sí los miembros de cada uno de los sectores de la élite (idénticos orígenes sociales, relaciones familiares y personales, intercambio de individuos de las posiciones de un sector a otro, etc.) (Mills, 1956, p. 18 y 55).

Con Mills, ya no se habla de una clase de los mejores, ni tampoco de los elegidos; el elemento determinante es la estructura donde las personas se encuentran incardinadas. Es importante hacer notar que sólo las personas que ejercen el poder durante cierto tiempo forman parte de la élite; se desprecia así a aquellos que desempeñan el poder puntualmente.

Como tesis, la élite del poder no era novedosa, pero los aportes de Mills están en caracterizar al poder como algo relacional dentro de una estructura social, a través de las altas posiciones y abandonar así la línea de las biografías como base para el estudio de las minorías.

Frente a estos planteamientos, los teóricos “democrático-pluralistas” han pretendido siempre que la realidad del poder en las sociedades occidentales no responde a un esquema unitario de una élite de poder que parece controlarlo todo. Según ellos, el poder no está de hecho tan concentrado como la teoría “elitista” parece indicar; existe una pluralidad de grupos influyentes y de élites sociales, cada uno de los cuales ejerce su influencia en determinados sectores específicos, lo que impide que exista en realidad una única élite del poder.

La respuesta contra esta concepción unitaria del poder se inició en los Estados Unidos con Dahl y su escuela. Su aproximación pluralista surgió como consecuencia del estudio de New Haven, ciudad norteamericana en la que analizó la composición de las élites locales. El examen histórico de los grupos dirigentes de la ciudad permitía aseverar el paso de una oligarquía patricia, que dominaba todos los recursos de forma acumulativa, al equilibrio de los diferentes grupos de líderes, cada grupo con un acceso a una combinación diferente de recursos políticos. En cualquier caso, ningún grupo tenía la capacidad de controlar totalmente la comunidad. (Dahl, 1979, p. 1-84). Es lo que estos autores han llamado el “equilibrio de poderes” característico de la sociedad democrática. Para los teóricos pluralistas, el Estado, sujeto como está a una multitud de presiones diferentes, tiene como misión precisamente la de reconciliar los distintos intereses de unos y otros, tratando de mantener una cierta neutralidad y buscando de ordinario la solución de compromiso; única manera de poder tener una política democrática, competitiva y pluralista en las modernas sociedades industriales.

La reacción a estas teorías “pluralistas”, iniciada por Hunter y Mills según hemos visto, se ha visto prolongada posteriormente por nuevos estudios como el de G.W. Domhoff en Estados Unidos y los de S. Aaronovitch y R. Miliband en Gran Bretaña, aunque desde una perspectiva un tanto diferente ahora. Lo característico de estos estudios más recientes es que tratan de ligar la élite del poder a la clase dominante, a diferencia de los anteriores en los que el concepto de “élite” tendría a reemplazar al de “clase dominante” en el sentido marxista. Domhoff, por ejemplo, considera la élite del poder como “servidora de los intereses de la alta clase social; es su brazo ejecutor”, en la medida en que son los miembros de esta clase alta quienes definen la mayoría de las cuestiones políticas, forman las propuestas de política general del país y, en definitiva, influyen y dominan completamente al gobierno (Domhoff, 1968, p. 258). En la misma linea, Aaronovitch, en su obra The ruling class, se centra fundamentalmente en ver cómo los capitalistas financieros, como clase económica, dominan políticamente. En sus propios términos, “los capitalistas de las finanzas pueden describirse verdaderamente como la clase dirigente si de hecho las decisiones políticas y económicas son tomadas por sus representantes y a favor de sus intereses”. Lo que ciertamente ocurre en la sociedad inglesa, como trata de demostrar a lo largo de todo su estudio, ya que, debido al control que los capitalistas ejercen sobre el Estado, “las decisiones que afectan al bienestar y a las propias vidas de millones de gente se toman sin discusión pública o control popular efectivo” (Aaronovitch, 1961, p. 134 y 160).

A idénticas conclusiones llega Miliband en The State in Capitalist Society, cuyo argumento central, apoyado en toda una serie de consideraciones teóricas y constataciones empíricas, es que en los regímenes de las democracias occidentales una clase económicamente dominante gobierna a través de instituciones democráticas. En este sentido, nos encontramos, pues, ante una clase dominante que, por su control sobre la vida económica de la sociedad, consigue también influenciar las decisiones políticas en defensa de sus intereses específicos de clase.

La importancia de estudios como el de Miliband, a pesar de ciertas ambigüedades y puntos discutibles en su argumentación, estriba fundamentalmente en que nos hacen ver la debilidad teórica del concepto de “élites” para explicar el funcionamiento de nuestras sociedades capitalistas actuales, apuntando consiguientemente a la necesidad de acudir para ello al análisis de las clases y de sus relaciones sociales.

Como ya apunto Mills y, posteriormente otros autores, en los últimos años los estudios sobre las élites han ido centrándose en el análisis de las formas de las redes de relaciones existentes entre las posiciones sociales ocupadas por los miembros de la élite, más que en el de las características individuales de los ocupantes. Por tanto, desde las estructuras se puede averiguar cómo se cumplen las distintas funciones de la dominación, la integración y la representación de los intereses sociales (Highley y Moore, 1981, p. 585). En definitiva, a las élites les distingue su localización estratégica en las organizaciones o en la sociedad para la toma de decisiones. Los grupos dirigentes no ejercen el poder ni en el vacio ni desde la nada, se amparan en las organizaciones mediante las que el Estado y la Sociedad se articulan. Estos estudios conectan el concepto de élite al de estructura. Las élites serán denominadas normalmente aquéllas personas, cuyo poder está institucionalizado, esto es, como expresión de una estructura de poder con una mayor o menor duración determinada (Hoffman-Lange, 1992, p. 19).

Ello significa, como han apuntado diversos autores con posterioridad, que en la consideración de la sociedad y sus fenómenos claves debe producirse un desplazamiento del interés en las personas físicas como sujetos de las relaciones sociales. En efecto, las personas son contingentes y por tanto cambian y se renuevan. Por el contrario la reiteración de relaciones a partir de las aptitudes diferenciales y los entrecruzamientos e interconexiones de estas relaciones, dan lugar a una serie de espacios abstractos a los que conviene la denominación de posición en sociedad (Pizarro, 1990, p. 37 y Baena, 1992, p. 20).

En consecuencia, desde esta perspectiva, no existe la posición aislada sino una serie de posiciones que constituyen conjuntos correspondientes a la intersección de relaciones. Ahora bien, las relaciones no se dán sólo en el interior de los conjuntos posicionales, sino también entre las posiciones de cada conjunto y de los demás, de ahí que exista a su vez una red de complejidad aún mayor entre los conjuntos posicionales.

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Fuente: http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/E/index.html

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