Imagen y Cuerpo en Gilles Deleuze . Marisa Gómez

Imagen y Cuerpo en Gilles Deleuze

Por: MARISA GÓMEZ

Imagen y Cuerpo son dos temas fundamentales en la obra del filósofo francés Gilles Deleuze. Podríamos decir que, junto con la noción de Tiempo, constituyen el núcleo de su pensamiento. El Cuerpo Sin Órganos y la Imagen como encarnación de la filosofía constituyen la base de su “nueva imagen del pensamiento” y su relación puede ejemplificarse a través del cine pero también, por ejemplo, en la obra pictórica de Francis Bacon. En el presente texto trataré de plantear la relación entre cuerpo e imagen expresada tanto en sus estudios sobre cine como en Lógica de la Sensación, obra correspondiente a su última etapa filosófica, más centrada en la estética.

Sin embargo, es necesario partir de la consideración de que el análisis crítico de estos dos temas no se limita únicamente a sus reflexiones sobre estética. De hecho, resulta enormemente complejo debido a que estas nociones se insertan en una enmarañada red conceptual tejida por el autor a lo largo de su carrera y aparecen diseminados en una obra extensa y fragmentaria.

Así, resulta muy difícil explicar su noción de Cuerpo sin Órganos tomada de Artaud, aplicada a la pintura de Bacon y aplicable a su propia concepción del cine como experiencia de conocimiento, sin comprender el programa filosófico de Deleuze, la esquizofrenia, sus concepciones del ser y el sujeto y la tan repetida “inversión platónica” de este autor.

Del mismo modo, para Deleuze –como para Bergson- la Imagen es todo, inseparable de las cosas y del movimiento en el plano de inmanencia que es el universo, inseparable del Tiempo, una especie de variable independiente sobre la que se sitúa este plano de inmanencia y que debe ser introducida en todos sus parámetros. Y comprender esta noción de Tiempo, que es de algún modo telón de fondo en todo su pensamiento, requeriría una aproximación previa a conceptos como Devenir, Diferencia o Repetición y su relación con otros filósofos como Nietzsche o Bergson así como a sus concepciones, por ejemplo, de Eterno Retorno y Memoria, respectivamente.

Teniendo en cuenta esta complejidad, nuestra aproximación a las nociones de Imagen y Cuerpo en Deleuze no pretende ser exhaustiva[1], sino que será necesariamente parcial y se desarrollará desde los márgenes, es decir, desde el acercamiento a otros conceptos de su filosofía. Imagen y Cuerpo son el hilo conductor, casi una excusa, para plantear algunas reflexiones sobre el pensamiento rico e inagotable, aunque también criticable en algunos aspectos, de Gilles Deleuze.

Las Claves del Pensamiento de Deleuze

El primer punto de partida para comprender el programa filosófico de Deleuze será su noción de “imagen del pensamiento”[2]. Esta sería el campo de posibilidades de una orientación del pensamiento que hace visible y enunciable aquello por lo que el pensamiento es afectado en un momento dado, como una especie de “Imaginario filosófico”, diferente en cada época. Para Deleuze habría predominado, desde Platón, una imagen dogmática, basada en lo verdadero como idea invariante y abstracta a la que se dirige el pensamiento pero que está fuera de éste y que actúa como ley o imposición. Lo que este autor postula, y busca a lo largo de toda su obra, es la necesidad de una nueva imagen del pensamiento, ya no basada en la repetición y la identidad en función de la verdad, sino, en la línea de Nietzsche, como inmanencia o juego de potencias que son las que, de alguna manera activan el pensamiento, que se plantea ahora y de este modo como un proceso creativo y no reproductivo: es el primer paso de la “inversión platónica” entendida como eliminación de lo trascendente y del simulacro como simple copia para pasar a concebirlo ahora como potencia en sí misma. Así, lo que regiría ahora el pensamiento, sería la noción de Diferencia como oposición a la identidad y un modelo rizomático en lugar de arborescente.

En función de esta formulación fundamental, expresada por Deleuze ya en sus primeras obras, resulta más sencillo entender el que tomo por segundo punto de partida, que es su noción de Cuerpo sin Órganos tomada de Artaud[3], en base a su concepción del Ser y el Sujeto. Basándose en Spinoza o Nietzsche, Deleuze considera que el Ser es unívoco. Se concibe como un Todo en el que confluyen distintas potencias singulares que suponen la diferencia en lo inmanente. Esto plantea un ser múltiple, como conjunto que no responde a un centro (Yo, Ente, Idea, Sujeto) ni a una ley (Sistema, Estado, Religión). Trasladándonos a un ejemplo de pensamiento en imágenes, Deleuze define con esto el Cuerpo sin Órganos opuesto al “cuerpo capitalista”[4]: un cuerpo sin organización, sin verdad, sin elementos preexistentes, definido sólo por los cambios de intensidad de las potencias que lo componen y que afectan a su naturaleza. Por este motivo, el ser así concebido sería pre-individual y pre-subjetivo, sin condiciones a priori de la experiencia, a la que deberíamos liberar de la subjetividad.

En relación a estas dos ideas podemos introducir otro elemento clave en el pensamiento de Deleuze en referencia al Tiempo: la idea de Devenir. Si ya no nos movemos en el mundo de las ideas, lo inmutable es sustituido por devenir. Por ello también el ser se concebirá ahora como Ser-Devenir, igualado a la Duración Temporal, según concepciones bergsonianos. La duración se entendería como un cambio cualitativo incesante que viene dado por el movimiento cualitativo[5] y la apertura al tiempo como creación de algo nuevo que va más allá del tiempo cronológico. Esto tiene también una implicación con respecto a la “imagen del pensamiento”, y es que, precisamente por su condición de imagen creativa, ya no puede sustraerse a las fuerzas del tiempo, que, como decía, se convierte en un parámetro a tener siempre en cuenta.

En función de todo lo expuesto, nos quedarían por tratar dos cuestiones metodológicas importantes para el tema que nos ocupa. Una es la Lógica. Si todo es devenir como cambio creativo en el que tendrá gran peso el azar, nos hallamos en Deleuze ante un caos activo ante el cual, la asociación de ideas supone una cierta resistencia. Plantea como dinámica para este Cuerpo sin Órganos, una lógica de la experiencia basada, obviamente, en una organización anterior a toda sistematización en órganos que sería el medio a través del cual podríamos pensar la sensación, la impresión y el propio cuerpo, a través del cual podríamos fijar el devenir del propio cuerpo.

La otra es la idea de Taxonomía, que es una lógica de categorías físicas, pertenecientes al plano de inmanencia. Esta noción está ligada a la importancia de la construcción del lenguaje en el pensamiento deleuziano y a la lógica de los signos, y la función que cumple es desestructurar las organizaciones en todos los aspectos del cuerpo, la sensación, la impresión, la imagen, etc. a través del aislamiento de categorías.

Pensamiento, Lenguaje e Imagen Cinematográfica

Antes de sus dos estudios sobre cine, Deleuze ya había influido en la teoría del cine a través de las críticas al psicoanálisis llevadas a cabo junto a Felix Guattari en El Anti-Edipo. Allí, condenaban el “imperialismo analítico” del complejo de Edipo como forma de “capitalismo perpetrado por distintos medios”[6], planteándose así destruir los dos pilares de la semiótica del cine, que eran Saussure y Lacan[7]. Abandona la idea lacaniana de que el deseo cinematográfico se desarrolla entorno a la “carencia” surgida del vacío entre un significante imaginario y su significado, y los métodos filmolingüísticos de Metz para pasar a basarse en la Teoría de los Signos de Pierce. También se opone a la semiología saussureana porque, según él, vacía al cine de su sustancia vital, que es el movimiento.

En función de estas ideas, y modificando la idea de Metz de que el cine es un lenguaje pero no un sistema lingüístico, Deleuze dice que “la lengua sólo existe como reacción frente a una materia no lingüística que ella transforma”[8]. Esta materia no lingüística se llamará “enunciable”, con elementos verbales pero también kinésicos, intensivos, afectivos y rítmicos, siendo “una masa plástica previa al lenguaje, una materia asignificante y asintágtica, una materia que no esté lingüísticamente formada, aunque no sea amorfa y esté formada semiótica, estética y pragmáticamente”[9]. Así, según el propio Deleuze[10], los fines del cine serían el auto-movimiento y la auto-temporalización, de modo que puede revelar algo sobre el espacio y el tiempo que no pueden revelar las otras artes. Si la imagen se hace sintagma y se reduce a enunciado, dejamos fuera su carácter constitutivo, que es el movimiento. La narración, por tanto, deriva del Especio y del Tiempo, que son la esencia del cine.

De este modo, la narración se fundaría en la imagen, dependería de ella, y el cine quedaría liberado del texto que lo hace “inalcanzable”, para pasar a expresarse en signos ópticos y sonoros puros. Si en el cine las imágenes son signos, que son los productores de Ideas, y la percepción es sustraer a la imagen lo que no nos interesa[11], el cine tendría la capacidad de restituir aquello que le falta, es decir, puede lograr una equivalencia entre lo que percibimos y la imagen. Así, podríamos decir que para Deleuze, el cine tendría la capacidad de acercarnos a una especie de mirada pre-humana. Sería capaz de liberar realmente el movimiento, entendido como encuentro entre percepción y materia, porque participa de imágenes materiales inmanentes, previas a la representación subjetiva, aunque se detenga en percepción, acciones efectos.

Para llegar a esta conclusión, Deleuze lleva a cabo una clasificación de las imágenes, una taxonomía en el sentido que ya hemos explicado, pero es la filosofía la que clasifica. Deleuze defiende que al cine deben aplicársele conceptos propios[12], puesto que, como hemos visto, también “piensa por sí mismo”, más allá de la imagen: no representa nada porque el cine es movimiento y tiempo mismo en un solo plano de inmanencia. La imagen ya no es una copia, sino que es el elemento que define algo exterior donde se desenvuelve el pensamiento. Es la filosofía la que debe constituir el plano de inmanencia, trazando nuevas regiones que pueblan los conceptos, también los cinematográficos: así se constituye la imagen del pensamiento, como superposición de imágenes en un tiempo estratigráfico. Lo que se nos está planteando aquí de nuevo es la creación de la nueva imagen del pensamiento: el cine no sólo puede estimular las capacidades críticas y creativas, sino que muestra también cómo funciona el pensamiento hasta su propio límite[13]. Este es el valor filosófico del cine para Deleuze: encuentra en él una reproducción del propio pensamiento a partir de la aplicación al cine de las teorías bergsonianas[14].

El Signo y otras Imágenes Artísticas

La idea del signo como productor de conocimiento no es exclusiva en Deleuze de sus estudios sobre cine. Recordemos que ya en Proust y los Signos se preguntaba: “¿En qué consiste la superioridad de los signos del Arte sobre todos los demás?[15]. La respuesta es que eran inmateriales, espirituales, siendo su esencia la unidad de signo y sentido, capaz de revelar el tiempo en estado puro y regida por las potencias de la diferencia y la repetición[16]. Esta esencia del arte se encarnaría materialmente en la pintura para el pintor, en el sonido para el músico, en las palabras para el escritor y, podría añadirse, en las imágenes para el cineasta.

En la imagen artística, tendríamos que aprender a discernir entre unas imágenes debilitadas y otras más fuertes que lleven a la transformación de nuestros modos de ver, es decir, a lo estético como forma de pensamiento o a la experimentación filosófica.

Esto ocurre no sólo en el caso del cine, sino también con la pintura. Para él, un ejemplo es la obra de Francis Bacon.

Si con respecto al cine Deleuze encarnaba la filosofía en la imagen, en Lógica de la Sensación la encarna en el cuerpo, puesto que aquí no considera el cuadro como imagen, sino como figura. Si la máxima representación de la “nueva imagen del pensamiento” es el Cuerpo sin Órganos, ante la pintura de Bacon podemos experimentarlo como sensación, a través de la relación del ojo con la figura, que es la sensación misma: la unión de lo que mira hacia adentro y lo que mira hacia afuera. Ésta se basará en la lógica de las sensación, que como ya hemos visto, se basa a su vez en el devenir. Si se trata de establecer un modelo sin organización y que rompa con las formas dogmáticas del pensamiento, Deleuze propone superar la figuración para aislarla en la Figura, de lo que pone como ejemplo a Cezánne.

Para explicarlo, Deleuze introduce la noción de actualidad como lo que está presente, en el sentido del Cronos estoico o del presente bergsoniano. La Figura es la forma sensible que actúa directamente sobre el sistema nervioso y provoca el pensamiento, sin tener nada de figural, de subjetivo: se atiene al hecho, no presenta historia ni organización, de modo que transmite sensación pura. Esta cuestión aparece también en sus estudios sobre cine: en La Imagen-Tiempo Deleuze afirma de nuevo que la esencia artística de la imagen es “producir un choque sobre el pensamiento, comunicar vibraciones al córtex, tocar directamente al sistema nervioso y cerebral”[17]. Pero dice a continuación que esta esencia sólo se da cuando el movimiento se hace automático, y obviamente, la imagen pictórica no tiene movimiento automático.

Si pensamos en su concepción de la teoría del cine como la aplicación filosófica de conceptos específicos que él mismo genera, podríamos pensar que la pintura tendrá también sus propios conceptos específicos: en este caso la esencia artística no se daría con el movimiento, sino con la materia pictórica, como hemos visto. Hemos dicho también que esta materia se encarna en la Figura, de modo que podemos afirmar que es ésta la que produce la sensación pura y con ella el pensamiento.

¿De qué manera la Figura produce la sensación pura? Haciendo visibles las fuerzas invisibles, y ello se logra “haciendo” movimiento, afirma Deleuze[18], algo que, por ejemplo Bacon, consigue gracias a la deformación de las figuras: son estáticas pero reflejan la potencia del movimiento, que es devenir. Con esto, podemos volver sobre lo que acabamos de decir sobre el cine y decir que también en la pintura así concebida la esencia se da por el movimiento, y esto conseguiría introducir también el tiempo en la pintura. Esto es una consecuencia lógica si consideramos, en la línea del pensamiento deleuziano, que la pintura de Bacon es la encarnación de Cuerpo sin Órganos: si éste era la forma del Ser-Devenir, también la pintura se hará devenir.

Continuando con la analogía entre esta concepción de la Figura como Sensación y el cine, podemos ver también como la sensación pura sería análoga a los signos ópticos y sonoros puros que, según Deleuze, caracterizarían al cine moderno, a la Imagen-Tiempo: éstos también serían sensación. Podríamos considerar la Figura aislada como un signo óptico puro, y llegar a la conclusión de que si, en el caso del cine, estos signos puros podían producir una imagen directa del tiempo, también la pintura restituye una imagen directa del tiempo, donde el movimiento está subordinado a éste, puesto que en el aislamiento de la Figura, la narración, las relaciones sensoriomotrices, han desaparecido. Si los procesos de producción de sensación en cine y pintura son análogos, podemos afirmar que el cine de la Imagen-Tiempo es también una representación del Cuerpo sin Órganos y que responde también, en el pensamiento de Deleuze, a la lógica de la sensación pura.

Notas

[1] De hecho, sólo trataré aquí la noción de Cuerpo sin Órganos, que no es más que una imagen metafórica en torno a la Deleuze articula su idea de una “nueva imagen del pensamiento”, que ejemplifica mediante la imagen plástica o cinematográfica. Sin embargo, cabría considerar también su noción de cuerpo fundamentada en las ideas de Autómata, Momia y en la idea de que el cuerpo “ya no es obstáculo que separa al pensamiento de sí mismo, lo que éste debe superar para conseguir pensar”[i], sino que el pensamiento se produce en el cuerpo, se sumerge en él para poder pensar lo impensado.

[2] La idea de partir de este punto de la filosofía de Deleuze proviene de un artículo titulado precisamente La Imagen del Pensamiento en Gilles Deleuze. Tensiones entre Filosofía y Cine, de Enrique Álvarez Asaín, publicado en la Revista Observaciones Filosóficas, Nº 5, 2007, que ha sido muy revelador para el presente análisis.

[3] Esta concepción nace en Artaud de su imposibilidad de pensar de forma articulada, lo que le lleva a liberarse de la organización y buscar la esencia de la palabra, tal como expresa en su correspondencia con Rivière.

[4] Como explica en El Anti-Edipo, el Cuerpo Capitalista sería sedentario, idéntico al un Yo, de espacio-tiempo material, con la idea de uno y de Ser como unidad, preexistente, Informativo, intentando reproducir una imagen y planteado como un Interior que resulta de algo Exterior, situado en el plano trascendente. El Cuerpo sin Órganos, sin embargo, sería nómada, basado en el Devenir y en un tiempo espiritual, con una idea múltiple y de Ser como devenir, en creación, expresivo y sin imagen, siendo interioridad y exterioridad a la vez y situado en el plano inmanente.

[5] Recordemos que para Bergson y Deleuze, el movimiento es inseparable de las cosas y consiste en una sucesión de instantes en el espacio. Pero el tiempo como verdadera duración no puede ser simplemente la medida del movimiento, sino que debe progresar en intensidad, aumentando el número de dimensiones en una especie de sucesión de presentes.

[6] Deleuze, G., El Anti-Edipo: Capitalismo y Esquizofrenia.

[7] Al primero lo atacaron porque pasaron del uso de metáforas lingüísticas para tratar la cultura a un vocabulario de flujos, energías y máquinas deseantes. Al sujeto edípico sojuzgado por una ilusión de Lacan, en base a que Edipo se había convertido para Freud en un mecanismo de represión útil para el capitalismo patriarcal porque reprime los deseos indisciplinados, Deleuze y Guattari proponen una forma utópica del deseo, donde la esquizofrenia no es una patología sino una subversión de los procesos del pensamiento burgués.

[8] Deleuze, G., La Imagen-Tiempo, Pág. 50.

[9] Ídem., pág, 45. Con relación a este aspecto, Deleuze se detiene también en analizar las teorías lingüísticas del cine en Pasolini, en las que también se basa en cierta medida.

[10] Entrevista con Gilbert Cabasso y Fabrice Revault d’Allones, en Cinema, n.º 334, 18 de Diciembre de 1985.

[11] Volvamos al Plano de Inmanencia Bergsoniano: las imágenes-cosas-movimiento actúan y reaccionan unas sobre otras, pero hay un tipo de imágenes especiales que sólo lo hacen en función de una de sus caras. Es el intervalo o Conciencia, donde sustraemos a la imagen lo que no nos interesa para la supervivencia.

[12] Íbid., nota 12.

[13] «La esencia del cine, que no es la generalidad de los films, tiene por objetivo más elevado el pensamiento, nada más que el pensamiento y su funcionamiento (…) El pensamiento, en el cine, es enfrentamiento de su propia imposibilidad y sin embargo de aquí obtiene una más alta potencia o nacimiento». Gilles Deleuze, La imagen-tiempo, pág. 225.

[14] “Los grandes autores del cine podrían ser comparados no sólo con pintores, arquitectos, músicos, sino también con pensadores. Ellos piensan con imágenes-movimiento y con imágenes-tiempo, en lugar de conceptos”. Deleuze, G., La Imagen-Movimiento, Paidós, Barcelona, 2003. Pág. 12.

[15] Deleuze, G., Proust y los Signos, Anagrama, Barcelona, 1995. Pág. 50.

[16] Ídem., Cap. IV, Los Signos del Arte y la Esencia.

[17] Íbid., nota 10. Pág. 209.

[18] Deleuze, G., Francis Bacon, Lógica de la Sensación, Arena, Madrid, 2002. Pág. 65.

Fuente: http://interartive.org/index.php/2010/07/imagen-cuerpo-deleuze/ Leer más

SOBRE EL CINE. Entrevista con Gilles Deleuze

SOBRE EL CINE
Entrevista con Gilles Dele
uze

21.3.05

Cien años de cine…, y esta es la primera vez que un filósofo se propone enunciar los conceptos propios del cine. ¿Cómo interpretar esta ceguera de la reflexión filosófica?

– Es cierto que los filósofos se han ocupado muy poco del cine, y eso los que han llegado a hacerlo. Sin embargo, se da una coincidencia. En el mismo momento de aparición del cine, la filosofía se esfuerza en pensar el movimiento. Pero puede que esta misma sea la causa de que la filosofía no reconozca la importancia del cine: está demasiado ocupada en realizar por cuenta propia una labor análoga a la del cine, quiere introducir el movimiento en el pensamiento, como el cine lo introduce en la imagen. Más que de una posibilidad de encuentro, se trata de dos investigaciones independientes. A pesar de todo, los críticos cinematográficos, al menos los mejores, se convierten en filósofos desde el momento en que proponen una estética del cine. No son filósofos de formación, pero se convierten en filósofos. Esta fue la aventura de Bazin.

¿Qué pediría usted en este momento a la crítica cinematográfica? ¿Qué papel debería desempeñar?

– La crítica cinematográfica se encuentra ante un doble escollo: tiene que evitar limitarse a una simple descripción de las películas, pero también debe cuidarse de no aplicar al cine conceptos que le son extraños. La tarea de la crítica es formar conceptos, que evidentemente no están dados en cuanto tales en las películas, pero que a pesar de ello sólo son aplicables al cine, a tal género cinematográfico o a tal película. Conceptos que son propios del cine, pero que sólo se pueden formar filosóficamente. No se trata de nociones técnicas ( travelling, continuidad, rupturas de la continuidad, amplitud o profundidad de campo, etc.), la técnica no vale nada si no está al servicio de los fines que implica pero que no se explican por ella.

Esos fines son los que configuran los conceptos cinematográficos. El cine realiza un auto–movimiento de la imagen, incluso una auto– temporalización: esta es su base, y este es el aspecto que yo he intentado estudiar. Pero, ¿qué puede revelarnos el cine acerca del espacio y del tiempo que no revelen las demás artes? Un travelling y una panorámica no presentan el mismo espacio. Es más, puede suceder que el travelling deje de trazar un espacio para sumirse en el tiempo (en Visconti, por ejemplo). He intentado analizar el espacio en Kurosawa y en Mizoguchi: en uno, es un continente que engloba, en el otro es una línea universal, y ambas cosas son muy distintas, no sucede lo mismo en un continente globalizador que en una línea universalizante. Las técnicas están subordinadas a estas grandes finalidades. Ahí radica la dificultad: se precisan monografías de los autores, pero hay que incorporar a esas monografías una diferenciación de los conceptos, de las especificaciones, de las reorganizaciones, que pone en juego al cine en su totalidad.

Su pensamiento está atravesado por la problemática de las relaciones entre cuerpo y pensamiento, ¿cómo excluir de tal problemática al psicoanálisis y su relación con el cine? ¿Cómo excluir a la lingüística y, en suma, a todos esos “conceptos ajenos”?

Es el mismo problema. Los conceptos que el psicoanálisis proponga en lo referente al cine deberían ser específicos, es decir, aplicables únicamente al cine. Siempre podemos relacionar el encuadre con la castración y el primer plano con el objeto parcial, pero no veo que eso pueda aportar algo al cine. Dudo incluso de que la noción de “lo imaginario” sea válida para el cine, que produce realidad. Se puede aplicar el psicoanálisis a Dreyer, pero esta aplicación, en este campo como en tantos otros, no añade gran cosa. Mejor sería una confrontación entre Dreyer y Kierkegaard, ya que este último pensaba también que todo consiste en “hacer” el movimiento, que sólo la “elección” podía hacerlo: esta decisión espiritual se ha convertido en un objeto apropiado para el cine. En nada nos ayudará un psicoanálisis comparado de Kierkegaard y Dreyer a la hora de avanzar en ese proble-[98]ma filosófico– cinematográfico. ¿Cómo puede llegar a ser objeto del cine la determinación espiritual? Es el mismo problema que, de modo muy diferente, encontramos en Bresson o en Rohmer, y en él está comprometido el cine en su totalidad, no un cine abstracto, sino el más emotivo, el más fascinante.

Lo mismo puede decirse de la lingüística: se ha contentado con suministrar conceptos que se aplican al cine desde fuera, como por ejemplo el concepto de “sintagma”. Al hacerlo, la imagen cinematográfica queda reducida a un enunciado, dejando entre paréntesis su carácter constitutivo: el movimiento. La narración es, en el cine, como lo imaginario: se trata de una consecuencia muy indirecta que se deriva del movimiento y del tiempo, no al revés. Lo que el cine narra es sólo aquello que le permiten narrar los movimientos y los tiempos de la imagen. Si el movimiento se regula mediante un esquema sensomotor (si presenta un personaje que reacciona ante una situación), entonces tendremos una historia. Al contrario, si el esquema sensomotor se desploma en provecho de movimientos no orientados, discordantes, entonces tendremos formas diferentes, devenires más que historias…

– En ello radica la importancia, en la que su libro profundiza, del neorrealismo. Una ruptura radical, vinculada evidentemente a la guerra (Rossellini o Visconti en Italia, Ray en América). No obstante, Ozu, antes que ellos, y Welles después, escapan a todo intento de periodización demasiado riguroso…

– Sí, si la ruptura decisiva tiene lugar tras la guerra, con el neorrealismo, es precisamente porque el neorrealismo da cuenta de la inutilidad de los esquemas sensomotores: los personajes ya no “pueden” reaccionar ante unas situaciones que les sobrepasan, porque son demasiado horribles, o demasiado bellas, o irresolubles… Nace entonces una nueva estirpe de personajes. Pero nace, sobre todo, de la posibilidad de temporalizar la imagen cinematográfica: es tiempo puro, un poco de tiempo en estado puro, y no ya movimiento. Esta revolución cinematográfica se estaba preparando, en otras condiciones, en Welles, y en Ozu mucho antes de la guerra. Welles produce un espesor temporal, capas distintas de tiempo que coexisten, reveladas por la profundidad de campo, en un escalonamiento propiamente temporal.

Lo que tienen de cinematográfico las célebres naturalezas muertas de Ozu es que expresan el tiempo como forma inmutable en un mundo que ya ha perdido sus referencias sensomotrices.

– Pero, ¿a qué criterios podrían referirse tales cambios? ¿Cómo podrían ser evaluados, tanto estéticamente como de otras maneras? En suma, ¿en qué puede apoyarse la valoración de una película?

– Creo que hay un criterio especialmente importante, que es la biología del cerebro, una micro–biología. Está en constante transformación, acumulando descubrimientos extraordinarios. Los criterios no los podrán suministrar ni el psicoanálisis ni la lingüística, sino la biología del cerebro, porque se trata de una disciplina que no presenta el inconveniente de las otras dos (aplicar conceptos ya formados).

Podríamos considerar el cerebro como una materia relativamente indiferenciada, y se trataría, entonces, de saber qué circuitos, qué tipo de circuitos se trazan (imagen–movimiento o imagen–tiempo), puesto que los circuitos no preexisten.

Consideremos una obra como la de Resnais: es un cine cerebral, incluso aunque sea de lo más divertido o de lo más emotivo. Los circuitos implicados en los personajes de Resnais, las ondas en las que se instalan, son circuitos cerebrales, ondas cerebrales. El cine en su totalidad vale tanto como los circuitos cerebrales que consigue instaurar, precisamente gracias a que la imagen está en movimiento. “Cerebral” no quiere decir intelectual: hay un cerebro emotivo, pasional… Sobre este asunto, el problema fundamental atañe a la riqueza, a la complejidad y a la textura de estos dispositivos, conexiones, disyunciones, circuitos y cortocircuitos. La mayor parte de la producción cinematográfica, con su violencia arbitraria y su erotismo blando, revela una deficiencia del cerebelo, en lugar de invención de nuevos circuitos cerebrales. El ejemplo de los clips es emblemático: se abría la posibilidad de un nuevo campo cinematográfico muy interesante, pero ha sido inmediatamente conquistado por esa deficiencia generalizada y organizada. La estética no es indiferente a estos problemas de cretinización y de cerebralización. Crear nuevos circuitos es algo que corresponde
tanto al cerebro como al arte.

–A priori, el cine parece mejor instalado en la ciudad que la filosofía. ¿Qué tipo de práctica podría colmar esa separación?

–No estoy seguro de que sea así. No creo, por ejemplo, que los Straub, incluso considerados como cineastas políticos, hayan gozado de una inserción cómoda en la “ciudad”. Toda creación tiene un valor político y un contenido político. El problema es lo mal que todo esto se aviene con los circuitos de información y de comunicación, que son circuitos prestablecidos y degenerados de antemano. Todas las formas de creación, incluso la posible creación televisiva, tienen en esos circuitos su enemigo común. Sigue siendo una cuestión cerebral: el cerebro es la cara oculta de todos los circuitos: pueden triunfar los reflejos condicionados más rudimentarios tanto como los movimientos más creativos, los que tienen conexiones menos “probables”. El cerebro es un volumen espaciotemporal: corresponde al arte trazar en él nuevas vías de actualización. Puede hablarse de sinapsis, conexiones y desconexiones cerebrales: no hay las mismas conexiones, ni se trata de los mismos circuitos, por ejemplo, en Godard y en Resnais.

Pienso que la importancia o el alcance colectivo del cine depende
de este tipo de problemas.

Cinema, n.º 334, 18 de Diciembre de 1985, entrevista con Gilbert Cabasso y Fabrice Revault d’Allones

Fuente: http://tijuana-artes.blogspot.com/2005/03/sobre-el-cine.html Leer más

La teta asustada de Claudia Llosa. GISELA CÁNEPA-KOCH

La teta asustada de Claudia Llosa

GISELA CÁNEPA-KOCH | PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ

La Teta Asustada/The Milk of Sorrow. Dir. Claudia Llosa. Spanish with English subtitles. 95 minutes. Peru, 2009.

La teta asustada, traducida al inglés como The Milk of Sorrow, es el segundo largometraje de ficción de la cineasta peruana Claudia Llosa, actualmente radicada en Barcelona. La película ha sido galadornada con el Oso de Oro del Festival de cine en Berlin (2009) y nominada al Oscar (2010) en la categoría de mejor película extranjera.
La película nos narra la historia de Fausta, hija de los años de violencia política, quien se encuentra en la situación de tener que llevar el cadáver de su madre de regreso a la sierra para darle sepultura. Aunque ya radicada en Lima con su madre en casa de parientes, la memoria de Fausta está fuertemente marcada por las historias de violencia contra las mujeres campesinas y quechua hablantes de la sierra durante la guerra interna en el Perú, de la que su propia madre fuera una víctima directa. Es el miedo heredado lo que lleva a Fausta, inspirada en la leyenda de una mujer quechua que resistió la guerra, a colocarse una papa en la vagina con el objetivo de mantener alejados a los hombres. Sin embargo, en su afán de enterrar a su madre, establece una serie de vínculos con personajes distintos, lo que inicia una transformación que le permite reconocerse y afirmarse en nuevos términos. Fausta encarna a aquella generación de la posguerra que hace justicia a la memoria de sus víctimas, pero que se resiste a su propia victimización.

Me interesa compartir algunas reflexiones en torno a la película, que provienen desde una mirada antropológica -por lo tanto, no entraré en consideraciones estéticas, o de crítica cinematográfica. Empiezo anotando la necesidad de considerar la película como una forma de representación cultural y de intervención y deliberación públicas en torno a temas como violencia política, memoria e identidades de género y étnicas en el Perú. En ese sentido, La teta asustada juega un papel importante en dos sentidos. Primero, porque interactúa con otros enunciados sobre el proceso de violencia política y sus secuelas, lo que contribuye a la generación de una multiplicidad de miradas que den cuenta de la complejidad de los procesos culturales y políticos en el Perú. El guión de la película, escrito por la propia Claudia Llosa, está inspirado en la investigación de la antropóloga estadounidense Kimberly Theidon, titulada Entre prójimos. Este texto, escrito para un público académico, problematiza desde una perspectiva etnográfica las formas culturalmente específicas mediante las cuales mujeres víctimas de la violencia han tratado de lidiar con el dolor y el miedo. Desde la ficción y desde la mirada de una subjetividad femenina, la película se entrelaza, dialoga y delibera entonces con otros géneros discursivos que se ocupan de problemáticas y poblaciones similares.

En segundo lugar, la película generó un álgido debate público. El estreno de La teta asustada en el mes de abril del 2009 en Lima, no solo se dio en el marco de las expectativas surgidas por el premio que la película recibiera en el mes de febrero, sino también en el marco del debate que generara la película anterior de Claudia Llosa, titulada Madeinusa1. Tanto así que antes del estreno de La teta asustada, ésta ya había sido objeto de polémicas en los medios y principalmente en Internet. El debate giraba sobre todo en torno al argumento, ya ampliamente expuesto con respecto al caso de Madeinusa, según el cual la directora estaba ofreciendo una representación inexacta, exotizante y discriminadora del mundo andino. Por lo tanto, a través de sus películas se estaría creando una imagen equivocada de los hombres y mujeres del Ande y por extensión del Perú.

Me interesa partir de una breve referencia al trasfondo de estos argumentos porque encuentro que aluden a un problema central de las políticas y poéticas colonialistas de representación del mundo andino, y porque pienso que es con respecto a este punto que puede encontrarse uno de los logros culturales de La teta asustada.

Detrás de los argumentos que reclaman la falta de realismo social o documental cuando el mundo andino es representado cinematográficamente, se encuentra en realidad un profundo y arraigado sesgo colonialista, fundado en una larga tradición visual (fotográfica y cinematográfica). Esta tradición ha disciplinado y normalizado nuestra mirada del mundo andino y nos ha enseñado a ver al hombre andino esencialmente como objeto de apreciación y valoración documental y etnográfica, es decir como objeto de escrutinio y representación científica.

La condición colonial del mundo andino radica pues en aspectos tan sutiles como en la imposibilidad de imaginar al hombre y la mujer andinos como personajes de ficción, y por lo tanto como sujetos en los cuales uno se puede reconocer, es decir, como posible interlocutor, o eventualmente como sujeto histórico, constructor de su propio destino. Tal economía visual, presente desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, por ejemplo en las postales costumbristas, la fotografía y el cine indigenistas, en la publicidad turística, y en las imágenes que muestran a los destinatarios de diversos programas de desarrollo, ha contribuido a exotizar, a veces en su versión romántica, aunque no menos jerarquizante, al hombre y la mujer andinos.

Dentro de esta misma línea de argumentación pienso que la posibilidad de que el hombre y la mujer andinos puedan ser tratados y vistos como sujetos de ficción constituye en si mismo un reto y una oportunidad para el cine peruano contemporáneo. Este podría marcar una diferencia con respecto a la tradición visual a la que he aludido, contribuyendo a la descolonización del mundo andino a través de una economía visual que lo “des-documentalice”.

En tal sentido, el cine de Claudia Llosa constituye una legítima y necesaria exploración de nuevas formas de representación del mundo andino popular, y de tratamiento del asunto de la diversidad cultural. Los problema en términos de representación cultural que plantea Madeinusa no se debían, pues, a la falta de precisión etnográfica, sino al tratamiento narrativo de los personajes y de los encuentros interculturales que se dan en la historia. Pero lo que Claudia Llosa no llega a realizar en términos de representación cultural en Madeinusa, sí constituye uno de los logros principales de La teta asustada.

Paso entonces a señalar aquellos aspectos narrativos de la película que contribuyen a que, a través de la ficcionalización del mundo andino popular, se logre un acercamiento a éste que trasciende una mirada colonialista y exotizante.

(i) A pesar de las diferencias culturales que puedan existir entre audiencias diversas y el personaje de Fausta, considero que la película permite que el público se identifique con Fausta. Esto se debe a que Claudia Llosa nos narra una historia y empresa personales – el deseo de enterrar a la madre – con las cuales es posible reconocerse más allá de las especificidades culturales y sociales implicadas en el modo como Fausta las afronta.

(ii) Por otro lado, destaca el hecho que en La teta asustada, el español, el quechua y el canto, como género expresivo, no son tratados como marcas culturales sino como recursos simbólicos y narrativos que se ponen al servicio de la historia que se quiere contar. En otros contextos, ha sido precisamente el extenso uso del quechua, y el de otras expresiones culturales como el traje, los rituales y las danzas, como simples marcadores de identidad, lo que ha contribuido a una poética visual en la cual el sujeto andino ha sido documentalizado y objetivado como el “otro cultural”. La reducción de repertorios culturales a meros referentes taxonómicos impide que el sujeto andino exista a través de ellos como personaje al interior del mundo ficcionado de una película, ya que tales marcas de identidad lo terminan remitiendo una y otra vez a un mundo social que existe fuera de la película.

(iii) Por el contrario, en La teta asustada, es a través del uso selectivo del quechua, del español y del canto que los personajes tejen sus relaciones sociales, pero también establecen fronteras sociales. Estos sirven como recursos narrativos para contar la historia, a la vez que se presentan en la película como repertorios culturales de los que disponen los propios personajes para lidiar con sus condiciones existenciales y sociales: en este caso, el dolor, el miedo y la condición marginal. En tal sentido, un ejemplo emblemático es el canto, que vincula a Fausta con su madre y que es el lenguaje a través del cual se busca lidiar con el recuerdo de una experiencia traumática y darle sentido, pero que luego es el objeto del intercambio que se establece entre Fausta y la señora de la casa donde trabaja. También lo es la escena en el carro cuando el comentario entusiasta de Fausta, en español, acerca de la acogida que ha tenido el concierto de piano provoca la reacción de rechazo de parte de la señora de la casa, quien no admite una comunicación en otros términos.

(iv) Considero que este tratamiento del quechua y del canto como repertorios contextualmente utilizados por los personajes para dar respuestas a sus condiciones sociales y existenciales funciona en dos sentidos:

a. Uno: Crea un mundo de ficción contenido en sí mismo, de modo que por ejemplo, como audiencia ya no nos preguntemos si introducirse una papa en la vagina como forma de protección frente aun mundo hostil y violento es algo que realmente se practica en los Andes. Entendemos que se trata de un recurso simbólico y narrativo y lo leemos en esos términos. Ya no nos sentimos impulsados a asociar los personajes andinos y sus acciones con referentes sociales externos a la historia contada. En otras palabras, la película tiene éxito en des-documentalizar al sujeto andino, admitiendo su tratamiento como sujeto de ficción.

b. Dos: Invita a comprender prácticas culturalmente específicas en términos de repertorios culturales que sirven para dar sentido y que son puestos en acción de manera contextualizada y estratégica; y no como prácticas tradicionales, retrógradas e ignorante a las cuales los sujetos tienen un apego incondicional e irreflexivo. A través de la ficción, entonces, el sujeto andino adquiere la condición de actor de su propia historia, a la vez que se trascienden modelos dicotómicos que distinguen entre mundos tradicionales y modernos, rurales y urbanos, primitivos y civilizados, progresistas y retrógrados.

Para terminar, quisiera hacer una breve referencia al tema de la memoria al que también nos invita a pensar la película. Esta nos sugiere pensar el tema de la memoria y también la reconciliación en términos generacionales. Los estudios y debates sobre el tema ponen especial énfasis en los aspectos étnicos y de género. Sin embargo, considero que el aspecto generacional con respecto a preguntas como qué se recuerda, quién recuerda, cómo y a quién se transmiten los recuerdos, e incluso desde qué lugar geográfico se recuerda, aún está descuidado. En tal sentido, la película también problematiza el hecho que ni el recordar ni la reconciliación sean prerrogativa de la generación víctima de la violencia o de sus pares. Ambos, memoria y reconciliación deben entenderse también desde lugares generacionales y geográficos diversos. Es Fausta y ya no su madre la que asume la tarea de recordar y también de reconciliarse con la vida.

Gisela Cánepa-Koch es Profesora asociada y coordinadora del programa Antropología Visual en el Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú en Lima.

Notas

1 Para más información, ver http://blog.pucp.edu.pe/item/55204

Fuente: http://hemi.nyu.edu/hemi/en/e-misferica-71/canepa-koch Leer más

La cinta blanca.Alvaro Vargas LLosa

La cinta blanca

Autor: Álvaro Vargas Llosa

Washington DC.- No sé si ganará el Oscar a la Mejor Película Extranjera –y el que una pariente extraordinariamente talentosa de este servidor sea directora de un film que compite en la misma categoría me desgarra la conciencia–, pero “La cinta blanca”, del austríaco Michael Haneke, es una de las mejores candidatas de que yo tenga memoria.

La película narra la historia de cómo el tejido de un mundo perfecto –un pueblo ficticio del norte de Alemania dominado por un terrateniente, un pastor y un médico en vísperas de la Primera Guerra Mundial– se deshilacha por completo.

Unos acontecimientos misteriosos –el alambre que provoca un accidente al médico que monta a caballo, el secuestro y golpiza al hijo del barón, el incendio del granero, la paliza que casi ciega al retoño de la comadrona– amojonan el descenso de esta comunidad en la sospecha y la culpa. Diversos episodios privados de debilidad y crueldad –el pastor puritano que impide que su hijo se toque de manera impura amarrándolo a una cama, el médico que tiene un encuentro aparentemente incestuoso con su hija, el campesino servil que rechaza vengar la muerte de su esposa ante la súplica de sus hijos– dejan abiertas muchas posibilidades con respecto a quién es responsable de los extraños acontecimientos.

Nunca nos lo revelan. Las víctimas de los abusos tienen motivos para el rencor pero sus propias acciones, en esta historia narrada años más tarde en “off” por el maestro de la escuela, también suscitan dudas. El autor o los autores de los hechos inexplicables a veces lastiman a los culpables de haber abusado de los débiles pero a veces dañan a otros habitantes inocentes del pueblo. Es como si responder al mal con el mal fuese un acto redentor aun cuando el blanco de la venganza no sea el culpable.

Haneke emplea una sobriedad de medios que es la clave genial de la película. Nada aquí resulta melodramático. La historia procede en un tono y ritmo impersonal que es a un tiempo escalofriante y subyugante. El que los culpables nunca nos sean revelados subraya esa ambigüedad de la naturaleza humana que toda la película sugiere. El pastor, un monstruo de la disciplina que hace que sus hijos luzcan una cinta blanca como símbolo de vergüenza, se conmueve de verdad por el cuidado que su hijo le dispensa a un pajarito; el médico que humilla a su propia amante también salva vidas humanas en la aldea.

Ni siquiera los niños que padecen este implacable orden luterano quedan exentos de la ambigüedad moral; ellos son tal vez los autores secretos de los misteriosos acontecimientos. Esta es la generación que algunos años más tarde llevará al poder al nazismo en Alemania. Algunos críticos han señalado que la represión del viejo orden planta las semillas del fanatismo en esos niños. Pero la lectura opuesta también es posible: que la incapacidad de la generación joven para acabar con ese orden por una vía evolutiva es la que conduce, en última instancia, a la violencia. El narrador lo deja entrever, diciéndonos que reconstruir la historia del pueblo puede servir para entender los acontecimientos posteriores en Alemania.

La película está en blanco y negro, lo que pone distancia entre nosotros y los acontecimientos, y empapa todas las escenas de una humedad psicológica. La técnica de Haneke debe algo a su desprecio por la forma en que la televisión de hoy entumece las emociones y la pasión moral de la gente. Y no es un intelectual aislado en una torre de marfil. Trabajó en televisión, como lo hizo su padre. Pero se fue asqueando con la forma en que la búsqueda del mínimo denominador común ha convertido a cierta televisión en un mundillo complaciente y autorreferente en el que lo convencional pasa por rebelde, los bajos fondos se disfrazan de libertad y el chisme canijo exonera a la pantalla del esfuerzo de ser creativa.

Puede que Haneke exagere un poco: “60 Minutes” sigue entre los programas más vistos en los Estados Unidos, los programas culturales de Bernard Pivot fueron una sensación en Francia hasta hace poco, las repeticiones de “Yes, Minister” siguen siendo un éxito y hay animadores que ponen un humor inteligente al servicio de la crítica política. Pero al director austríaco no le falta mucha razón. La técnica cinematográfica de Haneke es el polo opuesto de la televisión como exacerbación de lo banal.

Hacia el final de “La cinta blanca”, la baronesa le anuncia a su marido que lo va a dejar por un sofisticado y brioso banquero italiano. El antiguo orden se desmorona así, vencido por la irresistible burguesía capitalista. Pero ella ignora que antes de que triunfe la sofisticación liberal de su banquero, Europa tendrá que padecer la guerra, el totalitarismo y otra vez la guerra.

Fuente: http://peru21.pe/impresa/noticia/cinta-blanca/2010-02-27/269046 Leer más

Cine literatura, cuando la violencia se transforma en arte

Cine literatura, cuando la violencia se transforma en arte

Por: Freddy Avilés

Viernes 23 de octubre del 2009

La violencia es un fenómeno social que ha estado presente en la vida del ser humano desde sus orígenes. América Latina no se ha librado de este mal. Los sectores vinculados con el arte, en especial el cine y la literatura, han hurgado en estos hechos. En Perú y Colombia, por ejemplo, en los últimos años ha surgido una corriente de creadores que ha plasmado el tema de violencia en sus obras.

Después de la experiencia de casi quince años de guerra civil, con un saldo de más de 60.000 muertos, producida por la acción de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso, desde 1980, y la represión de las fuerzas de seguridad, en Perú se han producido trabajos que retratan la crueldad del conflicto y las secuelas que han dejado en la sociedad.

El escritor Mario Vargas Llosa en su novela Lituma en los Andes (1993), narra las investigaciones realizadas por dos miembros de las fuerzas de seguridad sobre unas extrañas desapariciones ocurridas en un recóndito pueblo de la sierra andina, en el marco de la presencia de Sendero Luminoso. Los investigadores tendrán que enfrentarse a sus propios miedos y a la represión indiscriminada del Ejército.

En el 2006, Santiago Roncagliolo publicó Abril rojo (Premio Alfagura de Novela), relato en clave de novela policial, sobre las vivencias de Félix Chacaltana, un fiscal distrital que tiene que investigar una serie de asesinatos rituales cometidos en la localidad de Ayacucho, lugar donde la guerrilla comenzó su lucha armada.

El autor volvió a insistir sobre el tema con la obra La cuarta espada (2007), que bucea en los orígenes de Sendero y trata de hilar una biografía de su líder, Abimael Guzmán.

El argumento de La hora azul (2006), premio Herralde de novela, de Alfonso Cueto, narra la historia de un abogado que tiene que buscar a una mujer que fue víctima de la represión del Ejército, lo que lo llevará a hurgar en los fantasmas del pasado de su padre militar.

El cine peruano también ha plasmado esos duros años. Francisco Lombardi dirigió En la boca del lobo (1988). Le seguiría Mariposa negra (2007), acercamiento a la corrupción del gobierno de Alberto Fujimori. Un estreno reciente es la cinta Tarata (2009), de Fabrizio Aguilar, sobre el atentado con coche bomba en el exclusivo barrio de Miraflores por Sendero, que costó la vida de decenas de personas. El mismo Aguilar dirigió anteriormente Paloma de papel (2003), que habla del reclutamiento de niños por parte de las fuerzas en conflicto.

Y está también la última producción de Claudia Llosa, La teta asustada, ganadora del Oso de Oro y el Premio de la Crítica del Festival de Berlín, una reflexión ya no sobre la guerra, sino sobre las secuelas que esta dejó en la población civil y en especial en las mujeres, que fueron las víctimas de esta época. Película con una fuerte carga psicológica y llena de elementos míticos del mundo indígena.

Otro país con un problema similar y de vieja data es Colombia. El conflicto guerrillero de ese país se acompañó de otras formas violentas de ataques a la sociedad, como el narcotráfico. La descripción de este periodo y el impacto en la sociedad han sido recogidos en varias novelas, que establecen una especie de divorcio con la literatura del boom representada en la figura de García Márquez.

Fernando Vallejo tiene una novela titulada La Virgen de los sicarios (1993), narración sobre un viejo intelectual homosexual que llega a Medellín para morir y lo que encuentra es una ciudad sumergida en una espiral de violencia. Exponente de ella son jóvenes sin destino que hallan en el sicariato la única forma de ascender económicamente. Esta obra fue llevada al cine por Barbet Schroeder con el título del mismo nombre (2000).

Laura Restrepo entregó La multitud errante (2001), narración sobre los desplazados por la brutalidad de la guerra, y que muestra cómo en medio de este dolor puede existir espacio para la solidaridad.

Con la temática del narcotráfico Jorge Franco escribió su novela Rosario Tijeras (1999), relato sobre la ficticia reina de los sicarios en Medellín, mujer que no vacila en castrar a sus enemigos con el artefacto de costura. Historia sórdida basada en los testimonios de decenas de mujeres sicarias encerradas en los penales colombianos. En esa novela se inspiró Emilio Maillé para realizar una cinta homónima (2005) interpretada por Flora Martínez.

Víctor Gaviria realizó varias cintas centradas en las violentas calles de Medellín y utiliza a niños de la calle consumidores de pegamento para retratar a una infancia camino a la perdición en La vendedora de rosas (1997(. En suma y restas se habla de cómo el narcotráfico puede corromper la vida de las personas comunes y corrientes conduciéndoles a la destrucción.

Está también Golpe de estadio (1998), cinta de Sergio Cabrera, sobre cómo el fútbol puede superar las diferencias. En el marco de un partido de las eliminatorias del Mundial 1994, soldados de un destacamento militar y guerrilleros hacen una tregua para poder mirar el juego por TV. Estos trabajos muestran que el celuloide o el papel se han convertido en depositarios de la memoria.

Fuente: http://www.eluniverso.com/2009/10/23/1/1421/cine-literatura-cuando-violencia-transforma-arte.html Leer más

Sobre cine. Roland Barthes

Sobre el cine*

Roland Barthes

Abrimos aquí una serie de entrevistas con ciertos testigos notables de la cultura contemporánea.
El cine se ha vuelto un objeto de cultura al mismo titulo que los demás, y todas las artes, todos los pensamientos, tienen que referirse a él, como él a ellos. Es este fenómeno de información recíproca, a veces evidente (no siempre se trata de los mejores casos), a menudo difuso, el que querríamos, entre otras cosas, tratar de precisar en estas conversaciones.
El cine, siempre presente, sea en último término o sea en primer plano, será situado, por lo menos así lo esperamos, en una perspectiva más amplia, que nos pueden hacer olvidar el archivismo o la idolatría (los cuales también cumplen su papel).
Roland Barthes, autor de El grado cero de la escritura, de Mitologías, de un Michelet, de Sur Racine, así como de innumerables y muy estimulantes artículos (dispersos hasta el presente en Théâtre Populaire, Arguments, la Revue de Sociologie Française, Les Lettres Nouvelles, etc., pero cuya recopilación próxima esperamos), primer desbrozador y comentador francés de Brecht, es el primero de nuestros huéspedes de honor.

¿Cómo integra usted el cine en su vida? ¿Lo considera como espectador, y como espectador crítico?

Tal vez sería necesario partir de los hábitos de cine, de la manera en que el cine llega a nuestra vida. Yo no voy muy seguido al cine, apenas una vez por semana. En cuanto a la elección del film, en el fondo no es jamás totalmente libre; no cabe duda que preferiría ir al cine solo, porque para mí el cine es una actividad enteramente proyectiva; pero como consecuencia de la vida social es más frecuente que vayamos al cine en pareja o todo un grupo y, a partir de ese momento, la elección se vuelve, lo queramos o no, forzada. Si yo eligiera de manera puramente espontánea, mi elección tendrá que tener un carácter de improvisación total, liberada de todo tipo de imperativo cultural o cripto-cultural, guiada por las fuerzas más oscuras de mí mismo. Lo que plantea un problema en la vida del usuario de cine es que existe una suerte de moral más o menos difusa de las películas que hay que ver, impera tivos de origen cultural forzosamente, que son bastante fuertes cuando se pertenece a un medio cultural (aunque más no sea porque hay que ir en contra para ser libre). Algunas veces eso tiene su lado bueno, como todos los esnobismos. Uno siempre está un poco dialogando con esta especie de ley del gusto cinematográfico, que es tanto más fuerte probablemente cuanto más fresca es esta cultura cinematográfica. El cine ya no es más algo primitivo; ahora se distinguen en él fenómenos de clasicismo, de academismo y de vanguardia y uno se encuentra colocado por la evolución misma de este arte, en el medio de un juego de valores. De tal modo, cuando elijo, las películas que hay que ver entran en conflicto con la idea de imprevisibilidad total que representa el cine todavía para mí y, de manera más precisa, con las películas que espontáneamente querría ver pero que no son las películas seleccionadas por esa especie de cultura difusa que está haciéndose.

¿Qué piensa usted del nivel de esta cultura, todavía muy difusa, cuando se trata del cine?

Es una cultura difusa porque es confusa. Quiero decir con esto que en el cine hay una especie de entrecruzamiento posible de los valores: los intelectuales se ponen a defender las películas de masas y el cine comercial puede absorber con gran rapidez las películas de vanguardia. Esta aculturación es propia de nuestra cultura de masas y del cine comercial, pero tiene un ritmo diferente según los géneros: en el cine parece muy intensa; en literatura los cotos están mucho mejor guardados; no creo que sea posible adherir a la literatura contemporánea, la que se hace actualmente, sin un cierto saber incluso técnico, porque el ser de la literatura está puesto en su técnica. En suma, la situación cultural del cine es actualmente contradictoria: moviliza técnicas, de allí la exigencia de un cierto saber y un sentimiento de frustración si no se lo posee, pero su ser no está en su técnica, contrariamente a la literatura: ¿se imagina usted una literatura-verdad, análoga al cine-verdad? Con el lenguaje sería imposible, la verdad es imposible con el lenguaje.

Sin embargo, nos referimos constantemente a la idea de un “lenguaje cinematográfico”, como si la existencia y la definición de ese lenguaje fueran emitidas universalmente, ya sea que se tome la palabra “lenguaje” en un sentido puramente retórico (por ejemplo las convenciones estilísticas atribuidas al contrapicado o al travelling), ya sea que se lo tome en un sentido muy general, como relación de un significante y de un significado.

En lo que a mí concierne, probablemente porque no he logrado integrar el cine a la esfera del lenguaje, lo consumo de una manera puramente proyectiva y no como un analista.

¿No habría, si no imposibilidad, al menos dificultad del cine para entrar en esta esfera del lenguaje?

Se puede tratar de situar esta dificultad. Nos parece, hasta el presente, que el modelo de todos los lenguajes es la palabra, el lenguaje articulado. Ahora bien ese lenguaje articulado es un código, utiliza un sistema de signos no analógicos (y que en consecuencia pueden ser, y son, discontinuos); a la inversa, el cine se ofrece a primera vista como una expresión analógica de la realidad (y además, continua); y una expresión analógica y continua, no sabemos por cuál punta tomarla para introducir, comenzar en ella un análisis de tipo lingüístico; por ejemplo ¿cómo hacer variar el sentido de una película, de un fragmento de película? Así pues, si el crítico quisiera tratar al cine como un lenguaje, abandonando la inflación metafórica del término, debería primero discernir si hay en el continuo fílmico elementos que no son analógicos, o que tienen una analogía deformada, o transpuesta, o codificada, provistos de una sistematización tal que se los pueda tratar como fragmentos de lenguaje; éstos son problemas de investigación concreta que no han sido abordados todavía, que podrían serlo al principio por especies de tests fílmicos, a partir de allí se vería si es posible establecer una semántica, incluso parcial (sin duda parcial), de la película. Se trataría, aplicando los métodos estructuralistas, de aislar elementos fílmicos, de ver cómo son entendidos, a cuáles significados corresponden en tal o tal caso, y, haciendo variar, de ver en qué momento la variación del significante implica una variación del significado. Entonces habríamos aislado en la película unidades lingüísticas con las que luego se podrían construir las “clases”, los sistemas, las declinaciones.(1)

¿Esto no coincide con ciertas experiencias hechas al fin de la época muda, en un plano más empírico, principalmente por los soviéticos, y que no han sido muy concluyentes, salvo cuando esos elementos de lenguaje fueron retomados por un Eisenstein en el interior de una poética? Aunque cuando esas búsquedas se quedaron en el plano de una pura retórica, como un Pudovkin, fueron inmediatamente contradichas: todo ocurre en el cine como si desde el momento en que se avanzara en una relación semiológica, ésta fuera inmediatamente contradicha.

De todas maneras, si se llegara a establecer una especie de semántica parcial sobre puntos precisos (es decir para significados precisos), tendríamos muchas dificultades para explicar por qué todo el film no está constituido como una yuxtaposición de elementos discontinuos; nos encontraríamos con el segundo problema, el de lo discontinuo de los signos -o el del continuo de la expresión.

Pero, aunque llegáramos a descubrir esas unidades lingüísticas, ¿estaríamos acaso un paso más adelante, ya que no están hechas para ser percibidas como tales? La impregnación del espectador por el significado se realiza en otro nivel, de manera diferente a la impregnación del lector.

Sin duda tenemos todavía una visión muy estrecha de los fenómenos semánticos, y lo que en el fondo nos cuesta más comprender es lo que se podría llamar las grandes unidades significantes; incluso dificultades en lingüística, puesto que la estilística apenas avanzó (existen estilísticas psicológicas pero no estructurales todavía). Probablemente la expresión cinematográfica pertenece también a este orden de las grandes unidades significantes, que corresponden a significados globales, difusos, latentes, que no son de la misma categoría que los significados aislados y, discontinuos del lenguaje articulado. Esta oposición entre una microsemántica y una macrosemántica constituiría tal vez una manera diferente de considerar al cine como un lenguaje, abandonando el plano de la denotación (acabamos de ver que es bastante difícil aproximarse a las unidades primeras, literales) para pasar al plano de la connotación, es decir al de significados globales, difusos y, de alguna manera, segundos. Se podría comenzar aquí por inspirarse en los modelos retóricos (y ya no literalmente lingüísticos) aislados por Jakobson, dotados por él de una generalidad extensiva al lenguaje articulado y que él mismo aplicó al cine; quiero hablar de la metáfora y de la metonimia. La metáfora es el prototipo de todos los signos que pueden sustituirse unos a otros por similaridad; la metonimia es el prototipo de todos los signos cuyo sentido se encuentra porque entran en contigüidad, en contagio se podría decir; por ejemplo un calendario que se deshoja es una metáfora; y uno estaría tentado de decir que en el cine todo montaje, es decir toda contigüidad significante, es una metonimia, y puesto que el cine es montaje, el cine es un arte metonímico (por lo menos ahora).

Pero ¿el montaje no es al mismo tiempo un elemento no delimitable? Porque todo es montable, desde un plano de revólver de seis imágenes hasta un gigantesco movimiento de cámara de cinco minutos que muestre trescientas personas y una treintena de acciones entrecruzadas; ahora bien, se puede montar uno después de otro esos dos planos -que no por eso estarán en el mismo plano…

Creo que lo que sería interesante hacer es ver si un procedimiento cinematográfico puede ser convertido metodológicamente en unidades y significantes; si los procedimientos de elaboración corresponden a unidades de lectura del film; el sueño de todo crítico es poder definir un arte por su técnica.

Pero los procedimientos son todos ambiguos; Por ejemplo, la retórica clásica dice que el picado significa aplastamiento; ahora bien vemos doscientos casos (por lo menos) en los que el picado no tiene en absoluto ese sentido.

Esta ambigüedad es normal pero no es ella la que estorba en nuestro problema. Los significantes son siempre ambiguos; el número de significados excede siempre al número de significantes: sin eso no existiría ni literatura, ni arte, ni historia, ni nada de lo que hace que el mundo se mueva. Lo que constituye la fuerza de un significante, no es su claridad sino que sea percibido como significante -yo diría: cualquiera que sea el sentido, no son las cosas sino el lugar de las cosas el que cuenta. El lazo del significante con el significado tiene mucha menos importancia que la organización de los significantes entre sí; el picado pudo significar aplastamiento, pero sabernos que esta retórica está superada porque, precisamente, la sentimos fundada en una relación de analogía entre “picar” y “aplastar” que nos parece ingenua, sobre todo en nuestros días en que una psicología de la “denegación” nos enseña que puede haber una relación válida entre un contenido y la forma que puede serle “naturalmente” contraria. En este despertar del sentido que provoca el picado, lo que es importante es el despertar y no el sentido.

Precisamente, después de un primer período “analógico” ¿el cine no está ya saliendo de este segundo período de lo anti-analógico por un empleo más flexible, no codificado, de las “figuras de estilo”?

Pienso que si los problemas del simbolismo (porque la analogía cuestiona al cine simbólico) pierden nitidez, agudeza, es sobre todo porque entre las dos grandes vías lingüísticas indicadas por Jakobson, la metáfora y la metonimia, el cine parece por el momento haber elegido la vía metonímica, o si usted prefiere, sintagmática, siendo el sintagma un fragmento extendido, armado, actualizado de signos, en una palabra un trozo de relato. Es muy notable que, contrariamente a la literatura del “no ocurre nada” (cuyo ejemplo representativo sería la L’éducation sentimentale) (2), el cine, incluso aquel que no se presenta en un principio como cine de masas, es un discurso en el que la historia, la anécdota, el argumento (con su consecuencia mayor, el suspenso) no está jamás ausente; incluso lo “rocambolesco”, que es la categoría enfática, caricatural de lo anecdótico, no es incompatible con el buen cine. En el cine “ocurre algo” y ese hecho tiene naturalmente una relación estrecha con la vía metonímica, sintagmática de la que hablaba hace un rato. Una “buena historia” es efectivamente, en términos estructurales, una serie lograda de dispatchings sintagmáticos: dada tal situación (tal signo) ¿de qué puede ser seguida? Existe un cierto número de posibilidades, pero esas posibilidades son finitas (es esta finitud, esta clausura de lo posible lo que funda al análisis estructural), y es en esto donde la elección que el director hace del “signo” siguiente es significante; en efecto el sentido es una libertad, pero una libertad vigilada (por lo finito de los posibles); cada signo (cada “momento” del relato, del film) sólo puede ser seguido por algunos otros signos, por algunos otros momentos; esta operación que consiste en prolongar, en el discurso, en el sintagma, un signo por otro signo (de acuerdo con un número finito y a menudo muy restringido de posibilidades) se llama una catálisis; en el habla, por ejemplo, se puede catalizar el signo perro sólo por un pequeño número de otros signos (ladra, duerme, come, muerde, corre, etc., pero no cose, vuela, barre, etc.); el relato, el sintagma cinematográfico está sometido también a reglas de catálisis, que el realizador practica sin duda empíricamente, pero que el crítico, el analista debería tratar de reencontrar. Porque naturalmente, cada dispatching, cada catálisis tiene su parte de responsabilidad en el sentido final de la obra.

La actitud del realizador, hasta donde podamos discernirla, es tener una idea más o menos precisa del sentido antes; y reencontrarla más o menos modificada después. Durante, está preso casi enteramente en un trabajo que se sitúa fuera de la preocupación por el sentido final; el realizador fabrica pequeñas células sucesivas guiadas por… ¿Por qué? Eso es lo que sería interesante determinar justamente.

Sólo puede verse guiado, más o menos inconscientemente, por su ideología profunda, por el partido que toma frente al mundo; porque el sintagma es tan responsable del sentido como el signo mismo, por eso el cine puede convertirse en un arte metonímico y ya no más simbólico, sin perder para nada su responsabilidad, muy por el contrario. Me acuerdo que Brecht nos sugirió, en Théâtre populaire, organizar intercambios (epistolares) entre él y jóvenes autores dramáticos franceses; consistiría en “representar” el montaje de una obra imaginaria, es decir de una serie de situaciones, como una partida de ajedrez; uno avanzaría una situación, el otro elegiría la situación siguiente, y naturalmente (allí residía el interés del “juego”) cada paso habría sido discutido en función del sentido final, es decir, según Brecht, de la responsabilidad ideológica; pero los autores dramáticos franceses no existen. En todo caso, usted ve que Brecht, teórico agudo -y práctico- del sentido tenía una conciencia muy fuerte del problema sintagmático. Todo esto parece probar que hay posibilidades de intercambio entre la lingüística y el cine, a condición de elegir una lingüística del sintagma más que una lingüística del signo.

Tal vez la aproximación al cine en tanto que lenguaje no será nunca perfectamente realizable; pero es al mismo tiempo necesaria, para evitar ese peligro de gozar del cine como de un objeto que no tendría ningún sentido, sino que sería un puro objeto de placer, de fascinación, completamente privado de toda raíz y de toda significación. Ahora bien, el cine, se quiera o no, tiene siempre un sentido; por lo tanto siempre hay un elemento de lenguaje que juega …

Por supuesto, la obra tiene siempre un sentido; pero, precisamente, la ciencia del sentido, que vive actualmente una promoción extraordinaria (gracias a una especie de esnobismo fecundo), nos enseña paradójicamente que el sentido, si se puede decir así, no está encerrado en el significado; la relación entre significante y significado (es decir el signo) aparece al principio como el fundamento mismo de toda reflexión “semiológica”; pero luego uno se ve llevado a tener del “sentido” una visión mucho más amplia, mucho menos centrada sobre el significado (todo lo que hemos dicho del sintagma va en esta dirección); debemos esta ampliación a la lingüística estructural, por supuesto, pero también a un hombre como Lévi-Strauss, que ha mostrado que el sentido (o más exactamente el significante) era la más alta categoría de lo inteligible. En el fondo, es lo inteligible humano lo que nos interesa. ¿Cómo el cine manifiesta o reúne las categorías, las funciones, la estructura de lo inteligible elaboradas por nuestra historia, nuestra sociedad? Es a esta pregunta a la que podría responder una “semiología” del cine.

Sin duda es imposible fabricar lo ininteligible.

Absolutamente. Todo tiene un sentido, incluso el sinsentido (que tiene por lo menos el sentido segundo de ser un sinsentido). El sentido es algo tan fatal para el hombre que, en cuanto libertad, el arte parece ocuparse, sobre todo en el presente, no de fabricar sentido sino por el contrario de suspenderlo; de construir sentidos pero no de llenarlos exactamente.

Tal vez podríamos tomar aquí un ejemplo; en la puesta en escena (teatral) de Brecht, hay elementos de lenguaje que no son, al comienzo, susceptibles de ser codificados.

En relación con este problema del sentido, el caso de Brecht es bastante complicado. Por un lado tuvo, como ya lo he dicho, una conciencia aguda de las técnicas del sentido (cosa que era muy original con relación al marxismo, poco sensible a las responsabilidades de la forma); conocía la responsabilidad total de los más humildes significantes, como el color de un traje o el lugar de un proyector; y usted sabe hasta qué punto estaba fascinado por los teatros orientales, teatros en los cuales la significación está muy codificada -valdría más decir: cifrada- y en consecuencia muy poco analógica; en fin, hemos visto con qué minucia trabajaba y quería que se trabajara la que responsabilidad semántica de los “sintagmas” (el arte épico, que él preconizaba, es por otra parte un arte fuertemente sintagmático); y, naturalmente, toda esa técnica está pensada en función de un sentido político. En función de, pero tal vez no con vistas a, y es aquí donde tocamos la segunda vertiente de la ambigüedad brechtiana; me pregunto si ese sentido comprometido de la obra de Brecht finalmente no es a su manera un sentido suspendido; recuerde usted que su teoría dramática implica una especie de división funcional de la escena y de la sala: le correspondía a la obra plantear las preguntas (dentro de los términos elegidos por el autor: se trata de un arte responsable), al público le corresponde encontrar las respuestas (lo que Brecht llamaba la salida); el sentido (en la acepción positiva del término) se trasladaba de la escena a la sala; en suma existe realmente en el teatro de Brecht un sentido, y un sentido muy fuerte, pero ese sentido es siempre una pregunta. Quizá esto es lo que explica que este teatro, si bien es ciertamente un teatro crítico, polémico, comprometido, no es sin embargo un teatro militante.

¿Puede esta tentativa ser extensiva al cine?

Siempre parece muy difícil y bastante vano transportar una técnica (y el sentido es una técnica) de un arte a otro; no por purismo de los géneros, sino porque la estructura depende de los materiales empleados; la imagen teatral no está hecha de la misma materia que la imagen cinematográfica, no se presta de la misma forma al recorte, a la duración, a la percepción; el teatro parece ser un arte mucho más “grosero”, o digamos, si usted lo prefiere, más “grueso” que el cine (la crítica teatral también me parece más grosera que la crítica cinematográfica), por lo tanto más cercana de tareas directas, de orden polémico, subversivo, cuestionador (dejo de lado el teatro del acuerdo, del conformista, de la repleción).

Hace algunos años usted evocó la posibilidad de determinar la significación política de una película, examinando, más allá de su argumento, el movimiento que lo constituye como película: la de izquierda estaba caracterizada en general por la lucidez, la película de derecha por la apelación a una magia …

Lo que me pregunto ahora es si no hay artes que por naturaleza, por técnica, sean más o menos reaccionarios. Lo creo para la literatura; no creo que una literatura de izquierda sea posible. Una literatura problemática sí, es decir una literatura del sentido suspendido: un arte que provoque respuestas pero que no las dé. Creo que la literatura en el mejor de los casos es eso. En cuanto al cine, tengo la impresión que en este plano está muy próximo de la literatura, y que está por su materia y su estructura mucho mejor preparado que el teatro para una responsabilidad muy particular de las formas que yo he llamado la técnica del sentido suspendido. Creo que el cine tiene dificultades en ofrecer sentidos claros y que en el estado actual no debe hacerlo. Los mejores films (para mí) son aquellos que suspenden mejor el sentido. Suspender el sentido es una operación extremadamente difícil que exige a la vez una gran técnica y una lealtad intelectual total. Eso quiere decir desembarazarse de todos los sentidos parásitos, cosa que es extremadamente difícil.

¿Ha visto películas que le han dado esta impresión?

Sí, El ángel exterminador. No creo que la advertencia de Buñuel del comienzo -yo, Buñuel, les digo que este film no tiene ningún sentido-, no creo para nada que esto sea una coquetería; creo que es verdaderamente la definición de la película. Y desde esta perspectiva la película es muy bella: se puede ver cómo, en cada momento, el sentido está suspendido, sin ser nunca por supuesto un sinsentido. No es en absoluto una película absurda; es una película que está llena de sentido, llena de lo que Lacan llama la “significancia”. Está llena de significancia, pero no hay un sentido ni una serie de pequeños sentidos. Y por eso mismo es una película que sacude profundamente, y que sacude más allá del dogmatismo, más allá de las doctrinas. Normalmente, si la sociedad de los consumidores de películas fuera menos alienada, esta película debería, como se dice vulgarmente y justamente, “hacer reflexionar”. Se podría mostrar por otra parte, pero necesitaríamos tiempo, cómo los sentidos que “prenden” a cada instante, a pesar nuestro, son apresados en un dispatching extremadamente dinámico, extremadamente inteligente, hacia un sentido siguiente que a su vez no es jamás definitivo.

Y el movimiento de la película es el movimiento mismo de ese dispatching perpetuo.

En esta película hay también un hallazgo inicial que es responsable del logro total: la historia, la idea, el argumento tienen una nitidez tal que dan la ilusión de necesidad. Uno tiene la impresión que Buñuel no tuvo más que tirar del hilo. Hasta el presente yo no era muy buñuelista; pero aquí además Buñuel pudo expresar toda su metáfora (porque Buñuel siempre ha sido muy metafórico), todo su arsenal y su reserva personal de símbolos; todo ha sido tragado por esa especie de nitidez sintagmática, por el hecho de que el dispatching es hecho cada segundo exactamente como era necesario.

Por otra parte Buñuel ha confesado siempre su metáfora con tal nitidez, supo siempre respetar la importancia de lo que está antes y de lo que está después de tal manera, que eso era ya aislarla, ponerla entre comillas, por lo tanto superarla o destruirla.

Desgraciadamente para los aficionados comunes de Buñuel, éste se define sobre todo por su metáfora, la “riqueza” de sus símbolos. Pero si el cine moderno tiene una dirección, es en El ángel exterminador que se la puede encontrar…

A propósito de cine “moderno”, ¿vio usted La inmortal?

Sí … Mis relaciones (abstractas) con Robbe-Grillet me complican un poco las cosas. Esto me pone de mal humor; no hubiera querido que hiciera cine… Y bien, allí, la metáfora aparece… De hecho Robbe-Grillet no mata para nada el sentido, lo enturbia; cree que es suficiente con enturbiar el sentido para matarlo. Es sumamente difícil matar un sentido.

Y cada vez más le da fuerza a un sentido cada vez más plano.

Porque “varía” el sentido, no lo suspende. La variación ¡mpone un sentido cada vez más fuerte, de orden obsesivo: un número reducido de significantes “variados” (en el sentido musical de la palabra) remite al mismo significado (es la definición de la metáfora). Por el contrario en ese famoso Ángel exterminador, sin hablar de esa especie de irrisión dirigida contra la repetición (al principio en las escenas literalmente retomadas), las escenas (los fragmentos sintagmáticos) no constituyen una serie inmóvil (obsesiva, metafórica), cada una participa en la transformación de una sociedad de fiesta en sociedad de coacción, construye una duración irreversible.

Además Buñuel ha jugado el juego de la cronología; la no-cronología es una facilidad: una falsa prenda pagada a la modernidad.

Volvemos aquí a lo que decía al comienzo: es una cosa bella porque existe una historia; una historia con un comienzo, un fin, un suspenso. Actualmente, la modernidad aparece demasiado a menudo como una manera de hacer trampa con la historia o la psicología. El criterio más inmediato de la modernidad para una obra es el no ser “psicológica” en el sentido tradicional del término. Pero, al mismo tiempo, no se sabe cómo expulsar a esta famosa psicología, esa famosa afectividad entre los seres, ese vértigo relacional que (ésta es la paradoja) ya no es soportado por las obras de arte, sino por las ciencias sociales y la medicina: la psicología hoy no está sólo en el psicoanálisis, que, independientemente de su inteligencia o su envergadura, es practicado por los médicos: el “alma” se convirtió en un hecho patológico en sí. Hay una especie de renuncia de las obras de arte frente a las relaciones interhumanas, interindividuales. Los grandes movimientos de emancipación ideológica -digamos para hablar claramente, el marxismo- han dejado de lado al hombre privado, y sin duda no podían hacer de otra manera. Ahora bien, sabemos que allí todavía hay un desajuste, algo que no funciona: mientras haya “escenas” conyugales habrá preguntas que plantearle al mundo.

El verdadero gran tema del arte moderno es el de la posibilidad de la felicidad. Actualmente las cosas ocurren en el cine como si hubiera la comprobación de una imposibilidad de felicidad en el presente con una especie de recurso al futuro. Tal vez los años por venir nos permitirán asistir a las tentativas de una nueva idea de la felicidad.

Exactamente. Ninguna gran ideología, ninguna gran utopía del presente toma a su cargo esa necesidad. Tuvimos toda una literatura utópica interespacial, pero la especie de micro-utopía que consistiría en imaginar utopías psicológicas o relacionales no existe en absoluto. Pero si la ley estructuralista de rotación de las necesidades y de las formas juega aquí, deberíamos llegar muy pronto a un arte más existencial. Es decir que las grandes declaraciones antipsicológicas de estos últimos diez años (declaraciones en las cuales he participado yo mismo, como no podía ser menos) deberían retroceder y volverse pasadas de moda. Por ambiguo que sea el arte de Antonioni, es tal vez por eso que nos conmueve y nos parece importante.

Dicho de otro modo, si queremos resumir lo que deseamos ahora, debemos decir que esperamos films sintagmáticos, films con historia, films “psicológicos”.

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NOTAS:

* Cahiers du Cinéma, núm. 147, septiembre de 1963. Declaraciones recogidas por Michel Delahaye y Jacques Rivette.

(1) El lector podrá consultar como referencia dos artículos recientes de Roland Barthes: “L’imagination du signe” (Arguments, núm. 27-28) y L’activité structuraliste” (Les Lettres Nouvelles, núm. 32).
(2) [N. S.R.]: “La educación sentimental “, G. Flaubert, editorial Losada, Buenos Aires, Aergentina, 1980.

Texto extraído de “El grano de la voz”, Roland Barthes, págs. 19/32, editorial Siglo XXI, México, 1983.
Edición original: Editions du Seuil, París, 1981.
Corrección: Cecilia Falco

Selección y destacados: S.R.

Con-versiones agosto 2006

Fuente: http://www.con-versiones.com/nota0577.htm
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«Slumdog Millionaire» ofende a la India

«Slumdog Millionaire» ofende a la India
Por: JAIME LEÓN

NUEVA DELHI Viernes, 13-02-09

«Slumdog Millionaire», la última película de Danny Boyle rodada en la India es: A) Una brillante historia de picaresca, amor y esperanza que retrata «las ganas de vivir de los habitantes de Bombay»; B) «Pornografía de la pobreza para el deleite de los occidentales»; Y C) Un filme comercial, efectista, sin sustancia.
Las dickensianas peripecias de Jamal Malik, un huérfano pobre de Dharavi, el mayor barrio de chabolas de la India, desde su infancia hasta su participación en el concurso televisivo «¿Quién quiere ser millonario?» se han convertido en el fenómeno cinematográfico de la temporada, en Estados Unidos y Gran Bretaña. Tras arrasar en los Globos de Oro y los Bafta, el filme, que hoy se estrena en España, aspira a diez Oscar de Hollywood, entre ellos Mejor Película y Mejor Director. De momento crítica y espectadores eligen la respuesta A en Occidente.
Sin embargo, en la India la respuesta predominante ha sido la B, con una gran controversia, que va desde las críticas más duras hasta las teorías conspirativas, pasando por las acusaciones de «arrogancia racial».
Pornografía de la pobreza. Visión occidental que persiste en la idea de un país pobre y subdesarrollado. Caricatura de la India. Insulto a los habitantes de las barriadas al calificarlos como perros. Ésta ha sido la mayoritaria acogida al filme de Boyle, quien en su defensa ha recalcado que su intención era «retratar las ganas de vivir de los habitantes de Bombay».
En Bihar, uno de los estados más pobres de la India, un cine fue atacado por proyectar «Slumdog Millionaire». En Bombay, escenario de las aventuras de Jamal, cientos de personas se manifestaron con pancartas en las que se leía «Abajo Boyle» y «Somos seres humanos, no perros», en referencia al título del filme.
El director del semanario «Sunday Indian», Arindam Chaudhuri, adquirió espacio publicitario en el principal periódico en inglés del país, «The Times of India», para colocar anuncios contra la cinta. Chaudhuri y el ejercito de críticos olvidan que la película esta basada en la novela «¿Quieres ser millonario?» del diplomático indio Vikas Swarup. Y sobre todo obvian la dura realidad de gran parte de la población india.
La India acoge a un tercio de los pobres del mundo. El 80% de su población vive con menos de 2,5 dólares diarios, un 40% con menos de 1,25 dólares y ese mismo 40% no sabe leer ni escribir. La mitad de los 19 millones de habitantes de Bombay viven en chabolas, en un 6% del suelo de la ciudad.
Dharavi, el barrio de chabolas de Bombay de la que procede Jamal, acoge cerca de un millón de personas en apenas 2,5 kilómetros cuadrados, una «pequeña India». Sus habitantes viven principalmente del reciclado, del encurtido de pieles y de la fabricación de utensilios de barro.
Rohan, comerciante de 52 años, acaba de ver «Slumdog Millionaire», en uno de los suntuosos multicines de Nueva Delhi. Elige la respuesta A. «La película me ha gustado, lo que cuenta es parte de la India, aquí hay muchos pobres. Mira a tu alrededor».

Fuente: http://www.abc.es/20090213/espectaculos-cine/slumdog-millionaire-ofende-india-20090213.html Leer más

Sean Penn: ‘Ojalá esta película sirva para dignificar a los gays’. A propósito de Mi nombre es Harvey MIlk

Mi nombre es Harvey Milk

Sean Penn: “Ojalá esta película sirva para dignificar a los gays” ( 08/01/2009 )

Para Sean Penn la fuerza de su nueva película, ´Mi nombre es Harvey Milk´, y la fascinación de su personaje radica en que se trata de una apuesta “a vida o muerte”. En Nueva York tuvimos oportunidad de hablar con este actor que se muestra muy orgulloso de dar vida a Harvey Milk, el activista gay que murió asesinado en las calles de San Francisco en los años setenta. Dirigida por Gus Van Sant, el filme llega este viernes a nuestras pantallas. En los corrillos de apuestas suena con fuerza el nombre de Penn para llevarse la estatuilla de Hollywood al mejor actor.

PREGUNTA: ¿Qué le cautiva de Harvey Milk, el mayor activista gay de los años setenta? RESPUESTA: Hubo retos que me parecieron muy excitantes. Lo primero y más importante para mí fue ponerme a las órdenes de Gus Van Sant. Creo que todos nosotros, los actores que tenemos hambre de buenas historias, sueñan con trabajar con Gus. También me pareció maravilloso el guión que escribió Lance. Y encarnar a un hombre de la categoría de Harvey Milk, que dio su vida por sus ideales.

P: ¿Le afectó de alguna manera a su interpretación conocer a los amigos de Harvey Milk?
R: Ese fue el trabajo del guionista. Él hizo que sus amigos fueran parte de la historia y estuvieron en el rodaje. El director es quien pone el ritmo a la película, le pone alma al trabajo de los actores y eso fue lo que ocurrió con este filme. Entre Lance y Gus consiguieron que nosotros solo tuviéramos que meternos en nuestro papel porque todo lo demás estaba hecho.

P: ¿Ha cambiado de alguna manera después de interpretar a Harvey?
R: No estoy seguro de ello. No he pensado demasiado en ese aspecto, pero creo que cada persona que conoces, directa o indirectamente, te ayuda a aprender y a crecer. No puedo identificarme con mi personaje, pero he estado pensando recientemente en la experiencia de Harvey después de las elecciones que hemos tenido en California sobre el matrimonio gay. Pero prefiero no ser más específico al respecto.

P: ¿Cómo es su rutina cuando rueda una película? ¿Vive dentro del personaje?
R: Mi vida diaria, cuando ruedo, consiste en levantarme a las seis de la mañana, llevar a mis hijos al colegio, aprenderme las líneas de ese día y marcharme a trabajar. Luego, ya en el rodaje, me meto en la piel de mi personaje. Cuando termino de grabar estoy agotado. Entonces regreso a casa con mi familia y me aprendo las líneas del día siguiente. Como verás, mi vida no es tan misteriosa ni tan exuberante.

Ignorancia
P: ¿Esta película volverá a poner sobre la mesa la lucha de los derechos civiles de los gays en América?
R: Creo que hay mucha ignorancia en este país sobre este tema. Ningún ciudadano tiene excusas cuando se trata de aprenderse las leyes. Me parece una obscenidad que tengan que estar luchando por conseguir la misma categoría como ciudadanos que tenemos todos los demás. Ojalá esta película sirva para dignificar la situación de los gays.

P: ¿Cree que existe ese enfrentamiento entre las comunidad cristiana y la comunidad gay?
R: Me parece importante recordarle al público que la tensión no existe entre la comunidad gay y las comunidades de la fe; la tensión existe entre la comunidad gay y los pseudos religiosos que no aceptan que su Dios o quien sea acepta a los gays. Es una gran hipocresía esconderse tras el odio, ninguna fe se merece el título de ´comunidad antigay´.

P: ¿Hay paralelismos entre Harvey Milk y Barack Obama en cuanto a que son figuras idealizadas?
R: Cuando Harvey Milk luchaba en San Francisco como político por la comunidad gay, se ofrecía como un hombre auténtico, lo mismo que Obama. Ambos se nos presentan como una esperanza. Ese es el paralelismo.

P: La sexualidad, en el filme, es explícita. ¿Le costó rodar las escenas?
R: Cleve Jones me dijo algo muy interesante y es que uno de los mitos de la comunidad gay para el gran público es que piensan que el sexo homosexual es distinto. El sexo es igual para todos; lo que le diferencia a un gay es que tiene que vivir bajo la opresión de casi toda la sociedad. Es esa atmósfera asfixiante lo que quise que traspasara la pantalla. Esa atmósfera y los ideales de este señor para superarla. El corazón de la historia está ahí.

P: ¿Piensa volver a dirigir pronto?
R: Me encantaría dirigir más, pero no soy un escritor prolífico. Es difícil crear lo que quieres. Me paso años desarrollando un proyecto y buscando la financiación necesaria para llevarlo cabo. Ese es el proceso más difícil. Por eso sigo actuando, porque quiero mantenerme a flote mientras preparo mi nueva película.

(COLPISA, Angélica Martínez)

Fuente: http://www.hoycinema.com/actualidad/noticias/Sean-Penn-Ojala-esta-pelicula-sirva-para-dignificar-los-gays.htm
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‘Quisiera ser millonario’, ¡extraordinaria!…

‘Quisiera ser millonario’, ¡extraordinaria!…

Por: Andrés Bermea

Hay películas que son de excepción, que se ven muy de vez en cuando, Quisiera ser millonario (Slumdog millionaire) es una de ellas. Para nada es gratuito que haya recibido tantos premios y sea una de las favoritas para quedarse este domingo 22 con el Oscar de la Academia a Mejor Película del Año.

¿Por qué es tan buena? Porque parte acertadamente de donde toda cinta debe arrancar, de los personajes, y es ahí donde se finca el eje de esta película, de la detallada, espléndida construcción y desarrollo de sus personajes a quienes llegamos a conocer íntimamente; la historia que vemos en la pantalla es el resultado de cómo se desempeñan en la vida dichos personajes. ¿Qué tiene de bueno? Una historia muy humana maravillosamente contada, que va del humor a la crudeza más dolorosa; de la sorpresa al suspenso; del horror a la ilusión. El guión es impecable, toma varios años en la vida de Jamal Malik (Dev Patel), su hermano Salim y de una chica llamada Latika y a los que vemos en tres momentos diferentes de su vida. La ubicación es en Mumbai (antes Bombay) India; la historia inicia en los barrios más miserables y conflictivos de la ciudad, plagados de pobreza, crimen, analfabetismo, y en donde, más que vivir, se sobrevive por la ley del más fuerte, del más astuto, del más mentiroso.

Ya mayor, Jamal tiene un motivo personal que lo lleva a participar en la versión india del exitoso concurso de la televisión ¿Quién quiere ser millonario? (surgido originalmente en septiembre de 1998 en la televisión del Reino Unido y producido actualmente en 55 países). Ante el asombro y la incredulidad de todos, el joven está a punto de lograr lo que nadie, llevarse el premio de 20 millones de rupias (la unidad monetaria de la India), y ante lo insospechado, que ‘un perro callejero’ (ésa sería más o menos la traducción al ‘slumdog’ del título original) haya podido dar respuesta correcta a cada una de las preguntas y que lo puso en la antesala del premio mayor, todo eso sólo significa una cosa para el conductor del programa: Jamal tuvo que haber hecho trampa, por lo que es detenido por la Policía y torturado brutalmente para que explique cómo burló a la producción del programa. Pero si Jamal tuvo una respuesta a cada pregunta del concurso, la tiene también para los acusadores y explica cómo la más grande y antigua de las universidades, la de la vida, le dio los conocimientos que le permitieron responder hasta este momento.

Pero Quisiera ser millonario es muchísimo más que eso, y este pequeño espacio no me alcanza para hablar ni un poquito de todas las caras que presenta este diamante genuino. Pues si por una parte vemos cómo se va desenlazando la vida del joven concursante, vemos también paralelamente lo que sucede con su hermano y con Latika (Freida Pinto), su amiga de la infancia. 111 A pesar de que el guión salta continuamente en el tiempo y en los espacios, nunca nos perdemos en el contexto general. De la dirección de Danny Boyle (Millonarios, Exterminio, Trainspotting) basta decir una sola cosa: ¡Magistral! Es un experto malabarista que echa a volar todos los elementos, los pone en movimiento, en equilibrio y sin que ninguno caiga. Para más de uno la historia final puede resultar demasiado fantástica y es que se cometería un error al tomarla literalmente. De lo que se trata finalmente es de la aspiración de un hombre, del amor. Es triunfalista e inspiradora. Tiene lo que le faltó a Rudo y Cursi, pues mientras la nacional sigue viendo al mexicano como patético y perdedor, ésta abre la opción de triunfo aun para el más pobre ‘perro callejero’.

Fuente: http://www.milenio.com/node/171344 Leer más

Claudia Llosa: ‘Mi nueva película va a conmocionar’. Entrevista a directora de ‘La teta asustada’ antes de ganar el Oso de oro de Berlín

Claudia Llosa: “Mi nueva película va a conmocionar”

Luego del éxito conseguido con su ópera prima “Madeinusa”, película que ganó más de diez premios en festivales internacionales, la joven cineasta peruana Claudia Llosa inicia este lunes el proceso de filmación de su nuevo proyecto, “La teta asustada”, una historia que habla sobre una extraña creencia de la serranía peruana sobre el padecimiento que sufren los hijos de las mujeres que fueron violadas y maltratadas durante su embarazo.
La película, que se grabará en Lima e Ica y que se estrenaría en el Perú en el primer trimestre del 2009, es un acercamiento al tema del perdón y la reconciliación.

Por Joaquín Ortiz R.

¿Por qué “La teta asustada”?
La teta asustada es una enfermedad que se transmite por la leche materna y es un derivado del susto, pero mucho más grande, más fuerte. Ya sabemos que a raíz de un trauma, el alma se escapa del cuerpo y se introduce en la tierra, sin embargo, hay una serie de métodos o curas para que el alma vuelva a meterse al cuerpo y con eso retomar la tranquilidad en esa persona. Esta enfermedad se transmite al niño no solo por la leche materna, sino que se produce cuando las mujeres tienen ese trauma al momento en el que están gestando. En el caso de la madre de mi protagonista, ella es violada durante su etapa de embarazo, por lo tanto, el alma se escapa del cuerpo y del feto.

¿Cuál será el punto de partida de la historia?
La película empieza retratando a esta joven que tiene la teta asustada, pero no desde su nacimiento, sino desde los 19 años, cuando ya vive en Lima con la familia de su tío. La película va a avanzar a través de la transformación del personaje a través de una serie de eventos que van ocurriendo, sin embargo, el gran desencadenante de toda la historia es un secreto que ella guarda y que se revelará al inicio. La película habla mucho de algo que me interesa, que es lo que se carga como mochila de una manera invisible. Estamos hablando de la herencia de esta época del terror. “La teta asustada” no es propiamente una película de denuncia, sino de entendimiento, de reconciliación, de perdón.

Nuevamente apuestas por Magaly Solier como protagonista…
Cuando terminé “Madeinusa” sentí que debía seguir trabajando con ella. Hemos descubierto muchas cosas juntas, tuvimos una buena química como personas y como profesionales, y también me gustó la manera en que enfrentó su trabajo cinematográfico. De alguna manera siento que “La teta asustada” cogió vuelo gracias a muchas cosas que yo percibí al momento de conocerla.

¿Cómo definirías tu cine?
Yo no busco un cine perfecto, prefiero lo imperfecto pero con personalidad, que conmueva, que erosione, a partir de ahí, lo que venga.

En “Madeinusa” representaste una festividad andina que nace de la ficción, y “La teta asustada” es una película que se centra en un contexto más urbano pero cuya historia nace de un mito de la sierra y de hechos reales ocurridos en la época de la violencia política que golpeó, sobre todo, a los pueblos de los Andes. ¿De dónde nace en ti este gusto por los temas de nuestra serranía?
Creo que es casi una atracción vital, algo que ocurre y que simplemente es. Me interesan, me apasionan y me conmueven muchas cosas, la idiosincrasia, las culturas, las creencias, no solo de lo andino, sino de las culturas que de alguna manera guardan una mirada distinta a lo que les rodea. Yo trabajo a partir de ahí.

Estuve revisando los comentarios que había recibido “Madeinusa” por parte de la crítica internacional y muchos catalogaban a la película como “un cuento cruel y fascinante” (ella ríe). Cómo definirías tú lo que esperas como producto final de “La teta asustada”.
“La teta asustada” empieza con un nudo probablemente más grande que el de “Madeinusa”. Estoy segura que mi nueva película va a conmocionar, tiene un inicio muy fuerte, intenso, polémico…

Hace un tiempo dijiste que “Madeinusa” tenía frescura porque no habías visto mucho cine hasta ese momento, pero hoy el contexto es distinto. ¿Eso cambiará mucho tu manera de sentir o concebir el cine?
Ha cambiado mucho, y quiero ver qué pasa (risas). Cuando empecé “Madeinusa” sabía que no iba a poder bailar ballet a nivel narrativo, sentía que me faltaban herramientas para poder moverme. Sé que ahora tampoco podré bailarlo pero siento que tengo más pasos, más ritmos, mucha más soltura para dejarme llevar.

¿Qué te generó el hecho de que dijeran que “Madeinusa” era una película racista?
(Ríe) No te voy a decir que no me movió, pero también sabía que era parte del juego. Durante el proceso fui aprendiendo que todas las opiniones son válidas y que no puedo controlarlas. Para eso uno hace cine. Firmé el contrato con eso y uno tiene que ser coherente con su firma. Si yo pongo “Dirigido por Claudia Llosa” es porque estoy firmando lo que pienso, lo que opino y lo que digo.

Entonces no te preocupa lo que digan más adelante…
No, simplemente escucho, respeto y si siento que tengo que quedarme con algo, me lo quedo, y si siento que no tengo que quedarme con nada, normal, lo dejo pasar. Es como en la vida, si viene alguien a insultarme y siento que tengo que responderle, le respondo. Si siento que no tengo por qué hacerlo… bueno, chau, tío. Creo que una de las grandes cosas que consiguió “Madeinusa” es que se hable de temas que están subyacentes al imaginario colectivo de este país, y quieran o no, están ahí. A mi me da igual que haya gente a la que le ofenda que se diga que esto esta ahí, lo que sí está claro es que si hay un remolino subterráneo es porque tiene que haberlo.

Fuente: http://blogs.elcomercio.com.pe/entrevistas/2008/01/claudia-llosa.html

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