Nació en Arequipa. Caymeña, luego Cerreña. Orgullosa de ser arequipeña, hasta la médula. La sexta de diez hijos que tuvieron Buenaventura Gutiérrez y Marximiliana López (Ventura, Virginia, Reinaldo, Leónidas, Elsa, Eloiza, Olga, Edith y Luis). Alumna de Escuela Fiscal, luego costurera. Casóse con Pedro Vargas. Migró a Lima a días de alumbrarme. Para sus otros partos, regresaba a Arequipa, pues quería que todos sus hijos sean characatos. Ocurrió con Mirian. Con Silvia, casi. Luego Pedrito, que no alcanzó la luz. En la capital fue una provinciana exitosa. A punta de puro trabajo: en sus bodegas, convertidas los fines de semana en cevichería, caldería y, también, potajes mistianos. Era la characata querida de Luis Chiapee, de la Urbanización Los Sauces, de Salamanca de Monterrico. Era la famosa “Señora Esthercita”. Conquistó a todos en esos sitios. Es más, si había arequipeños o apellidaban López, los adoptaba inmediatamente. Así, se hizo de legiones de ahijados y sobrinos postizos. Años después, muchos de esos primos ficticios me confesarían “Tu madre me salvó la vida”.
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