¿Fundamentalismo religioso en Arequipa?

Presentación.- Comparto con ustedes, ahora, los resultados del Concurso de Ensayo que organizamos (El Búho) con la Alianza Francesa. Lo que sigue es el primer puesto en ese género y pertenenece a Ydalid Rojas.“Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, viene constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar “de aquí hacia allá por cualquier tipo de doctrina”, aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos modernos. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias”

Benedicto XVI
La polémica sobre el avance de la laicidad en el mundo se ha constituido en un asunto de gran actualidad, especialmente en América Latina. Mientras el Papa Benedicto XVI con su visita a Brasil buscaba colocar en la agenda nacional la necesidad de la enseñanza religiosa católica en las escuelas estatales, la prohibición de los métodos anticonceptivos, el aborto, la eutanasia y la unión civil entre personas del mismo sexo , en esa misma fecha más de un millón de personas en Turquía se alzaban al unísono para manifestarse en defensa del Estado Laico, ante el temor de que el actual gobierno —islámico moderado— conspire para imponer valores religiosos a la sociedad.
El debate sobre la laicidad estatal tampoco ha sido ajeno al ámbito local, a pesar que el Tribunal Constitucional ha reconocido de manera expresa el carácter laico del Estado peruano . El mes de abril pasado fue presentado en Arequipa el libro: “Bosquejo del Laicismo Político”, del profesor de Derecho Iván Darío Garzón, quien finaliza su obra con una pregunta específica: “¿Qué se puede hacer para detener el avance del laicismo?” . El profesor Garzón define al laicismo —léase laicidad— como “una ideología que niega algo tan elemental como el derecho a tener creencias, opiniones y convicciones y a vivir públicamente de acuerdo con ellas en una sociedad que, paradójicamente se dice abierta, plural y democrática” (2006:92).
Las palabras con las que el Dr. Garzón concluye su obra ciertamente generan desconcierto, más aún cuando sindica a la laicidad como “una especie de nuevo fundamentalismo que se impone incluso como una especie de religión o un nuevo tipo de confesionalidad” (2006:14). Frente a esa sorprendente opinión no podemos dejar de preguntarnos: ¿Bajo qué consideraciones la propuesta de un Estado que respete las creencias de sus ciudadanos sin realizar distingos, puede ser visto como un nuevo tipo de fundamentalismo? Si nos remitimos al Diccionario de la Real Academia Española, el fundamentalismo es una exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida. ¿Constituye acaso la invitación al respeto de todas las creencias religiosas y no religiosas una actitud de intransigencia? ¿No es acaso intransigente el que se niega a reconocer que sus creencias más profundas merecen el mismo respeto que las creencias de los que piensan distinto a él? Si existe una exigencia que se desprende del valor de la tolerancia esa es el respeto a las creencias del otro .
Sin embargo, para el Dr. Garzón este valor más bien ha fungido de medio para legitimar el relativismo que tanto cuestiona por supuestamente fundamentalista. Él señala que “mediante la absolutización de la idea de tolerancia —fuertemente influida en nuestra época por el multiculturalismo y la preponderancia del diálogo y el consenso como elementos resolutorios de las divergencias—se le ha dado legitimidad cultural al relativismo que, a pesar de proponer que nada puede considerarse como absoluto o verdadero termina presentando sus propios postulados como indiscutibles e incuestionables” (2006:18).
A mi modo de ver, la laicidad no exige que algo sea considerado como absoluto o relativo, simplemente reconoce que no existe alguien que pueda atribuirse la posesión de una verdad supuestamente absoluta . Hoy, como en el pasado, son innumerables los sistemas ideológicos y religiosos que aspiran a imponerse como verdades universales. Sin embargo, no ha sido posible reducir estas verdades a un conjunto de ideas compartidas por toda la humanidad, sin excepción. Ni siquiera dos personas pueden llegar a coincidir del todo en sus pareceres y mucho menos en su escala de valores. En ese sentido, mientras la idea de la irreductibilidad del pensamiento humano se mantenga en pie, la pluralidad de sistemas y formas de pensamiento debe gozar de legitimidad como ocurre en los estados auténticamente laicos y democráticos. ¿Tiene acaso alguien la potestad de juzgarnos y decirnos que estamos en lo correcto o equivocados? ¿Puede alguien arrogarse la facultad de imponer sus propias creencias como verdades únicas?
Si de imposición de postulados indiscutibles e incuestionables hablamos, deberíamos dar una mirada a aquéllas religiones que plantean a sus feligreses asumir como verdades irrefutables las enseñanzas que predican. Y para un Estado Laico eso no está mal. Más bien, cuentan con todo el respaldo para hacerlo, pero lo que no pueden hacer es recurrir al uso del poder estatal para imponer su particular visión de las cosas a los demás. Esa es la intolerancia y el fundamentalismo que el Estado Laico rechaza con la finalidad de facilitar la convivencia pacífica de todos los que compartimos un espacio geográfico y no obstante pensamos distinto.
Sin embargo, el Dr. Garzón está convencido de lo contrario. Para él sí existe “una norma moral, arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que sostener toda concepción del hombre, del bien común, de la política y del Estado” (2006:68). Hubiera sido interesante conocer cuál es esa norma moral arraigada en la naturaleza de todo ser humano. El Dr. Garzón no se toma la molestia de mencionarla. Al atribuirle la condición de innata juzga innecesario comentarla pues asume que todos la conocemos. Por lo menos nos consta que esta presunción no es compartida por los orientales que ni siquiera conocen el término “moral”, una categoría exclusiva de occidente atribuida al cristianismo. Mientras el Dr. Garzón siga postulando la existencia de una misma forma de pensar para todos los seres que habitamos la tierra, difícilmente aceptará la validez de pareceres distintos y vivirá con la convicción de que él está en lo correcto y los demás estamos equivocados. Presunciones como ésta difícilmente contribuyen con el espíritu de tolerancia que propugna el esquema laico, justamente para facilitar un clima de paz y respeto.
Cada uno es libre de tener las convicciones que mejor le parezca, y la laicidad está allí para garantizar ese derecho. Sin embargo, para el Dr. Garzón todo aquél que reconoce que no puede imponer su verdad a los demás y que la elección de una determinada creencia o ideología pertenece al fuero interno de cada uno, es más bien un ser sin convicciones: “el laicismo actual necesita hombres sin convicciones, seres ágiles, ligeros, liberados del fardo del valor, sin escrúpulos morales que les impidan brincar de una constelación de sentido a otra” (2006:19). Esto quiere decir, que todos aquellos defensores de la libertad, la igualdad y la tolerancia somos personas sin convicciones ni escrúpulos morales. ¿Desde cuándo reconocer que no todos piensan como uno, es síntoma de ligereza y falta de convicciones y escrúpulos? ¿No proviene esa acusación más bien de alguien que se niega a reconocer que existen diversas formas de pensar, sentir y creer? ¿Quiénes son los intolerantes?
Mientras el paradigma de la laicidad busca transferir del Estado al individuo una serie de decisiones que desde los planteamientos de la modernidad son de estricta incumbencia de los propios individuos, el Dr. Garzón señala en su libro precisamente lo contrario: “En el hecho de que estos temas sean cada vez más comunes en los escenarios políticos y parlamentarios del mundo hay que ver una tendencia muy precisa del Estado moderno de invadir la esfera personal y pretender regularlo todo” (2006:15). No comprendemos en qué sentido se infiere eso. Cuando hacemos alusión al Estado Laico, exigimos que sean los padres de familia y no el Estado los que determinen qué tipo de formación religiosa o ideológica recibirán sus hijos en las escuelas públicas. Pedimos que en el caso de películas de contenido religioso y altamente controversial, sea el público y no el Estado el que decida censurarlo, no asistiendo a su proyección. Demandamos que cuando la vida de una mujer peligre por un embarazo, sea ella y no el Estado la que decida continuar o poner término a su gravidez. Reclamamos que sean los ciudadanos y no el Estado los que decidan optar por el preservativo o la abstinencia sexual como método de regulación de la fecundidad. Proponemos que los pacientes con dolorosas enfermedades terminales y, aún concientes, sean los que resuelvan continuar o poner fin a su vida de acuerdo a sus más íntimas convicciones. Bajo estos postulados, ¿cómo es que el Estado moderno intenta invadir la esfera personal y pretende regularlo todo?
Se acusa al Estado laico de querer imponer un credo oficial. Así se desprende de las siguientes líneas: “la contradicción parece ser evidente, las sociedades occidentales actuales —que mayoritariamente se proclaman políticamente democráticas y liberales— no podrían tolerar que las personas pensaran libremente, o en todo caso en forma distinta al credo oficial, o por lo menos al que parece asumir hoy en día el Estado, los medios de comunicación y el mercado” (2006:20). Resulta sorprendente que el discurso laico sea acusado de no tolerar a las personas que piensan libremente. ¿Será cierto esto? Remitámonos a la situación actual de la educación estatal.
Debido al Concordato —y anteriormente al Sistema del Patronato— celebrado entre el Perú y la Iglesia Católica, nuestro país desde la época de la Colonia hasta nuestros días ha asumido el compromiso de imponer la enseñanza de la religión católica en todos los centros educativos nacionales. Actualmente, una de las competencias establecidas por el Ministerio de Educación para el curso de Formación Religiosa católica es el de “conocer y valorar la acción de la Iglesia y comprometerse a participar en ella” . A partir de este dispositivo, para que los alumnos aprueben el curso de religión en los colegios nacionales deben haber cumplido con la siguiente competencia educativa: “manifestar su adhesión a la Iglesia en el Perú y participar en su vida y misión expresando, a través de su imagen corporal y simbólico, sus experiencias religiosas” . Se habrá preguntado el Dr. Garzón ¿qué sucede con los niños no católicos que se ven obligados a estudiar en un colegio del Estado por no contar con recursos para asistir a uno particular? ¿Conoce el Dr. Iván lo complicado que es mantener a un niño no católico al margen de todas las actividades religiosas que sus demás compañeros realizan? Con un sistema educativo diseñado de esta forma, ¿cuál es actualmente el credo oficial impuesto en los colegios del Estado peruano? ¿Se puede hablar de libertad de credo cuando los alumnos de las instituciones educativas estatales deben cumplir con los objetivos planteados en el curso de religión católica? ¿Es justo que los niños no católicos se vean obligados a presentar su dispensa para no llevar el curso y al ser separados sean discriminados y sancionados con el aislamiento? ¿Acaso el discurso laico es el “credo oficial” en nuestro país? Si según el Dr. Garzón, la propuesta de la laicidad estatal “no tolera” que las personas piensen libremente, entonces ¿cómo califica la actual situación de la libertad de conciencia y de religión de los estudiantes peruanos?
Garzón continúa señalando sobre la educación laica que “No es casualidad que buena parte del debate acerca del laicismo se haya dado en lo referente a la escuela pública y a la enseñanza promovida o financiada por el Estado. Como la enseñanza ha sido —y sigue siendo— un instrumento privilegiado para la transmisión y enseñanza de la religión, la ideología laicista compite por este espacio para transmitir allí su cosmovisión particular” (2006:48). ¿Cuál es la cosmovisión particular a la que se refiere? ¿Acaso a la propuesta de cambiar el curso de Religión Católica por el de Historia de las Religiones para presentar un amplio panorama sobre este asunto a los estudiantes? ¿Tiene acaso la escuela publica la facultad —y acaso el deber— de adoctrinar a los alumnos en una determinada convicción religiosa? ¿Qué curso impone una “cosmovisión particular”: aquél que adoctrina en una religión con nombre propio, o aquél que ilustra sobre la existencia de varias de ellas? Defender el respeto a la diversidad ideológica y la tolerancia religiosa ¿es acaso defender una cosmovisión particular? Si al Dr. Garzón le preocupan —como nos hace saber en su libro— los peligros del avance del laicismo —léase laicidad—, a mí no deja de inquietarme la difusión en nuestra región de un discurso que cuestiona los planteamientos de la laicidad, a la que hace pasar por intolerante, fundamentalista e intransigente, cuando por el contrario busca garantizar el respeto por el Sistema Democrático y los Derechos Humanos fundados en los principios de dignidad, libertad, igualdad y tolerancia. Y la preocupación aumenta si reparamos en que esa línea de pensamiento es seguida en algunas instituciones educativas en nuestra ciudad.
Bajo el actual contexto de la educación en nuestra región, urge recordar cuál es la esencia del concepto de dignidad. Porque al reconocer que somos seres dotados de razón, conciencia, libertad, valores, deseos y aspiraciones, es que nos hacemos dignos y merecedores de señalar nuestro propio destino; de decidir libremente qué creer y qué no creer; y exigir que esa decisión nuestra sea respetada.

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