Ser madre en tiempos de pandemia

Segundo año consecutivo que celebramos el Día que la Madre, en medio de la crisis sanitaria. Quizá muchos recordamos que en la celebración del año pasado, le sacamos la vuelta a las restricciones oficiales visitando y cheleando con nuestras “viejitas”, con secuelas funestas, pues esa fue la causa del primer pico de infección y muerte por la peste en nuestro país. Este año, no nos moveremos de casa, pues la pandemia sigue en auge y, para muchos, nuestras madres ya no están con nosotros, lamentablemente.

Que no vayamos a verlas o visitarlas por las actuales circunstancias, obviamente no significa que el reconocimiento y amor a mamá haya disminuido o seamos “hijos malos o ingratos”; al contrario, creemos que si algo bueno ha traído la peste, es una valoración extraordinaria del rol maternal, pues nadie duda que entre los grandes cambios sociales que ha producido la pandemia, la de la familia es uno de ellos, quizá el más radical de todos, haciendo de la madre, la columna fundamental en esa transformación.

Desde hace un año y pico, vemos (y a veces sufrimos) los grandes cambios de la familia; pues, de cruzar un par de palabras; encontrarnos sólo para almorzar o cenar; de asignar algunas tareas en base a nuestro horario laboral, o reunirnos un rato para ver Tv;  ahora,  todo es distinto, puesto la peste nos ha obligado a estar juntos las veinticuatro horas, toda la semana,  ya que nuestra casa se ha convertido también en nuestra oficina, el salón de clase, el taller; incluso, el lugar de recreo. Es decir, aunque parezca contradictorio, ahora sí, la familia está en casa.

En esa auténtica revolución de la familia, las madres; específicamente la que tenemos en casa, se han convertido en el eje, la columna central, que ha permitido que dicho cambio no sea traumático. Es decir, a su trabajo y labores cotidianas, se le ha sumado con mayor intensidad la tarea de profesora, asistenta, consejera, y un largo etcétera inimaginable por la manera cómo cada familia ha sufrido y viene sufriendo los efectos de la peste.

Obviamente, todo ello ha significado una mayor carga y responsabilidad para ellas; sin embargo, estoy seguro que lo han asumido no con sacrificio o molestia, sino con todo el amor del que son capaces de sentir por la familia, su familia.  Es más, en las actuales circunstancias de crisis, en medio del desmoronamiento de todas esas estructuras sociales y estatales que hemos creado y mantenido, como una especie de “Estado niñera” que suponíamos que nos iban a cuidar y proteger, lo único  claro es que si estamos sobreviviendo es por la protección que encontramos al interior de nuestra familia, y de manera especial en la constante atención, vigilancia y cuidado que sólo las madres saben prodigar. Nadie más.

Por eso, en esta ritual celebración que se le hace a las madres, este segundo domingo de mayo, como nunca debemos rendirnos ante ellas y agradecerles por todo el redoblado amor y trabajo que demuestran y vienen haciendo. Por eso y por mucho más, feliz día a mi madre Esther, que está en el cielo; y a Merly, madre y esposa.

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