La maestra Mafalda

Confesémoslo: todos los que pasamos en nuestra pubertad por el ritualístico Servicio Revolucionario Obligatorio, convertimos a Mafalda en la mejor forjadora de nuestro espíritu contestatario. Obviamente, no lo decíamos abiertamente, pues en nuestros Círculos de Estudios Políticos, lo correcto era señalar que nuestra rebeldía se nutría de Marx, Lenin, Mao, o mínimamente, Harnecker, aunque nunca pasábamos de las primeras veinte páginas de esas aburridas lecturas (con excepción de la periodista chilena que era más panfletaria). Con Mafalda ocurría lo contrario: nos identificábamos automáticamente con su discurso antisistema, denunciando la injusticia y desigualdad reinante a favor de los más necesitados. Todo eso, desde su posición clasemediera, como nosotros.

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Mamá

Nació en Arequipa. Caymeña, luego Cerreña. Orgullosa de ser arequipeña, hasta la médula. La sexta de diez hijos que tuvieron Buenaventura Gutiérrez y Marximiliana López (Ventura, Virginia, Reinaldo, Leónidas, Elsa, Eloiza, Olga, Edith y Luis). Alumna de Escuela Fiscal, luego costurera. Casóse con Pedro Vargas. Migró a Lima a días de alumbrarme. Para sus otros partos, regresaba a Arequipa, pues quería que todos sus hijos sean characatos. Ocurrió con Mirian. Con Silvia, casi. Luego Pedrito, que no alcanzó la luz. En la capital fue una provinciana exitosa. A punta de puro trabajo: en sus bodegas, convertidas los fines de semana en cevichería, caldería y, también, potajes mistianos. Era la characata querida de Luis Chiapee, de la Urbanización Los Sauces, de Salamanca de Monterrico. Era la famosa “Señora Esthercita”. Conquistó a todos en esos sitios. Es más, si había arequipeños o apellidaban López, los adoptaba inmediatamente. Así, se hizo de legiones de ahijados y sobrinos postizos. Años después, muchos de esos primos ficticios me confesarían “Tu madre me salvó la vida”.

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Papá

Día para recordar a mi papá, don Pedro Vargas López. Mucho más motivado con la imagen que mi hermana Mirian puso en las redes: vital, carcajeando, feliz con sus cincuentitantos años, quizá. En realidad, día para recordarlo con mayor intensidad, pues en el actual encierro, su recuerdo ha sido permanente, incluso varias veces lo he sentido abrazador, abrigador, protector, como queriéndome decir: no sientas miedo, esto va a pasar, yo te ayudaré, estoy contigo.

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Manito

Con este título, Carlos Rivera inició su lectura durante la presentación de mi reciente libro “Arequipa en Mall”, del pasado 28 de diciembre. Definitivamente, una de las satisfacciones más grandes que experimento al realizar la presentación de un nuevo libro, es la de escuchar a los comentaristas, que son medulares en estos actos. Hay de varios tipos, algunos se centran en la obra, con miradas críticas que ayudan a develar vericuetos que, como autor, pareciera que estoy impedido de descubrir. Otras viajan por espacios teóricos que no sólo permite que el comentarista se luzca, sino que la obra adquiera una importancia que jamás imaginé. Y también están los que se centran en el autor, con una generosidad que, especialmente, me ruboriza. Tal es el caso de Carlos.

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Se avizora un proceso electoral casi circense

El servicio de noticias de la Asociación SER me entrevistó en torno al actual proceso electivo que definirá nuestras próximas autoridades ediles y regionales.  Me llamó la atención la invitación a dicha conversación porque, a mi parecer, nadie está interesado por el tema (con excepción de los candidatos), pues como sabemos, sufrimos de la fiebre mundialista, y sólo cuando ésta termine despertará algún interés o por lo menos curiosidad. Sin embargo, la entrevista se realizó y ahora la comparto.

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Ironías sociológicas

Ironías sociológicas es el título que decidió ponerle  Carlos Rivera a la entrevista que me hiciera la semana pasada y que fuera publicada en el reciente número del semanario arequipeño Vistaprevia. Lo anuncié en mi feis y recibí varios comentarios positivos de lo que allí comento, lo cual significa, para mi sorpresa, que la publicación cuenta con una lectoría importante que, a la vez, se dignó en leer esa conversa que aquí se las dejo.

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