Adiós, año de mierda

Querámoslo o no, todos hacemos un balance cuando un año llega a su fin; es decir, recopilar lo bueno y malo que nos pasó, en los 365 días idos, no es un atributo sólo de intelectuales y menos aún de periodistas. Lo hacemos todos, y de hecho lo estamos haciendo con mayor énfasis este 2020, año que muchos califican de especial, particular, diferente, perdido, convulso, horroroso, etc. Yo lo califico como un año de mierda, y deseo, con todas mis fuerzas, que termine; y, si es posible, borrarlo de mi memoria.

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Arqueo del rohelismo

De no haberse dado la actual crisis sanitaria, el Dr. Rohel Sánchez, y su equipo de gobierno, estarían despidiéndose de su gestión agustina iniciada en el 2016, y entregando la posta a sus sucesores, que deberían ser elegidos con la participación de toda la comunidad agustina, de acuerdo a la nueva ley universitaria. Eso no ocurrió, pues el escenario no se presta a un acto electoral, según SUNEDU; y, además, el Gobierno Central ha dispuesto que las autoridades pueden extender su mandato, previo acuerdo de la Asamblea Universitaria, lo que ha ocurrido en la UNSA.

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EVALUANDO EL PERIODO YAMILISTA

Parte de las tareas de la administración pública es hacer balances de fin de gestión. Por su propio bien, es saludable que ello ocurra y muchas autoridades saben, a su pesar, que tienen que hacerlo, pues las reglas técnica-administrativa, así lo exigen. Sin embargo, dicho balance no está aislado de la evaluación política que es la más solicitada por la población (y muchas veces, de manera exigente). Y allí viene el problema, pues ese tipo de arqueo no quiere ser enfrentado por esas mismas autoridades, ya que el balance técnico es frío, el político es ardoroso. El primero se hace con números y fórmulas; el segundo con las entrañas. El primero es mudo, se presenta en Excel y se archiva; el segundo puede convertirse en un griterío de indignación y puede llegar hasta la agresión física.

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