Siendo estudiante primario, por mi estatura mediana, era uno de los elegidos para integrar el batallón del colegio que debía marchar con motivo del aniversario patrio. Eso significaba largos ensayos fuera del horario de clases, estar atentos a las indicaciones de un soldado que se empeñaba en decirnos que el patriotismo se medía según la altura que alcanzaba nuestras piernas al desfilar, y, llegado el día, estar desde temprano, casi de madrugada, integrando el escuadrón y soportando las inclemencias del clima. A los diez o doce años, toda esa tortura no contribuía en nada en generar un sentimiento patrio, sino todo lo contrario.
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