En abril de 1990 distinguidos profesores expresaban razones opuestas a las que ahora sustentan con gran erudición y convicción. Parece que en esas fechas ellos me dieron la lección equivocada, pues me enseñaron que el Derecho es la ciencia del “deber ser” y no lo que dicen las encuestas o la masa.
El 5 de abril de 1990 estaba ya inscrito en la Facultad de Derecho y por ello, al día siguiente, fui a clase con la esperanza que la universidad estuviera cerrada o los profesores nos dieran libre (y así cruzar la pista para ir al Leo´s), pero no. Nuestros insignes profesores en cada clase que tuvimos -aunque no fueran profesores de derecho constitucional- indignados nos repetían que la democracia tenia diversos mecanismos para superar las diferencias políticas; que no podíamos ser como Kiko -del Chavo del 8- que patease el tablero y se llevase la pelota si algo no salía como él quería; que las instituciones eran eso: reglas de juego que había que seguir siempre, más aun cuando había desorden y caos, pues eran las que daban seguridad ya que habían sido pensadas -como toda ley- con supuestos generales y abstractos: para regir para todas las personas y para regular diversas situaciones futuras; y recuerdo que ese día aprendí que el Derecho es la ciencia del “deber ser” para hacer lo correcto, no lo que mandan las encuestas del momento o lo que dicen las turbas, las manchas, las portátiles o ese concepto indeterminado y voluble: “pueblo”.
Recuerdo especialmente un joven profesor de Derecho Constitucional General que había venido de estudiar de Alemania y que tenía una forma compleja de expresarse porque el conocimiento lo desbordaba, y que hizo que me interesara en esta materia y fuera luego asistente de otro profesor de constitucional. Este profesor nos explicaba que las constituciones pueden agruparse en dos grandes temas, cada una con una lógica y filosofía distinta, como distintos eran sus mecanismos de protección:
a) La parte dogmática (donde se veían los temas de derechos fundamentales) y
b) La parte orgánica (donde se veía la estructura del Estado, del poder)
Y recuerdo que señalaban que nada, ni invocar lo uno (pese a la situación de del país: hiperinflación, terrorismo, escasez de alimentos, luz, agua, etc.) justificaba lo otro: cerrar el Congreso, pues para eso la parte orgánica tenia el dialogo como instrumento esencial de la política; que dialogar no es pactar ni claudicar; que en otros países estas situaciones -y otras más complejas- se debatían ardorosa y exitosamente en el Congreso o en el Parlamento (que viene de parlare, etc.) y que eso debió hacerse aquí, etc.
Recuerdo que esos días estaba yo sentado al lado de mi amigo apodado “el escarabajo perdido” cuando un profesor -que luego saldría disfrazado, en una encerrona, de conquistador español- decía: “El ingeniero ese, porque presidente ya no es después de esto”, Creo que luego, como muchos otros, meses después aceptó algún cargo de confianza de ese gobierno.
Y recuerdo especialmente a estos dos profesores porque -con el mismo brío y convicción de esas fechas juveniles- ahora los escucho decir que, sí cabe cerrar el Congreso, que ésta o aquella es la vía correcta; que ésta es una salida política y legitimada por el sentir ciudadano y la voluntad del pueblo; que la interpretación textual no es la mejor forma de resolver un problema que tenemos al frente, pues el constitucionalismo no es normativismo, como lo dice tal o cual autor; que no podemos quedarnos congelados en el pasado o en un entrampe político y que debemos buscar salidas políticas, etc.
Es decir, estos flamantes profesores han tenido una epifanía y ahora, tocados en la razón e iluminados en su fe democrática, alaban lo que antes ardorosamente combatieron. Claro, ahora son más viejos, más vividos y por ende más sabios y famosos: Y por ello deberíamos escucharlos y atender sus razones, supongo. Lastimosamente yo les oí y creí cuando ellos eran jóvenes y daban lecciones “equivocadas”. Y por ello solo espero que hoy, que se reúnen los dos Presidentes de dos poderes del Estado, dialoguen con sinceridad y teniendo por objetivo el bien común del Perú y de los peruanos.