LOS AMOS DEL VALLE.

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(Fragmentos de la gran novela de Francisco Herrera Luque sobre la  historia de Venezuela)
«…Veinte somos los Amos del Valle: Blanco, Palacios, Bolívar y Herrera… va musitando en su silla de mano de cuatro esclavos, damasco y seda— …Gedler, de la Madriz, Toro, Tovar y Lovera…».
«  Plaza  y  Vegas llegaron tarde; al igual que Ribas y Aristeguieta. Cien años es poco o nada para las glorias del Valle.   Caracas  es  Covadonga,  Esparta, Isla de Francia, Alba Longa …  Matriz de sangre y de pueblo que en el filo de su espada hicieron mis siete abuelos…».

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“Apostados en la penumbra los españoles los vieron llegar. Eran más de cincuenta. En la creencia de su impunidad charlaban y reían. Uno que portaba fuego encendió una hoguera. Sobre travesaños asaron una lapa y tres patos. A una orden del viejo, los españoles, de espadas desenvainadas, irrumpieron en metálico círculo: —¡Rendíos! —conminó el indio que hacia de lengua—. No os queremos mal.

Atónitos se dieron por vencidos sin ofrecer resistencia. Maniatados los llevaron a la ciudad.

—¿Quién de vosotros es el cacique?

Como no obtuviese respuesta. La Cantaora cercenó la primera cabeza. Por tres veces repitió la pregunta y por tres veces cantó el alfanje.

—Agarrad a ese —indicó a sus hombres señalando a un indio gordo— y metedle los pies en la hoguera. El indio se debatió en el tormento.

Un joven guerrero dijo al lengua: — ¡Basta! Yo soy el cacique de todos ellos. ¿Qué quieres de mí?

Por cuatro días resistió los más terribles suplicios sin referir la ubicación de sus aldeas, los sistemas de señales que utilizaban o las jerarquías existentes entre ellos. Tenía tres hijos, el menor, un chico de tres años, era su preferido. Como en ese día muriese un indito de la misma edad,  luego de hacer que lo asaran se lo presentó al cacique:

—Ese es tu hijo. O hablas y me dices lo que quiero saber, o igual suerte correrán los otros dos.

Con el informe del joven guerrero los españoles golpeaban certeros contra la feroz tribu, dividida en numerosas aldeas y cacicazgos.

A los tres meses justos, quinientos indios mariches, cargados de presentes y al frente de veinticuatro caciques, se presentaron ante la puerta principal.

—Venimos dispuestos a serviros — voceó a nombre de todos uno de los caciques—. Queremos tu paz —terminó el cacique mirando a Lozada.

—¿Os dais cuenta mis amigos, que con salvajes no valen razones y que sólo el fuego y la muerte los hace entender?

—¿Por qué habéis venido sin vuestras mujeres? —preguntó el Cautivo

—. ¿Dónde están vuestros hijos?

—Esperábamos vuestra respuesta — respondió el cacique.

Lozada luego de reflexionar aceptó la oferta. Los veinticuatro caciques quedarían como rehenes, distribuyéndolos entre los vecinos más principales. Dormirían en la cuadra; los otros quinientos se albergarían en los cobertizos que habían de construir a un cuarto de legua al norte.

(….)

Los indios del Valle de los Caracas se quedaron en paz. Dejaron de flechar a los vecinos y no volvieron a incursionar alrededor de la ciudad en las noches sin luna. Tamanaco era el único que con su gente seguía en pie de guerra. Semanas atrás, a Juan Giral, luego de asesinarlo, le cortaron los genitales, los ojos y la lengua. Su cadáver, o lo que quedaba de él lo pusieron al través en su montura.

Diego de Lozada ofreció cuantiosas recompensas al que entregase vivo o muerto a Tamanaco.

Aquella noche en el cuartel, Curumo, a instancias de Lozada, habla de Tamanaco:

—Es como un rayo de luz que sabes que está ahí, pero no lo puedes agarrar. Es como la serpiente coral —añadió con sonrisa ausente — de apariencia hermosa, pero temible como la boa.

—Yo, Vuestra Excelencia, no le haría caso a este mentecato que huele peor que una letrina mozárabe y encima parece sodomita, llamando hermoso al peor hi de puta que hay por estos contornos.

—Es como el río y la noche que ampara pero también mata. Afirman que tiene mil formas. A veces es puma, otras, colibrí. Algunas, flor de mayo.

(…)

Terminada la fiesta, el Cautivo a paso ebrio llegó a su casa. Trepó al altozano del samán y se echó de cara al cielo a dormir la siesta.

Al despertar brillaban las estrellas. Abajo un coro de voces cuchicheaban. Hablaban en mariche. Algo entendía. La voz de Curumo dominaba:  A la medianoche cada uno daría muerte a su amo, someterían a los de la puerta principal, entrando de inmediato los mil guerreros que afuera acechaban.

—¡Maldito Curumo! —musitó estremecido: pero tal fue su énfasis que crujió el tablón.

—¿Quién está ahí? —preguntó Curumo.

Amigo, un descomunal mastín que le regalaran días antes, ladraba enfurecido.

—¡Eh, Don Francisco! —gritó apremioso— que no es chercha, venid a mi presto, o me harán mierda estos bellacos.

Los indios, trepados unos sobre otros, se aprestaban a subir al samán.

El perro rompió su cadena y saltó sobre Chaima. Don Francisco de la Madriz, percatado al fin de la situación, a través de la cerca disparó su arcabuz.

El solar se pobló de disparos. El cuadrilátero se cubrió de hombres armados. Con excepción de Curumo, que logró huir, los veintitrés caciques restantes fueron hechos prisioneros.

—Cayeron como tortolos —rió, jubiloso, el Cautivo.

A   Chaima,  a quien Amigo le arrancó una nalga, fue el primero a quien sometieron a suplicio.

El hombre se tornaba estrábico y sudoroso cada vez que le metían el pie en la hoguera.

—Os diré todo y dejadme de una vez… Fue Tamanaco quien ideo la añagaza.

—¿Dónde hemos de encontrar a Tamanaco?

Chaima vio a Lozada y al Cautivo.

Tamanaco no es otro que Curumo

Enrojeció el Cautivo.

—¡Curumo! ¡Me cago en San Blas! Haber tenido al alcance de mi mano al hi de puta y haberlo dejado escapar.

—De poco le servirá —observó Lozada farfullante de ira—. Nunca más ha de hacer mofa a mis barbas. Atroz será el escarmiento.

Y había tal convicción en su arresto, que hasta el mismo Cautivo lo miró sorprendido.

  1. La Cruz de sangre

Chaima enverdeció de miedo cuando los sayones con caperuzas de locos, a falta de las del verdugo, cayeron sobre él, y en sillita de la reina lo llevaron a la primera estaca que hasta veintitrés y en forma de cruz, sembró en la Plaza el Capitán Fundador.

Un alarido desgarró la tarde cuando el palo afilado le entró por el recto y reventó sus entrañas. Ante el silencio expectante de la muchedumbre los sayones fueron empalando uno a uno a los veintidós restantes caciques.[18]

Lozada explicó lo de la cruz de carne.—

No quiero ser menos que los españoles de Santo Domingo, que ahorcaban a los indios en grupos de a trece, en honor a Jesús y sus doce apóstoles, aparte que además de ser cristiano, amo la simetría.

Los empalados, por horas, se mantuvieron vivos, hieráticos, estatuarios. Al menor movimiento se adentraba la estaca sacando lustres de muerte.

El negro Julián, tras el Cautivo, tenía la expresión atormentada, enloquecida. La imagen de su padre empalado, se le recrecía.

—Pláceme, Excelencia —susurraba el Cautivo a Lozada— que hayáis elegido el empalamiento para el suplicio. No hay nada más aleccionador ni que deje más huella en el recuerdo de un pueblo que hacer de los malandrines angelitos de tortas de novias, que empero ser de uso generalizado en Indias, lo alcancé a ver por primera vez en un pueblo del Danubio al cual el Sultán ordenó exterminar con escarmiento.

Julián al escucharlo lo vio con estupor, rabia y locura.

A las tres horas de haberse iniciado el empalamiento, cuatro caciques estaban muertos y diecisiete agonizaban.

A las cuatro horas los muertos excedían a los sobrevivientes. Los indígenas, algunos negros y los ciento cincuenta españoles observaban la escena con expresión demudada.

Una  vieja  andrajosa  con  voz  aguda apareció de pronto entre los empalados.

Era  Anacoquiña,  poderosa hechicera.

—Que la maldición de los Dioses —dijo en castellano— caiga sobre vosotros y sobre vuestros hijos, hasta el final de los tiempos.  Malditos este día  y  este pueblo nacido del dolor de los míos…”

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También:http://assets.espapdf.com/b/Francisco%20Herrera%20Luque/Los%20Amos%20del%20Valle%20(11050)/Los%20Amos%20del%20Valle%20-%20Francisco%20Herrera%20Luque.pdf

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