Una vez replicante – Blade Runner 2049 (2017)

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Contiene spoilers

Blade Runner 2049 sirve como parábola, como acto de redención. No tiene miedo de preguntar sobre la cuestión humana -por más que duela la pregunta- y se dispone a escarbar las respuestas, sin importar qué tanto sumen los minutos de metraje. Sirve como una experiencia hipnótica, épica y pretenciosa sobre la naturaleza de nuestra identidad y los conflictos que conlleva. Retoma una saga que parecía zanjada y la revitaliza con una apuesta que sobresale por lo colosal, tanto en términos visuales como narrativos. No se nos va de la cabeza.

Nos movemos décadas después del filme original. Los replicantes, ahora perfeccionados por la Compañía Wallace, se cazan unos a otros. Los nuevos modelos deciden “terminar” con los antiguos. Uno de los nuevos modelos es K, quien, sin emocionarse demasiado, cumple su trabajo a la medida. K ha sido implantando con una serie de recuerdos que sabe que no son suyos, y convive con una esposa holograma que no le pertenece. Parece estar cómo en las apariencias. Sin embargo, su rutina se ve violentamente amenazada cuando descubre una sórdida verdad: una replicante, hoy hecha huesos, quedó embarazada y dio luz a un hijo, ahora perdido. Tal revelación motiva a K a pasarse a arriesgarlo todo, con tal de descubrir la verdad.

Hay mucho que ver aquí. De plano, notamos que este film no se siente una secuela, sino una re-imaginación de una misma idea: seguir las pistas dejadas por la primera película, explorar las mismas intuiciones, pero con un ánimo necesariamente moderno. En circunstancias así, bien sería sencillo seguir con la fórmula de la original, añadir un par de nuevos personajes y seguir adelante. Eso no sucede en este caso. Aquí hay una disposición por romper con lo establecido, o eso parece querer vendernos Villenueve. Blade Runner 2049 toma las preguntas implícitas de la primera película y las expande de forma directa, sin tapujos ni excesivo simbolismo. De plano, el conflicto principal de la trama inicia con las interrogantes, y a medida que avanza la búsqueda de K se nos presentan muchas más.

¿Qué hace a alguien ser humano? ¿Se trata de la capacidad de sentir de dolor, o de razonarlo, al menos? No nos convence. Los replicantes también razonan. Llegan a sufrir y mucho. ¿Acaso se trata de la identidad, la personalidad, eso que se construye mediante los recuerdos? No lo parece. Los recuerdos pueden implantarse. La identidad es replicable, como lo muestra el film. Si es así, ¿acaso la humanidad se define por la procreación, por su capacidad de trascender mediante descendencia? Como se ve aquí, la procreación -cómo forma de supervivencia- parece traspasar las barreras. Parece no ser exclusiva de los humanos. ¿Entonces, qué lo es? Parece ser que la distancia entre humano y replicante depende exclusivamente del génesis, siendo uno concebido en el útero materno y el otro en algún prototipo científico ¿Es esa diferencia suficiente para establecer una sociedad híper jerarquizada en el que unos se someten a los otros? No lo parece. Aun así, Joe y el resto viven pensado que lo es. Pensemos el diálogo entre Joe y su superiora:

  • Nunca antes he retirado a alguien que había nacido.

  • ¿Cuál es la diferencia?

  • Nacer es tener alma, creo.

Parece que conviene. Si los replicantes implican algo inferior a lo humano, entonces cualquier acción en su contra será tolerada, o incluso deseable. La distancia de lo virtual. Lo que permite que sea sencillo matar, como si se tratase de un videojuego o una simulación. Así se crean esclavos.

La presencia política en el film -teniendo a los esclavos como luchadores frente al sistema- parece algo formulaica, como siguiendo todos los pasos correctos, pero sin aportar mucho más. Resulta más interesante la cuestión humana, que por momentos parece batallar con la pretensión visual del film. A pesar de todo, los detalles siguen importando. Sobre todo, el conflicto por la realidad.

Parece, más bien, como si la ilusión de la realidad es de por sí real. Si uno se pasa toda una vida fingiendo, es probable que, luego de tiempo, se le olvide. K -al igual que muchos otros, podemos presumir- tiene una vida ficticia, con una mujer virtual y recuerdos que no son los suyos. No se inmuta al respecto.

Parece como si la realidad imaginada fuese mejor que la original: al menos en la primera se tiene mayor agencia sobre lo que se vive, mayor libertad para ser quien se quiere ser. Así, vivir una mentira bien que parece un precio razonable. O al menos eso piensan los replicantes. El propio K lo prefiere.

En una sociedad así, se pierde la vergüenza. La gente encuentra los placeres sin tapujo a través de lo virtual. Las relaciones humanas pasan a un segundo plano. Ningún personaje en el film parece tenerlas. Y, aun así, cada uno busca lo que puede, cualquier ficción, para sentirse pleno. Por eso Wallace cobra tanto poder. Quizás por eso K, una vez que su ficción es amenazada, lo arriesga todo.

Estos conflictos, por supuesto, tampoco son necesariamente explicitados por el film. Ya habíamos adelantado las pretensiones visuales que existían. Queremos creer que esto no es gratuito.

Dennis Villenueve prefiere que su film sea contemplativo, parco y cerebral, en el que las emociones se contienen y se reprimen. Filma, pues, como lo haría un replicante. Quiere que la sensación etérea y de entumecimiento sea palpable para la audiencia. ¿Por qué hacerlo? Quizás se trate de un acuerdo narrativo: exigirle demás a la audiencia, para incentivarles a indagar por si cuenta a través de estas imágenes. Quizás, como decíamos antes, se trata de replicar la falta de sensibilidad del nuevo mundo, con todo lo que eso implica. O quizás busque que, a través de la contemplación, la audiencia se evite distracciones, se concentre en cada fotograma y consiga decodificar este film.

A nivel técnico, simplemente no podemos quejarnos. Estamos ante una proeza visual en toda la regla. La fotografía de Roger Deakins abandona la comodidad del cyberpunk tradicional -apenas imágenes de una urbe futurista bajo la lluvia- y filma con una paleta de colores extraordinaria, con detalle a cada emoción en la pantalla. Cada nuevo territorio visitado por K implica un nuevo lenguaje visual, como si estuviésemos enfrentados a lo desconocido.

¿Qué mensaje nos llevamos? Podemos pensar que, al final, un concepto clave es la redención. Cuando no eres “humano”, ni digno de valor, la necesidad por consagrarse puede aumentar. Deckard decide arriesgarse para hallar la verdad. K decide sacrificar su integridad por búsqueda de paz.

Hay algo bastante lírico en el final, como el último acto de una tragedia griega, incluso. Por una vez, un acto de la más inusual empatía, una acción solidaria que implica un riesgo. Así como Sapper Morton decidió rendirle homenaje a la replicante con un entierro, así K decide reunir a padre e hija en una última misión antes de desfallecer sobre la nieve. Casi no hay diálogos, cómo bien debería ser. Por una vez, K toma una acción consciente y ve las consecuencias dichosas de tal acción. Por una vez, K parece estar pleno, como lo estaría cualquier humano. Las preguntas, por supuesto, no acaban aquí. Comienzan.

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Anselmi

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