Doubt no es un film sobre conflictos entre personas de fe, sino sobre el tortuoso camino individual de las convicciones. Todas las personas, y sin excepción, tienen que ponerlas a prueba, vivir bajo el difícil mandado de estar a la altura de sus creencias. Resulta inevitable pensar que, frente a las numerosas presiones de la carne sobre el espíritu, cualquiera se encontrará frente a la total incertidumbre. Pensemos cómo ello es peor cuando se trata de representantes de la Iglesia. ¿Cómo hacer que otras personas crean cuando ni uno mismo puede hacerlo? A su manera, John Patrick Shanley echa mano a sus recuerdos -y formación religiosa- para realizar esta inusitada alegoría sobre la Iglesia Católica, los testimonios de incerteza y culpa, y las numerosas crisis dentro de una de las instituciones más relevantes en occidente. Nos somete al banquillo del confesionario y, a través de personajes y situaciones que parecen demasiado cercanas a nosotros mismos, nos interpela sin tregua. Al parecer, la vergüenza y la presión pueden con nosotros, hacen difícil procesar lo que aparece en la pantalla. Será eso lo que nos invita a seguir mirando.
Doubt parte con preguntas sin repuesta y acaba de la misma forma. Aquí, a su forma, todos tratan de convencerse de algo. La hermana Aloysius, que domina la escuela parroquial con puño de hierro, se convence de que ciertos actos inmorales están sucediendo entre las paredes del colegio. Tales temores parecen desembocar en la figura del padre Flynn, un sujeto que, con su posición jovial y bonachona, parece un soplo de aire fresco para el conservador lugar. A su modo, Flynn parece poco preocupado por las rigurosas normas y mucho más concentrado por entender a los estudiantes y sus dificultades. Así, Flynn parece agarrarle cariño al único estudiante de color en la escuela, Donald Miller. Aloysius, a pesar de tener pocas pruebas, está convencida de que entre ambos existe una relación prohibida. Decide transmitir sus inquietudes a la hermana James, joven e ingenua, quien, a pesar de admirar a Aloysious, parece no convencerse de sus acusaciones. Aun así, la hermana estará dispuesta a todo para acabar con su duda.
Estamos ante un film que, a ratos, resulta demasiado inquietante, más por el conflicto interno que maneja. El conflicto, por supuesto, está en conciliar lo espiritual -lo inmaculado e intangible- con los humano, fallido y decadente. Shanley no es ajeno a ello -recordemos las tribulaciones espirituales de Loretta Castorini en Moonstruck (1983)- y, desde su experiencia propia, decide diseccionar cuidadosamente los presupuestos de la fe y de la incertidumbre.
Por ello, resulta intuitivo pensar que Shanley, a su manera, realiza una representación alegórica de la Iglesia Católica y sus transformaciones a mediados del siglo XX. Veamos. Por un lado, la hermana Aloysius: a su manera -rígida, suspicaz y moralista hasta la médula- representa a la iglesia antes del Concilio Vaticano II y sus reformas liberales. Aloysius constantemente mira con malos ojos los intereses de Flynn por modernizar la escuela, acercarse a valores menos conservadores; por supuesto, rechaza que él escuche mucho más a los estudiantes. Es que Aloysius no se fía en sus tutorados: para ella, se trata de sujetos irresponsables, criaturas perdidas y necesitadas de disciplina, incomprensión y castigo. Es, al parecer, una mirada condescendiente, de una Iglesia que observa desde arriba a sus fieles. Naturalmente, eso fundamenta sus dudas en el párroco. Y, por obvias razones, Flynn es la Iglesia post Concilio. Él cree en sus fieles. Cree en su capacidad, en su discernimiento y su autonomía. Por eso, está dispuesto a romper unas cuantas reglas. Y eso, naturalmente, lo hace el sospechoso principal. Y la hermana James -inocente, perdida y volátil- representa a esos fieles en confusión, sometidos al ojo de la tormenta, incapaces de decidir entre el pecado y el disfrute.
Esta segunda disputa hace que el misterio sea más complicado para la audiencia. Los espectadores, probablemente más cercanos a la visión compasiva de Flynn, no quieren que él sea culpable. Pero querer y ser son dos terrenos distintos. Cuesta aceptar que probablemente la hermana Alosyus tenga razón. Como decíamos antes, la película toma el calvario de la pantalla y lo pone en el espectador. Nos cuesta tomar una decisión. La ambigüedad se mantiene. No se sabe el caso verdadero. La audiencia decide. Decidir necesariamente es conflictivo: implica darle la razón a alguien como Aloysius o dejar pasar sospechas más o menos razonables.
El conflicto aumenta mientras más indaga la hermana. No se da cuenta de que, a la larga, sus acciones pueden conllevar daños colaterales incuantificables. Pensemos en Donald Miller. Un niño afroamericano en territorio de blancos, sometido al racismo a la presión, con más de un secreto encima. Como bien denuncia su madre, si las acusaciones salen a la luz, la vida de Donald será imposible. Ser gay parece prohibido, mucho más bajo lo que presupone Aloysius. Si ella no desiste en sus averiguaciones, la vida de Donald corre peligro. Será mucho más arduo, seguro. Todo viene con un costo.
Utilitarismo. Flynn hace más bien que mal. Parece ser una inspiración en la parroquia. Un tipo bienintencionado, frágil, honesto. Lo que hace Aloysius amenaza todo eso. Deja a la parroquia sin Flynn. También a Donald. Como también dice su madre, el acercamiento de Flynn a Donald parece darle beneficios que nadie podría conseguir. Todo eso, de forma intuitiva, nos parece aberrante, de la misma forma en cómo reacciona Aloysius. Pero eso lo vemos desde un sesgo ajeno. Cuando entendemos por lo que pasa Donald, y lo que ello implica, entendemos por qué su madre estaría dispuesta a ese sacrificio. Tal vez no lo aceptamos. Pero entendemos más. Ante esto, Viola Davis hace un trabajo brutalmente realista. Como la señora Miller, está dispuesta a verse vulnerable, pero igual, firme. Aloysius vive a espaldas de la realidad. Frente a la ambigüedad, lo mejor para Davis es confiar.
Aloysius, sin embargo, no lo entiende. Intenta desesperadamente mantener el orden. La pregunta es obvia. ¿Qué fuerza a Aloysius a hacerlo y no parar ante nada? ¿Es solo altruismo, quizás una cruzada contra Flynn, o es que hay algo más? Nos damos cuenta de que, en el fondo, Aloysius también duda. No parece estar segura de que esa Iglesia con la que se crió es la misma Iglesia que ahora le recibe. Su pesquisa, al parecer, funciona como una forma de alejarse de la fe.
Todo esto, por supuesto, es difícil de digerir. La transición del teatro a la pantalla parece hecha con pequeños detalles, los cuales, sin embargo, son esenciales para entender el poder que el cine emite a la obra. Las largas tomas, sobre todo frente a extensos monólogos, le dan una frescura importante a lo que vemos en pantalla. Los primeros planos sacan lo mejor de estos cuatro actores. El montaje corta y pega de escenas de sigilo, de reproche y algo en el medio.
Toda la presión, al final, tiene sentido. La culpa es permanente. Te lo repiten a diario. La homosexualidad también importa. La raza. La confesión y si eso puede absolverte o no. Todas son circunstancias que afectan a la Iglesia y viceversa. La duda puede ser religiosa o moral, incluso. Shanley ha hecho lo posible para entenderla. Nosotros también.
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