Mira, algo gracioso – Don´t Look Up (2021)

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Por un momento, Don´t Look Up estuvo en todos lados. En los memes, los reels de Instagram y los clips de YouTube. Estuvo en el top de Netflix. Y, bien que mal, también en las discusiones políticas. Por ello, es indispensable discutirla políticamente. Fiel al estilo de Adam McKay, habrá que ser brutalmente francos. Parece que la crítica al capitalismo del film es, hasta cierto modo, escueta, condescendiente y a ratos demasiado irregular en su humor: lo que debería ser el punto fuerte del film irónicamente termina siendo su lado más débil. No es que no nos haga reír (vamos, el director hizo reír a millones con una película sobre colocar testículos en las pertenencias ajenas), sino que  el humor, a través de la excesiva sátira y parodia, parece distanciarse de la mejor crítica posible y prefiere caer cómodamente en lugares comunes, chistes fácilmente reconocibles y, a ratos, en la simple bufonería.

La trama ya la conocemos. Una pareja de científicos (Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence) descubre que un meteorito colisionará pronto contra la Tierra, por lo que corren a alertarle a la presidenta de los EEUU (una Meryl Streep salida de una extraña fórmula Trump-Clinton) lo sucedido. Por supuesto, la prensa, el gobierno y las grandes corporaciones parecen ver con buenos ojos la llegada de este cometa (al menos para con los negocios) por lo que ingenian su propia campaña a favor del cometa, en contra de los científicos y en defensa de no “mirar arriba”.

Bien. La descripción suena graciosa. ¿Qué sucede, entonces?

El filme se burla de todos. Presenta a los políticos como sujetos irracionales o totalmente maquiavélicos o simplemente insoportables. Por obvias razones, -y aunque esto suene a palabreo predecible- el problema de la extrema caricaturización es que ignora la cantidad de matices que existe dentro del grupo al que se busca criticar. McKay parece asumir que la gruesa mayoría de votantes de Trump o partidarios de la ultraderecha son abiertamente idiotas, grotescos y manipulables. Más que una persona, los seguidores de la presidenta Streep parecen ser entes creados a partir del algoritmo de 4Chan y otros foros de internet, locos por las armas, máquinas de racismo instantáneo y enemigos declarados del método científico y las instituciones liberales. ¡Qué fácil sería si todos los votantes de LePen, Bolsonaro y Trump fuesen así! Si reducimos la inclinación política de millones un estado de ánimo (la ira) o a un estado mental (la inconciencia, sino la estupidez) más sencillo nos resulta encasillar, minimizar y supuestamente predecir la amenaza. Claro que eso no ha funcionado hasta ahora, ¿o sí? ¿Funcionó minimizar el efecto Trump en 2016 o el gigantesco respaldo que recibió del turnout electoral del 2020? ¿Funcionó en Francia, Brasil, España, UK, Colombia, Perú?

Pero vamos, a fin de cuentas, esta solo es una película. No se debería esperar mayor atención a lo que se filma ¿verdad? Tal justificación no parece del todo convincente, más con las pretensiones de Adam McKay. Seamos claros: McKay no es payaso solo por el placer de serlo; si no, no se hubiese dado el tiempo de explicar detalladamente (y con Selena Gómez y Margot Robbie de fondo) el extraño engranaje detrás de la crisis del 2008 en The Big Short, ni hubiese expuesto a profundidad los crímenes de guerra de la administración Bush en la catatónica Vice. Si es así, sorprende que McKay no se haya tomado el tiempo de desentrañar los causales del desastre como sí lo hizo en películas anteriores. Quizás la razón sea que, a diferencia de las otras dos películas, este film no es un recuento histórico de cierto suceso, sino una descripción -amarga, más cercana y pasional- del presente: un espacio sin distancia objetiva y con la necesidad de confrontar la crisis como se pueda.

De todas formas, algo parece fallar por allí. Lo mismo sucede con los políticos: demasiado cínicos, waspies y frívolos para ser capaces de experimentar cualquier brote de empatía. Meryl Streep es un cliché de feminismo liberal y capitalista, sin una gota de humanidad y con la exclusiva preocupación de fortalecerse en las encuestas. El personaje de Jonah Hill, como Jefe de Gabinete de la Casa Blanca, más que despertar risa, genera en la audiencia un justificado ew. Su presencia en el film se acerca a lo que haría un mosquito en una fiesta infantil. Por ratos su parodia funciona; por otros tantos, solo cansa. ¿Acaso es original la representación cínica e infantilizada de políticos estadounidenses? Bastan un par de sátiras recientes (películas como In the Loop -2008-, Vice -2018- o Charlie Wilson´s War -2007-) o algunos episodios de House of Cards para ver que no.

Esto es problemático, porque, si la culpa es de políticos idiotas y cierta “maldad por maldad”, la audiencia podrá asumir que a) no hay remedio para la estupidez (conclusión bastante razonable, por cierto), o b) que el remedio está, por supuesto, en mejores políticos (bastante obvio, ¿no?) El problema es que este enfoque parece contradecir el análisis anticapitalista del film, que identifica a la corporativización del gobierno como principal responsable de la crisis medioambiental. Muy poco tiempo nos la pasamos conociendo a los ideólogos y creadores de contenido ultraderechista y más tiempo la pasamos riéndonos de ellos. Sabemos que los políticos son cínicos, egoístas y simplemente inútiles, pero no sabemos, ni intuimos, de qué manera el sistema produce a ese tipo de políticos y no al revés.

Pensemos en cualquier otra sátira sobre lo súper ricos. ¿Qué cosas ven, además del dinero? ¿Cómo son con sus familias? ¿Cómo le hacen con el cargo de conciencia frente a tanta fechoría? No lo tenemos claro, porque no los conocemos (y eso que ellos generaron todo el caos social). Desde ideólogos libertarios como Nelson Rockefeller, Donald Rumsfeld o Paul Wolofwitz, hasta peligrosos chupasangres petroleros, aquí había material para escoger y se escogió poco. Así, muchas escenas en el film son poco convincentes, porque repiten la misma idea una y otra vez: él es así porque es cínico porque es idiota porque es malo porque es ingenuo porque es maldito porque es idiota porque es cínico.

Contrastemos. Hay una escena particularmente convincente en la que el personaje de Jennifer Lawrence vuelve a casa, y sus padres le reciben de forma amarga, casi a regañadientes. “No queremos hablar de política en casa”, dice la madre. “Tú padre y yo estamos a favor del cometa y los trabajos que traerá consigo”. Así hablan las personas reales. Ese es el tipo de preocupaciones cotidianas que motivan a la gente a oponerse a distintas causas progresistas. Ese es el tipo de estratagemas que adoptan las grandes corporaciones para dominar la opinión pública. Es el tipo de conflictos familiares irreconciliables que, a partir de la extrema polarización, se hacen enormes y terminan invitando a la auto-censura y al tabú. Vemos en la siguiente escena que la compañía ofrece distintas líneas de apoyo para que familias preocupadas se convenzan de apoyar al cometa y lo que traerá consigo. Ese tipo de propaganda -pragmática, con autoridad y cercana a la audiencia- es con lo que se enfrenta el progresismo, más cuando, dado el statu quo, no conviene mirar arriba.

No decimos que la exageración de McKay sea mala por sí misma, sino que a veces parece estar mal enfocada.  Algunas veces no, lo cual justifica la regla.

El anti clímax a la mitad del film, cuando el cohete da media vuelta, es un momento ridículo. Pero quizás necesita de tal grado de ridiculez para que podamos convencernos del sinsentido que implica brindar un masivo poder a entes corporativos con pocos incentivos para usarlo por el bien común. Que el millonario interpretado por Mark Rylance pueda dirigir la política local e internacional a su antojo, que pueda controlar la información de cientos de miles de personas y que tenga acceso a alterar la opinión pública cuando le plazca nos aterra. Pero, más que aterrarnos, nos llena de impotencia. ¿Cómo diablos podríamos evitar una catástrofe mundial si el poder está concentrado en unos pocos individuos y no parece haber forma razonable de redistribuirlo? La situación empeora cuando aquellos asentados en el poder tienen los incentivos para monetizar la crisis y el horror que esta genera, y no son vistos como villanos, sino todo lo contrario. En tiempos cercanos a la tecno-utopía, la adoración a la tecnología incrementa y el CEO-inventor (Musk, Jobs, Zuckerberg) se vuelve el modelo a seguir. Visto fríamente, eso sí parece ridículo.

Muchas veces el malvado jefe corporativo parece tener estrategias infinitas para dominar el mundo. Muchas veces no se explican cuáles son, cómo se ven, cómo afectan a las personas. Don´t Look Up lo hace de forma persuasiva El malvado CEO e innovador tiene suficiente información como para que su algoritmo pueda predecir la muerte de cada individuo. Los medios corporativos tienen mecanismos sutiles para suavizar la tragedia que se avecina y tener al público en un cómodo estado de negación. El poder corporativo utiliza la falsa esperanza de progreso económico -y una línea de teléfono gratuita- para satisfacer a la clase trabajadora. La televisión satelital, las plataformas de video y las redes sociales se vuelven campos de batalla en un conflicto que ya tiene un ganador incluso antes de empezar.

Parte de lo que hace que el humor de Don´t Look Up no sea un desastre -y funcione cuando más debe- es que sus dos protagonistas, frente a todo, no parecen enraizados a una doctrina ideológica. Por supuesto, tal estrategia podría ser un elemento más de la propaganda (que la postura de izquierdas sea el sentido común y que los científicos estén fuertemente vinculados a causas progresistas legitima el movimiento), pero no lo parece. Parece, más bien, que lo que defienden DiCaprio y Lawrence es la atención a la ciencia y la decencia humana. Bastante razonable, claro. La broma que mejor funciona -y que más frustración parece generar- es que, a pesar de ser totalmente sensatos, Lawrence y DiCaprio ven que la estupidez y el control del capital termina por estar un paso adelante y de continuar con sus disparates. Así como en series de tipo Seinfeld o Curb Your Enthusiasim, los neuróticos protagonistas navegan en el total absurdo, un espacio donde el cálculo utilitario queda en un segundo plano, ensombrecido por la pasión sin mesura. Mientras más razonables son Lawrence o DiCaprio, menos se les escucha, cosa que en tiempos de COVID, guerra cibernética y posverdad, parece ser la escalofriante realidad. Claro que este es otro arquetipo, pero que, a diferencia de la sátira a los políticos, sí resulta creíble.

Este es el tipo de cosas que necesitábamos aquí con mayor frecuencia: más observaciones atrevidas y hasta brillantes, menos arquetipos y casi nada de piloto automático. Sí, seguro que, con el film como esta, cientos de estudiantes progresistas en campus alrededor del globo se partirán de la risa al ver a la derecha en su peor momento. Pero, luego de unos diez minutos, se detendrá la risa y el chiste ya no parecerá tan gracioso. ¿Entonces qué? Ojalá todavía pueda quede un film político memorable, al menos…

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Anselmi

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