CUSCO, CENTRO DEL MUNDO

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La afirmación de Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales acerca del Cusco como Ombligo me lleva a recordar que Garcilaso hablaba quechua y castellano, pero también aprendió latín y griego, como era propio de cierta clase social europea de finales del siglo XVI. Es a través del griego que conocerá la palabra omphalos (ombligo) para significar “centro del mundo” pues cabe anotar que el historiador griego Pausanidas nos dice “Lo que los habitantes de Delfos llaman OMPHALOS es de piedra blanca y se considera que está en el centro de la tierra”.( En griego, la grafía ph, suena cercana a la letra efe, igual que en quechua en que la palabra saphi (raíz) tiene un sonido cercano a safi.) Tenemos, entonces, ómfalos, palabra que Garcilaso usó, ya influenciado por las corrientes del pensamiento clásico en Europa, para decirnos que el Cusco era el centro del mundo. ¿Cuál mundo? Pues, del Tawantinsuyu, claro.Para aclarar este concepto de “centro del mundo”, paso a citar al gran historiador de las religiones, Mircea Eliade, quien, en su libro “Lo sagrado y lo profano” escribe: “Nos hallamos frente a un encadenamiento de concepciones religiosas y de imágenes cosmológicas que son solidarias y se articulan en un “sistema”, al que se puede calificar de “sistema del mundo” de las sociedades tradicionales: a) un lugar sagrado constituye una ruptura en la homogeneidad del espacio; b) simboliza esta ruptura una “abertura” merced a la cual se posibilita el tránsito de una región cósmica a otra (del cielo a la tierra y viceversa: de la Tierra al mundo inferior); c)la comunicación con el Cielo se expresa indiferentemente por cierto número de imágenes relativas en su totalidad al Axis mundi: pilar (la columna universal), escalera ( la escala de Jacob), montaña, árbol, liana, etc. d) y es alrededor de este eje cósmico que se extiende el “Mundo” (=nuestro mundo, claro); por consiguiente, el eje se encuentra en el “medio”, en el “ombligo de la Tierra”, es el Centro del Mundo. (Ediciones Guadarrama, 1967).

Breves aclaraciones. Cuando dice “ruptura de homogeneidad del espacio” se refiere a que, desde la perspectiva de la religión, el espacio jamás es homogéneo porque hay zonas del espacio que son sagradas. De allí, el famoso encuentro de Moisés con Dios en el que escucha una voz que le dice: quítate las sandalias porque estás en tierra sagrada”. Asimismo, no es el mismo espacio ese que está dentro del templo (y se siente sagrado cuando uno está dentro de él, no importa de cual religión) que aquel espacio exterior (profano) donde podemos comportamos sin el debido respeto. Y esto se extiende a la ciudad cuando es sagrada. Piénsese en Jerusalén, La Meca o Varanasi (Benarés) en India o Qom en Irán. Simbólicamente, el Cielo se sostiene por una columna por la que podemos comunicarnos con las esferas superiores e inferiores y ese es el eje del mundo (axis mundi) cuya abertura permite que fluya la energía cósmica entre el cielo y ese espacio particular al que reconoceremos y, por ende, llamaremos el centro o el ombligo del mundo. Y observemos, además, que ese eje puede ser (y suele ser) una montaña. Esto puede sonar muy natural en el mundo andino pero cabe señalar que esta afirmación nos permite comprender la importancia de nuestros cerros; más aún si mencionamos al monte Sinaí en Arabia, el monte Olimpo en Grecia, el volcán Fujiyama en Japón, el monte Kailas en la India, etc., todas ellas montañas sagradas para cada uno de esos mundos.

Si bien la montaña es un símbolo de la comunicación entre el Cielo y la Tierra, en muchas ocasiones esa vía se abre a través de una piedra y recordando aquel pasaje de la Torá en el que Jacob sueña (lo que tiene es una visión, en realidad) mientras duerme sobre una piedra que alcanza a percibir una escalera bordeada de ángeles que lo comunican con el Cielo y es ahí donde será bendecido como fundador de las doce tribus de Israel. Esa piedra será consagrada y será llamada Beth-el (literalmente “casa de Dios”) y desde entonces, llamamos betilos a esas piedras sagradas, enormes megalitos que los celtas llaman menhires y que los andinos llamamos WANKAS o QAQAS y en muchos casos, consideramos WAKAS, es decir, sagradas. No debe sorprendernos entonces que Cusco está construido alrededor de una piedra que constituía el centro del templo llamado Qorikancha. Esa piedra ya no está allí y tengo razones para pensar que está en la catedral y si no es esa que está en la puerta de entrada de la nave del evangelio, de algún modo la veneramos como tal. Otro aspecto notable de las piedras como centro es su presencia en otros centros religiosos muy visitados del mundo. Aquella piedra donde Jacob sintió la comunicación con el Cielo está en el centro de Jerusalén y es precisamente el lugar desde donde se sostiene que el profeta Mohammed (Mahoma) ascendió a hablar con Dios y descendió para establecer las reglas para la oración. Hoy está bajo la inmensa cúpula dorada que destaca sobre la ciudad. Tampoco debe, entonces, asombrarnos que ese centro del mundo islámico, La Meca, atrae a millones de peregrinos. Su ritual es caminar rezando siete veces en torno a la Kaaba, la cual contiene en su centro una piedra celestial.

Este es el momento de detenernos a reflexionar sobre la importancia de lo religioso con sus mitos, ritos y símbolos. Siguiendo los planteamientos tan bien descritos en la obra citada de M.Eliade: si vivimos en un mundo con significado es porque creemos que así fue establecido en “aquel tiempo”, en el infinito pasado y es solamente real cuando somos conscientes de que somos un reflejo del macrocosmos. Llámesele Dios si se desea. Es decir somos un microcosmos. Por esto, las personas religiosas (y no me refiero a los que así se consideran sino a los que realmente lo son) no ven el mundo como un cúmulo de casualidades sino reconocen que todo existe gracias a un orden. En las propias palabras de Eliade: “Lo que se comprueba desde el momento mismo de colocarse en la perspectiva del hombre religioso de las sociedades antiguas es que el mundo existe porque ha sido creado por los dioses, y que la propia existencia del mundo “quiere decir” alguna cosa; que el mundo no es mudo ni opaco, que no es una cosa inerte, sin fin ni significación. Para el hombre religioso, el Cosmos “vive” y “habla””. Gracias a eso el mundo antiguo se nutre de mitos, ritos y símbolos y encuentra a la vida llena de sentido. El hombre profano, la inmensa mayoría de los habitantes urbanos modernos, se aburre porque no comprende la razón de su presencia en este mundo. De allí que haga falta que le devolvamos al Cusco su calidad de Centro del Mundo. No me refiero a ese orgullo chauvinista que a veces se escucha por allí sino un honrado sentimiento de humildad, puesto que no es otro sentimiento que el que se deriva del quitarse el calzado porque se pisa tierra santa.

En efecto, nadie entraba al Qorikancha sin quitarse el calzado. La calle entre la Plaza y el Templo también era recorrida sin zapatos (hoy Loreto y Pampa del Castillo) y además debíase cargar un bulto en la espalda (qepe) en señal de humildad. Lo que cabe recordar acá es que los profanos que llegaron a la ciudad santa de Cusco, no tuvieron la sabiduría para reconocer su sacralidad. Claro, eran soldados; no antropólogos. (Perdonen este homenaje a la antropología) Pero lo peor vino después. Se impuso una visión histórica de la ciudad. Capital de un Imperio. Conquistadores del Tawantinsuyu. Y, así, los propios olvidaron el respeto debido a la ciudad por su calidad sagrada.

Si nosotros nos comportamos como los mercaderes del templo de Jerusalén en los tiempos de Jesús (y siguen allí, por si acaso, les cuento) y hemos convertido al Cusco en exprimidores del dinero de los visitantes, ¿cómo podemos explicar que Cusco es la Ciudad Eterna? ¿Por qué reservar semejante apodo a la ciudad de Roma? Lo digo porque Cusco no era una ciudad sagrada. Esta calidad de ciudades no dejan de serlo porque lo han sido siempre y lo serán para siempre. ¿Acaso hemos olvidado que apenas se veía la ciudad había que quitarse el sombrero o saludarla con respeto que incluía el arrodillarse, sobre todo si era la primera visita de su vida? ¿Por qué la hemos reducido a la visita de 4 ruinas y al Qorikancha? El Cusco tenía 328 santuarios (Wakas) que están registrados por Bernabé Cobo. Muchos han desaparecido pero muchos otros están allí y casi nadie los visita. Tampoco he escuchado durante mis visitas, con o sin turistas, decir que Qénqo , Pukapukara y Tampumachay son Wakas. Saqsawaman contenía varias. Pero, incomprensiblemente, nunca hay tiempo suficiente porque ese “city tour” irreverente llamado “la combinada” se estableció en 1954 y nadie se atreve a cambiarlo. (Persistencia del error, la llamaría mi eminente amigo Mario Enrique La Riva Málaga.) Es momento para cambiar y hasta descubrir la conveniencia de vender la visita a Cusco con el respeto que la ciudad se merece y que nosotros mismos la reconozcamos como ciudad sagrada.

Pero para que esto ocurra tenemos que reconocer las dimensiones cósmicas universo-templo-casa-cuerpo y cómo se corresponden para asimilar la columna vertebral con axis mundi o pilar cósmico o con montaña que sostiene el mundo (Pachatusan) y como el aliento se identifica con el viento y el ombligo o el corazón (sonqo) con el Centro del Mundo. Del mismo modo, hay una correspondencia entre el templo y su abertura que está en la parte superior de la bóveda en los templos cristianos con la coronilla (que en la India llaman brahmarandhra) por donde muchas tradiciones sostienen que entra y sale el alma humana. De la misma manera que los templos reflejan el cosmos tanto humano como universal, las ciudades sagradas lo reflejan. De tal modo que podemos buscar en la estructura del Qorikancha una repetición de la visión humana y universal y también el Cusco debe reflejar ese orden. Si tiene forma de puma es porque expresaba lo que el puma simboliza dentro de nosotros como espejo de lo divino. Lo mismo aplica al ave (Wamán, en este caso) y a la serpiente cósmica (Amaru) que están representadas en los lugares adecuados para que sintamos que no es cualquier ciudad. Esta ciudad, pues, reflejaba el Cielo sobre la Tierra.

Y termino volviendo a citar al maestro Eliade diciendo: “No es en modo alguno necesario analizar detenidamente los valores otorgados por cualquiera de nuestros contemporáneos no-religiosos a su cuerpo o a su casa y a su universo para medir la enorme distancia que le separa de los hombres pertenecientes a las culturas antiguas y orientales. Al igual que la habitación de un hombre moderno ha perdido sus valores cosmológicos, su cuerpo está privado de toda significación religiosa y espiritual…..El sentimiento de la santidad de la Naturaleza sobrevive en las poblaciones rurales, porque es allí donde sobrevive una liturgia cósmica.”

Y sigue “En cuanto al cristianismo de las sociedades industriales, sobre todo el de los intelectuales, ha perdido desde hace largo tiempo los valores cósmicos que poseía todavía en la Edad Media. No es que por necesidad el cristianismo urbano esté degradado o sea inferior, sino que la sensibilidad religiosa de las poblaciones urbanas se ha empobrecido sensiblemente. La liturgia cósmica, el misterio de la participación de la Naturaleza en el drama cristológico se han hecho inaccesibles para los cristianos que residen en una ciudad moderna. Su experiencia religiosa no está abierta hacia el Cosmos. Es una experiencia estrictamente privada, la salvación es un problema entre el hombre y su Dios; en el mejor de los casos se reconoce responsable no solo ante Dios sino también ante la Historia. Pero en estas relaciones: hombre-Dios-historia, el Cosmos no tiene sitio. Lo que permite suponer que, incluso para un cristiano auténtico, el Mundo ya no es sentido como obra de Dios”.

De tal manera que es urgente devolver al Cusco su calidad de Centro del Mundo, pero aún más importante es que cada uno de los hombres que vivimos acá lo recuerde todo el dia, todos los días con un sentimiento religioso que aparentemente, hemos perdido.

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