Pedro Alva Mariñas*
Un fastidioso, impertinente, insoportable, monótono, estridente e invisible grillo ha ingresado a mi casa, sin invitación y sin pedir permiso. No puedo saber la hora de su ingreso, pero sí la hora que hizo notar, ruidosamente, su presencia. Al principio me pareció como aceptable, en estos tiempos, tener un visitante, un acompañante solitario, que hizo un notable esfuerzo para llegar a este lugar, a pesar de que la vecindad no es un lugar hecho para grillos. Escondido, con la prisa y el sigilo de un invasor, no me di cuenta de su presencia, hasta que, el silencio de una noche del mes de mayo fue intempestivamente roto por el insoportable y repetitivo chirrido que me ocasionó una noche de total incomodidad. Debo confesar que el imbatible sueño y cierto apego a la vida de los animales me hicieron soportarlo y logré dormirme luego de lanzarle varias amenazas al incansable cantor. Mis amenazas subieron de tono y hasta dije al grillo que si no dejaba de chirriar en la noche siguiente … la pasaría muy mal.
A esta hora acabo de regresar a casa luego de una visita a Pimentel, vengo relajado en varios planos y de pedir algunos deseos a las incesantes olas marinas; pero el grillo ha vuelto a las andadas con su insoportable, monótono ruido y entonces … me dispuse a cumplir mi amenaza final y terminar esta situación de raíz. Ha sido todo un problema ubicarlo con precisión porque parecía estar en todas partes, al menor ruido dejaba de chirriar unos instantes para luego reiniciar su estruendoso ruido … hasta que ubiqué el lugar exacto de donde provenía este molestoso chirrido.
Cuando ya estaba acercándome a su guarida, convertida en una especie de sala de canto, para terminar con el cantor indeseado … recordé una clase de Biología en la Universidad Nacional de Trujillo en la que nos explicaron que los grillos chirrían de esa manera porque es el llamado al apareamiento, es decir es un canto, un grito estridente y hasta desesperado de amor. Más me sorprendió comprobar que lo hacen a costa de revelar su ubicación a algún potencial depredador (como un humano). Incluso nos enseñaron, en un grillo sacrificado, que el roce de una parte de sus patas con una sección de su cuerpo produce el molestoso ruido. Claro, para un ser humano es un ruido perturbador que tiene que ser callado si o si; pero para un grillo hembra debe ser una perturbadora sinfonía, que la obliga a ir en busca de la fuente de ese inconfundible sonido de amor.
Entonces mi cólera, mi enojo, mi desazón se fueron trocando en compasión, en complicidad y hasta en cierta satisfacción de que exista un animalito que grita a los cuatro vientos que quiere aparearse … que necesita una pareja para terminar sus días cumpliendo con el sagrado deber de copular y, luego, morir con dignidad. Entonces me dije el grillo no chirria, más bien canta una canción de amor a una posible pareja que no conoce y que no sabe todavía si le corresponderá tanto esfuerzo. Abrumado por estos pensamientos positivos y hasta románticos decidí no proceder contra el grillo, sino más bien dejarlo chirriar o desplegar “su canto” amoroso para que una hembra dispuesta se le acerque y pueda complacer, probablemente, el último deseo del grillo auto declarado en emergencia.
Implicado ya en esta situación de emergencia decidí abrir un poco más las ventanas para que una hembra, solitaria, ansiosa de aparearse y atraída por el sonido tan especial del grillo, haga su ingreso en la sala de canto y pueda producirse el tan anhelado encuentro entre un cantor desvergonzado y una desconocida grillo que tenga la valentía de llegar hasta donde se encuentra su desconocido amante. Mi deseo es simple y ojalá me lo puedan cumplir: que su luna de miel lo pasen fuera de mi casa y no los vuelva a ver, ni escuchar … por un buen tiempo. Lo cierto es que no volví a escuchar más el canto del grillo, tampoco tuve la ocasión de ver a la arriesgada pareja …. es, finalmente, un asunto de grillos.
Cuando quieras terminar con la vida de un grillo … piensa que se trata de un animalito que se muere por aparearse y lo grita a los cuatro vientos, sin importarle nada más que el oído receptor de una buena compañía. A diferencia de los grillos, los humanos no podemos hacer lo mismo.
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*Instituto de Desarrollo Regional – INDER