Emprender, según el diccionario, significa: “Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño. Se usa más comúnmente hablando de los que encierran dificultad o peligro”. Y empresa, también según la Real Academia: “Acción ardua y dificultosa que valerosamente se comienza”.
Agreguémosle a estas definiciones la interpretación schumpeteriana del progreso como un proceso de “destrucción creativa”, y es fácil deducir la importancia para el progreso de cualquier sociedad de contar con jóvenes emprendedores.
¿Cómo promover su insurgencia? Especialmente en una sociedad de cultura tradicional, vertical, patrimonialista. No es fácil, ciertamente. ¿Cómo pueden el Estado y la sociedad civil, a veces inmersos en paradigmas equivocados, promover el acometimiento, la aceptación de la incertidumbre y el riesgo, la confianza en la voluntad y el coraje propios, así como en las reglas de mercados incipientes?
El presente informe demuestra que se puede diseñar programas efectivos para promover y/o apoyar a jóvenes emprendedores. Concluye también, sin embargo, que la teoría no basta. Que la capacitación, por sí sola, es insuficiente. Se requiere también de un bien pensado paquete de servicios que incluya asesorías y seguimiento individual en la etapa inicial del negocio.
Por tanto, es difícil que tales programas puedan ser masivos. Se requiere procesos de selección sobre la base de criterios que son muchas veces intuitivos. Probablemente la promoción (y el crédito) permite florecer mejor a aquéllos con cualidades innatas, pero también contribuye a que éstos, en el esfuerzo, potencien mejor el empleo y la creación de riqueza, relaciones y mercados.