CUARESMA: DÍA 25
El Padre Jorge Loring (+) nos ha dejado un valioso libro llamado PARA SALVARTE, donde nos explica, entre muchas otras cosas, los Mandamientos de Dios y los pecados con los cuales pecamos contra este mandamiento.
Hoy continuamos revisando el Sexto Mandamiento de Dios: No Cometerás Actos Impuros.
Parte 01 – Sexto Mandamiento de Dios
Parte 02 – Sexto Mandamiento de Dios
Parte 03 – Sexto Mandamiento de Dios
Continuación…
La homosexualidad es una aberración duramente castigada en la Biblia. Es el caso de Sodoma y Gomorra. Y por eso a los homosexuales se les llama sodomitas.
«La legalización jurídica de parejas homosexuales va en contra de la naturaleza humana, y revela una corrupción grave de la conciencia moral ciudadana» ha dicho D. Elías Yanes, Presidente de la Conferencia Episcopal Española. Equiparar las «uniones homosexuales» al matrimonio es una aberración contra la ley natural. Se hace responsable de los graves efectos negativos que tendría para la sociedad la legitimación de un mal moral. Permitir que esas personas adopten niños es atentar contra los derechos de estos niños que el día de mañana, cuando caigan en la cuenta de la realidad, sufrirán taras psíquicas al compararse con el resto de sus compañeros. Según el ABC de Madrid del 4 de Septiembre de 1994 (pg. 52) destacados científicos están en contra de la adopción de niños por parejas homosexuales, por los traumas psíquicos que esto sería para el niño.
No hay que confundir los homosexuales auténticos, que no tienen ningún interés en corregirse, con el hombre de apariencia feminoide de lo cual no es responsable, y que puede no ser homosexual.
La homosexualidad es una anormalidad, pero no es pecado, a no ser que se ejerza. Si se ejerce y además hay corrupción de menores, constituye peligrosidad social. No es lo mismo el homosexual por vicio, que el que nace así, o sufrió el impacto de una desgraciada experiencia de su infancia.
El homosexual de nacimiento que domina su tendencia y no es corruptor del ambiente, pervertidor de menores o escandaloso público, no hay por qué considerarlo como peligro social. La peligrosidad social no depende de lo que la persona es, sino de lo que hace. El homosexual de nacimiento es tan responsable de su tendencia, como lo puede ser de su defecto el miope o el tartamudo. Por lo tanto, al homosexual que domina su inclinación no hay que considerarlo corruptor, perverso ni degradante; si domina su inclinación, puede alcanzar notable virtud.
Debe poner todo su empeño en dominarse. Y que confíe en Dios que le ayudará. Él lo ve todo y es justo.
Ser comprensivo con los homosexuales, que luchan por dominarse, no es justificar su actuación homosexual. El homosexual tiene que dominar su tendencia lo mismo que el heterosexual, que no puede irse con todas las mujeres que le apetecen. El homosexual tiene que dominar su tendencia desordenada lo mismo que el cleptómano tiene que dominar su tendencia a apropiarse de lo ajeno.
Pero este respeto que debemos tener hacia el homosexual que no es peligro social porque no atenta contra el bien común, no significa que consideremos al homosexual como una persona normal que tiene derecho a ejercer su tendencia de acuerdo con su inclinación. Si el homosexual tiene derecho a vivir como él es, y no como debe ser, lo mismo podríamos decir del ladrón y del asesino. El hombre debe acomodar su conducta a los auténticos valores humanos.
El respeto a la persona del homosexual no considerándolo perverso o peligroso mientras su conducta sea correcta, no elimina el que no se pueda considerar al homosexual como una persona normal. Es como si el jorobado quisiera que consideráramos natural el tener joroba.
El Papa Juan Pablo II, en respuesta al Parlamento Europeo que equiparaba la unión homosexual al matrimonio natural, ha dicho: «La Iglesia rechaza la discriminación de los homosexuales, pero considera moralmente inadmisible la aprobación jurídica de la práctica homosexual. Ser comprensivo con quien peca no equivale a aprobar el pecado. Cristo perdonó a la adúltera, pero le dijo que no pecara más».
La Comisión Permanente del Episcopado Español publicó una nota el 24 de junio de 1994 donde se dice: «El homosexual, como persona humana que es, es digno de todo respeto inherente a la persona humana; pero la inclinación homosexual, aunque no sea en sí misma pecaminosa, debe ser considerada como objetivamente desordenada; ya que es una tendencia, más o menos fuerte, a un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral».
La razón del aparato genital es la generación. Y el ejercicio del sexo en un homosexual no tiene nada que ver con la generación. Dice Marc Oraison : «No vacilo en afirmar que la realización de la pareja homosexual es de por sí imposible».
Para el Dr. John Loraine, de la Universidad de Edimburgo, donde está encargado de la Cátedra de Endocrinología, el homosexual es un enfermo cuyas hormonas sexuales se han desquiciado. Tras sus experimentos, Loraine, afirma que el homosexual es un paciente para los endocrinólogos, pues sufre una serie de trastornos fisiológicos gonadales que hoy pueden medirse a la perfección.
Hay que reconocer que, fuera de algunos casos de perversión voluntaria, en la mayor parte de los homosexuales, su tendencia desviada debe ser considerada como una enfermedad. De aquí que, por una parte, se merezca todo el respeto y la ayuda que como a personas humanas les es debida; pero, por otra, la sociedad, por todos los medios adecuados, deba defenderse de su devastador contagio, tan pernicioso y destructivo para la naturaleza humana en su presente y en su futuro.
Hay mujeres que tienen el vicio de saciar su apetito sexual con otras mujeres. Esto es una aberración. El afecto de dos muchachas no debe repercutir en los órganos genitales. Si es así, esa amistad es desaconsejable.
La homosexualidad en la mujer se conoce desde seiscientos años antes de Cristo en la isla griega de Lesbos. Por eso a la mujer homosexual se le llama lesbiana.
Hay que distinguir entre la auténtica homosexual que busca otra mujer para su actividad sexual, y el afecto muy frecuente en adolescentes hacia mujeres mayores que ellas por las que llegan a sentir verdadera adoración; pero con ausencia total de actividad sexual. Esta tendencia desaparecerá en cuanto se enamoren de un hombre La heterosexualidad es una inclinación de la misma naturaleza personal del hombre. Pero el homosexual aunque no sea un pervertido, es un invertido, que ha sufrido una desviación del instinto sexual natural.
Los defensores de la homosexualidad generalizan esta tendencia queriéndola hacer pasar como una sexualidad distinta pero natural, y así poder actuar libremente sin restricciones a su tendencia.
Para eso incluyen entre los homosexuales a todos los que han tenido alguna vez alguna experiencia homosexual. Pero esto no es serio. Con este mismo criterio podríamos considerar no homosexual a todos los homosexuales que hayan tenido un contacto heterosexual. Puede una persona, por una circunstancia casual y transitoria, haber practicado la homosexualidad, lo cual, aunque es inmoral, no la constituye en homosexual.
Lo que caracteriza al homosexual no es haber tenido más o menos contactos homosexuales, sino la tendencia hacia las personas del mismo sexo y la consiguiente repugnancia hacia la relación heterosexual.
Según la encuesta Kinsey el número de los homosexuales es un 4%.
Para que un homosexual cambie, lo primero, es indispensable que quiera cambiar, y después que quiera someterse a un tratamiento psicoterápico: «sólo la psicoterapia le podrá ayudar» ha dicho Marc Oraison.
El Dr. Juan Antonio Vallejo-Nájera, en su preciosa obra «La puerta de la esperanza», afirma que «la educación en la castidad es sanísima y ayuda mucho a superar los problemas de la edad juvenil. En cambio, la presunta libertad sexual que se predica ahora, ésa sí que llena de pacientes la consulta del psiquiatra. Y no digamos, la moda de decir que la homosexualidad es una alternativa tan válida como cualquier otra. Mentira. El ser homosexual es complicadísimo. Deben merecer toda nuestra comprensión y cariño, pero para intentar curarlos; no para animarlos a serlo».
Se dice que la inversión sexual es constitucional, de carácter congénito biológico. Otros buscan las causas en factores de orden psíquico, como falsa educación, ambiente, experiencias que se remontan a la infancia, etc. Para otros, los factores de la homosexualidad son innatos y ambientales juntamente .
Por supuesto que la homosexualidad no tiene la misma importancia en la edad adulta que en la infantil. Entre niños puede ser casi un juego que puede no significar desviación enfermiza. Aunque sí puede perjudicar a su psicología.
Algunos terminan en homosexuales como consecuencia del alcoholismo y las drogas.
En 1983 el Vaticano ha publicado un documento sobre la educación sexual donde dice: «No hay ninguna justificación moral a los actos homosexuales. (…) Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso».
La homosexualidad se condena en la Biblia en varios pasajes.
La Biblia en el Antiguo Testamento manda castigar con pena de muerte a los que realizan actos homosexuales.
Y San Pablo dice que los homosexuales no entrarán en el Reino de los Cielos.
Se entiende, naturalmente, a los que no se dominan y ejercen de homosexuales.
La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. La castidad cristiana supone superación del propio egoísmo, capacidad de sacrificio por el bien de los demás, nobleza y lealtad en el servicio y en el amor .
La castidad es el gran éxito de los jóvenes antes del matrimonio. Es, además, la mejor forma de comprender y, sobre todo, de valorar el amor. No es una negación de la sexualidad, sino la mejor de las preparaciones para la vida conyugal. Porque es un entrenamiento en la generosidad, en el deber y en el dominio de sí mismo, cualidades tan importantes para el ejercicio de la sexualidad humana.
En los jóvenes, la castidad entrena y forma la personalidad. Supone un esfuerzo que va dotando a la persona de solidez en la voluntad y de una sensación de posesión y dominio de sí mismo, que, a su vez, es fuente de profunda paz y alegría. Los jóvenes castos, normalmente, son más constantes en el trabajo y en el estudio, tienen más ilusiones, son más idealistas.
La pureza es una virtud eminentemente positiva y constructiva que templa el carácter y lo fortalece.
Produce paz, equilibrio de espíritu, armonía interior. Purifica el amor y lo eleva; es causa de alegría, de energía física y moral; de mayor rendimiento en el deporte y en el estudio, y prepara para el amor conyugal.
El Papa Juan Pablo II dijo a los jóvenes en Lourdes el 15 de agosto de 1983: «Los que os hablan de un amor espontáneo y fácil os engañan. El amor según Cristo es un camino difícil y exigente.
El ser lo que Dios quiere, exige un paciente esfuerzo, una lucha contra nosotros mismos. Hay que llamar por su nombre al bien y al mal». También Juan Pablo II dijo a los miles de jóvenes reunidos en Rímini (Italia) en agosto de 1985: «Quieres encerrarte en el círculo de tus instintos? En el hombre, a diferencia de los animales, el instinto no tiene derecho a tener la última palabra».
Los jóvenes reciben de la oración fuego y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás .
Lo que es imposible es guardar la pureza de cuerpo sin guardarla también de corazón y de pensamiento. Si no vigilas tu imaginación y tus pensamientos, es imposible que guardes castidad.
El apetito sexual es sobre todo psíquico. Si no se arrancan las raíces de la imaginación es imposible contener las consecuencias en la carne.
Por eso es necesario saber dominar la imaginación y los deseos. El apetito sexual aumenta según la atención que se le preste. Como los perros que ladran cuando se les mira, y se callan si no se les hace caso.
Dice el gran moralista belga José Creusen: «La impureza, sin ser el más grave de los pecados, es el más frecuente de los pecados graves.
La castidad, sin ser la más perfecta de las virtudes, es una de las más necesarias. (…). En materia de castidad lo más fácil es el dominio completo. Andar a medias es muy peligroso».
Muchos quieren liberarse de la moral católica que consideran represiva, y lo que hacen es caer en la esclavitud del pecado que degrada al hombre. El yugo de Cristo es suave y ligero, si se lleva con amor y voluntad corredentora.
La pureza no puede guardarse sin la mortificación de los sentidos.
Quien no quiere renunciar a los incentivos de la sensual vida moderna, que exaltan la concupiscencia, es natural que sea víctima de tentaciones perturbadoras, y que la caída sea inevitable. La pureza no se puede guardar a medias.
Con nuestras solas fuerzas, tampoco; pero con el auxilio de Dios, sí.
Quien -con la ayuda de Dios- se decide a luchar con todas sus fuerzas, vence seguro. No es que muera la inclinación, sino que será gobernada por las riendas de la razón.
En la vida hay que entrenarse. Entrenarse es hacer un esfuerzo cuando no hace falta, para saber esforzarse cuando haga falta. El que no sabe decir no cuando pudiera decir sí, no sabrá decir no cuando tenga que decir no. El que no sabe privarse de lo lícito por ensayo, no sabrá privarse de lo ilícito cuando sea necesario.
La explotación de la sexualidad por sí misma y sobre todo, con el único fin de conseguir la satisfacción sexual, es funesta, tanto para la vida individual como colectiva.
Aunque los pornócratas, para defender su negocio, dicen que la virginidad ha dejado de ser virtud, y nos presentan la homosexualidad y la masturbación como cosas naturales, por encima de todas las palabras de los hombres está la ley de Dios que nos señala lo que es bueno y lo que es malo.
Hoy se oyen con frecuencia palabras de menosprecio hacia la virginidad. Generalmente provienen de personas que la han perdido.
Como en el cuento de la zorra y las uvas, es natural menospreciar lo que uno no es capaz de conseguir. Pero las joyas no pierden valor porque haya personas que son incapaces de apreciarlas.
Ha escrito el P. Lebrato, dominico: «Si hubiéramos de responder ateniéndonos a duros hechos externos que definen masivamente nuestra sociedad, tal vez hubiéramos de concluir que, a juicio de muchos, la castidad, hoy, es todo lo contrario de un valor: es un antivalor que hay que arrumbar para siempre. Si fue un valor, hoy es un lastre.
Pero si la respuesta la damos analizando la naturaleza misma de la castidad, contrastada con el concepto filosófico del valor para el hombre, entonces hay que concluir que la castidad es un valor, un valor por sí mismo, primario y absoluto por su bondad intrínseca y por la conveniencia esencial con la naturaleza humana.
Acaso todo depende del concepto que tengamos de castidad. Si la entendemos como una represión, una mutilación, un comportamiento negativo, una actitud desnaturalizante, entonces no es ni puede ser un valor. Qué es entonces la castidad? Sencillamente, la castidad es el ordenamiento de la potencialidad sexual del hombre en consonancia con su condición específica de persona racional, inteligente y autodeterminativa…
Ser un esclavo de los instintos en el campo sexual, le convierte en animal, lo desnaturaliza de su condición de persona libre y de su condición de sujeto autodeterminativo. Usar mal de la capacidad sexual, es una traición a la sexualidad humana. Al ser la castidad la recta ordenación de las fuerzas sexuales y de la afectividad en el hombre en consonancia con los fines específicos de la sexualidad y con la condición integral de la persona como ser inteligente y dueño de sus instintos, no cabe duda que la castidad perfecciona al hombre en su misma condición de hombre. Una perfección en lo esencial siempre es un bien. El bien, en sus múltiples formas, es un valor.
Una joven de 16 años dice:
Con la castidad yo pienso que aprendemos a respetarnos a nosotros mismos y a no hacernos animales. Los animales lo hacen todo por instinto. Si nosotros no tuviéramos un principio regulador, un medio para dominar nuestros instintos nos haríamos como ellos. Es bonito que aprendamos a valorar algo que nosotros tenemos y ellos no tienen. Es una satisfacción disfrutar de algo adquirido por tu propio esfuerzo, por tu decisión, por tu voluntad. Con la castidad voluntaria yo me hago superior a los animales. Esto creo que tiene su belleza y su valor…
– Te es fácil vivir la castidad a los dieciséis años?
-En principio, me cuesta, como creo que les cuesta a los demás. Pero debo confesar que a mí me es fácil vivirla.
– Por qué te es fácil?
-En primer lugar, me doy cuenta de que no merece la pena perder la castidad por el placer sexual de un momento. Pero acaso me cueste poco por la educación que he recibido desde mi infancia…
– Encuentras valores en la castidad?
-El saber que nuestro cuerpo tiene un destino superior al de dejarlo aquí en la tierra. Los planes de Dios sobre los hombres nos hablan de una glorificación de nuestro cuerpo en la vida futura. Aparte de la glorificación corporal donada por Dios, tiene que ser también un don de este cuerpo, el haber sabido conservarlo íntegro, inmaculado, como Él nos lo dio.
Y una joven madre soltera contesta:
-En realidad, no ha sido la castidad mi fuerte. Para mí prácticamente no ha existido. No he sido casta. Pero hoy, que me he dado cuenta, la considero maravillosa. Para mí la castidad no ha entrado en mi vida por el hecho de haberme apartado de Dios. Hoy creo que la encontré y la veo fenomenal.
– Te atreverías a decirme por qué no has sido casta?
-Sí. No he sido casta por el hecho de no pensar, por vivir al margen de todo. Tal vez por comodidad, por dejadez. Te dejas llevar por cualquier impulso.
– Cuándo diste el cambio?
-Al mes de dar a luz tuve la oportunidad de estar sola, pensar mucho, y me di cuenta de que había algo más que todo aquello que había vivido. Y vi claro que aquel Dios que mis padres y mi colegio me habían enseñado, existía realmente y era algo verdadero… Si amo ahora la castidad es porque le amo a Él… Dios importa mucho para mi vida.
– Qué otros valores crees que tiene la castidad?
-Creo que hay otros valores. Antes, que no era casta, que me dejaba llevar por los impulsos, no era libre. En cambio, ahora que tiendo más a ser casta, me siento más libre, me he liberado de mis impulsos. Al dejar esos impulsos a un lado, el mismo cuerpo gana serenidad, dominio, salud, belleza. Y hasta dignidad, porque el cuerpo no debe ser sólo un instrumento del placer, sino un medio de realizarse en la vida cumpliendo una misión».
Por otra parte, la castidad es fácil de guardar, si se busca el auxilio de la gracia de Dios, y se fortifica el alma con los sacramentos de la confesión y la comunión.
El mejor consejo que se puede dar al que ha empezado a rodar por la pendiente del vicio es comunión frecuente y confesión con un Director Espiritual fijo. Es un remedio seguro para corregirse y salir del pecado. No hay pecador que resista. El sacramento de la confesión, además de ser un remedio curativo, es un remedio preventivo. La Comunión y la Dirección Espiritual dan fuerza y luz para obrar con eficacia.
Dice Charboneau:«Se puede, por tanto, hablar, y hay que hacerlo, de un imperativo de la pureza que se impone a los novios, no como una coacción penosa cuya única finalidad sería crearles molestias, sino como una fuerza interior que vivifica el amor elevándolo y manteniéndolo en un plano superior. Esta pureza pretende estar libre de todo desprecio hacia el cuerpo y se basa, al contrario, sobre el respeto soberano a la carne, a la que restituye su equilibrio, eliminando los elementos de defección que son un peligro para ella. En cuanto al amor mismo, lo consolida; y prepara así la felicidad de que gozará la pareja cuando se halle ligada por la vida común».
Manuel Viera escribe: «El que la castidad prematrimonial sea perjudicial a la salud es ya un mito descartado hace tiempo por la ciencia médica y la psicología, y algo en que sólo tratan de creer los que buscan una excusa para no ser castos.
Para Freud toda neurosis era de origen sexual. Hoy sus mismos discípulos no sostienen esta doctrina. Adler afirma: “No siendo verdad que la libido reprimida sea causa de la neurosis, el dar salida al instinto sexual no cura por sí mismo esta neurosis”. La castidad educa la voluntad por el vencimiento que supone. Una educación que no exige esfuerzos, conduce a la anarquía, no forma adultos sino desequilibrados, sin aptitud para hacer frente a las dificultades de la vida. El vencimiento propio es indispensable para la formación del ser humano. Decir que los impulsos sexuales son irresistibles no es científico. La biología moderna declara que los reflejos genitales pueden dominarse con el ejercicio de la voluntad. El poder del espíritu sobre el cuerpo, de lo psíquico sobre lo físico es muy grande. Esto lo confirma la psicología actual».
Dice Robinson: «La castidad protege vuestro futuro amor. Los jóvenes que han sabido estar a la altura de su deber son los que sabrán después estar a la altura de su amor. El amor conyugal, les va a exigir entrega, generosidad y sacrificio, y ellos ya traen un buen entrenamiento en todo esto. Además, el mejor regalo que podréis haceros unos esposos es el de un cuerpo y un alma íntegros.
La castidad juvenil es un esfuerzo. Pero es un esfuerzo que lleva consigo una recompensa inmensa.
Un esfuerzo que va reforzando y madurando tu personalidad. Es un esfuerzo que lleva consigo una profunda alegría. Un esfuerzo que comprenden y practican los que saben qué es el amor».
Los jóvenes reciben de la oración fuerza y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás.
El mundo se ríe de la pureza y de la castidad, como si se tratara de cosas trasnochadas y pasadas de moda. El mundo dice: «Hay que darse el máximo de satisfacciones en la vida». Pero Cristo dice: «Véncete a ti mismo, toma tu cruz, procura entrar por la puerta estrecha». El mundo dice: «Hay que liberarse de viejos tabúes!». Pero Cristo dijo:
«Bienaventurados los limpios de corazón».
El mundo dice: «El amor no es pecado. Lo que se hace por amor es bueno». Pero la Biblia limita las relaciones sexuales al matrimonio:
«Absteneos de la fornicación». «Dios juzgará a los fornicarios y a los adúlteros».
El pudor es un mecanismo de defensa, propio de la castidad, que protege instintivamente la intimidad sexual con la vergüenza. Es un muro protector de la pureza.
Pudor no es miedo al cuerpo desnudo, sino respeto a él. No es casto el que trata de ignorar lo sexual, sino el que sabe mirarlo con ojos limpios.
El pudor distingue al hombre de los animales.
El pudor ayuda a evitar eficazmente excesos y peligros morales de todo tipo en materia sexual.
Además, evita aquellos aspectos de vulgaridad, chabacanería y desorden que acompañan a ciertas expresiones sexuales.
Alfonso López Quintás, en su libro «El amor humano» escribe: «El pudor no indica gazmoñería, apego irracional a costumbres pacatas. Supone respeto a lo más personal del hombre. Protegerse de la mirada ajena, no indica ñoñería sino salvaguardar su sexo del uso posesivo de los demás. Palpar algo es, en cierta medida, un acto de posesión. Ver es como tocar a distancia. Ofrecer a la mirada ajena las partes íntimas del cuerpo supone dejarse poseer en lo que tiene uno de más íntimo.
Toda exhibición sugiere un acto de entrega. Hacerlo en público se asemeja a la prostitución».
Dice el psicopedadogo Bernabé Tierno:
«La educación del pudor sólo es posible allí donde imperan ideas nobles y sentimientos limpios.
El pudor sólo es sentido por quien todavía es sensible a las amenazas que sufre la virtud. En medio de un ambiente que apenas distingue la línea divisoria entre lo que es bueno y lo que es malo, hay que devolver a los jóvenes el sentido de dignidad personal, y a la opinión pública una mayor sensibilidad. Pero no podemos cometer el error pedagógico de atribuir a toda realidad sexual una sensación de vileza o un sentimiento de vergüenza que se identifica muchas veces con el pudor.
Los educadores hemos de poner el acento, no sobre la educación sexual, sino sobre la educación de la persona. No educamos la sexualidad del muchacho; es él el verdadero artífice de su educación como persona, que, en consecuencia, se expresa también en sus comportamientos sexuales. Lo que debe ser educado, no es la sexualidad, sino la persona.
La actitud egocéntrica de la persona hace neuróticamente compulsiva, especialmente en la adolescencia, la necesidad de autoafirmación que se manifiesta claramente en el sector de la sexualidad. La compulsión se hace tanto más fuerte cuanto más se convence el joven de su falta de valía, lo que le hace aferrarse al sexo como único medio de autoafirmación…
Está claro que una atmósfera cargada de hedonismo sexual que se nos cuela de rondón en casa a través de la “ventana televisiva”, envuelve al joven por doquier, y no contribuye lo más mínimo a una higiene mental que favorezca el dominio normal sobre los propios impulsos.
La trivialización de la sexualidad conduce a la desvalorización de las relaciones heterosexuales, cada vez más frecuentes y precoces. En el fondo es la desvalorización misma de la persona del “otro” que queda reducida a la condición de simple instrumento al servicio del placer…
La apología que ciertos medios de comunicación hacen de aberrantes conductas sexuales contribuye a deformar el concepto y la naturaleza de los papeles sexuales con los que deben identificarse los jóvenes».
Esforcémonos por ver todo lo que tiene el vicio de repugnante y abominable. Esto nos ayudará a amar la castidad. Todo lo que tiene ella de grande y de noble, de dominio propio y de respeto, lo tiene el vicio impuro de bajo y despreciable.
La persona impura es una persona sin voluntad. La razón, que debería ser la señora, se vuelve esclava de los instintos animales; el hábito vicioso se convierte en el peor de los tiranos, exige cada vez más y vuelve a la persona egoísta, con un egoísmo de la peor especie: la persona impura lo sacrifica todo para satisfacer su propia pasión. El vicio impuro quita a la persona la tranquilidad de conciencia, la alegría, la libertad, la fe, la esperanza, el verdadero amor, la honra, la fortuna, la salud y, en fin, la gloria del cielo.
No es raro que a la persona que se deja dominar del vicio impuro le sobrevenga, antes o después, la dureza de corazón, la pérdida de la fe, y al fin la condenación eterna. No podemos olvidarnos que el buen cristiano, además de la virtud de la pureza, debe tener la de la justicia y la caridad. Hay entre nosotros demasiada ambición, avaricia, egoísmo, soberbia, odio, envidia, ruindad de corazón y falta de honradez profesional.
Los fieles tienen derecho a ser informados fielmente en la doctrina católica.
El 7 de enero de 1987 la Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe, publicó un documento donde dice: «A quienes elaboran materiales catequéticos, de enseñanza religiosa o de divulgación teológica, les pedimos que pongan un empeño especial en transmitir con fidelidad e integridad la enseñanza de la Iglesia sobre estos temas. A los fieles cristianos les asiste el derecho a que no sean difundidas, con ligereza y arbitrariedad, doctrinas parciales o hipótesis relacionadas con la moral, y en concreto con la moral sexual, sin que previamente hayan sido sometidas al estudio y al parecer de la comunidad teológica y, en última instancia, al discernimiento de los pastores… El fin de las normas objetivas morales no es la represión de la sexualidad, sino proteger y favorecer que el dinamismo profundo de la sexualidad llegue a su plenitud y sentido».
Rafael Gómez Pérez resume la concepción cristiana de la sexualidad así:
«a) Dios estableció la institución matrimonial como principio y fundamento de la familia y de la sociedad.
- b) El sexto precepto del Decálogo -no fornicar- protege el amor humano y señala el camino moral para que el individuo coopere libremente en el plan de la creación, usando la capacidad de engendrar, que ha recibido de Dios, solamente dentro del matrimonio.
- c) El sexo es un don de Dios abierto a la vida, al amor y a la fecundidad. Su ámbito natural y exclusivo es el matrimonio. Jesucristo elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento.
- d) La generación no es el resultado de una fuerza irracional, sino de una entrega libre y responsable -es decir, humana- de acuerdo con la dignidad natural de la persona creada por Dios.
- e) Como los demás mandamientos, el sexto precepto del Decálogo está impreso en la naturaleza humana, es parte de la ley natural, y, por tanto, obliga a todos los hombres.
- f) La virtud de la castidad consiste esencialmente en la ordenación de la función sexual al fin que Dios le ha señalado; por eso es una virtud positiva que se ha de vivir según las características de la vocación regida por Dios: virginidad o matrimonio.
- g) Con frecuencia, la corrupción de las costumbres comienza por los pecados contra la castidad; se tiende a querer justificarlos, de modos diversos, a través de la deformación del juicio de la conciencia.
- h) Por tratarse de una exigencia de la ley natural, todos los hombres reciben de Dios la ayuda necesaria para cumplir este precepto del Decálogo. Por otra parte se señala la necesidad de medios sobrenaturales que Dios no niega nunca a los creyentes que los imploran por medio de la oración».
Nada tiene de particular que sientas fuertemente el instinto sexual. Lo que no puedes permitir es que te domine. Todo en este mundo tiene su tiempo y su medida. A los animales los regula el instinto:
fuera de los períodos de celo sienten frigidez absoluta. Como no tienen inteligencia, Dios ha regulado su reproducción con una ley fisiológica. Pero como el hombre es un ser racional, Dios no ha querido sujetar esta importante función a leyes puramente fisiológicas, sino que ha dejado en esto el influjo de la libertad.
La sexualidad es mucho más que una tendencia instintiva para la transmisión de la vida. La sexualidad penetra toda la persona y especifica la comunicación entre las personas.
El hombre debe gobernar esta tendencia con la razón y la voluntad.
Dios fiándose del hombre ha dejado en sus manos el instinto sexual, marcándole con las barreras infranqueables de su ley el único camino lícito para el ejercicio de su función reproductora: el matrimonio.
El instinto sexual es tan fuerte que necesita una ley que lo encauce.
Lo mismo que es necesario una ley que controle la energía atómica. El sexto mandamiento es un beneficio de Dios en bien de la humanidad.
Dios ha querido que la transmisión de la vida humana se realice por la unión de los órganos sexuales de los dos esposos de modo que el marido derrame dentro del cuerpo de su mujer las semillas de la vida que han de germinar en un nuevo ser, si encuentran el organismo de ella preparado con un óvulo reciente.
Este acto sexual, realizado dentro del matrimonio, conforme a la ley de Dios, no tiene nada de malo. Todo lo contrario. Puesto según la ley de Dios es meritorio ; pues es cumplir una ley puesta por Dios. Y el placer que Dios ofrece como aliciente al cumplimiento del fundamental deber conyugal, es lícito y bueno, y está santificado por Jesucristo que elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento. Poner este acto fuera del matrimonio es pecado grave.
Para que el género humano no se acabe es necesario que sigan naciendo niños. El acto, pues, de la generación es un acto necesario en el matrimonio, instituido por Dios para la perpetuidad de la especie humana. Esta misión perpetuadora del matrimonio, en cuanto a la crianza y educación de los hijos, lleva consigo gran esfuerzo y sacrificio. Para que el hombre no rehuyera este sacrificio y se garantizara la conservación del género humano, Dios imprimió en el hombre y en la mujer un impulso que les moviera a amarse y unirse en matrimonio.
El placer es bueno cuando lo usamos para el fin que Dios lo estableció; pero es malo cuando, por buscarlo, nos apartamos de la voluntad de Dios.
Dios pudo haber creado a los hombres directamente, por sí mismo, como lo hizo con los ángeles; pero no quiso. Fue su voluntad que el hombre mismo se encargara de procrear al hombre. Dando al hombre una prueba de confianza, le asoció a su obra creadora. Le da poder de transmitir la vida.
Con ello llenó la vida terrena de encanto. Qué diferente sería la vida, si Dios hubiese dispuesto que los hombres viniesen al mundo ya mayores! No se oiría la risa alegre de los niños. No habría amor de padres, de hijos, de hermanos. Cada cual se encontraría sólo en el mundo; sin amor y sin familia.
La pureza es una virtud que salvaguarda este poder creador del hombre.
Es una virtud positiva, que ennoblece y que requiere el valor de los héroes y de los mártires. Virtud noble que defiende este acto sagrado que Dios ha querido santificar con un sacramento: el sacramento del matrimonio, que es una fuente de gracias sobrenaturales; por eso el matrimonio es, en el cristianismo, un camino de santidad, de unión con Dios. San Pablo habla de sacramento grande, símbolo de la unión perfecta e indisoluble de Cristo con la Iglesia.
Por eso es infame burlarse de la paternidad y del amor; y la pornografía es una perversidad, pues traiciona uno de los deberes más sagrados del hombre.
La pornografía, como dice Emilio Romero, es el recurso de anormales sexuales. Un hombre bien constituido no necesita esa excitación.
La transmisión de la vida es un poder sagrado que Dios ha dado al hombre. Es una participación del poder creador de Dios. Por eso se llama procreación de los hijos. A este acto humano colabora Dios con un acto divino, y crea un alma humana e inmortal, para que habite en el nuevo ser en el momento de su concepción.
De aquí la responsabilidad que supone para el hombre todo lo relacionado con el acto que engendra la vida. Profanar este poder del hombre es traicionar uno de los deberes y responsabilidades más sagrados.
La sexualidad por su misma naturaleza está ordenada a la procreación y educación de los hijos, a establecer entre padres e hijos una comunidad de vida: una familia. La familia es la primera y definitiva muestra de la dimensión socio-cultural de la sexualidad. La familia es la institución natural para la formación de la personalidad en su aspecto cultural y social…
La familia es la esencia de la sociedad -su “célula básica” según una terminología que se remonta a los griegos y romanos- y por eso puede decirse que, según sea la familia, así es la sociedad. Por otro lado, como la familia depende de la concepción que se tenga de la sexualidad, esta última influye indirecta, pero eficazmente, en la configuración social. Siempre se ha dicho que la familia es la célula de la sociedad, el crisol donde se forja la educación de los hijos.
Hoy hay algunos que anuncian la desaparición de la familia, diciendo que es una reliquia del pasado, y que debe desaparecer en una sociedad progresista. Pero cuando no quede ni el eco de las voces que anuncian su destrucción, la familia seguirá en pie, pues siempre ha sobrevivido a todas las crisis, porque la familia es una forma permanente de la vida humana. La familia vuelve por encima de las ideologías.
Son pecados graves contra el sexto mandamiento todas las acciones -hechas a solas o con otra persona- que tiendan a buscar el placer sexual completo fuera del uso lícito del matrimonio.
También es pecado ponerse voluntariamente, y sin razón que los justifique, a sí mismo o a otros, en peligro próximo de cometerlas.
El condescender con pensamientos, deseos o caricias íntimas apasionadas es pecaminoso, porque este tipo de actividad sexual tiene la finalidad natural de preparar los órganos generativos para la unión y producir el deseo de esta unión. Por tanto, las acciones directamente venéreas, es decir, aquellas que por su naturaleza están íntimamente relacionadas con el apetito sexual y tienen por finalidad única estimular o provocar la función generadora, son siempre deshonestas para los no casados.
Los actos indirectamente venéreos son lícitos con tal de que se den las circunstancias siguientes:
1) Que la intención del que los realiza no sea impura, es decir, que no se realicen con intención de excitar la propia pasión sexual.
2) Que no encierren un peligro próximo de pecado grave.
3) Que exista relativa razón suficiente, la cual no puede medirse matemáticamente sino teniendo en cuenta el carácter más o menos estimulante de la acción en cuestión, ya que cuanto más estimulante sea ésta, tanto más fuerte debe ser el motivo, porque habitualmente el peligro de pecar y la inseguridad crecen con la vehemencia de la pasión.
Teniendo en cuenta estos principios, podemos afirmar que dos personas que se aman y pretenden casarse pueden darse testimonio físico de su afecto con la seguridad razonable de dominar sus pasiones en el caso de que se exciten contra su voluntad.
Para dar una respuesta más concreta y satisfactoria hay que tener en cuenta la frecuencia de los actos, el temperamento de los interesados, sus vicios y virtudes, etc. De ahí la necesidad en este punto, como en tantos otros, de un director espiritual personal.
El adulterio es siempre pecado grave. Se comete, no solamente cuando una persona casada tiene relaciones sexuales con quien no es su consorte, sino también con cualquier otra acción que despierte el instinto sexual hacia tercera persona, y voluntariamente se consienta en el deseo pasional, aunque no se llegue al acto sexual propiamente dicho: «Quien mira a un mujer con intención deshonesta – dice Jesucristo – ya ha cometido adulterio en su corazón».
Entre casados es pecado grave desear tener el acto conyugal fuera del matrimonio, o imaginarse que se hace con quien no es su consorte.
Pero muchas cosas que en los solteros son pecado grave, son lícitas a los casados, siempre que se hagan en orden al acto conyugal, o lo acompañen.
El placer venéreo completo, el orgasmo, buscado directamente, sólo está permitido dentro del matrimonio, dentro del acto conyugal o enlazado inmediatamente con el mismo, de suerte que forme parte de las relaciones matrimoniales normales.
Son lícitos a los esposos los pensamientos, imaginaciones y deseos que tienen por objeto las relaciones permitidas entre casados. No es lícito en el matrimonio ni la masturbación ni la relación anal.
Podría ser pecado grave negarse al acto conyugal sin motivo cuando el propio cónyuge lo pide razonablemente.
El acto conyugal está permitido en todo tiempo. Pueden elegirse los días que se quieran, aunque sean de ayuno o cuaresma.
Pero el marido debe tener consideración con la esposa los días en que ésta se encuentre indispuesta.
Las relaciones sexuales en el matrimonio son lícitas en todo momento, pero por razones de higiene es mejor evitarlas en los días de la menstruación.
Deben abstenerse, sobre todo, unas semanas después de haber dado a luz. Lo mejor es esperar alrededor de un mes. Nunca hacerlo antes de los quince días.
Pero con permiso del médico quizás no sea necesario esperar un mes entero. También hay que abstenerse, por lo menos, el último mes del embarazo.
Los médicos desaconsejan el embarazo después de los cuarenta años.
Al hablar del matrimonio expongo los métodos lícitos del control de la natalidad.
En general, hay que recomendar a los casados moderación, porque la mortificación cristiana es también para los casados; y porque una sexualidad desenfrenada puede serles muy peligrosa en momentos difíciles.
Pero siempre teniendo ideas muy claras de todo lo que abarca el campo de lo lícito y dónde empieza el pecado. Si hay dudas, preguntar a un sacerdote.
Mientras no haya pecado, los esposos no deben considerar los actos de su vida matrimonial como un obstáculo para recibir la Sagrada Comunión.
Las cosas que Dios ha hecho, no tienen nada indigno del respeto debido a la Sagrada Eucaristía.
Fin del Sexto Mandamiento de Dios
Padre Jorge Loring – Libro: Para Salvarte
PARA SALVARTE – PADRE JORGE LORING
Que Dios les conceda a todos la Gracia de una sincera confesión y una verdadera conversión.
Karla Rouillon Gallangos
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Recuerda que los demonios son RESPONSABLES del pecado pero tú eres CULPABLE por no haber resistido la tentación y por ofender a Dios con el pecado. ¡Confiésate bien!
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La comunión en la mano es SACRILEGIO y PECADO y nadie puede obligarte a recibir la comunión en la mano, pues es “sólo para el fiel que lo desea”.
Por favor, por amor a Jesús, no se queden callados y luchen contra la sacrílega comunión en la mano… es Jesús ahí presente y no, no está dichoso de ser flagelado otra vez por ti recibiéndolo en las manos… ¡NO RECIBAS A JESÚS EN LA MANO!
Sobre la COMUNIÓN EN LA MANO