Carta del Cardenal Juan Luis Cipriani al Clero por Adviento

CARTA DEL CARDENAL ARZOBISPO PRIMADO DEL PERÚ AL CLERO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE LIMA N° 7

Muy queridos Sacerdotes:

Al saludarlos en esta Solemnidad de Cristo Rey en la que, con enorme gozo y agradecimiento a Dios, he conferido la ordenación sacerdotal a siete diáconos y el diaconado a otros seis hermanos de nuestra querida Arquidiócesis, les renuevo, una vez más, mi cariño paterno y mis constantes oraciones en este Año Sacerdotal proclamado por el Santo Padre Benedicto XVI.

“Ya es hora de despertarnos de nuestro letargo, pues estamos más cerca de nuestra salud que cuando recibimos la fe. La noche avanza y va a llegar el día. Dejemos pues las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Rom XIII, 11-12).

Al inicio de este tiempo litúrgico del Adviento los animo a prepararnos bien para la llegada de Jesús, acontecimiento que colma nuestra esperanza cristiana. Nuestra vida en la intimidad de la oración adquiere, en estos tiempos de preparación a la Navidad, un ambiente muy familiar con ansias de purificación y de un examen de conciencia más profundo. Preparemos nuestras parroquias y comunidades para la llegada del Redentor.

¡Ven Señor no tardes!

El Concilio Vaticano II nos ha enseñado que el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe considerarse como uno de los más graves errores de nuestra época. A ello debemos responder con la unidad de vida que nuestra vocación nos exige. Busquemos en el “nacimiento”, muy cerca de la ternura de María Santísima y de la fortaleza de San José, la paz, la serenidad y la alegría que contagien a las almas en este tiempo de gracia, de espera gozosa. Les insisto, porque la experiencia personal me lo reclama, en el cuidado del horario personal de trabajo, en las prácticas de piedad, en el tiempo generosamente dedicado a oír confesiones, en la preparación delicada para la celebración de la Santa Misa, en el rezo diario del Oficio divino completo, y en tantas otras manifestaciones de esa entrega total, las veinticuatro horas, al servicio de Dios en su Iglesia.

El ambiente de preparación que rodea el nacimiento del Hijo de Dios nos anima a enriquecer también nuestra actitud interior: mejorando nuestro carácter y acogiendo con mayor cordialidad y cariño a todas las personas que buscan nuestro consuelo; a saber sobrellevar con paciencia y buen humor las normales contrariedades –tantas veces sólo aparentes– que la vida tiene. Alejemos de nuestro corazón las posibles quejas, críticas y murmuraciones que tanto daño nos hacen.
En las semanas pasadas hemos leído y observado, con inmenso dolor y preocupación, como se pretendía confundir a la población intentando introducir el aborto bajo explicaciones ajenas a la verdad de la ciencia y de espaldas a la moral y a la ética. Mi responsabilidad de pastor y de padre me ha obligado a levantar la voz de protesta y me ha llevado a exigir a las autoridades un mayor compromiso con la verdad. Muy queridos hermanos, la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, no admite excusas ni renuncias. Millones de almas cantan, delante de Dios, su agradecimiento por esta firme e inquebrantable tarea que en estos tiempos de tanta claudicación nos pide a todos nuestra Madre la Iglesia. Les agradezco su cercanía en esta noble cruzada y les pido abundantes oraciones y permanente enseñanza en defensa de la vida.

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Observamos, en pocas ocasiones gracias a Dios, una actitud llena de ligereza para introducir enseñanzas débiles y erróneas que se quieren calificar de “pastorales”. Se presentan como “abiertas al diálogo y adecuadas a los tiempos modernos” porque pretenden una indulgencia para convertir la libertad de los hijos de Dios en una caricatura de libertad humana, en la que cada uno puede elegir modos y manera de cumplir los preceptos divinos y eclesiásticos según su entender. Parecen olvidarse que el Magisterio de la Iglesia es una luz del Espíritu Santo, que el Obispo debe custodiar y exigir su fiel cumplimiento. Les recuerdo, con inmenso cariño y firmeza a la vez, que no puede haber fisuras en la unidad de fe y en el contenido de las enseñanzas de la Iglesia que el Catecismo nos presenta de manera maravillosa.
Por el contrario, gracias a Dios, tenemos la convicción y la experiencia de que cuando los fieles, ayudados por el Espíritu Santo, descubren las maravillas de la plenitud del mensaje cristiano de redención, se acercan al sacerdote, acuden a la parroquia, abren su corazón y reinician su vida cristiana, embebidos en el descubrimiento del amor infinito que Dios nos tiene. En esta línea, quiero agradecerles el empeño que se manifiesta en todas las parroquias por inculcar en los fieles la adoración a la Eucaristía. Veo con gozo y emoción que las Capillas en donde se expone el Santísimo Sacramento se han multiplicado y están siempre con muchos fieles que acuden a adorarlo. No dejen de seguir educando a todos para que reciban el Cuerpo de Cristo en gracia de Dios y, siempre que puedan, de rodillas y en la boca como es el modo ordinario en la Iglesia universal.

Queridos sacerdotes, debemos recordar siempre al pueblo cristiano que la búsqueda de la santidad es exigente, por lo que ceder, aún cuando sea solamente un poco, en esta tendencia superficial de presentar el cristianismo, escondiendo u omitiendo algunos aspectos del magisterio católico, implica una responsabilidad en el modo de vivir la vocación sacerdotal. La comprensión y la misericordia –y el Sacramento del Perdón deben estar siempre presente en la acción pastoral, pero junto con ellas, la ayuda llena de caridad para alentar a los fieles a ser perseverantes en su lucha por adecuar sus vidas al modelo de Cristo, fomentando especialmente la devoción eucarística y la piedad mariana.

La Iglesia católica crecerá y se fortalecerá constantemente si somos fieles a la vocación sacerdotal a la que hemos sido llamados por el Señor. Nuestro seguimiento al magisterio de Benedicto XVI es la mejor expresión de esta lealtad que la Iglesia nos pide, porque como decía san Ambrosio: allí donde está Pedro allí está la Iglesia (In Ps.11.57).

Estoy seguro que todos, llevados por un amor tierno a Jesús, María y José -la Sagrada Familia- procurarán que en todos los hogares de nuestra Arquidiócesis, especialmente en los más pobres, brille una luz de esperanza y amor que se manifieste también en una ayuda material que haga brotar en ellos la alegría que nos invade a todos los cristianos al recibir a Jesús Niño.

Con mi paternal afecto, les deseo un tiempo de Adviento pleno de esperanza y les envío un cordial saludo y mi mejor bendición pidiéndoles sus oraciones.

Juan Luis Cardenal Cipriani
Arzobispo de Lima y Primado del Perú

Lima, 22 de noviembre de 2009.
Solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Fuente: ARZOBISPADO DE LIMA

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