LA RESPUESTA RELIGIOSA

La peste no sólo nos ha permitido ver la aparición y crecimiento de varios infortunios sociales; vale decir, familias y poblaciones infectadas, hospitales colapsados, muertes, corrupción, pérdidas de empleo, despidos y un largo etc.; sino también expresiones de apoyo, cadenas de solidaridad y bondad, fe y religiosidad. Es decir, nuestro lado endemoniado y angelical, en su máxima expresión, como lo planteaba Pascal. Como suele ocurrir, lo primero ha tenido más prensa, “el morbo vende” dirán los comunicadores; sin embargo, aunque sea por salud mental o no dejarse vencer por el fatalismo, creemos necesario resaltar lo segundo, nuestro lado angelical, que tiene entre sus mejores expresiones, la religiosidad.

A medida que la crisis aumentaba; vale decir, mientras la peste arrasaba en el país, las muestras de fe y religiosidad han ido creciendo, en grado e intensidad; es decir, desde simples invocaciones para rezar por alguien para evitar el contagio, o curarse de la peste, hasta cadenas de oración, imploraciones y misas, rogando por evitar el deceso o aceptándolo, implorando por el reencuentro celestial o vida eterna que  ofrecen ciertas creencias, especialmente la católica, una de las religiones más importantes en nuestro país, y particularmente Arequipa, que ha simbolizado dicha fe en la Virgen de Chapi, que, como suele ocurrir en momentos críticos como el actual, “salió a bendecir y proteger a su pueblo”; es decir, transportaron su imagen para que sobrevolara por toda la ciudad.

Es probable que el exponencial aumento de fe, también haya sido estimulada por la decisión gubernamental de cerrar las iglesias o centros de adoración de todas las creencias existentes en nuestro país. Decisión polémica, puesto que es difícil entender cómo, desde el inicio de la crisis, se permitió que supermarkets, bancos, entre otros, sí abrieras sus puertas, pero no a los centros de adoración; a menos que se crea que los fieles o creyentes de un orden y valor sobrehumano (que es la religión, por esencia), pierden totalmente la chaveta por el sólo hecho de pararse frente a su Dios. Es cierto que hay creencias que provocan o incentivan esas conductas, pero yo, que provengo de una familia religiosa, puedo asegurar que no he visto eso, por lo menos en la católica.

Como todo lo que ha venido ocurriendo en esta época de pestes, la virtualidad también ha socorrido a la religión, pues la redes y todo tipo de streaming, se han convertido en los nuevos altares de miles de creyentes. No hay iglesia, sacerdote o pastor que no transmita diariamente y en varios horarios, las misas tradicionales, a las que se han sumado por cientos y miles, las celebraciones especiales, ya sea por salud, recordatorios o defunciones. Por el número de participantes que uno puede ver en cada una de esas celebraciones, me atrevo a decir que actualmente hay mucha más gente que “asiste” o participa en una misa virtual que en una tradicional. Es más, una de las grandes ventajas que tienen esas celebraciones es la de interactuar con los allí asistentes; además de verla a la hora y lugar que se quiera; es decir, la fe o creencia virtualizada, parece que ahora sí logró ser atemporal y omnipresente.

Sin embargo, no todas las iglesias han sido respetuosas en acatar las disposiciones gubernamentales. Por ejemplo, la evangélica, ha sido la más rebelde; es decir, no sólo se opuso a las medidas de aislamiento social lanzando varios pronunciamientos públicos, sino que siguieron con sus cultos. Eso ha pasado en varios países latinoamericanos; incluso, con el aliento de los propios presidentes, como ocurrió en Brasil y Nicaragua. En estos casos, pareciera que las razones de dicha transgresión no sólo es un asunto de fe, sino también económica, pues hay que recordar que la evangélica, no sólo es una de las iglesias que más ha crecido en los últimos años, sino que también se sostiene por el aporte que sus fieles suelen entregar directamente en cada ceremonia. Es decir, la peste también genera estragos económicos en la religión. A pesar de ello, hay iglesias que, desde el inicio de la crisis sanitaria, han puesto el hombro para aliviar la desesperación de la gente, especialmente la más pobre. Ya sea actuando de manera coordinada con el gobierno o de manera independiente, la iglesia católica demostró una vez más, ser la única institución que tiene un vínculo real y efectivo con la población más necesitada del país. Las organizaciones no gubenamentales y ministerios sociales de la propia estructura estatal, brillaron por su ausencia, constatando así, ser entidades inútiles o que medran a través de la “pobretología”.

Pero, regresando al asunto de los ritos virtualizados, no deja ser extraño ver y escuchar a un sacerdote, ya sea por televisión o computadora, referirse  a su “pueblo” o “fieles” totalmente imaginarios; u ordenar que entre ellos se den un “gesto” de paz, ya no un abrazo, o elevando y entregando el “Cuerpo de Cristo” con una mascarilla puesta; es decir, una serie de modificaciones ligadas a las nuevas normas impuestas por la peste, sino también a un velado reconocimiento que el bicho es más poderoso que la propia creencia o fe, situación que no debiera extrañarnos, pues ya no vivimos los tiempos en que únicamente la religión norma, aconseja o guía a la sociedad. Desde hace mucho que la ciencia lo viene haciendo, más aún en tiempos como el que vivimos, y los que vendrán. El que todo el mundo espere con ansias la vacuna contra la peste, venga de donde venga, cueste lo que cueste, para “volver a vivir”, es la mejor prueba que la ciencia tiende a erigirse como la nueva religión.

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