¿OK o KO?

Luego de las elecciones del pasado domingo, con estas siglas puede resumirse el panorama de nuestro país; es decir, estando Ollanta y Keiko en la segunda vuelta presidencial, nuestro país quedó OK (bien) o está KO (derrotado?) Recién estoy pasando el trago amargo para saber cuál es la respuesta; sin embargo, me atrevo a dar algunas explicaciones para entender cómo es que llegamos a esta situación desconcertante e indignante.

Desde un punto de vista socio cultural, ya lo he dicho, este resultado electoral puede explicarse por la aún fuerte presencia de la tradición autoritaria que se ha dado a lo largo de nuestra historia. Es decir, todavía nos falta mucho para saber vivir en democracia. El peso de las botas y la prepotencia, que han estado presentes en casi toda nuestra república, siguen pesando más que el de la tolerancia, respeto y convivencia con la ley y el derecho. También desde una óptica cultural, más pegada a la dignidad y la ética, seguimos pensando que no nos merecemos un buen trato, donde nosotros y el otro sean propensos al respeto y dignidad. Terminar eligiendo a aquellos que nos patean, roban, matan y torturan nos coloca en una situación masoquista que se asienta en esa visión de la ética rural o premoderna de “más me pegas, más te quiero”.

Desde un punto de vista socioeconómico, el resultado del domingo puede explicarse a que porque no basta el mero crecimiento económico. Es cierto que hay bonanza y prosperidad, pero también es cierto que todavía tenemos a diez millones peruanos en situación de pobreza y 3 millones en extrema pobreza. Hemos crecido, sí, pero la desigualdad también lo ha hecho y ese es un problema, incluso, mayor que la de la pobreza, que tiene que ver no sólo con mejorar las condiciones económicas y de servicios sino también de trato o relaciones con el otro que nos convierta en una sociedad más inclusiva. Es otra palabras, hay menos pobres en el Perú, pero los hay y los que han dejado de serlo o está por dejar de serlo, sienten que el país aún no les pertenece, por que hay una élite estúpida que impide que todos nos sintamos pertenecientes, integrados al país. De allí se explica ese voto rencoroso o de resentimiento de muchos, sin mencionar los de los incendiarios que, no teniendo nada qué perder, terminan optando por la mierdización del país.

Desde el punto de vista sociopolítico, el resultado electoral del domingo, nos descubre que seguimos siendo un país desinstitucionalizado; que hablar de organizaciones políticas es una fantasía, y que esos que se autotitulan “partidos políticos” no son otra cosa que organizaciones caudillezcas, amico-familiares, movidas por intereses personales y cargados de arrogancia y banalidad. El triunfo de Ollanta y Keiko, es gran medida producto de la idiotez de nuestros políticos que no dan su brazo a torcer, que no tienen ese gesto de desprendimiento por la democracia que dicen defender y que, finalmente, sólo los mueve el figuretismo, la arrogancia y sus económicos cálculos personales.

Desde esas perspectivas; es decir, desde nuestra situación sociocultural, económica y política, somos un país, por el momento, derrotado o en KO, pues el escenario que se ha dibujado desde el domingo nos regresa a esa normalidad patológica de ser una sociedad inestable, que juega con fuego al estar al borde del precipicio y que premia con honores a quienes histórica y recientemente representan lo peor que ha parido la sociedad peruana y que, consiguientemente, han sido los frenos de su desarrollo. Me refiero al militarismo y la cleptocracia. Así estamos. Bienvenidos, de nuevo, a la realidad.

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