XLV Aniversario de Sociología

Hoy, veinticuatro de junio, se celebró el XLV Aniversario de la Escuela Profesional de Sociología de la Universidad Nacional de San Agustín. Recién pisado suelo arequipeño, puesto que no estuve por estos lares, recibí una llamada del Director de esa Escuela, que alguna vez también jefaturé, Marcos Obando. Su llamada no podía ser más clamorosa: estaba a horas de la ceremonia y no tenía quién diera el Discurso de Orden.

Atendí el llamado del colega y amigo y por eso acepté el encargo, así que tijereteando algunas cosas que están, incluso, en esta página preparé el bendito discurso que ahora pongo en consideración de ustedes.

Señores autoridades, colegas y alumnos:
Me siento premiado. Hace pocos días fui invitado a dar el discurso inaugural del año académico 2008 a los ingresantes de sociología y hoy estoy aquí nuevamente a pedido del director para dar la disertación de orden. Acepté la invitación porque el director me permitió, como corresponde, que yo eligiera el tema. En realidad he elegido dos temas: el primero es sobre los imperativos sociológicos y el segundo es sobre alguna de las nuevas exploraciones teóricas de la sociología.

Sobre los imperativos sociológicos es, en realidad, la continuación o el complemento de la disertación que pronuncié el día que oficialmente se inauguraba el año académico en nuestra Escuela. Allí, como recordarán los ingresantes, hablé sobre los orígenes de la sociología y su nacimiento en nuestro país, su rápida evolución y los retos actuales. Bien, a eso, quiero completarlo con lo que considero que es importante para los que recién se inician en esta ciencia. Son, en realidad consejillos que he extraído del libro 37 imperativos morales de todo aspirante a ser sociólogo cuyo autor es Gary T. Marx. No voy a enunciar los 37 imperativos, antojadizamente los he reducido a los que siguen:
Imperativos de todo sociólogo

1.Desarrollar los hábitos de pensamiento crítico, la evaluación y la observación.
2. Escribir con la claridad, lógica y vigor.
3. Escribir en todas partes, todo el tiempo.
4. Escribir libros, no sólo leerlos.
5. Aprenda a ser un orador eficaz público.
6. Desconfíe de los sociólogos que generalizan demasiado y de aquellos que niegan los enfoques científicos para comprender la sociedad.
7. Tomar partido en los debates doctrinales sobre la teoría y método.
8. Diversificar. No quedarse con una especialidad por demasiado tiempo.
9. Ser tolerante con otras disciplinas.
10. Anímese, asuma riesgos.
11. Cultivar la marginalidad.
12. Tener planes y objetivos de corto y largo alcance.
13. Crear comunidades reales y virtuales.
14. Buscar activamente mentores y modelos, así como luchar contra ellos.
15. Busque a personas que tienen más conocimientos, inteligencia y éxito que usted.
16. No sea egoísta! Dar de su tiempo y sus pensamientos a los demás.
17. Enorgullecerse de ser un académico.
18. Decir las cosas como son.
19. Aprenda el punto de vista del actor y el observador.
20. Saber la diferencia entre un erudito y un fundamentalista.
21. No actuar como policía buscando pruebas de racismo, sexismo, clasismo, homofobia, en su entorno y mucho menos entre sus amigos.
22. Además de científico, se enriquece más cuando asume un papel político más explícito.
23. ¡Diviértase! Disfrute de lo que hace!
24. Tenga sentido del humor!
25. Mantener la fe!
Hasta allí el primer tema. El segundo tiene que ver con lo que vengo repitiendo en las clases de teoría sociológica contemporánea y que de manera abusiva, incluso, pronuncié en el discurso que por el Día del Sociólogo tuve que pronunciar el año pasado en mi calidad de Decano del Colegio de Sociólogos de Arequipa. ¿De qué se trata? De la aparente pérdida de voz de la sociología.
Bien, creo que esa pérdida de voz se debe a que nuestra ciencia ha desarrollado dos grandes discursos que no encajan con el mundo actual: el discurso grandilocuente de las fuerzas productivas y la lucha de clases, y el discurso minimalista de la vida cotidiana y la microfísica del poder. En el primero están los clásicos: Marx, Weber, Durkheim, a quienes muchos ya han enterrado o por lo menos jubilado. Y en el otro discurso, el minimalista, están aquellos que coquetean con varias disciplinas para interpretar la inmediatez del mundo fugaz que nos ha tocado vivir hoy y que muchos conocen por postmodernidad.

La primera habla de hombres muertos; de actores que pertenecen a escenarios antiguos o que están dejando de tener presencia: el Estado, los partidos, las clases sociales, los sindicatos, las revoluciones. La segunda se acerca más a una sociedad viva que es en donde se focaliza las preocupaciones y a veces angustias de la población; es decir, la baja del dólar, los municipios, Cerro Verde, Tongo, Grupo 5, Dina Paucar; los innovadores, los nuevos pobres y los nuevos ricos, los enamorados, los resentidos, el 6 a 0 permanente de nuestra selección de fútbol; los sidosos, los afectados por el friaje, los emergentes grupos de poder, los movimientos regionales y un largo etc. El problema de esa sociología inmediatista es que muchas veces compite, en vano, con otras disciplinas o tecnologías que le han sacado muchos cuerpos de ventaja, como el cine, la literatura y la televisión que abordan esas microsituaciones de mejor manera.

Parece que a nuestra disciplina no le cae bien situaciones propias de la época actual. A la sociología no le viene bien un mundo en donde predominan los estilos de vida particulares y no sociales, las formas de consumo y no de producción, los travestismos, parodias y cinismos que muchas veces nos hacen pensar que el mundo está dominado por la irracionalidad. Hay que reconocer que a la sociología, no le viene bien una época sin tradiciones, que duda de sí misma, que le tiene poca fe al progreso y que se burla de la ética y los valores para dedicarse a las relaciones fáciles y expeditivas que no sólo comprometen mercancías, sino también personas. La sociología parece no adecuarse a las épocas habitadas por las generaciones X; es decir, aquellas que más allá del consumo desenfrenado, del culto narcisista y la glotonería hedonista, no saben qué quieren y mucho menos no saben adónde ir.

Pero lo genial de la sociología, es que frente esa situación y en su afán de entenderla se asocia con algunas ciencias o las despoja de algunas respuestas. Una muestra de ello es lo que hizo Gonzalo Portocarrero hace pocos años cuando analizó el cáncer de la corrupción en nuestro país. Portocarrero demostró que la clásica teoría de la anomia que usamos los sociólogos no era suficiente para entender ese mal que atraviesa a la sociedad peruana y que es uno de las grandes causas de nuestro retrazo. Portocarrero, actual decano del Colegio de Sociólogos del Perú, ensayó un nuevo marco teórico al que llama “Sociología del mal” y lo hace basándose en los trabajos de Hannah Arendt, Giorgio Agambet, Richard Rorty y Slavoj Zizek. Es decir, una teoría que se alimenta de las inacabables canteras de la filosofía combinadas con las seductoras herramientas del psicoanálisis.

En el marco de esa teoría, Portocarrero plantea que la corrupción es una de las expresiones de una enfermedad más grave en nuestra sociedad: la cultura de la transgresión que se expresa a través del goce y del disfrute. Es decir, el político corrupto, la autoridad cínica o cualquiera que de nosotros que accione con su mala conciencia, consigue un doble beneficio, no sólo llenarse los bolsillos sino refocilarse con su accionar, producirse un goce casi libidinal. Dos pequeños ejemplos para entender esto. La primera, la podemos ver diariamente con el juicio a Fujimori o su compinche Montesinos; ambos se jactan y cachacientamente se burlan de los magistrados y, de paso, de todo el país. El otro ejemplo es cuando vemos lo difícil que es para la gran mayoría de autoridades dejar el poder, bajar al llano. Es impresionante observarlos urdiendo, complotando, especulando para perpetuarse en el poder. Por supuesto que siempre existe la bondadosa excusa: el proyecto que nunca se discutió o consolidó y mucho menos publicó, los planes que se olvidan al día siguiente de tomar el cargo, etc. etc.

Esas conductas cada vez más características en nuestra sociedad pueden entenderse mejor con las herramientas psicoanalíticas. Aplicadas al mundo de nuestros políticos y autoridades es sorprendente lo que puede develarnos. Por ejemplo, cuando vemos a una autoridad contestona, querellante, culpando de todo al otro, nunca reconociendo un error, estamos frente a una regresión conductual adolescente. Si es que, al contrario, tiene una predica moralizadora, pero que no dice nada de sus familiares envueltos en negocios turbios, estamos frente a un caso de comunicación alienante y doble moral. Cuando el jefe de un partido político, hoy presidente de un país, propina artera patada a un marchante por el simple hecho de quitarle cámara, no es que sea un búfalo matón, sino un simple y ordinario ser humano afectado por impulsos explosivos, maniaco, omnipotente y totalmente narcisista. Cuando unos dirigentes declaran un paro de 24 horas con toma de locales y construyen muñecos que simbolizan a la autoridad para patearlo, estrangularlo o quemarlo, pero fundamentalmente usan el supuesto paro para el relajo, la chela, la pera, no es que sean masas desideologizadas, sino que estamos hablando de actitudes pueriles y de marcado contenido fetichista.

Otro libro que me parece fascinante, reafirmando esa línea, es Nuevos súbditos, cinismo y perversión en la sociedad contemporánea, de Juan Carlos Ubilluz quien no usa tanto a Freud, pero sí a Lacan para entender las mentalidades del imaginario peruano. Es más, Ubilluz se arriesga a vincular el discurso lacaniano con el análisis marxista para analizar el mundo popular peruano y especialmente la fractura ética de la sociedad peruana al haber permitido la presencia y control que sobre nuestra sociedad ejerció Fujimori y Montesinos. Es decir, estas excrecencias que hoy todos repudiamos en realidad nosotros le dimos nacimiento y las mantuvimos por más de una década. ¿Qué nos ocurre para habernos convertido en súbditos de la corrupción, para, por ejemplo, enterarnos de las malas artes de un funcionario y en lugar de indignarnos, mostrarle mayoritariamente nuestro respaldo? Según Ubilluz, nos hemos dejado gobernar por el cinismo, producto de un capitalismo tardío que nos conduce a un goce imperativo donde los cánones del orden y sanción no existen.

Como pueden ver estas son algunas muestras de cómo la sociología se crea y recrea para no sólo recuperar una voz y seguir teniendo vigencia, sino para cumplir con aquello que le dio nacimiento y que hoy sigue siendo su principal función: ser una voz cuestionadora y a la vez alentadora para construir una sociedad que garantice y enriquezca la vida de cada uno de nosotros. Es decir, el principio básico que dio nacimiento a la sociología hace dos siglos: el de la integración social, sigue hoy más vigente que nunca, y es allí donde la voz del sociólogo se alza porque sabemos que esa integración no es posible lograrla si la sociedad sigue dominada por la injusticia, caos, inequidad y corrupción. En otras palabras, hoy más que nunca la sociología se eleva como la ciencia de la vida frente al escenario natural de la muerte que nos presenta el mundo actual. Por eso, hoy que celebramos el aniversario académico de nuestra disciplina, debemos felicitarnos porque fundamentalmente a nosotros nos corresponde vivificar el mundo, lo cual supone una vigencia y una fortaleza incuestionable de la sociología en la sociedad actual. ¿Cómo hacerlo? No se olviden de algunos de los imperativos sociológicos que enuncié arriba: pensamiento crítico, fe y mucho, muchísimo sentido de humor.

Muchas gracias.

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