El binomio sociología y literatura

Barbarena

Presentación.- Hace poco, un ex alumno de sociología, más amante de la literatura, Juan Carlos Barbarena, me pidió que presentase su primer libro de cuentos titulado Peta y Carlota. Ese acto se realizó en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano y aquí comparto con ustedes lo que comenté.

El binomio sociología y literatura.-
Quiero agradecer, en primerísimo lugar, a Juan Carlos Barbarena por haberme designado presentador esta noche de su primera publicación, que, tal como lo anuncia en el propio libro, marca oficialmente su ingreso al quehacer literario.

Para mi esta designación es gratificante, puesto que conozco la obra de Juan Carlos desde hace muchos años y en especial ésta que hoy se presenta con el título de Peta y Carlota, pero que yo la conocí con el título de Un lugar de libertad y seis cuentos en su versión manuscrita. Por tanto, puedo decir que conozco la gestación de este libro.

Ahora, conocí al autor no necesariamente en el campo de la literatura sino en el de la sociología y eso es algo que me llama la atención puesto que la autopresentación que hace en el libro solo menciona su paso por las aulas literarias y no sociológicas de la universidad agustina. Sabor amargo le debe haber dejado esa experiencia que de alguna manera la ventila en uno de sus relatos al referirse a varios personajillos que fungen de catedráticos disfrazados en ternos y títulos de servilleta.

Sin embargo, creo yo que a pesar de esa experiencia hay algo que puede rescatarse y que es justamente el motivo central de esta disertación; es decir, volver a reflexionar sobre el binomio sociología – literatura, tema que siento la obligación de tocar por dos motivos: uno, no soy literato, en todo caso soy un devorador de literatura, pero nada más; y dos, soy sociólogo; es más, soy el Decano del Colegio de Sociólogo y creo que eso me coloca en un mayor compromiso en el abordaje de este tema.

Como seguramente aprendió Juan Carlos durante su estancia en las aulas sociológicas, son indudables las afinidades existentes entre la literatura y la sociología. Reconocemos que son dos registros diferentes de análisis o visión de la realidad social, pero que pueden llegar a influirse mutuamente. Incluso aunque no existiera una influencia directa, el literato (especialmente el de orientación realista, como es el caso de Juan Carlos en los cuentos que esta noche presentamos) y el sociólogo están unidos por intereses y propósitos coincidentes, por mucho que les separe la distinta naturaleza de sus respectivas tareas. En efecto, ambos comparten una misma curiosidad por el mundo social que el primero recrea en sus obras y el segundo estudia en sus investigaciones, y también algunas preocupaciones comunes acerca de la realidad social que uno refleja en ficciones y el otro en sus trabajos científicos.

Esto se ha visto reflejado casi desde los inicios de la aparición de la sociología; por ejemplo, desde mediados del s. XIX, el tema de la pobreza ha sido motivo de reflexión tanto por esta ciencia como por la literatura. En el campo sociológico encontramos a Charles Booth como pionero y en el literario a Dickens, también vanguardista en explorar las injustas consecuencias provocadas por el avance del capitalismo industrial. Para el caso nuestro, antes de sumergirse en las intrincadas explicaciones de Efraín Gonzáles de Olarte para interpretar la pobreza peruana, creo que es mucho más efectivo releer a Auguedas o a Ramón Ribeyro. Es decir, me atrevo a decir que

la literatura tiene más recursos que la sociología para entender la realidad social e histórica y ese es un hallazgo que lo exploto hace varios años con mis alumnos. Quizá esté profanando la esencia de la literatura; sin embargo, tengo resultados halagüeños. Es decir, nos va mejor cuando en clase leemos y comentamos una novela de Kundera o de Oscar Malca en lugar del pesado libro de Lyotard para entender el concepto de postmodernidad; comprendemos mejor la teoría de la anomia social de Durkheim, Parson y Merton que usamos para explorar la corrupción en nuestro país, cuando leemos Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa o Grandes miradas, de Cueto, por citar sólo unos ejemplos.

Ahora, he de reconocer que ese no es un descubrimiento mío, sino que, como lo he mencionado, es producto de una relación estrecha entre ambas disciplinas y que se ha dado frecuentemente, pues recordemos que así como los sociólogos clásicos se impusieron como tarea crucial interpretar las transformaciones que estaban dando paso a un nuevo tipo de sociedad, la sociedad moderna, de forma que quedaran al descubierto no sólo los factores económicos y políticos que contribuyeron a su nacimiento, sino también los factores ideales, de carácter cultural o psicológico, algunos novelistas también se propusieron en sus obras explorar los factores espirituales que impulsaron el desarrollo del mundo moderno. Por ejemplo, Los Buddenbrook, de Thomas Mann, uno de los genios de la literatura del siglo pasado, no es sólo la historia de la decadencia de una familia, sino también la disección del ethos burgués, el mismo que Weber desmenuza en La Ética Protestante y el espíritu del capitalismo, obra fundamental en la sociología.

De la misma forma, tanto sociólogos como novelistas (sin olvidar a poetas y dramaturgos) se han esforzado no sólo por entender e interpretar las transformaciones que estaban trastocando todo el orden tradicional y generando uno nuevo, con relaciones y tipos sociales distintos, sino también por indagar en las consecuencias de

la modernización y, así, ahondar en los problemas planteados a la condición humana por el mundo moderno. Así, igual que Georg Simmel se afana por desentrañar los efectos espirituales de la economía monetaria en Filosofía del dinero , muchos escritores representativos de la literatura moderna han querido mostrar el impacto y las repercusiones que ha tenido el tránsito a la modernidad en la conciencia del hombre y en su vida cotidiana, tal como lo hicieron Sartre y Camus, a través de personajes inolvidables como Antoine Roquentin, de La Náusea, y Mersault, el protagonista de El Extranjero, respectivamente. Salvando grandes distancias, de ese esquema no escapa tampoco Juan Carlos en los relatos urbanos de su libro.

Hay más puntos de encuentro entre la sociología y la literatura, especialmente en el abordaje temático, pues cómo olvidar el campo de las patologías surgidas al hilo del proceso modernizador, como por ejemplo la alienación, extensamente tratados por Marx, así como por autores de otras orientaciones teóricas, como la anomia estudiada por Durkheim, o también el desarraigo característico del hombre moderno, el cual ha dejado de sentirse en casa en el mundo que le rodea, como explica Berger. Esos mismos temas también han sido abordados por Kafka, Hesse, Lawrence, etc. Pero el máximo de ellos reunidos en el notable poema de T.S Eliot Tierra baldía. Ejemplos similares podemos encontrar para el caso peruano, tal como lo hemos señalado arriba, lo cual nos permite demostrar que el creador literario es un intérprete de la realidad social, al igual que el sociólogo.

Sin embargo, hay que destacar ciertas diferencias que hacen que cada uno se mueva en un espacio particular, pues muchas veces al sociólogo le interesa los acontecimientos históricos que atraviesan la realidad que interpreta, así como descubrir tendencias generales de los fenómenos. Al literato le sucede algo diferente, pues le interesan más las manifestaciones o repercusiones individuales del fenómeno social, y, a través de la belleza, buscar sensibilizar nuestros corazones para que reconozcamos el fenómeno y así interesarnos en él para comprendernos más como humanos.

Reconozco que esa diferencia que trato de establecer me coloca en la vieja discusión de identificar a la sociología con racionalidad y a la literatura con sentimiento; sin embargo, quiero advertir que no es necesariamente así, pues recordemos a Flaubert que creía que la literatura es una actividad cuasi científica (para no irnos tan lejos

acordémonos del fastuoso trabajo metodológico que tuvo que emprender Mario Vargas Llosa para investigar e interpretar la realidad antes de escribir La guerra del fin del mundo o El paraíso en la otra esquina). De la misma manera, hay sociólogos que nos ofrecen visiones poéticas de la sociedad como Zizek o Bauman, por citar algunos. Es decir, las fronteras entre una y otra actividad existen pero son borrosas y movedizas.

Pero regresando al motivo que hoy nos reúne y que es la presentación de Peta y Carlota, lo que me ha llamado la atención de este libro es que de los seis relatos que contiene, cuatro están situados en el mágico y mítico Huancarqui, tierra a la que pertenece el autor y donde actualmente pública y dirige una revista informativa. A través de esas ficciones puede respirarse ese aire amical y /o familiar de quien quiere rescatar o perpetuar a los seres queridos, mezclándolos con historias fantasiosas y a la vez reales.

Los cuentos más urbanos están cargados de rabia y resentimiento contra la Arequipa citadina, mole de cemento que no sabe entender los sueños de sus visitantes, y especialmente contra varios personajes disfrazados en ternos y títulos de dudosa procedencia, pero que detentan poder.

Como lo relaté al principio, Barbarena, tiene una producción aun sin publicar, especialmente en el campo de la poesía. De seguro que esta incursión lo animará a desempolvar lo escrito en aulas agustinas y pronto veremos desfilar libros con ese género en la que, a mi parecer, se siente más cómodo, si es que su ejercicio periodístico no lo ha ganado a esas canteras. Una recomendación: la versión beta del libro que me entregó el autor necesita pasar por una revisión ortográfica y gramatical. Ojalá que en la versión final lo haya hecho. Muchas gracias.

Puntuación: 4.11 / Votos: 9

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