LA VIBRANTE TRAYECTORIA DEL SIKURI METROPOLITANO EN LIMA – Reminiscencias de origen.
(A César, Martín, Juan, José, Joseph, Dante, Grecia, Martha, Elsa, Pedro, Alberto, Aldo, Claudio, Akira, Joel, David, Javier, Lucky y un largo etc. A todos los miembros de la Asociación Sikuris Runa Taki, que en unos pocos años cumplirá medio siglo de existencia, un cálido mes de MARZO, como éste.)
Recuerdo hoy como si fuera ayer. Y aún vibro como joven. Al menos de espíritu.
Recuerdo hoy como si fuera ayer, los mediados de los años setenta y un poco más, para ser preciso.
Lima y el PERÚ, vivían los últimos efluvios del gobierno militar que se iniciara con Juan Velasco Alvarado; el PERÚ era un campo efervescente de pasiones, desbordes, gritos, reacciones. LIMA era el punto de encuentro final, de todas las sangres; ARGUEDAS aún era tierno en el recuerdo y su WARMA KUYAY aún nos hacía sentirlo con sus ojos de niño y amante eterno, mirándonos desde el infinito; aunque ya hacía una década que había decidido partir.
Y los “niños bien” se estremecían con su MUNDO PARA JULIUS, que les recordaba tantas cosas que no podían decir en voz alta a sus padres. Pues, a pesar de tanto SINAMOS, INKARRI y CAMPESINO EL PATRÓN NO COMERA MAS DE TU PROMESA, el racismo de Lima era tan soberbio como en la Colonia, en las casonas de las grandes avenidas y en las nuevas y venturosas zonas residenciales. Y el huayno se contenía, se estremecía, se exaltaba y se enardecía, confinado a los corralones llamados COLISEOS de la avenida 28 de Julio, la avenida Grau y el Puente del Ejército. Recuerdas Adela?
Y nuevas propuestas musicales, mezclas de huayno, jazz, country, rock, y nueva canción eran lanzadas, por bandas que se autodenominaban a sí mismas: de música latinoamericana, en variedad de estilos y fusiones, cada cual más “auténtica”. Frente a las cuales se erguían los grupos íconos de la llamada “canción protesta” o también los autodenominados grupos de la “nueva canción popular”, que nunca existió mas que en el deseo casi siempre sincero de sus propulsores.
Y cada domingo las calles y plazas de Lima se llenaban de jóvenes de ojos rasgados, de piel cobriza o de todos los tonos y matices, de todas las tallas, contexturas y extracciones sociales; éramos nosotros los andinos, buscando un poco de la identidad perdida, extraviada o arrebatada, con tanta música y cultura, contenida y enjaulada, en estas calles.
Recuerdo, cómo, en tanto hervor de pasión, sueño, búsqueda, promesa, sermón de la montaña y discurso inflamado de plaza, surgió como nunca, el amor y el odio, a lo nuestro y los demás.
Y fue, en esos momentos, que un día escuchamos el SICURI, que había llegado y andaba también por estas mismas calles. Lo traían jóvenes como nosotros, de una región mágica, tan lejana y tan cercana a la vez; de una región donde según las historias habían nacido los Incas y en la que había sobrevivido milagrosamente; como lo cuenta José María Arguedas en su artículo: LA DANZA DE LOS SIKURIS. Una música profunda, inigualable, frente a la cual no podía haber claudicación posible, algo que sí era y aún es: música de origen netamente andino y popular.
Esa música, ese arte, nos unió y también nos salvó de tantas cosas y nos hizo perder tantas otras; muchas de ellas superfluas o enajenantes. Y no quisimos si no aprender a tocarla, tal como era, tal como suena, tal como había llegado: vivita y coleando al último cuarto del siglo XX. Y empezamos entonces un aprendizaje, que para muchos de nosotros, hoy en el primer cuarto del siglo XXI todavía no termina: el volver a sentir y compartir, aunque sea unos instantes, como los ancestros: en COMUNIDAD, sobre la santa tierra…