LA INVASIÓN DE LOS GODOS.

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Hace pocos años, ARTURO PEREZ REVERTE (1), siguiendo entre otros al historiador romano AMMIANO MARCELINO (2), nos recordó un hecho histórico muy singular y documentado: el de cómo se inició la última y más exitosa invasión de los godos a Roma.

Porque, en efecto, el año 376 dc, una inmensa muchedumbre de hombres, ancianos,  mujeres  y niños,  de origen germánico, se presentó en las fronteras del Imperio Romano, situadas a las orillas del río Danubio. Venían desesperados, hambrientos y necesitados, a pedir refugio a Roma. Venían huyendo de la carnicería, de las matanzas y del hambre, provocados por la irrupción  de los HUNOS, un conjunto de tribus mongólicas, que  tras salir de lo que hoy es China,  habían asolado y avasallado a todos los pueblos que encontraron en su camino, desde las estepas de Ucrania hasta el norte y oriente de Europa. Y que entonces  se lanzaban a presionar  Europa Central.

 

La presencia de los godos en esa frontera romana, ocasionó una de las primeras experiencias registradas en la historia, de migración y refugio humanitario, de que se tiene noticia fidedigna. Algunos autores señalan que hasta 200,000 personas ingresaron a causa de ese permiso (3), si bien su ingreso habría sido inicialmente solo de algunos decenios, ello se fue incrementando en fechas sucesivas.

Por otra  parte, ese asilo humanitario, significó también el principio de una de las estratagemas más sorprendentes de penetración que ha utilizado un pueblo para someter a otro. Porque dos años después estos mismos godos derrotaban y daban muerte  al Emperador VALENTE, el mismo que había autorizado su ingreso a territorio romano y unos decenios después sus descendientes tomarían y saquearían la misma capital del Imperio, a sangre y fuego.

El historiador Romano AMMIANO MARCELINO, nos cuenta la llegada inicial de los Godos, así:

(Año 376 de J. C.)

Todas aquellas gentes, á las órdenes de Alavivo, se presentaron en la orilla izquierda del Danubio, y desde allí enviaron legados á Valente, pidiendo con humildad les admitiese en la otra orilla, prometiéndole vivir tranquilamente, y en caso necesario servirle de auxiliares.

La fama había llevado ya al interior la terrible noticia de que se notaban desusados movimientos en los pueblos del Norte; que todo el terreno que se extiende desde el país de los marcomanos y de los quados hasta las playas del Ponto Euxino, estaba inundado de pueblos bárbaros, que, empujados por otras naciones, desconocidas hasta entonces, cubrían con su vagabunda muchedumbre toda la orilla del Danubio.

Al pronto se prestó poca atención á estos rumores, por la razón de que no nos enteramos de estas guerras lejanas hasta que están concluidas ó muy calmadas. Sin embargo, no dejaba de robustecerse el rumor, recibiendo á poco completa confirmación, con la llegada de la legación bárbara, que venía á implorar, á nombre de los pueblos expulsados, su admisión en este lado del río.

La primera impresión que produjeron, antes fue de satisfacción que de alarma. Los cortesanos desplegaron todas las formas de adulación para ensalzar la gloria del príncipe á quien traía de improviso la fortuna soldados desde los extremos del mundo. El ingreso de aquellos extranjeros en nuestro ejército iba á hacerlo invencible;  y, convertido en dinero, el tributo que las provincias debían en soldados aumentaría indefinidamente los recursos del tesoro. Inmediatamente enviaron numerosos agentes encargados de procurar medios de transporte á todos aquellos temibles huéspedes; cuidando mucho de que ninguno de aquellos futuros destructores del Imperio, aunque estuviese atacado de enfermedad mortal, quedase en la otra orilla. En virtud del permiso imperial, los godos, amontonados en barcas, almadías y troncos ahuecados, fueron transportados de noche y de día á este lado del Danubio, para tomar posesión de un territorio en la Thracia.

Pero tan grande fue la premura, que algunos cayeron al agua y se ahogaron al querer cruzar á nado: aquel peligroso río, cuya ordinaria rapidez aumentaba creciente avenida. Con todo este trabajo se apresuraba la ruina del mundo romano. Está averiguado que los oficiales encargados de aquella fatal misión intentaron muchas veces hacer el censo de la masa de individuos que pasaban, y que al fin tuvieron que renunciar á ello. Tanto hubiese valido (como dice un eminentísimo poeta) querer contar los granos de arena que levanta el viento, en las llanuras de la Libia.

(Ammiano Marcelino:  Rerum gestarum  Libro XXXI- Año 376 – En: HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO DESDE EL AÑO 350 AL 378 DE LA ERA CRISTIANA ESCRITA EN LATÍN POR • AMMIANO MARCELINO VERTIDA AL CASTELLANO POR F. NORBERTO CASTILLA. Biblioteca Pixe Legis. Universidad de Sevilla. TOMO II • MADRID LIBRERÍA DE LA VIUDA DE HERNANDO y C.A Calle del Arenal, núm. 11, 1896)

 

A partir de este conocido hecho histórico,  el escritor español ARTURO PEREZ REVERTE publicó hace pocos años un interesante artículo, titulado: LOS GODOS DEL EMPERADOR VALENTE, donde establece un parangón y una reflexión sobre el curso y recurso de la historia, la caída de las civilizaciones y el dilema existencial de Occidente y de las libertades humanas:

 

En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.

Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.(…)

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.

Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse. (…)

Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos.

(Fuente: PÉREZ REVERTE, Arturo: LOS GODOS DEL EMPERADOR VALENTE, en PATENTE DE CORSO, Revista XL Semanal 12/09/2015.)

 

En estos tiempos, que en nuestro rinconcito del mundo,  nos despertamos cada día, con las noticias de nuevas hordas, que en todas partes marchan contra las fronteras y contra las alambradas, quizás es el momento de ponernos a pensar, sobre si parte del bagaje de garantías y derechos humanos que veneramos, tiene un límite o cuando menos un condicionante  natural, justo, racional y proporcional, que surge del derecho y  la necesidad, a la propia sobrevivencia,  de cada sociedad y Estado civilizado.

NOTAS

(1) 

PÉREZ REVERTE, Arturo: LOS GODOS DEL EMPERADOR VALENTE, en PATENTE DE CORSO, Revista XL Semanal 12/09/2015.  http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1038/los-godos-del-emperador-valente/

(2)

AMMIANO, Marcelino: Rerum gestarum  Libro XXXI- Año 376

(3)

BOCK, Susan: LOS HUNOS-TRADICIÓN e HISTORIA, en: ANTIGÜEDAD y CRISTIANISMO –Monografías Históricas sobre la Antigüedad Tardía- Universidad de Murcia, IX, 1992, pp. 113; señala: Eunapio dice que a 200.000 personas se les permitió cruzar el río. Pero la amenaza para el Imperio no parece deberse tanto al número de refugiados, como a su comportamiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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