Lo conocí como profesor en la Universidad Católica, donde enseñaba unos cursos que a mí no me entusiasmaban mucho. Su gusto por la discusión nos acercó. A veces, la confianza llevaba el debate a los bordes de la aspereza. Entonces él resolvía todo con una broma apaciguadora y desarmante que inevitablemente concluía en esa sonrisa de niño que tanto le ayudó a construir aliados o amigos que, para el caso, parecían ser casi lo mismo.
Luego, él organizó en DESCO un taller de análisis de la izquierda. Y me pidió que lo coordinara. Supongo que lo hizo porque ya sabía de mis desazones con el universo cultural de la izquierda militante. Yo era en aquel momento dirigente de un pequeño partido radical que junto a otros fundó la Unidad Democrática Popular, el antecedente inmediato de Izquierda Unida, en ambos casos, con Alfonso Barrantes Lingán de presidente. La distancia entre lo que pensábamos que debía ocurrir y lo que ocurría en realidad era abismal, por lo menos para mí. Necesitaba entender. La propuesta me cayó a pelo y la tomé.
La derrota electoral que habíamos sufrido en 1980 me llevó a una reflexión solitaria que no encontró punto de retorno. En las discusiones de ese taller encontré algo de compañía. De allí salió mi primer libro, Izquierda y Democracia en el Perú, que él hizo publicar en DESCO. Para mí fue el balance de 10 años de vida partidaria. Si pensaba dejarla, como después hice, me parecía responsable dejar mis razones, especialmente a los pocos que había dirigido. Pero si para mí fue despedida, para él fue inicio. Él, que venía del entorno católico de la Democracia Cristiana, aprovechó el taller para conocer en detalle –y cultivar– el terreno difícil de los partidos de la izquierda marxista en el que se desplegaría luego, como era su costumbre, como un tractor. Poco después llegaría a la Municipalidad de Lima como el segundo de Alfonso e inició, con él, el estatuto de los “independientes”. Y puso lo suyo: gerencia política. No gerencia, sino gerencia política, algo muy escaso en esta época, como puede fácilmente apreciarse por doquier.
En esos años lo vi poco. La maestría que él me empujó a estudiar firmando una de las cartas de recomendación me mantuvo fuera del país. A mi regreso, volvimos a coincidir en una izquierda a la que ya le habían crecido dos alas, una democrática y una violentista, que pronto dieron en alebrarse, sin emprender vuelo nunca. Por ser fiel al proceso organizativo que presidió, él, que sabía de la democracia como horizonte utópico, terminó del lado en que él terminó. Pero su mejor yo estaba aún por venir. El parlamentario opositor, el parlamentario oficialista, el presidente del Congreso. Tareas que exigían voluntad y esfuerzo infatigables tras objetivos definidos. Entereza. Él tenía todo eso. Él era eso. Lauer, Álvarez, Tafur, Fowks lo han dibujado bien en ese período.
La última vez que lo vi, el helado tintineo de su whisky vespertino acompañaba el anuncio de nuevos planes para su pasión más reciente, su Escuela de Gobierno. Con su muerte, la república, esa que a veces existe gracias a gente como él, ha perdido a uno de los suyos. Ética y política, acción y reflexión, reunidas. No era un héroe, era algo mejor: un ciudadano comprometido, un constructor. Lo vamos a extrañar. Seguro.
*Columnista invitado. Sociólogo, ex presidente de la FEPUC
Muchos de los profesionales jóvenes que pasaron por la Universidad Católica recuerdan a Henry Pease como académico, como profesor universitario y todos (jóvenes y no tan jóvenes) hemos sido testigos de su participación en la política nacional. En esta semblanza quisiera recordarlo como compañero de trabajo en una experiencia de promoción al desarrollo.
Henry Pease perteneció a una generación de jóvenes que de los 70 en adelante hablaba a nombre de los que no tenían voz, que fue pasando de manera comprometida de la teoría a la práctica, de la declaración a la identificación con nuestro país diverso, desarticulado, que vivía una transformación desde arriba (gobierno de Velasco).
Lo conocí a Henry cuando fui convocado por él a formar parte de un equipo técnico que debería realizar un diagnóstico de la realidad del Valle del Santa en Ancash, lugar donde DESCO empezaba a desarrollar un programa de promoción y desarrollo después del terremoto del 70, dirigido a la población del Valle para “no reconstruir la pobreza”, como decía la fundamentación del proyecto.
Desde la primera conversación Henry se me presentó como un técnico y político. Como un técnico que desde la sociología quería aportar al desarrollo del Valle del Santa haciendo realidad lo determinado políticamente por el gobierno de entonces: la constitución de una Central de Cooperativas Agrarias del Valle. Y como un político, que mediante análisis semanales de la realidad tomaba decisiones en equipo sobre la estrategia a seguir.
Análisis, docencia, praxis, todo en uno en reuniones prolongadas, visitando la realidad, conversando con los campesinos, con dirigentes, con autoridades. Luego transfiriendo todo el conocimiento, reflexiones y decisiones en documentos que nos servían para el quehacer cotidiano.
Allí vimos y experimentamos cómo de la teoría se pasaba a la práctica. Desde el mundo de la teoría al de lo cotidiano, con todas sus contradicciones y complejidades. El cuaderno de notas era el registro cotidiano que debería contener datos de la realidad, reuniones, conversaciones, contenidos, decisiones y compromisos con la organización campesina, con los actores y protagonistas del trabajo cotidiano. Recorrer semanalmente las cooperativas era la rutina que nutría de reflexiones y contenidos el frío programa de trabajo. Allí se establecían prioridades, agendas, estrategias en función de un fin último: el derecho del campesinado del Valle.
En mi caso, responsable de lo educativo, la tarea consistía en capacitar a los campesinos sobre cooperativismo, sobre sus derechos, sus obligaciones, trascendiendo lo puramente reivindicativo. Se lograron organizar en el Valle unos 530 círculos de estudio en 6 cooperativas. Estos círculos, coordinados por un promotor asesor del comité de educación in situ funcionaban semanalmente.
La capacitación política no era partidaria, sino de esclarecimiento en torno a la coyuntura política que se daba en la ciudad y en el campo: en Chimbote y en el Valle. Una enseñanza en la práctica de manera persistente, cotidiana. Actores en presencia, coyuntura y acciones para el trabajo técnico eran los tópicos que debíamos desarrollar tanto los promotores como los ingenieros agrónomos, economistas, sociólogos y otros profesionales. Reflexión y enseñanza permanente. Firmeza en las decisiones y claridad en la hoy llamada rendición de cuentas.
Don Jorge Noriega Cardozo, fue el campesino eventual, no afiliado a ninguna cooperativa del Valle del Santa, pero desde el primer momento que llegó DESCO al Valle se identificó con los objetivos del proyecto y colaboró en reconstruir la historia agraria de las haciendas de la zona. Don Jorge era de fácil palabra y poeta espontáneo, natural, épico y sentimental. Su imagen enjuta, armado con su lampa al hombro, su alforja y bien fajado como los campesinos que se estiman “acompañaba” el agua desde la compuerta inicial del río Santa, hasta las parcelas bajas del Valle. Un personaje que en estos últimos años fue protagonista de la historia de los que sufrieron la violencia, al buscar incansablemente los restos de su hijo detenido en Santa y desaparecido por una patrulla llegada desde Lima.
Don Jorge no solo era dirigente natural y con prestancia en los campesinos del Santa. Además de sus dotes oratorias y su inteligencia política fue artista y cantor de las gestas que se dieron en este histórico valle. Henry lo conoció y valoró que era idóneo para que se constituyera en un aliado estratégico para las acciones del programa. No se equivocó. Fue el soporte campesino, que con el manejo del lenguaje directo y con palabras sencillas, entendidas por todos llevaba el mensaje político y técnico. Por ello fue el primer presidente de la Central de Cooperativas del Valle del Santa.
Comprender el quehacer campesino desde su propio entorno y necesidades fue la tónica que instituyó Henry en este trabajo de promover el desarrollo.
Muchos conocimientos y tareas nuevas aprendimos en el trabajo cotidiano el equipo de técnicos que desarrollamos las actividades programadas: planificación de los cultivos de parcelas, establecimiento de las tareas de labranza, los costos de la parcela y otros relacionados con el quehacer agrario. Había que explicar estos contenidos que el campesino desarrollaba mecánicamente y que no se había preguntaba en qué consistían y como concurrían todos a la formación del capital, que luego sería negociado con el Ministerio de Agricultura y el Banco para los préstamos correspondientes. Todo ello, desarrollado en asambleas cooperativas y en los círculos de estudio, generaba nuevos conocimientos y aprendizajes que les daba a los campesinos argumentos para sustentar sus demandas relacionadas con ajustes en el jornal y otros derechos..
Comprender el quehacer campesino desde su propio entorno y necesidades fue la enseñanza que a través de la planificación, las reuniones de intercambio y el compartir conocimientos, fue la tónica que instituyó Henry en este trabajo de promover el desarrollo.
El enfoque educativo desde la vertiente de Paulo Freire, en esos momentos cuasi clandestino, como una manera de desarrollar una educación de adultos diferente donde se hacía realidad aquello de “aprender a conocer críticamente la realidad”, lo tomamos como consigna sin ningún reparo, sin alzar ninguna bandera político partidaria. Así era de permisivo Henry, pues confiaba en el compromiso profesional y la identificación con los que más necesitábamos. Era una forma de comprometerse con la utopía de la que tanto discutíamos y hablamos en las reuniones después de trabajo, cuando se llegaba de las reuniones y se hacían los informes.
Complementando este trabajo arduo, junto con el equipo de promoción se diseñaron actividades a manera de constituir un movimiento cultural desde los campesinos. Boletines, Hojas de Información Técnica, fueron las primeras acciones que semanalmente se hacía llegar a todos los campesino; luego a pedido de ellos la proyección de películas que compartíamos con otras organizaciones de Chimbote. Las discusiones luego de las proyecciones fueron un instrumento que permitió hacer que los campesinos perdieran el miedo de expresar sus ideas frente a sus compañeros. No se trataba de un lenguaje sindical, gremialista, se trataba de manejo de sus expresiones cotidianas para fundamentar un parecer, una idea. Todo esto fue posible, pues desde la dirección había el respaldo y comprensión: la educación unida a otras tareas era el motor del desarrollo que se requería. Faltó tiempo, para consolidar la organización campesina esclarecida. El programa concluyó y las decisiones políticas externas no permitieron proseguir el trabajo.
Henry fue el constructor institucional del proyecto que fue DESCO Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo. Una institución atípica que no se dedicaba sólo a la investigación sino a tener proyectos de promoción del desarrollo en las zonas más deprimidas del país. Santa, Huaral, Huancavelica y Colca (Arequipa) pueden dar testimonio del paso institucional.
En la institución se congregaron profesionales y estudiantes universitarios de diversas disciplinas. La organización era dinámica y las decisiones en el marco institucional eran tomadas en asamblea general de socios. En la gestión de Henry DESCO llegó a ser la ONG nacional que mayor cantidad de relaciones tuvo no solo en el país sino en el mundo. Henry colaboró con un grupo de científicos sociales del país y de Latinoamérica a constituir CLACSO, que hasta el día de hoy sigue vigente.
Hasta aquí un recuerdo a vuelo de pluma sobre un amigo y un personaje que ha marcado la historia nacional como político, pero que como científico social y comprometido con el desarrollo del país, aportó mucho a la comprensión de la realidad nacional. Para muchos Henry parecerá contradictorio, hosco, poco comunicativo; para los que lo tratamos cotidianamente en el trabajo, en el campo como en la oficina, un hombre que sabía escuchar, en permanente cuestionamiento de las decisiones, buscando siempre la mejor manera de hacer las cosas, sin descuidar lo personal. Henry Pease estará en el recuerdo permanente de lo que es un ser imprescindible para nuestro país.
Cuando monseñor Bambarén y los párrocos de la Iglesia de Santa María describieron en la misa de honras fúnebres, en frases cargadas de simbolismos cristianos, la vida de Henry Pease (HP), a más de uno se nos humedecieron los ojos.
Al final su hija menor leyó un testimonio conmovedor que ahondó ese enorme vacío que deja alguien consecuente, con una vida cuyo propósito estuvo dirigido a pensar y actuar por su familia de sangre y por su gran familia que fueron los hombres y mujeres comunes que menos tienen.
Con un profundo respeto por sus luchas, que día a día recrean la búsqueda del sentido de sus vidas.
HP nos dejó el sábado en la noche. Quedó su legado. Mencionaré dos temas de gran trascendencia que reflejan su convicción de que la democracia empieza desde abajo. Y que el país se puede pensar a partir de la dimensión cotidiana, que tiene en lo municipal el primer escenario de la vida social.
Corría la década de los 80 y por primera vez en América Latina unaciudad capital iba a ser dirigida por un frente de organizaciones políticas, intelectuales de izquierda, que tenía a la cabeza como alcalde al abogado Alfonso Barrantes y como teniente alcalde a HP, que condujo la más grande transformación en el gobierno de la ciudad.
Se diseñó el Plan de Estructuración Urbana, la reforma del transporte, la planificación participativa, la recuperación de los valles de Lima. No hubo invasiones y se reorganizó el gobierno municipal en secretarías, que fueron una suerte de ministerios de la ciudad. Me tocó formar parte de ese equipo. Lima se convirtió en un referente en América Latina. Gestiones posteriores desanduvieron todo el camino, dejándonos la ciudad atrasada de hoy.
Más tarde, el 2003, HP fue presidente del Congreso, en una gestión memorable que culminó en la designación de Valentín Paniagua como presidente de transición. El 2012, la actual alcaldesa lo invita para que lidere la elaboración del Plan Regional de Desarrollo Concertado de Lima al 2025 y HP regresa a sus fuentes: la democracia local. El resultado es la propuesta más seria para Lima de los últimos años, enriquecida con un proceso de consultas ciudadanas inédito, aprobada por la Asamblea Metropolitana y el Concejo. Tuve el honor de estar presente en ese trabajo.
Lima tiene hoy una hoja de ruta que interpreta su rol en el territorio regional y modela un futuro posible que sirve de base para las propuestas del PLAM.
El Perú vive ahora una de sus más grandes paradojas: crecimiento económico sostenido, reducción de la pobreza y al mismo tiempo una crisis de liderazgo sin precedentes; partidos desprestigiados, corrupción en todos los niveles, narcopolítica, el reino del interés personal.
Los jóvenes no creen en los políticos. Hombres excepcionales como HP tenían la virtud de honrar el quehacer político y cautivar a las nuevas generaciones. Hoy no aparece nada decente a la vista, con excepciones contadas con los dedos. Pena por el país. Descansa en paz, querido amigo.
Se extraña su presencia, su voz, sus correos. Tenerlo como jefe fue un honor, un privilegio que la vida me dio. Usted logró en mí una capacidad de trabajar que no hubiese conocido de no tenerlo como tal. Entenderlo fue un aprendizaje que llevaré conmigo siempre. Transmitía una protección y seguridad impresionantes; sabía que si iba a pedir su ayuda, usted movería lo que estaba en sus manos para solucionarlo; por eso pedirla era mucha responsabilidad. Me hizo sentir especial, por eso me esforcé en darle soluciones, más que problemas.
Tenía una forma peculiar de mover los dedos de sus manos en momentos tensos; una firmeza para corregir; una calidez para perdonar y un cariño para acogernos cuando teníamos preocupaciones. Un caballero absolutamente honesto, coherente, íntegro; como todos, tenía defectos, pero hasta esos eran únicos.
Fue grato escucharlo hablar de su fe, de su amor a Dios. Por eso el evangelio de la misa de ayer tiene un significado profundo de lo que ha sido su vida en mí: “En verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará (Juan 12:24-26)”.
Mi profundo agradecimiento por todas las enseñanzas que tuve la oportunidad de aprender como político, académico y como persona. No existen palabras para expresar lo mucho que lo quería; usted lo sabía. Ahora está con su esposa; me lo imagino paseando junto a ella en el paraíso, un lugar donde también me imagino a mi madre y donde espero ustedes se conozcan porque compartían su amor a Dios.
Ojalá tenga la oportunidad de volver a verlo y darle un abrazo fuerte, ese saludo cálido que teníamos en su casa o en la oficina. Lo extrañaré horrores; pero también es cierto que usted estará presente de otra manera, más en sus enseñanzas o en las cosas que conversamos cuando me brindo los comentarios a mi tesis. Siempre fuerte y adelante, esa era su forma de vivir y un ejemplo a seguir. Descanse en paz mi querido jefe, amigo y maestro
Desde muy temprano construyó los pilares que marcarían su vida. La política (fue presidente de la Federación de Estudiantes) y la academia: al poco tiempo de egresar de la PUCP empezó una ininterrumpida carrera docente y se convirtió en director de DESCO, importante ONG de investigación y promoción del desarrollo. Desde entonces le tocó lidiar también con una enfermedad que marcaría la tenacidad con la que acometería todas sus tareas; y acaso también una visión de la vida capaz de situarse por encima de las contingencias del momento, y en la que las prioridades estaban bien puestas: la familia, la amistad, los afectos.
Esta combinación hizo que su trabajo académico estuviera politizado en el mejor sentido: orientado por la preocupación por los problemas del país. Como académico fue pionero en reivindicar la legitimidad de la democracia, algo extraño para la izquierda de la época, y también la autonomía de la política: por encima de los intereses de clase, la política era también negociación y acuerdo. Pionero también en alentar la reflexión sobre lo que hoy llamaríamos el desarrollo de políticas públicas (el área urbana de DESCO, p.e.), todo lo cual se expresaba en sus sesudas e imprescindibles editoriales en la revista Quehacer.
En 1983 Alfonso Barrantes ganó la alcaldía de Lima, y Pease se convirtió en teniente alcalde y motor de la gestión. Llevó a una izquierda marxista-leninista tradicionalista muchas cosas: la valoración de la democracia, el rechazo rotundo al senderismo, la apertura al mundo no partidarizado, a la “sociedad civil”, la importancia de una gestión pública eficiente, la relación con el mundo de la investigación, de la promoción del desarrollo, y de la cultura. Fue el gran impulsor de la propuesta de convertir Izquierda Unida en más que la suma de sus partidos; vino la ruptura que no pudo evitar, y por sus principios sacrificó por un buen tiempo largas y cercanas amistades.
En la década de los noventa entendió que la oposición al fujimorismo era la tarea central, y que debía darse en todos los espacios; no cayó en la tentación del abstencionismo (error de muchos, entre ellos de sus compañeros de izquierda) y participó en un Congreso hostil. Muy a contracorriente ejerció la oposición, con valentía denunció los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta. Asumió que su tarea era articular un gran frente de oposición y fue el gestor silencioso de los acuerdos que permitieron que Valentín Paniagua se convirtiera en Presidente del Congreso y en Presidente del gobierno de transición. Este nuevo perfil lo acercó a Toledo y lo llevó a la presidencia del Congreso, donde intentó implementar una reforma integral de la Constitución y una reforma política, lamentablemente fallidas. En los últimos años, desde la Escuela de Gobierno de la PUCP, asumió que su servicio al país era formar profesionales competentes, pero con criterio y sensibilidad política. En la universidad nos veíamos con frecuencia. Lo voy a extrañar.
La reforma política (Lima, PUCP, 2008) nos sigue pareciendo el libro fundamental de Henry Pease. Concebido a partir de su experiencia parlamentaria, es un conjunto de propuestas concretas para atacar rémoras evidentes de nuestro sistema, como el excesivo presidencialismo, la inoperancia del Congreso, la debilidad de los partidos políticos.
Cuando Pease lo publicó (lo había escrito el año anterior) el país todavía no había entrado al descalabro institucional que vemos hoy. Pero el autor lo intuía. En 1994, en el título de otro libro, había llamado al periodo fujimorista como Los años de la langosta, y es probable que en privado no haya tenido un mejor concepto para la actual era de trifulcas autodestructivas.
Prácticamente ninguna de sus propuestas del 2008 fue llevada a la práctica. No porque se hubiera optado por otras propuestas, que las hubo, aunque menores. Sino porque el sistema político peruano simplemente ha decidido no reformarse en sus aspectos defectivos más importantes. Pease reclamaba cambios contraintuitivos para la lógica política criolla.
Esta actitud, resumible en tratar de resolver el problema en tiempo real y no esperar, ingenua o cazurramente, que este simplemente se vaya resolviendo por el camino, no le facilitó la vida política a Pease. Si bien es cierto que ocupó algunos de los espacios más importantes de la política, siempre fue como de prestado: más por su prestigio personal que por sus ideas.
Sus ideas y sus hábitos eran exigentes, e incluían cosas como evitar atajos en lo administrativo, practicar la mayor transparencia posible en el tira y afloja político-partidario, profesar un izquierdismo moderado cuando pocos de sus socios políticos creían en eso. No fue realmente, y en eso rectifico una percepción mía de otra época, un hombre de su tiempo. Fue un hombre superior a su tiempo.
Me tomaré la libertad de reproducir, levemente modificados, párrafos de una columna que escribí sobre su libro cuando apareció: “Difícil imaginar libro más oportuno y útil que este, un vademecum para quienes están a punto de perder la paciencia con uno o todos los poderes del Estado, y desean hacer algo al respecto dentro de cauces democráticos.
“Pease no se hace grandes ilusiones sobre la rescatabilidad de una excelencia republicana, y propone algunas medidas puntuales para ir entablillando, digamos, las partes torcidas de nuestra convivencia política. Su tesis es que eso se comienza a hacer por el lado de la representación.
“Muchos de los cambios que propone Pease se imponen por su propio peso. Pero el autor además los explica bien y los ubica en el contexto amplio que es la reforma a que alude el título. La misma que se ha ido frustrando con roche en los dos últimos finales de legislatura. Es sintomático que ideas como las de Pease sean impopulares precisamente en el Congreso.
Algunas de las propuestas:
Elecciones primarias abiertas en los partidos como una alternativa al voto preferencial. Vacancia automática para quien deja de pertenecer al partido que lo llevó al Congreso o a un Consejo Regional o Municipal.
° Solo los partidos podrán tener bancada (y mantener la valla en 5%).
Empezar un camino de reconocimiento de los partidos regionales, para espacios específicos.
Menos firmas y más indicadores objetivos de que un partido político efectivamente existe.
“Además de estos cambios, relativamente poco mencionados en el debate, Pease recoge en algunos cuyo reclamo ya cae de maduro, como el financiamiento estatal de los partidos, mayor transparencia interna en ellos, o la renovación del Congreso por mitades. En todos los casos el autor expone y argumenta con claridad de catedrático, lo cual en efecto es”.
Conocí a Henry en 1980, cuando entré a trabajar en Desco. Henry era el director y en los 10 años que ejerció el cargo la convirtió en una de las ONG más influyentes del país. Entablamos entonces una buena amistad que se mantuvo a lo largo de los años, primero en Desco y después en la PUCP.
Henry provenía del socialcristianismo y durante el gobierno militar optó inequívocamente por la izquierda. Para cuando lo conocí no militaba en ninguna organización, pero en 1980 nació la Izquierda Unida. En Desco trabajaba gente que militaba en diferentes organizaciones y también gente de izquierda independiente. Se acordó realizar un trabajo “de franja”, es decir, tomando como referente los parámetros de la Izquierda Unida, dejando en libertad a cada uno para desarrollar a nivel personal su propia militancia. Fue una opción muy fértil.
Para cuando lo conocí, Henry había publicado un par de libros que ejercieron una notable influencia, El ocaso del poder oligárquico, y Los caminos del poder, sobre la primera y segunda fase del gobierno militar. A estos les seguirían varios más, que combinaban la entrada académica con su experiencia como dirigente político, sea como teniente alcalde de Alfonso Barrantes en la municipalidad de Lima, como candidato presidencial de Izquierda Unida en 1990, o como parlamentario durante las dos décadas siguientes, todo articulado siempre con su quehacer como docente universitario.
Henry tuvo la visión de comprar para Desco una de las primeras computadoras usadas por una ONG y de impulsar la organización de una base de datos sobre la política peruana que permitió publicar durante años el Resumen Semanal y la colección Cronología Política, que brindaron a los investigadores material muy valioso para el análisis político y social.
Henry tenía una vocación política muy clara y estaba decidido a contribuir a cambiar el país, pero su aspecto y hasta su nombre, que para otros quehaceres le hubieran abierto muchas puertas, eran una desventaja para constituirse en un líder de izquierda. Me contaba que hasta tuvo que hacer un juicio para cambiar su apellido materno, García-Yrigoyen por García, para quitar el retintín oligárquico que esto le añadía al inglés Henry Pease. Finalmente se ganó su espacio en la izquierda como dirigente gracias a su tenacidad –era un bulldozer trabajando–, su sencillez, su capacidad de conversar y su extraordinaria capacidad como organizador.
Frecuenté la amistad de Henry y la de su hermano Franklin, sociólogo de izquierda uno y etnohistoriador de derecha el otro, tan parecidos en su brillantez y rigor intelectual, su enorme espíritu de trabajo, su amor por el país y su vocación de maestros, y tan distintos en sus opciones políticas y en su temperamento. Henry era, como lo puede testimoniar todo el que lo haya conocido, una persona encantadora, empática y bondadosa, gran conversador y tenía mucha correa para soportar las bromas (que menudeaban en el Dazibao de la Izquierda Irresponsable que Fernando Eguren fundó en Desco, en homenaje a la entonces recién estrenada “izquierda responsable”). Pero a Henry le faltaba el humor y la cundería que le sobraba a Franklin.Este se divertía mucho rememorando las pasadas que le hacía a su hermano, como cuando al retorno de España, luego de la primera vuelta electoral de 1990 (él era militante del Fredemo, por supuesto) y al desembarcar en el aeropuerto leyó en la primera plana de un periódico declaraciones de Henry. “¡El 65% del país votó contra Vargas Llosa!”. De inmediato consiguió un teléfono para llamar a su hermano. “¡No sigas diciendo eso –le aconsejó–, porque van a decir que el 94% del país votó contra ti!”. Henry reía de buena gana y estoy convencido de que para él las pérdidas más dolorosas de su vida fueron la muerte de Franklin y la de su esposa Mary, a la que permaneció fiel hasta el fin de sus días.
A Henry el maestro su discípulo Fernando Correa le ha brindado un bello texto, en su muro en Facebook: “quiero pensar que dejó en nosotros, sus alumnos, algo así como el fuego de Prometeo: la capacidad de sentirnos insatisfechos y no dejarnos llevar por la corriente. Y ese fuego lo instaló muy bien. Imagino que Henry Pease llegó para dejarnos eso y luego partió para los Elíseos. Lugar que, estoy seguro, está bastante poblado de héroes e ídolos que en algún momento terreno se asentaron en algún rincón del fundo Pando” (https://www.facebook.com/fernandocorreasalas).
Si escriben esto en tu memoria, utilizaste bien el tiempo que te fue concedido en este mundo. Descansa en paz, Henry.
He leído en los últimos días decenas de artículos vinculados al sensible fallecimiento del Profesor Henry Pease. En todos ellos se hace mención a la destacada trayectoria política y académica que él a lo largo de sus 69 años de vida supo construir. Por tal motivo, sería ocioso de mi parte escribir -una nota más- sobre los ríos de tinta que ya se encargaron de subrayar los méritos profesionales y logros intelectuales del Profesor Pease.
La gente, el común denominador de los peruanos, conoce tan solo la faceta pública del Profesor Pease, el lado político de este demócrata de izquierda que fue Senador, Presidente del Congreso y Candidato a la Presidencia de la República. Sin embargo, pocos, muy pocos, diría yo, tuvieron la oportunidad de interactuar directamente con él, y acercarse al lado más humano de un hombre que desde mi óptica trató siempre de ser coherente, algo que en pocas palabras se reduce a lo siguiente: actuar conforme a lo que se piensa y dice.
Al Profesor Pease lo conocí personalmente hace aproximadamente tres años, fecha en la cual ingresé a la Maestría en Ciencia Política de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP (él era su Director). Como corresponde, el Profesor Pease tuvo el encargo de darnos la bienvenida a la Escuela, brindándonos una aproximación general acerca de lo que representaba para un profesional cursar estudios de maestría en este campo. Luego, lo tuve como Profesor en el curso de Instituciones Políticas, cátedra que él dictaba al lado del joven docente (ahora también mi amigo), Giofianni Peirano.
Hasta ese momento, mi relación con él no era diferente a la de cualquier otro alumno que mira con respeto y admiración al Profesor cuyos libros recogen lo más importante de la historia política peruana del siglo XX, una historia de la que él fue también protagonista. Ahora bien, más allá de los apuntes y reflexiones que el Profesor Pease pudiera hacernos en clase, lo que más me sorprendía de él era su memoria prodigiosa para recordar fechas, datos, frases, noticias, eventos y nombres. En suma, escucharlo dictar clase era como reconstruir el pasado de la mano de alguien que -como ya dije- fue un actor directo de esa historia política que con paciencia y dedicación él nos trataba de enseñar. Mirar el pasado, para entender el presente y avizorar el futuro, esa era la clave del curso.
Pero mi relación con el Profesor Pease cambió desde el día en que fui elegido Representante Estudiantil de la Maestría ante el Consejo Directivo de la Escuela. Y digo que cambió porque en un espacio más reducido, fuera del salón de clases, pero vinculado a la marcha de nuestra Pucp, pude conocer de cerca al hombre que con tenacidad, coraje y valentía trabajaba sin desmayo a pesar de los problemas de salud que de cuando en cuando lo obligaban a internarse en la Clínica Angloamericana. Como bien lo apunta un amigo y compañero de la Maestría: “nosotros pensábamos que sus entradas y salidas de la clínica eran una suerte de deporte de aventura que él jugaba sabiendo que siempre saldría victorioso”. Pero esta vez ya no fue así, su destino estaba ya marcado, por eso el Profesor Pease ya no está más entre nosotros.
Recuerdo con exactitud aquella vez en la cual todavía adolorido y con malestar nos dijo a todos los miembros del Consejo lo siguiente: “Yo no me imagino mi vida sin la PUCP, por eso les pido que me ayuden a luchar, pues ninguna enfermedad hará que yo adelante mi salida de esta universidad que es mi casa. Desde acá, como Profesor y Director de la Escuela, yo libraré esta batalla”. Todos nos quedamos mudos, mirándonos los unos a los otros, sin saber qué decir. Al cabo de un par de minutos, fue el Profesor Sinesio López quien rompió el silencio: “Henry, todos estamos contigo. Cuentas con nuestro apoyo”, le dijo.
De inmediato, y como era costumbre en el Profesor Pease, luego de pedirnos -una vez más- puntualidad -sobre todo a los más jóvenes-, nos leyó la agenda de la sesión, para finalizar diciendo: “tenemos mucho por hacer, y poco tiempo para trabajar, así que de una vez tomemos decisiones y acciones”. Ese era el Profesor Pease, un trabajador de 24 horas, un hombre que a sus 69 años nos daba lecciones de compromiso, esfuerzo y dedicación. Me pregunto: ¿qué diferente sería el Perú si quienes dirigen las universidades -privadas y públicas- tuviesen la mitad de la mística del Profesor Pease?
Fue así como de reunión en reunión, intercambiando correos (académicos, institucionales y personales) mi relación con el Profesor Pease se fue haciendo cada vez más cercana. ¿De dónde saca tiempo este hombre? Me pregunté más de una vez, sobre todo cuando con la mayor generosidad me citaba a su oficina a conversar, o como la última vez, cuando me dijo que me esperaba en su casa para almorzar y charlar sobre los dilemas personales que nunca alcancé a contarle -al menos no todos-, porque valgan verdades, el Profesor Pease, era mucho más que un Profesor universitario. El Profesor Pease era también un consejero.
Así fue como mi afecto y admiración por él fueron creciendo. Y cómo no, si siempre tuvo un tiempo para los muchos -que como yo- recurríamos a él en busca de orientación y consejo. Hasta aquí, lo que les acabo de relatar, bastaría para recordarlo siempre como un hombre íntegro y generoso. Pero me parece justo -aunque sé que a él no le hubiera gustado que comente esto- dar a conocer el lado humano y compromiso solidario que él a lo largo de los años tuvo siempre con los que menos tienen en este país. Y lo haré a partir de una anécdota personal que nos tocó vivir hace apenas unas semanas.
Una compañera de trabajo, también politóloga de la PUCP, tuvo la noble iniciativa -junto a otro grupo de personas- de ayudar a una escuelita de la sierra central de nuestro país en la implementación de su biblioteca. Para ello, nos remitió un correo electrónico a todos los que posiblemente tendríamos la voluntad de colaborar en este esfuerzo.
Como algunos amigos saben, las bibliotecas han sido espacios en donde yo he experimentado momentos de gran felicidad y los libros –desde luego- son para mí los amigos fieles a los que a diario recurro en búsqueda de placer y cultura. Por ello, no dudé en pedirle a esta amiga que me permitiera difundir esta iniciativa entre los míos con el objetivo de aumentar la lista de colaboradores y donantes de libros. Fue así como el correo electrónico titulado: “Ayúdanos a implementar una biblioteca”, llegó a las bandejas de todos mis contactos.
Mayor fue mi sorpresa al darme cuenta que luego de apenas transcurridos algunos minutos desde el momento del envío, era el Profesor Pease el primero en contestar el correo diciendo algo más o menos así: “Estimado Rafael, como sabes, yo no puedo ir a comprar los libros que aparecen en la lista que envías, por eso te pido que pases a la Escuela a recoger un sobre que está a tu nombre, y me hagas el enorme favor de comprarlos por mí. Recuerda que el miércoles te espero al término de mi clase para ir juntos a almorzar a mi casa y conversar sobre lo que me señalas en tu comunicación anterior”.
Le tomé la palabra al Profesor Pease, y como me señaló en su correo, pasé a recoger su donativo, para luego, ya por la tarde ir a comprar los libros (todos los que pudiésemos) para la implementación de la biblioteca de esa lejana escuelita serrana. Al salir de la Escuela, lo vi subiendo a su auto, corrí para darle el encuentro y agradecerle por su noble gesto. Él estaba sentado en su automóvil, me miró sonriendo y me dijo: ¿Cuántos compraste? Yo le respondí diciendo que la compra recién la haría por la tarde. Fiel a su estilo pronunció la siguiente frase: “A este paso la implementamos el 2016, Rafael. Las cosas siempre se hacen para ayer”. Bueno, le dije, qué le parece si compramos novelas o cuentos de autores peruanos. A lo que él respondió: “¿En quién has pensado?” En Arguedas o Ribeyro, le dije. “Mejor Arguedas. El Perú ha cambiado, pero no para todos los peruanos. Leer a Arguedas sigue siendo una obligación en este país”, sentenció.
A la semana siguiente, retomamos la comunicación, respondía una comunicación mía haciéndome recordar que el otro miércoles nos debíamos reunir en la PUCP para ir juntos a su casa. El día llegó, yo debía pedir permiso en el trabajo para asistir a la cita, pero minutos antes de hacerlo, recibí una comunicación suya, en ella me decía que no se sentía bien y que debíamos dejar la reunión para la próxima semana. Ya no hubo próxima semana, pues entre las evaluaciones, los exámenes finales y la presentación de la Revista de Ciencia Política de la Escuela, el tiempo transcurrió y por eso nuestro almuerzo quedará eternamente pendiente.
Pero fue justamente este último evento -la presentación de nuestra revista- la última vez que pude verlo y saludarlo. Tengo varios recuerdos suyos, pero estoy seguro que en mi memoria quedará grabado sólo uno de ellos: Ese diálogo en el estacionamiento de la universidad, esa conversación sobre lo importante que sería para los estudiantes de esa escuelita serrana leer a Arguedas, porque el Perú había cambiado, pero no para todos los peruanos.
Termino la columna con esta frase: “Gracias Profesor Pease, su clase en el estacionamiento de la PUCP no la olvidaré jamás. Y recuerde que todavía tenemos pendiente un almuerzo en su casa”.
Sobre Henry Pease, caben los justos homenajes que hacen énfasis en los cargos que ocupó en la vida, los reconocimientos a su honestidad y las remembranzas al sólido académico que tenía fama de jalar en sus exámenes. También los que hablan de un tipo bueno, que deja el mejor recuerdo entre los que lo conocimos.
Pero, si hay que decir algo de lo que deja, me quedo con tres hitos de su trayectoria política que han marcado la historia reciente. Debemos a Henry, a su capacidad técnica y sentido de orden, el éxito administrativo y de gestión de la alcaldía de izquierda en Lima, entre 1984 y 1986, así como le debemos a Alfonso Barrantes y a su carisma, la relación entrañable que se construyó con el pueblo.
La segunda cosa que me evoca Henry Pease es, por supuesto, aunque pocos lo estén recordando, su labor como presidente de la Comisión Organizadora del Congreso de Izquierda Unida, que fue un proceso meticuloso que permitió elegir delegados en cada distrito del país y trasladarlos a Lima para un evento de 4 mil participantes, durante cinco días en Huampaní.
Severo como fue siempre para todas las cosas, Henry se encargó él mismo de verificar que todas las delegaturas fueran las correctas y que se respetaran las proporciones entre distintas procedencias. Con Pease al frente se podía tener la certeza que nadie alteraría la voluntad de las bases y nadie aparecería como delegado fabricado.
Las razones por la cual, el Congreso que fue la cúspide que alcanzó la izquierda en su desarrollo organizativo, se convirtiera también en el escenario de una forzada división que la sacaría, en todos sus sectores, de la disputa por el poder, no tienen nada que ver con el papel unificador y organizador de Henry, y tal vez por ello, a pesar de sus muchas afinidades con Barrantes, y que ahora lo recuerden como un izquierdista moderado, el profesor de La Católica no se marchó con los disidentes, se quedó con el otro sector de la izquierda y fue luego su candidato municipal y presidencial, casi en labor de sacrificio.
El tercer asunto por el que nunca se podrá olvidar a Henry fue su actitud al recibir los documentos que procedían de un grupo militar clandestino que se hacía llamar COMACA (comandantes, mayores, capitanes), que denunciaban el asesinato de nueve estudiantes y un profesor por un comando militar denominado Grupo Colina, bajo la directa supervisión de Vladimiro Montesinos.
Pease abrió así, con una decisión que requería mucho coraje en un Congreso dominado por el fujimorismo y en un contexto de fuerte control de la opinión pública, un crimen que se transformaría en emblemático para el poder autoritario de los 90 y que sería uno de los factores claves para la condena a Fujimori. Así que moderado, prudente y buena gente, Henry no se empequeñeció ante la dictadura.
En el marco de los homenajes a propósito del fallecimiento de Henry Pease, es importante recordar la valiosa apuesta que lideró en la Izquierda Unida (IU), como presidente del comité organizador de su congreso nacional de 1989, por consolidar el carácter democrático, institucional y masivo de esta agrupación.
La corriente que lideró Pease buscaba superar la contraposición tradicionalmente planteada entre un líder de masas y una organización política institucionalizada y de alcance nacional (algo que, salvo el Apra de Haya de la Torre, ningún partido había logrado).
Lamentablemente, este enorme esfuerzo concluyó en un fracaso. IU se dividió en el congreso aludido, lo que tuvo como uno de sus nefastos efectos la presentación de dos candidaturas de este frente en las presidenciales de 1990.
De esto hace 25 años, pero el asunto es actual: la izquierda sigue dividida, resistiéndose a la unidad y a la institucionalidad, con caudillos o “personalidades”, y con un indubitable espíritu de facción.
Para el congreso de IU, Henry Pease impulsó un movimiento nacional de institucionalización de la izquierda. Hubo congresos previos en todos los departamentos, en cerca del 90% de las provincias y en un sinfín de distritos. Participaron activamente los partidos que conformaban IU, y sus militantes independientes. En el contexto de la crisis económica y el acosamiento de Sendero Luminoso, la izquierda, agrupada en la IU, logró organizarse nacionalmente desde las bases. No fue fácil; hubo disputas y conflictos en eventos de base, pero los acuerdos se acataron en la abrumadora mayoría de ellos.
La deplorable ruptura fue la expresión de que, a pesar de los esfuerzos y de la firme voluntad de Pease, así como de la opinión de un amplio sector de la izquierda, primaron el contexto electoral y las expectativas individuales del momento.
Más allá del caso de IU y de su final, el esfuerzo de institucionalización que lideró Pease no ha sido repetido por ningún partido en las últimas décadas.