Archivo por meses: julio 2009

Con la brújula empañada

El Comercio

Tras la derrota por sus errores en Bagua, en cuyo retroceso casi se incendia el país, el presidente García insiste en más obras y pocos cambios políticos. No ha comprendido las lecciones de esta experiencia y sigue pensando en que sus decretos no causaron la crisis. Pontifica sobre democracia sin entender que el abecé de esta se sitúa en los procedimientos que él violó con “criollaza” persistencia,

Todos debemos cumplir la ley pero esta no puede ser “sorpresa” ni carecer de debate público previo, especialmente cuando atañe a nuestras vidas, bienes y entorno. Pero el Gobierno exigió delegación de facultades una vez más y lo impuso en el Congreso aliándose con tránsfugas y opositores despistados. El presidente no ha aprendido la lección exacerbada porque en este caso había un tratado internacional que protegía a los indígenas. Tampoco parece entender que los gobiernos democráticos, porque actúan de cara al pueblo, dialogan, escuchan y tienen una policía que disuade desde esa práctica. Todos defendemos la ley si se hizo correctamente, y debemos exigir que cuando algunos grupos no lo entienden así se hagan esfuerzos sucesivos de diálogo para disuadir en vez de proceder simplemente a disparar. Combatimos la violencia siempre pero desde esta óptica superior que parece no entender el partido de gobierno por su recurrente costumbre de actuar con prepotencia, eso que antes hacía recordar siempre al búfalo y que tantos apristas demócratas negaron con su práctica.

Aunque no entendió la médula de la reforma política propone dos avances hacia ella: segunda vuelta para que las autoridades regionales y locales sean legítimas, y renovación de la mitad del Parlamento a la mitad del mandato presidencial. Propondrá un referéndum si los congresistas no le hacen caso. Yo estoy dispuesto a impulsar el referéndum juntando firmas, pero debemos recordarle al presidente que él no puede imponer un referéndum: o es por iniciativa popular o es por ley del Congreso.

Ha resucitado algo fundamental del presidente Belaunde que no comparto y que en el pasado no compartió Alan García: su pasión por las obras y la recurrencia a refugiarse en ellas como en una nube cuando hay problemas políticos. Rescato lo esencial que fue Cooperación Popular, que en mis años de estudiante incluyó a la universidad y que el partido aprista combatió a muerte desde su alianza en el Congreso con el ex dictador Odría. Si la descentralización popular que pregona hoy el presidente García se hace con transparencia e imita la austeridad de Belaunde cuando solo inscribía “El pueblo lo hizo” habremos avanzado. Pero, por favor, no todo lo que se necesita es cemento.

Dice el presidente que ha reducido la pobreza al 36% y que la dejará en el 30%, pero quién le cree. Defenestró al responsable del INEI y creyó que los insultos son pruebas, lo reemplazó por alguien cercano y ahora nadie le cree. No entiende todavía que hay funciones públicas que solo sirven si son ajenas al Gobierno.

Estoy de acuerdo en que la descentralización es la principal reforma del Estado hasta hoy y por eso me jugué por ella siempre. Fue la terca decisión del presidente Toledo la que la reanudó aunque García sea incapaz de reconocerlo. Pero el salto siguiente requiere de mucho más y solo así las autoridades intermedias sacarán la cara ante el pueblo: la educación, la salud, la vivienda y demás políticas sociales tienen que ser administradas regionalmente. Se requiere incluso un juego de imágenes: no debe haber un ministerio de educación o de salud. Las administraciones son y deben ser regionales para que la burocracia central no siga intentando retrocesos. Otra cosa es que exista una autoridad nacional de educación o salud que regula y supervisa la calidad y acredita o no a quien la ejerce con autonomía. Mientras eso no ocurra tendremos gobiernos regionales que le tiran la pelota al gobierno nacional cuando las papas queman. Sigue leyendo

Reforma de el Estado para democratizarlo: Propuesta de El Comercio

El Comercio

Cuando finalizaba nuestra última crisis política, El Comercio anunció una campaña por la reforma del Estado puesta al mismo nivel que la que realiza por la preservación del medio ambiente. La convocatoria firmada por su director, Francisco Miró Quesada Rada, indica el rumbo esencial de la reforma. Lo repito expresando mi total coincidencia. Buscamos un Estado que resuelva los problemas con métodos democráticos, es decir, basándose en el diálogo y la participación ciudadana. Rechazamos la violencia y por tanto la exclusión que es una de sus causas fundamentales.

La convocatoria busca explícitamente que el Estado Peruano no sea expresión democrática de los diversos grupos sociales que existen en el país. Por eso, debe ser inclusivo y contribuir al empoderamiento de la ciudadanía con el respeto de su autonomía y su libertad. Solo así puede entenderse como un Estado de servicio al bien común de los peruanos.

Muchos han mostrado que el Estado Peruano es obsoleto e inoperante. Pero la convocatoria destaca algo esencial: Este Estado está penetrado por la corrupción y por eso sostiene que el problema es esencialmente ético. Queremos un Estado que reconozca y trate a los peruanos como iguales, que sea integrador y democrático, que exprese la sociodiversidad de nuestra cultura y que tenga un tamaño eficiente.

Una reforma así tiene que comenzar por un énfasis en la reforma política de profundo contenido ético, lo que otros llamarían una reforma intelectual y moral, cuyo primer peldaño está en reconocer y tratar a los peruanos como iguales y por tanto aplicar el método democrático, el diálogo y la participación ciudadana. Eso está en nuestras constituciones, pero se aplica contra sus supuestos esenciales. Solo por excepción la ley puede darse sin debate público previo y esa excepción que se produce al delegar la facultad no debe producirse cuando se afectan derechos de las personas y los pueblos. Pero el método democrático es esencial ante el conflicto exacerbado y la acción policial no lo puede obviar o deja de ser disuasiva.

Cuando enfrentamos momentos de violencia no solo hay que preguntarnos por las causas. Hay que ser exigentes con la forma en que respondemos y situarla dentro del método democrático. Muchos políticos en esos momentos reaccionan autoritariamente e invocan mal el principio de autoridad. Este tiene una base moral situada en la práctica cotidiana del método democrático y si allí está la falla hay que volver a comenzar y dialogar. Poco se avanza con la imposición violenta aunque sea legal.

Enfrentar la corrupción comienza por cuestionar la mentira. Vemos hoy al último autócrata que ejerció la presidencia decir que robó al Estado 15 millones de dólares para impedir un golpe de su asesor, cuando este ya había perdido todo el poder y solo le quedaba uno, el de delatar a sus cómplices. Solo a eso podía temer el autócrata, no a un golpe en que nadie lo iba a seguir. Pero en este sistema corrupto la mentira se permite como defensa y logra captar incautos. La falta de rigor y la permisividad con la corrupción la está convirtiendo en algo tolerable en muchos ambientes, como se toleró la autocracia en el fujimorato.

La ineficacia ha alcanzado ribetes de escándalo en los últimos años. Vemos a autoridades de los tres niveles de Gobierno que se culpan entre sí de su común incapacidad para realizar las obras a tiempo y sin corrupción habiendo presupuesto, mientras siguen incapaces de realizar licitaciones como cualquier Estado moderno o de combatir epidemias que como el frío afectan severamente a los más pobres todos los años. Poco o nada se ha avanzado en mirar lejos y superar el cortoplacismo. El Ceplan no recibe recursos.

La reforma del Estado tiene que comenzar con la extensión del método democrático a la médula de toda acción de gobierno. Con una reforma política que atenúe el despotismo presidencial, que algunos confunden con presidencialismo, y garantice la división de poderes, para afianzar las instituciones democráticas que no funcionan con la autonomía que ordena la Constitución, como se ha visto en la derogatoria de los decretos legislativos. Solo así podrá combatir la corrupción y la ineficacia del Estado y desterrar de nuestra cultura política la intolerancia y exclusión del otro, algo todavía muy arraigado en muchos. Sigue leyendo

Persistencia en el error: ¿A quiénes sirve la polarización política?

El Comercio

Sin esperar a que los peruanos procesemos el trago amargo de Bagua, el presidente Alan García arremetió con otro artículo que continúa al finado “El perro del hortelano”.

Debemos respetarlo como presidente dos años más, pero no debemos seguir sus consejos. Y tenemos que preguntarnos: ¿A quiénes sirve la polarización política? Polariza cuando mezcla escenarios y excluye a quienes no coinciden con su gobierno; vuelve al lenguaje de la guerra fría aplicando la tan manida regla de la simplificación y el enemigo único, útil para la propaganda política en el viejo texto de Domenach, pero perniciosa y peligrosa en manos de un gobernante que no aprende a ser estadista.

Las reglas electorales suelen hacerse para situaciones límite; como lo fue la segunda vuelta. La polarización fue el arma que dentro de esas reglas hizo ganar a García. Sin esta regla y sin Humala no hubiera vuelto a ser presidente.

La polarización política fue también parte de la historia de su partido. Tuve en mis manos un folleto de la época de Odría en el cual se mezclaba la estrella aprista con la hoz y el martillo del Partido Comunista. Eran lo mismo para el tirano del ochenio, quien poco después se alió al Partido Aprista para impedir las reformas de Belaunde en democracia y facilitar, sin quererlo, el gobierno militar.

Polarizaron contra el Partido Aprista, pero sus dirigentes entendieron que ese camino era eficaz. Ellos lo aplicaron contra Belaunde, perdiendo ambos y llevándose abajo el precario régimen democrático.

Bagua no se explica sin un presidente que trata como perros del hortelano a los indígenas que no pensaban como él.

Menos se explica con la parodia de interpelación a Yehude Simon, un primer ministro con muy poco poder y comprobada voluntad de diálogo, a quien pocos pueden imaginar ordenando una masacre o una operación equívoca y sin la adecuada coordinación (ni dentro de la policía, ni entre esta y las Fuerzas Armadas), pero muy bien coordinado con la bancada aprista.

¿Alguien puede creer que los congresistas optaron solos por echar gasolina en vez de agua al fuego en el mismo momento en que comenzaba la operación?

Quien exigió que no derogaran los decretos ya inconstitucionales no fue el primer ministro, que los apristas acababan de desairar en el debate sobre el VRAE, sino su jefe político que es el presidente de la República.

La desconfianza ciudadana crece con este ordenamiento constitucional que hace responsables a los menos poderosos, creyendo proteger al más fuerte. Miren las encuestas, el pueblo no se deja engañar.

Se proclama ahora la “guerra santa”, como lo hacen los dictadores. En estos artículos del presidente hay mucho del estilo de Hugo Chávez.

Quiere que culpemos a Chávez o a Evo Morales de sus errores locales en un país que, en las condiciones económicas y sociales recientes, no lo pueden manejar desde afuera.

El “baguazo” se explica por la prepotencia con que este gobierno actuó, con decreto sorpresivo en vez de ley previamente debatida en público y consultada según sus propios tratados. A eso le agregó no diálogo sino mecidas, con una PCM sin poder y una operación policial precipitada, de la cual todos los políticos se lavan las manos.

Nunca vi un pliego interpelatorio de una sola pregunta, pero jamás imaginé que el Gobierno sería incapaz de contestarla. No podía decir que el único que podía dar la orden era el presidente García —que tiene la jefatura de la policía y las FF.AA.— aunque los responsables políticos sean los ministros. En el Parlamento Británico la respuesta hubiera sido muy simple: la orden vino del gobierno de su majestad. No importa el rol individual que todos saben depende del Primer Ministro y no de la Reina.

Sobre cuernos, palos. Eso es lo que significa que el presidente insista en polarizar, persista en llamar antisistema a quienes discrepan con él, vuelva al escenario de la segunda vuelta mucho antes de llegar a la primera.

Esta es la hora en que hay que hacer lo contrario. Porque la polarización solo sirve a corruptos y autócratas, a quienes no tienen nada positivo que ofrecer a la mayoría de los peruanos. No fortalece la democracia, es decir, el gobierno que escucha al otro, que lo incluye, que no descarta al que piensa diferente y menos a la mayoría de los peruanos.

Este es el momento de aprender a sumar, a concertar, a poner mínimos avances en común, a no llevar la política a los extremos para que solo ganen los que no quieren que nada cambie, porque quieren que sus intereses muchas veces inconfesables sigan primando. Sigue leyendo