Henry Pease, 1944-2014

Por: Martín Tanaka

Desde muy temprano construyó los pilares que marcarían su vida. La política (fue presidente de la Federación de Estudiantes) y la academia: al poco tiempo de egresar de la PUCP empezó una ininterrumpida carrera docente y se convirtió en director de DESCO, importante ONG de investigación y promoción del desarrollo. Desde entonces le tocó lidiar también con una enfermedad que marcaría la tenacidad con la que acometería todas sus tareas; y acaso también una visión de la vida capaz de situarse por encima de las contingencias del momento, y en la que las prioridades estaban bien puestas: la familia, la amistad, los afectos.

Esta combinación hizo que su trabajo académico estuviera politizado en el mejor sentido: orientado por la preocupación por los problemas del país. Como académico fue pionero en reivindicar la legitimidad de la democracia, algo extraño para la izquierda de la época, y también la autonomía de la política: por encima de los intereses de clase, la política era también negociación y acuerdo. Pionero también en alentar la reflexión sobre lo que hoy llamaríamos el desarrollo de políticas públicas (el área urbana de DESCO, p.e.), todo lo cual se expresaba en sus sesudas e imprescindibles editoriales en la revista Quehacer.

En 1983 Alfonso Barrantes ganó la alcaldía de Lima, y Pease se convirtió en teniente alcalde y motor de la gestión. Llevó a una izquierda marxista-leninista tradicionalista muchas cosas: la valoración de la democracia, el rechazo rotundo al senderismo, la apertura al mundo no partidarizado, a la “sociedad civil”, la importancia de una gestión pública eficiente, la relación con el mundo de la investigación, de la promoción del desarrollo, y de la cultura. Fue el gran impulsor de la propuesta de convertir Izquierda Unida en más que la suma de sus partidos; vino la ruptura que no pudo evitar, y por sus principios sacrificó por un buen tiempo largas y cercanas amistades.

En la década de los noventa entendió que la oposición al fujimorismo era la tarea central, y que debía darse en todos los espacios; no cayó en la tentación del abstencionismo (error de muchos, entre ellos de sus compañeros de izquierda) y participó en un Congreso hostil. Muy a contracorriente ejerció la oposición, con valentía denunció los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta. Asumió que su tarea era articular un gran frente de oposición y fue el gestor silencioso de los acuerdos que permitieron que Valentín Paniagua se convirtiera en Presidente del Congreso y en Presidente del gobierno de transición. Este nuevo perfil lo acercó a Toledo y lo llevó a la presidencia del Congreso, donde intentó implementar una reforma integral de la Constitución y una reforma política, lamentablemente fallidas.
En los últimos años, desde la Escuela de Gobierno de la PUCP, asumió que su servicio al país era formar profesionales competentes, pero con criterio y sensibilidad política. En la universidad nos veíamos con frecuencia. Lo voy a extrañar.

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