Too Late to Turn Back Now – BlacKkKlansman (2018)

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Ser negro y ser policía: el film de Spike Lee, que irrumpió violentamente en el Festival de Cannes, arranca con una contradicción. Y, en el contexto de EEUU en los 70 (con la insurgencia racista haciendo lo posible por infiltrarse en las fuerzas del orden y abusar de las minorías) ser un policía negro es prácticamente un oxímoron. Implica, para quien acepte el cargo, mantener una doble vida. Acostumbrarse a preparar, delinear, ensayar y asumir permanentemente una ficción: el policía negro debe blanquearse para asumir su labor y debe des-blanquearse para ser aceptado en los espacios de resistencia. Naturalmente, ambos bandos en algún momento le consideran su enemigo. En este caso, la vuelta de tuerca del film es que, además de estas dos identidades, Ron Stalworth es un policía negro que debe hacerse pasar por blanco. No es algo que uno ve todos los días.

Un joint sobre la segregación racial y los conflictos civiles en EEUU no podría ser de otra forma: el film está hecho para que se vea rapaz, polémico. Spike Lee selecciona el mejor material disponible para construir esta alegoría sobre la raza: filma esta vez sin odio ni resignación; llamémosle impotencia. Como otros, es posible que vea (y con molestia) cómo la lucha racial viene socavada por una edulcorada dosis de hipocresía, cháchara posmoderna y corrección política. Él no cree en medias tintas. Su cine, inherentemente confrontacional, y hasta imprudente, es todo lo contrario. Presenta un filme agresivo y arrogante, que se enfrenta violentamente al odio institucionalizado, que se toma muy en serio a sí mismo pero que, a su modo, también prioriza el humor. Se nota que Spike y compañía se la pasaron muy bien haciendo este film. Y, al final, queda claro que la audiencia también.

Spike Lee prepara su filme como un blockbuster, haciendo que la historia sea fácil de seguir y mostrado de forma precisa las intenciones de sus personajes. Ron Stalworth es el primer policía negro en Colorado Springs. No la tiene fácil. Su primera labor es la de infiltrado: tiene que meterse en un rally político negro, dado que a la policía le preocupa más la presencia de universitarios pacíficos que de supremacistas blancos. Quizás allí se le ocurrió la idea. Quizás siempre la tuvo: enfrentarse al sistema desde el sistema. No solo como policía, sino ir más allá. Inmiscuirse en el Klan. Junto a Flip Zimmerman, policía blanco y de origen judío, idean una forma de adentrarse en las tres K sin ser vistos: crearán un nuevo seguidor, capaz de convencer a los líderes locales; Stalworth será la voz y Zimmerman el rostro. El film contrapone esta historia con una suerte de romance: Stalworth se ve atraído por Patrice, dirigente radical que indirectamente cuestiona la dicotomía que él asume. A pesar de las dudas, Stalworth pone la operación en marcha.

Pensemos en la mejor escena del film, que, en realidad, son dos escenas. Dos secuencias. Patrice dirige un rally político que celebra el Black Power. Ron va, no de infiltrado, sino de encargado de seguridad, a un ritual de iniciación en el Klan, en el que Flip será declarado miembro. Sabemos quien está del lado correcto de la historia. Pero Lee no quiere que las cosas sean tan obvias. A él siempre le han interesado los claroscuros. Por un momento, ambos frentes se entrecruzan. Black Power, por un lado, White Power por el otro. La edición corta y pega, sutilmente, dos frentes totalmente dispares, dos escenas que podrían ser parte de películas diferentes. Pero están juntas. Mismas arengas. Igual convicción. Misma cohesión y rituales parecidos Es curioso. Sabemos quiénes son los buenos y quienes no. Sin embargo, para un filme de propaganda, y que se reconoce como tal, la línea no es evidente: por un momento, ambos frentes parecen legitimarse, uno al otro. Los grupos se parecen y, sin embargo, uno es legítimo y encomiable, y el otro es peligroso, hasta repulsivo. Con este enfoque, el film nos invita a preguntarnos por qué es así. No vale esquivar la pregunta.

Tiene que ver con cómo el film caracteriza al KKK. David Duke, en su onda espontánea y simplona, casi que agrada a la audiencia. Un supremacista blanco, el líder del Klan, aparenta ser un tipo cualquiera. Esto, por supuesto, no es un desliz. Lee tiene la necesidad de combatir al racismo. Y para hacerlo, hay que desmontarlo: verlo desde lo cotidiano, desde la base. No se trata de victimizar al pueblo negro y de caracterizar al blanco como un ser desalmado y opresor. Lo suyo está en otra parte. En mostrar que el malo es realmente uno de nosotros. Los tipos que se unen al Klan son gente corriente, con trabajo, familias, hobbies y aspiraciones. Por eso el racismo es tan peligroso. Porque apela a lo cotidiano. Porque, al modernizarse, ya no parece tan malo. Y desde lo cotidiano donde hay que enfrentarlo.

Lee aplica la técnica en los momentos más insospechados; la costumbre de construir una película a base del estilo ha quedado atrás. Ahora el estilo solo funciona como excusa: un elemento decorativo, que refuerza lo que ya se ha dicho. Los travellings, dolly shots y dutch angles son elementos alusivos, de corto alcance. Originalmente, estos elementos se disponen cuando el realizador, en su afán provocador, necesita enfatizar, y con vehemencia, que estamos ante una representación; es común que, en el cine realista, o de temas realistas, se pierda esta diferencia entre lo que es y lo que se representa. Lee no es un cineasta objetivo, y a veces, siente que debe hacerlo notar. Aun así, aquí el realismo es suficientemente disruptivo por sí solo. Lee no necesita echar mano sus recursos como antes, porque no necesita recordarnos que estamos hablando de cine, de ficción. BlacKkKlansman es cine. Es una historia de amor. Es un conflicto político y un crimen por resolver. Es la adrenalina de una persecución. Es música soul, comedia física y diálogos afilados. El filme está compuesto de aquellos elementos que han hecho al cine, más que un arte, una forma de darle sentido a los conflictos y sus protagonistas. Y no se necesitan trucos de cámara para lograrlo.

Lee sabe, y hasta defiende, que se cine es propaganda. Parte de una agenda. Así como The Birth of a Nation recoge los sentimientos de odio que marcaron el retorno de la KKK, BlacKkKlansman está hecho para otro tipo de contención; sin embargo, el grito de guerra, la incitación y el megáfono permanecen intactos. Aun así, la propaganda no nubla su juicio. No asevera gratuitamente. En el reconocimiento del poder del cine, Lee utiliza la meta ficción. Habla del cine mediante el cine. Pensemos que inicia la película con un video introductorio, hecho para los seguidores del Klan: el punto está en usar al cine como elemento de convencimiento y comprensión. El cine, lenguaje de masas, si quiere ser político, debe hacerse bien, apelar a su público, sin tratarlo de tonto, pero con suficiente estilo. Hay muchos géneros inmiscuidos Elementos del buddy cop, del cine chapucero serie B, de la comedia negra, del cine biográfico y del cine de no ficción: todos contrapuestos en esta suerte de pastiche de autor. A través de distintas aristas, la película crece, y su trasfondo, también.

Este es un film muy pop, entonces, muy Rhythm and Blues. La banda sonora de Terence Blanchard, hecha a puntillazos, lo demuestra: toma posesión de forma desorganizada, solo a ratos, pero transmite efectivamente la sensación de exagerado heroísmo que llena el corazón de Stalworth. La música, es parte del alma de BlacKkKlansman. Pensemos esa escena, casi al inicio, en la que Patrice y Stalworth bailan al son de R&B; Patrice baila luego de haber sido acosada por la policía. Pero, como también dice la canción, Too Late to Turn Back Know (muy tarde para darse la vuelta ahora), es decir, que no hay marcha atrás. El enfrentamiento al odio, entonces, necesita arte y energía; no todo se trata de hacerse mártir.

El montaje final lo prueba bien. Un travelling muy propio de Spike Lee. Una cruz en llamas. Luego, footage moderno: la masacre en Charlottesville. El presente invade inesperadamente la pantalla y la altera violentamente. Es una escena compuesta por la realidad, pero más que eso, por la realidad cinematográfica: incita al espectador a no ver a otro lado, a enfrentarse al poder, a resistir. El auge del Trumpismo, las disputas en torno a Black Lives Matter y Defund The Police, y el giro conservador del Partido Republicano hacen que, para bien o mal, BlacKkKlansman se vea como una película de hoy. Pasado y presente se hacen uno, la distancia temporal se deshace. Su director sabe muy bien que es así, y no lo oculta en el proyecto final. Horror. Hastío. Impotencia. Reducir el racismo al absurdo, luego maximizarlo, normalizarlo y mostrarlo tal cual es. Es necesario. En tiempos actuales, de debate, extremos y nimiedades, más que nunca. Cine que enfurece. Como debe ser.

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Anselmi

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