Rastros de sangre – Sweeney Todd, the Demon Barber of Fleet Street (2007)

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Sangre y más sangre. Sangre, culpa y secretos. Castigos, venganza, dilemas morales. Luego, más sangre. Si Stephen Sondheim se dispuso a renovar al musical con un violento tour de forcé, aquí Tim Burton encuentra buenas razones para retratar al barbero más temido del West End. Claro que, al llevarlo al cine, no dejó atrás la lección. Los personajes en Sweeney Todd evidencian un estado permanente de conflicto moral, en el que mal y bien son conceptos fácilmente intercambiables y la tragedia parece siempre ser inevitable.

Sweeney Todd, nombre nuevo para Benjamin Barker, barbero de la Calle Fleet en el Londres de fines del XIX, regresa luego de años de ausencia en busca de venganza. Su objetivo es asesinar al juez Turpin, corrupto funcionario que le mandó a la cárcel y forzó el suicidio de su esposa, Lucy, luego de haberla asaltado sexualmente. Turpin controla la tutela de Johanna, hija adolescente de Todd. Sweeney regresa acompañado de Anthony, afable marinero, quien en poco tiempo se enamora de Johanna. Sweeney idea un plan para vengarse de Turpin, pero, en el interín, decide vengarse de quien sea se encuentre en su camino: le cortará el cuello de forma limpia y mortal. Como cómplice tendrá a la señora Lovett, quien utilizará los cadáveres para mejorar sus pastelitos de carne.

Sweeney Todd, como tantas propuestas musicales modernas, prefiere el testimonio por sobre el espectáculo, reconociendo el valor confesional de las canciones. Los números musicales están naturalmente insertados en la trama.

Pretty Women, punto de inflexión del filme, evidencia el complejo vínculo que ata a Todd y a Turpin. A pesar del tiempo, y todo lo vivido, ambos siguen amando a la misma mujer. Debido a su recuerdo, ambos se han visto seducidos a realizar acciones deplorables: Turpin eligió corromper el sistema para ganarse a Lucy y Todd decide arriesgar toda convicción moral con tal de vengarla. En ambos también prima la culpa: Todd se siente responsable por lo sucedido -al no haber notado la amenaza del juez en su vida- y Turpin sabe que sus momentos con Lucy fueron forzados por él mismo y, por tanto, poco genuinos. La culpa lleva a la ira y a la obsesión, la cual parece ser reforzada por la presencia de Johanna.

Parece que Turpin quisiera mantener la imagen de Lucy a través de Johanna, quien, con su semblante tímido y ciertamente triste, recrea fielmente la presencia de su madre. Al igual que con Lucy, Turpin se frustra, ya que no puede poseer a Johanna, haciendo todo lo posible por ejercer su poder sobre ella. Aquí la relación entre Todd y Johanna parece tener un tinte similar. Todd ha elegido un camino ajeno a toda convicción moral, por lo que la vergüenza acumulada, así como la incertidumbre, le impiden volver a ella.

De todas formas, la culpa puede, a ratos, verse reemplazada por una cierta armonía, como si el recuerdo del amor fuese suficiente para evitar que el dolor se asiente en Todd y Turpin. Por un momento, víctima y victimario -quien es quien depende de cómo lo interprete la audiencia- parecen encontrar cierta confidencia sobre sus sentimientos y cierto placer al hacerlo. Burton filma la escena mediante paneos constantes y primeros planos, con una cámara que se acerca de a pocos a los protagonistas y que se mueve delicadamente en la habitación, reforzando la sensación de intimidad y algarabía de ambos personajes. La creciente tensión en la pantalla es muy lograda.

A Little Priest, quizás la canción con mayor polémica, engloba de forma convincente el drama moral del film. A priori, parece que la cruzada de Todd y Lovett tiene un marcado componente de clase: los de abajo comiéndose -de forma literal- a los de arriba. Sweeney Todd parece acaparar la desesperanza de la Inglaterra victoriana, casi como el Londres de Dickens: sucio, deprimente y dominado por la injusticia. La injusticia se vuelve ira y la ira se vuelve burla, lo que parece determinar las acciones de los protagonistas.

Johanna es la cúspide del drama moral. Anthony busca a Johanna para darle sentido a su vida; Todd la rechaza para darle sentido a la suya. El amor de ambos por la misma mujer se basa en que, al conocerla tan poco, pueden atribuir sus deseos, tribulaciones y culpa a ella. Pueden moldearla a voluntad. Aquí importan las intenciones. Para hallar a Johanna, Anthony recorre los lugares más peligrosos de Londres, arriesgando su vida y poco más. Para olvidarse de Johanna, Todd asesina a diestra y siniestra. Burton filma la escena con bastante cuidado, en un montaje que revela lo justo de cada personaje y su quehacer: el gore nunca es demasiado ni tampoco mínimo, sino que se interseca con el ambiente lúgubre, victoriano y hasta demoníaco del film. La sangre color carmesí salpica en la pantalla sin distraer y sin parecer grotesca: se siente alegórica, fantasiosa.

La crisis moral de los personajes se evidencia a través de claroscuros, contradicciones en su comportamiento, emociones casi siempre contrapuestas. Ya vimos que la ira de Todd funciona como alegoría del creciente rechazo al abuso de autoridad y el sistema aristocrático victoriano, y que bien podría estar justificada. Algunas de sus acciones, si bien a priori detestables, parecen no caerle tan mal a la audiencia. Parecería que el mundo sería mejor sin Turpin. Aun así, el grado de crueldad y manipulación parece estancar a Todd en el mismo territorio que sus victimarios, más aún cuando él mismo reconoce sus excesos. Son pequeños rastros de alguna convicción anterior: por ejemplo, Todd le perdona la vida a un padre de familia. En este sentido, Mrs. Lovett parece ser el personaje más interesante de todos. Nadie duda de que su preocupación por Todd y su amor por su joven asistente, Toby, pero sus pasiones parecen controladas por un creciente cinismo y deseo de manipulación. Su amor por Todd tiene algo de dulce y su cruzada política suena razonable, pero sus métodos siguen siendo crueles y deleznables.

En este caso, las canciones y los personajes son memorables por la forma en que son filmados. Tim Burton no se aleja de los paradigmas de su estilo (una atmósfera fantasmagórica y grisácea en la fotografía, decorados de estilo gótico, personajes pálidos y composiciones sin mucho color), ni tampoco debería: reconoce el potencial espectáculo de Sweeney Todd y sus aparentes contrastes en cuanto estilos (tragedia y humor; escándalo y silencio).

Es que esta historia, en las manos equivocadas, podría convertirse en una tragedia que se toma demasiado en serio a sí misma, evitando la peculiar ironía -e involuntario humor- de los hechos que cuenta. La ventaja de Burton, comúnmente asociado con una especie de humor gótico, basado en chistes negros y personajes extrañísimos, es que su estilo parece adaptarse sin problemas a la propuesta del musical. El Londres que filma Burton es un espacio sucio, siempre gris, con una puesta en escena casi teatral, que se siente ficticia, sino fantasiosa. Es un escenario que permite el exceso, que adopta sin problemas la sangre, la caricatura y el dramón, sin que ello se vea forzado o sin que se atosigue a la audiencia. Pensemos nuevamente en el montaje musical de Johanna. El setting es bastante estrambótico: Sweeney Todd le canta a su hija desaparecida mientras degüella tantos clientes como puede. Las escenas, provistas de un filtro de luz mugrosa, colores que se confunden entre sí y ciertas sombras que distorsionan las figuras, sacadas de una ilustración, mitigan la crueldad de lo que percibimos y le asignan una cualidad estética necesaria para que sigamos viendo.

Es, pues, un escenario creíble para lo que estamos viendo. Johanna, al igual que otros números musicales, parece estar astutamente insertando dentro de la historia, como una extensión de la escena y no como una abrupta transición hacia el espectáculo (como suele suceder en la mayoría de musicales de Hollywood). El sello visual de Burton es mucho más teatral, de espacios confinados, en el que las emociones se expresan por gestos, pequeñas confrontaciones (visibles, por ejemplo, entre Todd y Lovett), y mucha tensión.

El trabajo de actores parece ayudar para conseguir este efecto. Alan Rickman interpreta al juez Turpin en un estado de permanente entumecimiento, dominado por la culpa y sin posibilidad de perdón. Johnny Depp sabe jugar efectivamente entre drama y comedia, evitando dejarse llevar por la caricatura y demás excesos. Y, por supuesto, sobresale Helena Bonham Carter quien interpreta a Mrs. Lovett de forma notable y muy genuina: afable pero manipuladora, temerosa y cruel. A medio camino entre Lady Macbeth y una amante desesperada, Mrs. Lovett es, para bien o para mal el corazón del film.

El final de Sweeney Todd, con cierto tinte shakesperiano, enfrenta a los personajes con el horror de sus acciones y no perdona a ninguno. Uno podría tratarlo de moralista -sin que eso sea necesariamente negativo- y de asignarle un carácter de justicia: los personajes son engullidos por el espiral de mentiras, manipulaciones y dolor que generan.

Podríamos pensar que, en el final, Anthony y Johanna son los únicos que pueden continuar con una vida de bien. No parece coincidencia que sean los dos personajes menos analizados en el film. Esta historia no va sobre ellos. Desde el inicio, el enfoque ha residido en los corrompidos, en aquellos sin posibilidad de redención. Incluso el pequeño Toby, dulce y dedicado a su madre adoptiva, parece haber terminado manchado: cierra el círculo de violencia degollando a Todd, convirtiéndose en un cómplice más de los crímenes de Fleet Street. No parece haber salvación ni mayor lección.

El cine no siempre da respuestas.

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Anselmi

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