El cuerpo condenado (y su absolución) – Happening (2021)

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Cuando a Annie, adolescente talentosa y estudiante de literatura, le dicen que está embarazada, apenas si puede susurrar (casi como súplica) que el doctor le ayude, reconociendo que, en la Francia conservadora de los 50, hay poco se que pueda hacer (al menos, por vía legal). Annie se mantiene impávida y en duda, decidida a acabar con su embarazo, pero sin saber cómo. A lo largo del film, Annie buscará y suplicará (sin lástima, eso sí) algún tipo de ayuda de la gente que conoce. Su cuerpo, conforme avanza el embarazo, se vuelve un campo de batalla, sobre todo, cuando ella decide seguir algunos métodos caseros para abortar. Todo, nuevamente, regresa al control del cuerpo: en la primera escena, Annie y sus amigas se ajustan el sujetador para resaltar el busto en una fiesta. En otra escena, Annie es confrontada en las duchas por otras dos chicas, que le dicen que es una “mujer fácil”. Las mujeres intentan asumir control de su cuerpo en un mundo de hombres y eso, en el film, como demuestra la odisea de Annie, se paga caro.

Annie es una suerte de modelo autobiográfico de Annie Ernaux, hoy Nobel de Literatura (e ícono de la novela francesa moderna) que, a pesar de las pistas que nos da el film, no sabe que va a escribir como vocación, aunque podría intuirse. Lo cierto es que Annie, como muchas mujeres de su edad, transita en dos liminalidades muy distintas: por un lado, es una adolescente que debe elegir su vocación; por otro lado, es una mujer en un contexto de más derechos, pero derechos restringidos. A eso se le suma una tercera ambigüedad: no queda claro qué será de ella si es que da a luz, o si es que lo hará en primer lugar. Sus mejores amigas no le ofrecen respuestas. Los doctores se oponen al aborto o les temen a las represalias legales. Los hombres a los que pide ayuda esperan algo a cambio. Aún cuando una oportunidad se avizora como posible, las consecuencias pueden ser devastadoras, lo que hace que el dilema (uno muy real, además) se mantenga.

Happening filma el aborto como una condena para las mujeres. Lo hace porque su protagonista, dado distintos niveles en la narrativa, vive su embarazo con ansiedad y dolor: está dispuesta a mutilar su cuerpo, alejarse de su círculo social y dañarse irreversiblemente por interrumpirlo. El embarazo es una tragedia para la protagonista porque es una mujer joven, que todavía no ha descubierto su lugar en el mundo. Es, además, una estudiante brillante, la única que descifra los poemas de la clase con facilidad y que podría escribir los suyos propios sin problema. Annie se ha acostumbrado a vivir por su cuenta: mantiene distancia con sus amigas, se acerca limitadamente a su familia, dice que “se las puede arreglar por su cuenta” cada vez que alguien le ofrece ayuda con algo cotidiano. Es una vida que se delinea en oposición a la maternidad y el cuidado.

La condena del embarazo se asemeja, además, a la condena material, que no solo se muestra a partir de los años en prisión (que son muchos), sino también a partir del sistema de miedo y tabú que recorre a la protagonista. Y es una condena que se vive en soledad. La cámara de nunca deja sola a Annie: la filma siempre por encima del torso o del hombro, fija en su trayectoria, sus idas y venidas, la tensión (y lástima) que se queda en su rostro. La interpretación de Anamaria Vartolomei, rumano-francesa, es particularmente efectiva para transmitir una creciente desazón que puede ocultarse muy bien, que apenas si se nota en un movimiento de ojos, una mirada gacha, algún gesto cómplice. Es, además, una interpretación cargada de ira. Annie, de por sí rebelde e inquieta, no entiende por qué se le agotan las opciones y por qué no le ayudan. Con cada nuevo pedido, Annie se dará cuenta -y con pesar- de que ella, como otras tantas mujeres, no puede confiar en nadie, al menos no en su totalidad, que hacerse cargo de su cuerpo es, irónicamente, una batalla individual frente a un enemigo comunitario. Es cierto que, al cierre del film, el afecto entre mujeres vuelve a ser protagonista, (así como la ayuda de extrañas), pero esta no es la norma, sino la consecuencia de la exclusión.

Más allá del drama de la protagonista, este es un film político tanto por la fecha de su estreno (en el auge de un regreso conservador en Occidente) como por cómo se filma. El estilo del film, sin embargo, a diferencia de propuestas cercanas en el género (como la rumana Tres meses… -2007- o la británica Vera Drake -2002-) no parece depender de la época que representa y, salvo raras ocasiones, no la evoca. Tres meses… es una indagación por el tipo de represión en la Rumania comunista y el control de los cuerpos, y la puesta de escena evoca la sensación de desesperanza de las protagonistas, así como su abandono. Este film no depende de recrear los 50s o 60s, y si lo hace es sutilmente, por ejemplo, recreando los colores vívidos de la televisión. Audrey Diwan, con más experiencia como guionista que como directora, no le teme a al color: decora su film con pocos colores, pero todos ellos suficientemente vívidos, con una textura porosa, bastante sustanciosa en la pantalla, agradable de ver. Es un estilo que se distancia del tipo de horrores que sufrirá la protagonista: una puesta en escena primaveral, soleada, que establece bien la paradoja de la protagonista, que se enfrenta a un destino terrible en un mundo muy bello.

En otro contraste con los otros filmes -que priorizaban la agilidad y la espontaneidad, incluso la improvisación, este es un film particularmente rígido: cada escena parece haber sido coreografiada con antelación y filmada siguiendo estrictamente el texto. Las escenas de baile, el tránsito de Annie en búsqueda de ayuda, la escena del procedimiento y la escena del aborto demuestran un manejo minucioso de la cámara, casi como si la directora conociera esos espacios de memoria, como si pudiera transmitir, a partir de un lenguaje exclusivamente visual, el torbellino de emociones de la protagonista. La cámara, si bien siempre se mueve, no se mueve demasiado, siempre con un fin muy claro.

En el cierre, la historia de un “acontecimiento” como este (tan violento como cotidiano), es la historia del valor de la ficción (o la auto-ficción) como instrumento de resistencia y testimonio frente a la cultura de miedo y la dominación patriarcal. Ernaux quizás escribió (y se expuso al hacerlo) con esa misma consigna, y queda claro que esta producción (escrita, dirigida e interpretada por mujeres) consigue un efecto similar. Las palabras de Ernaux -el testimonio lastimero, pero honesto- se hacen mucho más dolorosas al verlas recreadas (y con muchísimo detalle y realismo), pero allí parece estar el truco: un aborto no debe idealizarse ni demonizarse, pero tampoco estar en el miedo; debe ser filmado como otro acontecimiento que, indeseable para cualquiera, es la única solución en un mundo de miedo y restricciones. El film lo sabe y se permite mostrarlo.

Puntuación: 5 / Votos: 1

Acerca del autor

Anselmi

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