Crease y hágase rico – The Wolf of Wall Street (2013)

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Wolf of Wall Street es, como la mayoría de crime dramas de Martin Scorsese, la crónica de un reino caído, un mundo lascivo filmado desde el exceso y la permanente rebeldía. En tres horas de metraje, y presionando hasta la médula, el film indaga sobre los círculos de poder, el mercado salvaje, las adicciones de todo tipo, la sed de codicia y la trampas del sistema: en suma, todo lo que implica hacerse rico en el capitalismo moderno. Rápida, ágil, casi siempre entretenida y decididamente ambiciosa, la épica de Scorsese casi nunca desentona: uno pasa un muy buen rato mientras atiende a una astuta mirada del mundo de los negocios. Escandaloso y confrontacional por partes iguales, el film no permite indiferencias, incluso cuando, por momentos, parece celebrar aquello a lo que se opone. Demuestra, una vez más para su realizador, que cualquier despilfarro puede perdonarse en nombre del cine.

Jordan Belfort nos cuenta su vida. Narra, y con lujo de detalle, su fugaz ascenso como bróker en Wall Street. Su metodología es simple: le vende basura a todo cliente ingenuo y, un par de giros más tarde, se queda con todo. Manipula el mercado a voluntad. Llama la atención del FBI y comisiones regulatorias. Hace todo a su alcance por seguir siendo millonario. Tiene una tropa de felices secuaces, incluyendo a su mejor amigo, Donnie Azoff. Stratton Okmont, su proyecto, es una tierra sin ley, devota a Belfort. El exceso está en todas partes: cocaína, apuestas, prostitutas. Descontrol, como con el dinero. Por supuesto, el imperio de Belfort es bastante frágil. Con el gobierno en su contra, parece cuestión de tiempo antes de que lo pillen. Aun así, Belfort se divierte mientras puede.

Dicen que Scorsese glamoriza el crimen organizado. En este caso, parecería celebrar la desregulación masiva del mercado a través de su carismático protagonista y sus compinches. Me parece reduccionista. Si lo pensamos bien, notaremos que Wolf of Wall Street no parece tener vinculación moral con la historia: no trata de expiar a Belfort ni justificar sus acciones. No trata de sermonearnos en su contra, eso sí. Lo que hace es contar la historia con ojo detallado, atendiendo a cada elemento del mundo que describe. Las mentiras. Los productos financieros basura. Las sexotrabajadoras. Lo opulento. Las drogas alucinógenas. Se ve a Belfort triunfar y caer. Disfrutar, pero también sufrir. Hacerse amigos y luego traicionarlos; hacerse enemigos y luego impresionarlos. Todo esto, si bien es narrado por Belfort -lo que parece hacerle más simpático- nunca cae en la propaganda: estamos ya grandecitos para saber las consecuencias de los crímenes de Belfort: por algo vivimos en la era post 2008. También sabemos que su estilo parece -a priori- excitante y divertido. No hay lección moral aquí. Tampoco debería haberla: el filtro moral definitivo lo termina poniendo la audiencia.

Lo que sí hace Scorsese, mediante el montaje rápido, el caos y la improvisación, es dejar que echemos un buen vistazo al capitalismo moderno en su lado más puro, con todo y espectáculo. Toca prestarle atención a los monólogos de Belfort, filmados casi mayor retoque. Hay aquí una retórica de capitalismo salvaje, poco apologético, providencial. Aporofobia. Ser pobre es visto como aborrecible. Tener un trabajo blue collar es un destino vergonzoso. Es cuestión de uno mismo, no a través del esfuerzo, sino de la ambición. Belfort celebra apasionadamente la codicia en todas sus variantes. Dinero por dinero. La ética protestante llevada a la estratósfera. En ese ultra sueño americano no hay puntos medios: solo hay ganadores y perdedores. Esta adicción al dinero se confunde con las demás adicciones, lo que parece venir en paquete. Escapar de la pobreza es, para Belfort, mandato divino.

Una vez más, Scorsese interseca la moral secular con la moral religiosa. Esta vez no es la culpa católica del gánster, sino el deseo de acumulación puro, casi santificado, de la fe cristiana. Ya hablamos antes de la ética protestante y la defensa religiosa del lucro, tan popular en los Estados Unidos. Aquí Scorsese no es explícito, pero solo basta con mirar de cerca los discursos de Belfort. El montaje une los planos de Belfort con tomas de su público y sus reacciones. Hombres y algunas mujeres, la mayoría -si no todos- blancos, White collar, reaccionan con histeria ante sus palabras. Grita cánticos celebratorios. Exclaman al cielo. Se mueven casi en trance. A ratos, parecen hasta rezarle. Ese estado de éxtasis no es casualidad: parece la perfecta simulación de un ritual neopentecostal, también muy propio de EEUU: los feligreses recibiendo a su líder con ojos cerrados y brazos abiertos, dejando que el dinero entre.

El mercado no acaba allí. Está la cuestión de género: este mercado no tiene nada de equitativo. Es un mercado tóxico. Un mercado masculino, incluso misógino. La mayoría de los personajes son adictos al sexo. Jordan y Donnie, así como el resto de la banda, se acuestan con todas las mujeres que pueden. Esto es, por un lado, una réplica de la lógica de consumo de Wall Street. Pero la cosa va más allá. Hay poder en el acto sexual. En Wall Street se llama a tantas trabajadoras sexuales como sea posible. Se hacen esfuerzos por conquistar a cada mujer que cruce la oficina. En un momento, Jordan corta su relato solo para comentarnos el ménage a trois entre él, Donnie y una oficinista. Presume por presumir. Las mujeres son otro commodity con el cual tradear. Uno piensa en teorías sobre género y la referencia es clara. El acto sexual es posesión y dominación, ambición y control, igual que el mercado bursátil. Jordan Belfort engaña a su primera esposa con quien será su segunda, solo para seguir con la lista de mujeres conforme los años.

Por supuesto, las acciones en el mercado replican una hipermasculinidad, un estereotipo del “macho” dominante. La gente es ruda, hipersexualizada, violenta. La gente grita al consumir drogas y se rasga la ropa. Los brókers insultan y son insultados. Mantienen una actitud defensiva y casi siempre grosera. Son aves de rapiña buscando a quien ya esté muerto financieramente. Las mujeres que ingresan -apenas filmadas en el film, espero que con una intención alegórica- replican la actitud masculina para poder acoplarse con comodidad.  Aquí el negocio es sucio, pero la gente lo cree necesario. Parece ser un dilema claro: martillo o yunque, como dicen. Que la audiencia resuene con esos discursos solo termina por probar el punto.

La forma en que se construyen todas estas alegorías puede ser más controversial que el contenido mismo. Son tres horas de metraje y mucho del tiempo es gastado en detalles no tan “útiles” para la trama central. En ese sentido, Wolf of Wall Street podría durar dos. Aun así, las horas se pasan volando ante la agitada propuesta de Scorsese, ante cínicas observaciones, los personajes extrañísimos, sorpresas en la trama y un muy buen humor. Una vez más, Scorsese demuestra que, aunque las cosas no tendrían que hacerse a su modo, nos gusta que así sea. La historia funciona a través de la narración anecdótica, en la que la línea central es difusa y, como en una conversación, van apareciendo detalles sin relevancia, contradicciones, redundancias. Pero el carisma del texto, mismo carisma que trasmite DiCaprio, hacen que nos siga interesando lo que se dice. La dirección de Scorsese, jugando con la cámara y la percepción del público, dejando que el caos domine, exigiendo improvisación y filmando con energía, ayuda bastante.

Aquí notamos otro factor curioso sobre el film. Más tiempo está concentrado Scorsese en describir la caída del imperio que en los beneficios de este, aunque sintamos que es al revés. Como nos lo pasamos de maravilla, no nos damos cuenta. La parábola final del film, si acaso tenemos que encontrarle una, es bastante clara. Se trata de la venta. Venderlo todo, incluso a uno mismo: hacerse un producto del mercado. Jordan Belfort quiere vendernos un estilo de vida, el suyo. Quiere justificar la mierda y la caída.                          

Quiere vendernos su eminente fracaso.

Parece cosa de niños: Peter Pan. No crecer para seguir teniendo control, para seguir como engreído. A niños grandes como Belfort mercado les sirve para eso. Y quieren vendernos el paquete completo. Depende de nosotros si se lo compramos.

Queda claro, eso sí, que no nos saldrá barato.

Puntuación: 3 / Votos: 1

Acerca del autor

Anselmi

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