Casi 20 años, y Eternal Sunshine of the Spotless Mind se mantiene, casi sin ninguna discusión, como un clásico moderno. Dentro de su peculiar empaque de rom-com-ciencia ficción-existencialista reside una historia que, como el amor mismo, duele y deja marca, enamora y se mantiene con el tiempo. Imperfecta, caótica e impredecible, Eternal Sushine exige una atención mayor, casi sin prejuicios, dispuesta al estímulo. Solo sabemos que tenemos que verla otra vez. Por supuesto, cada nueva vista desentraña algo diferente, que altera nuestra relación con el film: distintas ideas se cruzan nuestra cabeza, sin saber cómo llegaron allí. Como una excusa igual de buena que otra, volvemos a Eternal Sunshine y a esos pensamientos al azar que, una vez que se ilumina la pantalla, regresan a nosotros.
La verdadera Clementine aparece pocos minutos en pantalla. De hecho, su presencia no va más allá de los 20 minutos. El resto son flashbacks y el producto de la imaginación de Joel. Eso quiere decir que vemos a Clementine desde la perspectiva de Joel, lo cual podría no ser del todo justo, pero, para propósitos del film, resulta bastante sincero. A fin de cuentas, esta es la historia de Joel: de sus ansiedades, de sus temores y sus manías. Y todo ello implica a Clementine. De todas maneras, -y aquí el punto de quiebre- es que la confrontación entre la Clementine de Joel y la Clementine de verdad se mantiene activa durante todo el metraje. Como la dice la misma protagonista: “no soy un concepto, sino una persona”. Así luce.
Los nombres son étnicamente diversos. Mary Svevo, Howard Mierzwiak, Clementine Kruczynski. Kaufman hace lo posible por alejarse del canon común de la romcom hollywoodense, (con nombres encauzados en el universo wasp, anglosajón) a la par que aumenta la sensación -contradictoria, eso sí- de extrañeza y universalidad que tiene el film: una historia tan inusual como esta podría suceder en cualquier parte y a cualquier persona.
El montaje funciona casi sin elipsis, como un sueño permanente. Las personas entran y salen de habitaciones, períodos temporales y encuentros cotidianos, casi como una obra de teatro con escenarios infinitos. La fotografía, casi hiperrealista, con una inquieta cámara en mano, nos somete a la misma incertidumbre de los protagonistas. La audiencia casi no tiene un momento de respiro. Gondry decide lanzarlo todo a la pantalla. El resultado es un frenesí de emociones conflictivas, recuerdos apilados entre sí, escenas que se interrumpen constantemente. Aun así, el corazón de Eternal Sunshine -enraizado en sus disputas emocionales- termina por ganarle al caos de su cerebro, o eso parece.
Casi nadie habla del subplot entre Mary y Howard de la forma en que se debería. Hay un componente emocional particularmente importante en esa dinámica, con cierta dote de tragedia, inclusive. A fin de cuentas, los estragos de la tecnología Lacuna Inc. no pueden verse mejor reflejados en las acciones de Howard, quien, como el experto -y hombre casado- en la ecuación, decide aplicar el procedimiento sobre ella. Es aquí donde vemos los efectos emocionales -irreversibles, además- que vienen con el procedimiento. Si nos damos cuenta, las secuelas en Mary las dejan en un estado perpetuo de confusión, descubriendo una serie de pulsiones sin poder hallarles un significado coherente, intentando esconder sus sentimientos por Howard, cuando estos ya son conocidos. Con ese conocimiento, Howard puede hacer lo que quiera. Queda en la ambigüedad si el resto del equipo de Lacuna Inc. tiene alguna idea de lo que sucede. Ninguna respuesta sería menos inquietante
El film parece definido por dos conceptos centrales: impulso e irreversibilidad. Parece obvio, por supuesto. Clementine y Joel se conocen por una decisión de último minuto. Y es por una situación igual de arbitraria que deciden regresar juntos. Lo que aterra, por supuesto, es la posibilidad de que ese exceso de libertad, en situaciones como esta, nos haga -irónicamente, por supuesto- muy pocos libres en el futuro. Ya volveremos a eso. Aun así, nos confronta lo irreversible: acabar con el recuerdo de una persona, más allá de eliminar una parte de su identidad y la nuestra, no tiene marcha atrás, y nos mantiene intranquilos.
La regla en Lacuna Inc., por lo que se nos dice, es que no puedes hacer el procedimiento varías veces, al menos, no en un mes. Eso abre ciertas dudas que valdría la pena explorar. Si el procedimiento lo borra todo, ¿cómo sabes que lo hiciste? ¿Será que, de tanto repetir el momento, llega un momento en que la clínica se ve obligada a revelarte lo que sucede? ¿Existe un mínimo medianamente razonable para dejar de borrarte el cerebro? ¿Es legítimo que eso lo decida exclusivamente la clínica, a espaldas del paciente? Son muchas las dudas alrededor del procedimiento, que sugieren a) un poder desmedido de quienes lo ejecutan, o b) daños irreversibles si uno se arrepiente y no puede dar marcha atrás. Podemos ser Mary o podemos ser Joel, cada quien con sus respectivos riesgos, claro.
La camisa de Joel siempre está mitad-mitad. Medio cuello sobre el suéter y medio cuello por debajo. Puede ser un capricho estético, seguro hay varios, pero bien podría ser un recordatorio -de los que también sobran- de qué tan contradictorio parece ser el protagonista. Joel es cruel y tierno por partes iguales, rígido e impulsivo dada la situación, inmaduro y sensato según su estado de ánimo. Por eso el conflicto con Clementine -quien no parece tener problemas para mostrarse tal cual es- es tan evidente. Clementine parece ser la principal contradicción de Joel: alguien impulsivo y ajeno a los convencionalismos a quien Joel busca insertar en una rígida rutina, dejándola sin muchas opciones.
La presencia de Patrick, sujeto lo suficientemente torpe como para perdonar sus acciones, es importante en el film, aunque no lo parezca. Cuando decide asumir la identidad de Joel y conquistar a Clementine con sus palabras, parece que cruza la línea e incita una nueva discusión. Apropiarse de los recuerdos de otros es un acto cruel y de consecuencias particularmente peligrosas, las cuales se exploran a modo de subplot en el film: Clementine se ve confrontada con palabras que cree reconocer, pero que no puede. Vemos, entonces, que los recuerdos son commodities, piezas que suscitan algún tipo de poder y ambición y que, en las manos equivocadas, podrían generar daños irreversibles. Ese parecería el destino de un mundo con Lacuna Inc. al servicio de la gente.
¿A qué se aferran los personajes? Parecen depender de un estado mental muy específico, unos pocos recuerdos, una exclusiva conjugación de emociones, que, una vez vivida, no puede retornar. Si ese el caso, parece que los personajes prefieren el todo a nada: es mejor entregar todo el paquete de memorias -todo el dolor- ya que el haber perdido lo bueno parece superar el haberlo vivido en primer lugar.
Importa preguntarnos lo que nos dice el final. El final, más allá de sugerir el conflicto permanente que parece existir entre Joel y Clementine, expone un concepto emocionalmente complejo y de alguna manera inquietante. ¿Es concebible vivir de ficciones, recreando una relación que desde la primera vez parece ciertamente imposible? Si el procedimiento no tiene fin, entonces cada nueva recreación, por más que no lo parezca, carga una presión emocional -y hasta moral- más fuerte que la anterior. Joel y Clementine tendrían que volver a verse, conocerse, amarse, odiarse y perdonarse cada vez con menos información sobre el otro a pesar de haber pasado más tiempo juntos. Por supuesto, no parecen ser totalmente libres. No creemos que lo hayan sido desde el inicio del procedimiento. Quizás la ilusión de libertad -para elegir si borrar o no- sea suficiente.
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