No habrá ganadores en la primera vuelta electoral de este domingo, ni ganador o ganadora en la segunda, y no necesitamos esperar el día de los comicios para saberlo. Todos somos desde ya perdedores en este proto-proceso electoral que no termina de cuajar ni ocurrirá tampoco el 28 de julio con la asunción de mando del nuevo gobierno.
Y no es culpa -para nada- de la pandemia, a la que quieren muchos atribuirle todo o parte de los males que aquejan al país desde hace trece meses, más allá de la muerte, el dolor y la incertidumbre cotidiana, la nueva normalidad que experimentamos.
El escenario recurrente de crisis política es consecuencia de las tareas pendientes, lo que dejamos de hacer, lo que no hicimos para profundizar y fortalecer la democracia; de la inconclusa reforma política agujereada, dicho sea de paso, por las prácticas deshonestas de los líderes y partidos que accedieron a las cuotas del poder público y de los perversos ejemplos de dirigentes corruptos de las organizaciones sociales; de la falta de transparencia y de las malas enseñanzas de uno y otro lado, y sobre todo, la falta de empatía con los valores ciudadanos y los principios básicos claves de la ética y la moral pública, que a pocos importa.
Requerimos recuperarnos de este escenario de terror, un nuevo pacto político y social, un nuevo Acuerdo por la Gobernabilidad a cuya dirección avanzaremos siempre que logremos darle el sentido y la utilidad que no le dio la clase política en los últimos lustros. Esta es precisamente la enorme deuda que nos tienen.
La institucionalización del diálogo y la concertación, para la construcción de mejores políticas públicas y sus dimensiones operativas respecto de las prioridades económicas y sociales, es el camino más apropiado para la definición de una agenda prioritaria que teniendo como centro a las personas, suponga una nueva relación entre Estado, Gobierno y sociedad.
Sin embargo, la realidad está lejos de esta necesidad y demanda, por lo demás llena de desafíos ante un sistema que se resiste al cambio, o, por último, a su reinvención, de un modo que represente y exprese mejor las oportunidades que se merecen todos los peruanos sin exclusión.
Y en esta coyuntura tendría que empezar con un plan de emergencia, que alrededor de la lucha contra la pandemia del Covid-19 y sus secuelas escale hacia las transformaciones y reformas pendientes. Es crucial para ello profundizar y fortalecer la movilización y participación ciudadana, desterrar el desaliento, y derrotar a las voces que proclaman la anarquía.