Radiografía de la pobreza

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Sólo el 8.6% de los 3,184 centros poblados del departamento de Arequipa cuenta con acceso al paquete completo de servicios básicos: agua, saneamiento, electricidad e internet. Apenas el 36.4% tenía energía eléctrica; 25,8% agua potable (823 localidades); y sólo un 18.4% servicios de saneamiento (586), según el Censo Nacional 2017 del INEI.

La encuesta de diagnóstico sobre abastecimiento de agua y saneamiento en el ámbito rural realizada por el Ministerio de Vivienda, actualizado a febrero de 2018, muestra que sólo el 5.7% de las viviendas de centros poblados rurales tenían sistemas de agua potable y apenas el 1,8% contaban con sistemas funcionando de manera normal o regular.

Desde otra perspectiva, el 33.9% de niños y niñas entre los 6 y 35 meses de edad padecían anemia en la región Arequipa, y aunque la cifra está por debajo del promedio nacional (40.1% según la ENAHO 2019), no cabe duda que la situación de salud es grave en ese segmento poblacional.

Las cifras dan cuenta que tenemos una pobreza monetaria total de 6.0% (20.2% como promedio nacional), y una pobreza extrema de 0.4%, con una condición de vulnerabilidad de 36.3% (ENAHO 2019 y 2018). Es decir, de acuerdo a estos datos la situación de la región no es tan crítica como en otros territorios. Esto es verdad, pero cuidado, los promedios ocultan las diferencias.

Mirar cómo vamos por dentro nos acerca mejor a la realidad. Un ejemplo. Puyca en La Unión y Tisco en Caylloma, encabezan la lista de los distritos más pobres con un 52.2% y 47.8%, respectivamente (Mapa de Pobreza 2018).

Hoy a un año del inicio la pandemia del Covid-19, los datos se han movido de una manera dramática.  De acuerdo a últimos estudios disponibles y sus proyecciones, la pobreza monetaria total en el país habría crecido de 20.2% en el 2019 a 30.3% al cierre del 2020. El caso de niñas, niños y adolescentes de zonas rurales es alarmante, trepó de 48.3% a 62.3% (UNICEF Perú, Reporte Técnico, octubre 2020). Los números expresan sólo el lado frío y crudo de la realidad, y los promedios matemáticos ocultan las brechas de la desigualdad y exclusión.

Pero el drama del hambre de quienes se quedaron sin empleo, el dolor de quienes perdimos familiares y amigos, la angustia sobre el futuro de los hijos, no aparecen en los cuadros estadísticos; tampoco la solidaridad y la esperanza de los sobrevivientes.

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