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Lejos, bastante lejos aún

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La vacunación contra el virus del Covid-19 avanza significativamente en el mundo y en América Latina, y aunque el Perú aparece rezagado en las estadísticas de inmunización, este proceso ha cobrado un ritmo creciente en los dos últimos meses. La provisión sostenida de vacunas es sin duda un logro que todos esperamos se traduzca en una inmunización generalizada con alta cobertura al cierre del año.

En el mundo ya se han aplicado 4 mil millones 452 mil 142 de vacunas (al 31 de julio), entre las que figuran las 13 millones 002 mil 265 dosis administradas en Perú desde el 8 de febrero -un día después que llegaron al territorio- hasta hoy 31 de julio de 2021. En total tenemos 5 millones 037 mil 622 compatriotas con la dosis completa (https://bit.ly/3rNjKJW).

De acuerdo al reporte del Banco Interamericano de Desarrollo, 197 millones 366 mil 135 personas se contagiaron del virus, de los cuales 40 millones 359 mil 111 corresponden a ciudadanos de América Latina y el Caribe (ALC), lo que representa el 20.45% de todos los casos a nivel mundial.

Hasta hoy sábado 31 de julio,12:13 horas, han muerto por Covid 4 millones 208 mil 547 personas; 1 millón 368 mil 731 eran ciudadanos de esta parte del mundo, entre los cuales se encuentran 196 mil 214 peruanos al 29 de julio de acuerdo a la Sala Situacional Covid-19 del Ministerio de Salud (https://bit.ly/2VpjWms).

La cifra muestra la enorme desigualdad en las medidas preventivas, en el acceso oportuno a los servicios de salud y a la vacuna. Por cada 100 mil habitantes en ALC mueren 217 y en el resto del mundo 55 (BID, reporte situacional Covid-19: https://bit.ly/2Vpg3hn).

Aquí otra diferencia relevante que dibuja el panorama en el que aún se encuentra el Perú: ocupamos el primer lugar en número de muertes por cada 100 mil habitantes (604 fallecidos); muy por encima de Brasil (263), de Colombia (239) y de Argentina (235). La data cuestiona lo que hemos hecho hasta el momento.

El desigual acceso a los servicios de salud y a las vacunas entre las naciones y dentro de los grupos poblaciones en cada país, a lo que hay que añadir la aparición de las variantes del virus, elevan la incertidumbre sobre la recuperación social y económica de ALC, considerando el impacto en los indicadores de pobreza.

En el Perú la magnitud de la pobreza es enorme. Principalmente como consecuencia de la pandemia, la pobreza total trepó de 20.2% en el 2019 a 30.1% al cierre del 2020, lo que supone un retroceso de diez años.

A diferencia de los Objetivos de Desarrollo del Milenio 2015, sobre el cual el Perú logró alcanzar, entre otras, dos metas significativas (la reducción de la pobreza extrema y de la mortalidad infantil); el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030, cuando apenas nos quedan nueve años, está mucho más lejano que antes.

El día después de mañana

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Bien sabemos que las urgencias del gobierno que se va y del que viene es y será la lucha contra la pandemia, la contención de su impacto en la vida de las personas y el plan de vacunación para los sobrevivientes. Éstas, junto a la reactivación económica y la lucha contra la pobreza, son las demandas ciudadanas.

La vorágine disputa por el poder hizo “olvidar” a quienes quieren llegar a Palacio que los electores necesitamos claridad en sus propuestas sobre la pobreza, las carencias y las vulnerabilidades, el plan mínimo para conocer qué y cómo lo harán, más allá de las declaraciones generales. En el debate político poco se ha dicho sobre el tema, pues más relevantes para estos ha sido la forma de convencer a los incautos con ofertas de todo orden y ningún plan.

Es tarde. A pocas horas de las elecciones, la mayoría ya tomó su decisión y acudirá este domingo a manifestarla en las ánforas, sobre las tres opciones posibles, la tercera, el voto blanco/viciado. Pero hay una porción de indecisos de última hora que inclinarán la balanza.

Entonces, “el día después de mañana”, cuando el mar agitado recobre la tranquilidad, cuando la calentura política amengüe y no haya marcha atrás, sabremos de las ganancias y las pérdidas de la película electoral, de las oportunidades y tal vez de los daños colaterales que cargaremos, quien sabe más allá de los cinco años del periodo gubernamental.

La agenda prioritaria no puede ser sino la lucha la pandemia, la reactivación económica, la generación de empleo y una fortalecida estrategia de reducción de la pobreza urbana y rural que, como consecuencia de la crisis sanitaria, ha trepado de 20.2 a 30.1% en tan solo un año, y sólo en el ámbito rural se incrementó de 40.8 a 45.7%

La política social del nuevo gobierno debe recoger los aprendizajes obtenidos de los planes, programas y proyectos públicos y privados, porque hay un largo sendero de experiencias, y unas más significativas que otras, que deberían de enriquecer las intervenciones exitosas para cerrar las brechas sociales y construir mayores y mejores oportunidades para todos, pero en particular para aquellos excluidos del desarrollo económico.

Y mucho de esto dependerá que los programas sociales no sean fuente de clientelaje político del Gobierno Nacional, gobiernos regionales y municipales -como ocurrió en los años del alanismo primario y del fujimorato– ni de cacicazgos regionales que aún subsisten, ante lo cual los ciudadanos tendremos algo que decir y mucho por actuar.

Las cifras que también duelen

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Un niño con desnutrición crónica y con anemia en sus primeros años de vida no podrá desarrollar plenamente sus capacidades humanas, tendrá dificultades para superar las exigencias básicas del sistema educativo, y difícilmente podrá insertarse en forma sostenible en alguna actividad productiva.

La última Encuesta Nacional Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) cuyos resultados se publicaron hace algunas semanas, revela que el porcentaje de niños menores de 5 años que padecen desnutrición crónica en el Perú alcanza el 12,1%; y la prevalencia de anemia en niños entre 6 a 36 meses afecta al 40,0%. Estas son cifras totales, pero si abordamos el problema por lugar de residencia, las brechas cobran su real dimensión. En la zona urbana la desnutrición infantil llegó a 7,2% pero en el área rural fue de 24.7%. Entre tanto, la anemia infantil afectó al 36,7% de los niños de zonas urbanas, pero al 48,4% de los infantes que viven en áreas rurales.

Recordemos que la anemia es una afección por déficit de hierro y se determina por el nivel de hemoglobina en la sangre. En promedio, la anemia en el 2020 afectó a cuatro de cada diez infantes menores de tres años (Informe Perú: Indicadores de Resultados de los Programas Presupuestales 2015-2020, ENDES. INEI, marzo 2021).

Desde la óptima de las regiones naturales, cabe decir que la anemia fue mayor en la sierra (48,6%) y la selva (46,3%) que en la costa (33,5%). Estos contrastes son equivalentes a las oportunidades de acceso a los medios de vida que tienen los infantes, un drama que el próximo gobierno tiene que abordar.

La alimentación, la salud y la educación, son elementos básicos para el desarrollo humano y es alarmante que las cifras de desnutrición crónica infantil apenas hayan descendido 2,3 puntos porcentuales entre el 2015 y el 2020; y la anemia en 3,5 en el mismo periodo (el dato comparativo entre el 2019 y 2020 muestra un progreso ínfimo de -0.1% para ambos indicadores).

Estos magros resultados reflejan no solo los problemas de la gestión de la salud pública en el país (lo vivimos cada día con la pandemia). La desnutrición y la anemia son fenómenos multidimensionales que están asociadas también a nuestros problemas estructurales: pobreza monetaria (escasos ingresos familiares), pobreza no monetaria (falta o limitado acceso a servicios de agua, saneamiento, vivienda y otros), y a factores culturales (hábitos alimenticios y de higiene).

Dos temas claves para las políticas públicas y un gran desafío para el nuevo gobierno.