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8 DE OCTUBRE, ALGO MÁS QUE UN COMBATE

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Transcurría la mañana del 10 de julio de 1879 y el capitán chileno Castleton, al mando del Matías Cousiño, recibía luego de una inútil defensa y posterior diálogo con nuestro héroe Miguel Grau, la siguiente petición de éste último:

“Bien capitán, embárquese en sus botes porque lo voy a echar a pique” [1].

Una solicitud que sería luego agradecida por el oficial chileno en una carta que a su vez Grau respondiera el 14 de agosto de ese mismo año, y en la cual nuestro héroe nacional le señalaba lo siguiente: “[mi conducta] fue inspirada por un sentimiento de humanidad, el mismo que emplearé con todo buque… en caso semejante, no mereciendo por ello ninguna expresión de gratitud” [2].

Una cuestión de humanidad.

Aquella que tuviera también Grau el miércoles 21 de mayo de 1879 cuando durante el Combate de Iquique: “sesenta y dos hombres de las aguas, que unidos a los sobrevivientes del primer y segundo intento de abordaje, totalizaban sesenta y ocho prisioneros. Los náufragos chilenos, que se encontraban ‘completamente desnudos excepto dos ó tres que conservaban la camisa’, fueron formados en cubierta y personalmente Grau dispuso que se atendiera a los heridos y se les proveyese de ropa y alimentos” [3].

La misma humanidad que de igual forma expresara el 2 de junio de ese año, doña Carmela Carbajal viuda de Prat, cuando respondiéndole a Grau la carta que éste le enviara, escribiera:

“…con hidalguía del caballero antiguo, se digna Ud. acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraban sobre la persona de mi Arturo, prendas para mí de un valor inestimable por ser, o consagradas por su afecto, como los retratos de familia, o consagradas por su martirio, como la espada que lleva su adorado nombre… tengo la conciencia de que el distinguido jefe, que arrostrando el furor de innobles pasiones sobreexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo, poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de haber sido jamás rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy segura, interpuesto, de haberlo podido, entre el matador y su víctima y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón… es altamente consolador en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América las escenas y los hombres de la epopeya antigua…” [4]

Es decir, una humanidad que se muestra superior a todo resentimiento. Una que permite a quienes la practican la posibilidad de estar en paz.

Y seguir.

Porque en la vida más de una vez se nos presentará la oportunidad en la que optemos por ejercer esta humanidad.

O quizás también, en la que decidamos no profesarla.

“Se perdona pero no se olvida”, más de una vez hemos escuchado decir.

Pero, ¿y cuál es el precio de eso?

“… El principito, que me acosaba a preguntas, nunca parecía oír las mías. Y sólo por palabras pronunciadas al azar pude, poco a poco, enterarme de todo…” [5].

Antoine de Saint-Exupéry dedicó su afamada obra a “León Werth, cuando era niño”, escribiendo lo siguiente:

“Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona grande puede comprender todo; hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa […]. Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona grande fue en otro tiempo. Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A LEÓN WERTH
Cuando era niño.”

Quizás y entonces, volviendo a nuestra pregunta, tendríamos que preguntarle al niño que fuimos: ¿por qué perdonar y olvidar?

Quién sabe si con toda su sabiduría, él nos respondiera:

“Para seguir jugando”.

O lo que sería lo mismo:

Para seguir viviendo.

¡Feliz 8 de octubre para todos!

_______

[1] “Miguel Grau, el hombre y el mar” / Jorge Ortiz Sotelo. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2003. p. 223
[2] Ídem, p. 224
[3] Ídem, p. 200
[4] Ídem, p. 204
[5] “El Principito” / Antoine de Saint-Exupéry. Tercera edición. Buenos Aires: Emecé 2012; p.8

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Don Óscar Avilés, un peruano de verdad (*)

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Uno podrá leer un libro de nuestra historia, probar nuestra comida, visitar nuestro patrimonio arqueológico, ver nuestra danzas, oír nuestra música, emocionarse viendo un cuadro, leyendo un poema, maravillarse con nuestros paisajes. Y así entonces, conocer nuestro país.

Sin embargo, conocer no es suficiente para ser.

Porque distinto es cuando partiendo de ese conocer, uno además respeta, cultiva y transmite esa peruanidad, expresando sus riquezas, sus similitudes, sus diferencias, sus raíces, su singularidad, … su patria. Eso era precisamente lo que hacía nuestro gran Óscar Avilés, enseñándonos quizás una de las más bonitas formas de identificarnos con nuestro Perú, con lo que somos, con lo que valemos, con lo que soñamos. Y así entonces, de querernos un poco más.

Don Óscar Avilés, un peruano de verdad.

Descansa en paz.

(*) Publicado inicialmente en mi cuenta de Facebook el 6 de abril del 2014

 

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Sí se puede, porque es una pasión, no un negocio

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Era la tarde de un sábado 2 de junio del 2001. Miles de hinchas peruanos salían del Estadio Monumental por el corredor que conduce hacia el Ovalo Huarochirí, pero sus rostros no expresaban alegría alguna. La imagen que reflejaba dicha salida se parecía más a la de un entierro. Todo era pena, nudos en la garganta y miradas en el piso. Algunos lloraban. Había muchos niños allí. Eran los mismos hinchas que dos horas antes habían estado gritando y festejando el gol tan solo al minuto de juego de nuestra querida selección peruana, cuando todo hacía presagiar que la victoria se quedaría en casa para alegría de los casi 60 mil corazones blanquirrojos que ese día se dieron cita al coloso de Ate. Sin embargo, terminado el encuentro y a falta de cinco fechas por jugarse de las Eliminatorias para el Mundial de Fútbol Japón-Corea 2002 nuestra selección peruana quedaba fuera de dicha justa mundialista. Aquella tarde, no se entendía nada. No se podía. El sueño estaba muerto.

 El fútbol te enseña muchas cosas.

 

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Me llamo ‘Cachito’ Ramírez

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¿Cómo te llamas?. -Le preguntaban al niño.

-“Cachito” Ramírez, solía responder.

¿Y qué jugador eres?. -Le volvían a preguntar.

-“Cachito” Ramírez, seguía respondiendo.

Una inocente forma en que alguien tan pequeño encontraba para expresar la conexión con su jugador favorito de aquel tiempo. Una respuesta que provocaba más de una sonrisa entre familiares y amigos.

Cachito Ramirez

Imagen de ZonaRosada

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