Violencia en La Parada: Marginalidad y Expectativas en el Perú

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Los noticieros en TV y los titulares de la prensa amarilla nos presentaron recientemente los hechos de violencia en La Parada, exagerando la violencia y resaltando la brutalidad de los atacantes, sin hacer notar –por ejemplo– que hubo por lo menos dos personas tratando de contener a los sujetos que golpeaban a un policía tirado en el suelo. Detrás de ello está no solamente la morbosidad de los noticieros en TV, sino también su antipatía por la alcaldesa Villarán. De todas maneras, no debemos menoscabar la importancia de estos hechos, sino más bien examinarlos con cuidado.

Es obvio que tales hechos no son puramente policiales o delincuenciales, y debemos mirarlos como un evento político de importancia, no tanto por sus consecuencias inmediatas, sino porque nos piden prestar atención a un problema muy serio en nuestra sociedad, como es el problema de la marginalidad.

El sector marginal existe tanto en áreas urbanas como rurales, y no debe ser confundido con el sector de independientes e informales, aunque tengan muchas características en común: el color de la piel, bajos niveles de ingreso, exclusión del mercado de trabajo asalariado, bajo acceso a servicios públicos (educación, salud, seguridad) e infraestructura (transporte vial, electricidad, agua y alcantarillado), etc. Estas características establecen una clara distancia o alejamiento entre estos sectores y el resto de la sociedad.

Las características propias del sector marginal son sus carencias aún mayores, que puede llevarlos casi a la indigencia, a involucrarse en actividades ilícitas, incluso criminales si se trata de áreas urbanas, pero sobre todo a un mayor aislamiento del resto de la sociedad y una pérdida total de esperanzas o expectativas, pues no esperan nada ni sienten que le deben nada al orden establecido. No tienen –pues– qué perder, y su renuencia a acatar la ley y las autoridades viene de su disposición a enfrentarse con un orden con el que no se identifican porque sienten que no solo no los beneficia, sino que incluso los perjudica. De esta manera, su distanciamiento del resto de la sociedad es aún mayor.

Ese distanciamiento explica –en el caso de los hechos de violencia en La Parada– la manera cómo la reacción de los comerciantes informales y grupos de marginados sorprende totalmente a la policía, pues ello refleja no tanto la ineptitud o falta de tacto de las autoridades, sino más bien el aislamiento en que viven el sector marginal y el sector moderno –empresas y gobierno– en nuestra sociedad.

Pero la violencia asociada con la marginalidad no es un fenómeno sobre el que tenemos la exclusividad, pues existe incluso en los países ricos, donde en los últimos años se han dado hechos de violencia y saqueos que han durado incluso varios días, siendo el último ejemplo los “riots” de Londres durante cinco días en agosto del año pasado. Tales hechos de violencia también han sido protagonizados por los sectores marginales.

En todo caso, ¿qué es lo que podemos esperar o debemos hacer? Aunque la marginalidad tiene que ver con muchos factores históricos, sociales, económicos, e incluso tecnológicos, el hecho que más destaca actualmente es la incapacidad del sector capitalista moderno de la economía de siquiera empezar a absorber al sector informal e imponer en él sus reglas de juego. Y todo esto, luego de más de veinte años de reformas económicas. Esta incapacidad se refleja en el estancamiento de los salarios reales durante los últimos veinte años, lo cual restringe el interés de los jóvenes por incorporarse al sector moderno de la sociedad.

La clase propietaria no se incomoda con la marginalidad porque no se siente amenazada por la violencia, como sí teme el aumento de las aspiraciones de la población por mejores condiciones de vida. Es decir, una clase propietaria que rechaza cualquier aumento de las expectativas de la población en general, va a estar aún menos interesada en que los sectores marginales aumenten sus expectativas, que es la condición básica para la solución de sus problemas. Este temor de la clase propietaria al aumento en las expectativas de la población acaba de ser ilustrada por el ex–presidente de CONFIEP, Roque Benavides, quien en la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) 2012, declaró que los conflictos sociales son producto de las expectativas generadas ante el crecimiento económico, pero que las empresas privadas no tienen la responsabilidad de satisfacer dichas expectativas.

Desde luego, habría que aclararle al Sr. Benavides que las mayores expectativas no vienen solamente de un crecimiento económico que no llega los pobres, sino también de las promesas incumplidas de candidatos presidenciales. Así pues, el problema no es averiguar de dónde salen las expectativas, sino encontrar cómo satisfacer las aspiraciones mínimas de los trabajadores. Visto así, parte del problema es la renuencia de la clase propietaria a considerar horizontes temporales más largos al momento de realizar sus inversiones, que la lleva a concentrar sus inversiones en las actividades más rentables y seguras del corto plazo. Esta es una actitud que podríamos llamar el “Síndrome de Alan García”, en alusión a su proclama “la plata llega sola”.

Una actitud similar a la de los empresarios es la que toma el Estado en lo que concierne a combatir el aumento de las expectativas de los trabajadores. A pesar de su holgura económica, el gobierno ha resistido las huelgas en el sector público, haciendo muy costoso para los trabajadores la obtención de mayores salarios, precisamente con la intención de evitar que cunda el “mal ejemplo” y que aumenten las aspiraciones de los demás trabajadores.

En relación específicamente a los sectores marginados, el Estado se limita a obligarlos a portar un carnet de identificación (DNI) y votar en las elecciones, pero eso nunca va a romper su alejamiento del resto de la sociedad, pues para sacarlos de la marginalidad se requiere –en primer lugar– despertar en ellos la esperanza por una vida mejor.
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El Boom Inmobiliario en Lima

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Para explicar el boom inmobiliario que vive Lima se suele argumentar que existe un déficit de más de un millón de viviendas. Este argumento es claramente muy simplista (o simplón): el déficit de automóviles es aun mayor (todo el mundo quiere tener un auto), pero eso no hace que las ventas y los precios de los autos suban en la manera en que lo han hecho las viviendas.

Una manera más apropiada de explicar esta situación es considerando los factores de oferta y demanda que afectan el sector inmobiliario y la actividad de la construcción. La principal fuente de la mayor demanda por viviendas no es tanto un aumento en los ingresos sino un aumento del crédito. Una consecuencia de este aumento son las tasas de interés real negativas de los créditos hipotecarios: los precios en dólares del m2 suben a una tasa anual mayor que la tasa de interés de los créditos hipotecarios en dólares.

Claramente, esta es una situación que no puede durar indefinidamente pues, tal como señala Milton Friedman, en economía no hay nada gratis. Alguien está pagando por esos créditos regalados, y lo más razonable es pensar que son los ahorristas, a quienes los bancos pagan tasas de interés real negativas por sus ahorros, pero también los mismos compradores quienes lo hacen al pagar por viviendas sobrevaluadas (y si están sobrevaluadas es porque en algún momento sus precios deben caer).

Otra fuente de la mayor demanda por viviendas es la reestructuración de las carteras de las familias, quienes están dejando el dólar como depósito de valor (o medio de ahorro), de tal manera que utilizan sus dólares para comprar casas. Pero este proceso de reestructuración de las carteras debe tener una duración y una magnitud limitadas.

Es muy importante entender que la única base sostenible del aumento de la demanda y los precios de las viviendas es el aumento de los ingresos. Claramente, eso no se está dando en el caso de los trabajadores, pues los salarios reales permanecen estancados desde hace 15 o 20 años. Parece, sin embargo, haberse dado en el caso de la clase media y alta (sectores A y B); y esto explicaría el hecho que en gran medida la actividad de construcción ha estado dirigida a esos sectores.

Por el lado de la oferta, la actividad de la construcción se ve estimulada por el retraso del dólar, lo cual mejora su rentabilidad en relación a la del sector transable de la economía (exportaciones y productos que compiten con las importaciones). Otro factor que afecta positivamente la oferta tiene que ver con la disponibilidad de terrenos actualmente subutilizados con construcciones de uno o dos pisos.

Pero si la producción está aumentando al mismo tiempo que suben los precios es porque el factor demanda es el dominante, lo cual refuerza la importancia del crédito bancario como impulsor del boom inmobiliario.

Todo esto no implica necesariamente que los precios de las viviendas están destinados a caer abruptamente en algún momento. Siempre existe la posibilidad que los precios alcancen un techo en el cual se estabilicen. Obviamente, mientras más dure el boom menor será la probabilidad que se dé este final feliz; es decir, con los precios de las casas puede pasar lo mismo que pasó con el precio del dólar (el tipo de cambio), el cual ha perdido más del 25% de su valor nominal en los últimos años.

Finalmente, es necesario tener en cuenta que el problema con el boom inmobiliario no se reduce únicamente a la posibilidad de una burbuja de precios. Hay también un problema de infraestructura insuficiente que ya se observa en los sectores electricidad, telefonía (internet), agua y alcantarillado. En los últimos meses han habido apagones de hasta una hora que han afectado a varios distritos al mismo tiempo, sin que se haya dado noticia de ellos en los medios de comunicación.
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La Crisis Económica Europea

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La manera como se viene presentando en los medios el problema de la crisis económica europea es muy confusa y enredada, y para muchos es muy difícil entender qué es verdaderamente lo que está pasando (y lo que puede pasar). Por un lado, se da a entender que hay un problema monetario (la “crisis del euro”), que conlleva el riesgo de que la moneda común europea desaparezca, sin quedar claro por qué esto podría ocurrir o constituir un problema económico serio.

Por otro lado, queda claro que el problema tiene que ver con deudas (de hasta 100% o más del valor del producto), déficits externos (de hasta 50% del valor de las exportaciones) y públicos (entre 5% y 10% del producto nacional), recesiones (4 años sin crecer) y desempleo (de más del 10% de la población en edad de trabajar), sin quedar claro cuál ha sido su origen o qué tienen que ver con la “crisis del euro”. Trataremos a continuación de hacer una exposición, en lo posible sencilla y comprensible de estos problemas.

Para empezar, debemos tomar en cuenta que hay varios países europeos (incluyendo no solamente España y Grecia, sino también Italia y Francia) agobiados por las deudas de sus sectores público (gobierno) y privado (empresas y familias), tanto con bancos domésticos como extranjeros. Esta carga de la deuda agrava los déficits y restringe el gasto, tanto público como privado, lo cual afecta negativamente la demanda agregada y, por tanto, la producción y el empleo.

La explicación más general que se puede dar del excesivo endeudamiento es que esos países (sus gobiernos, empresas y familias) se endeudaron porque los bancos les prestaron dinero, y estos les prestaron dinero porque tenían un exceso de fondos. Esos fondos fueron el resultado de una gran expansión de la liquidez internacional durante los últimos 20 o 30 años. A ello hay que agregar los desbalances externos que obligaron a muchos países a endeudarse, y permitieron a otros países como China y los exportadores de petróleo, acumular enormes fondos de dinero que terminaron en las manos de grandes bancos. Estos bancos luego se vieron en la necesidad de colocar dichos fondos, otorgando créditos muy riesgosos. Todo esto fue alentado por el crecimiento de la actividad financiera a nivel mundial, que fue hecha posible –a su vez- por la desregulación y la creciente sofisticación financiera, pero también por las bajas tasas de inflación a nivel mundial.

Pero junto con el gran endeudamiento, también hubo una pérdida de competitividad de los países europeos frente a la competencia extranjera, lo cual les impide no solo revertir sus déficits externos, sino también combatir el desempleo aumentando sus exportaciones y sustituyendo importaciones por producción doméstica. Se puede decir que la causa más importante de esta pérdida de competitividad ha sido la incorporación de China, así como la mayor integración de otros países emergentes, a la economía mundial durante los últimos 20 años (la globalización).

El modelo económico chino pone énfasis en el crecimiento de sus exportaciones, lo cual se hace necesario, y a la vez posible, por el bajo nivel de gasto (o alta propensión al ahorro) de las familias chinas. La competencia china y de otros países emergentes tales como India y Brasil permitió mantener bajas tasas de inflación a nivel mundial, pero ello a costa de perjudicar los sectores manufactureros de los países ricos, los cuales no han sido capaces de competir con los productos de bajo costo provenientes de los países emergentes (un trabajador europeo o norteamericano puede ganar hasta 20 veces lo que gana un trabajador chino).

Debemos finalmente agregar que estos problemas de deuda y de falta de competitividad de los países europeos se vieron agravados por sequías (atribuidas al cambio climático) y los altos precios del petróleo (atribuidos al agotamiento progresivo de los recursos naturales no renovables).

En una situación de este tipo, países que son miembros de la Comunidad Europea no pueden aliviar sus problemas de deuda –ni siquiera temporalmente- porque no tienen un prestamista de última instancia (un banco central) propio. De la misma manera, tampoco pueden tratar de recuperar su competitividad devaluando sus monedas, porque no tienen moneda propia. Entonces, gran parte del problema de no poder pagar deudas y de no poder competir tiene que ver con la moneda común (el euro), la cual es administrada por el Banco Central Europeo (BCE).

Una opción de los países europeos altamente endeudados es abandonar el euro, de tal manera de recuperar el control de sus políticas monetarias, y tener un banco central propio que pueda financiar, por lo menos temporalmente, los déficits del sector público y reducir sus tasas de interés, contribuyendo de esa manera a reducir el costo de pagar las deudas y a aumentar el nivel de gasto (y producción). De la misma manera, pareciera ser posible que -si se tiene moneda propia- se puede recurrir a una devaluación para recuperar la competitividad abaratando la producción doméstica en relación a productos extranjeros (con respecto a cuyas monedas se ha devaluado).

Pero el problema es que es un poco difícil llevar adelante ambas tareas simultáneamente. En efecto, una cuestión axiomática en la teoría económica es que los países no pueden manejar independientemente su política monetaria (su oferta de dinero) y su tipo de cambio. La razón es relativamente sencilla: el manejo a voluntad de la oferta de dinero por el banco central debe afectar necesariamente la demanda de moneda extranjera, y por tanto el tipo de cambio. No se puede, pues, manejar a voluntad (de manera arbitraria) ambas variables al mismo tiempo. Una opción en este caso es el control de cambios, pero ningún país puede mantener controles de este tipo sin causar serios problemas económicos.

Aunque deberíamos esperar que las políticas monetarias expansivas también provoquen una devaluación de la moneda, lo más probable es que también haya un aumento en el nivel de precios que impida una devaluación en términos reales. En todo caso, si países como España y Grecia deciden abandonar el euro para tener su propia moneda (y política monetaria), pueden aliviar en alguna medida la carga de la deuda, pero sin poder al mismo tiempo solucionar el problema de la falta de competitividad. Esa es una de las razones por las cuales (todavía) no han tomado dicha decisión. Deben hacer, entonces, un análisis de costo/beneficio. El costo de no abandonar el euro es someterse a las condiciones del BCE (Alemania, básicamente) para recibir ayuda financiera que les permita pagar sus deudas y financiar sus déficits.

Esto último resulta muy costoso para los países deudores porque las condiciones requerirán básicamente –tal como lo hacía el Fondo Monetario Internacional (FMI) con las cartas de intención que firmaban nuestros gobiernos- reducir el gasto público y aumentar los impuestos, agravando con ello los problemas de la recesión y el desempleo. Lo que hay detrás de esto, es que los fondos a ser prestados por el BCE (que recientemente ha creado un fondo de rescate de 100,000 millones de euros) serían utilizados por los países endeudados no para invertirlos sino básicamente para pagar las deudas que tienen con la banca privada. En una situación de este tipo los bancos pierden mucho poder de negociación, porque para los países no es muy atractivo someterse a severas condiciones para recibir dinero que solo les va a servir para pagar sus deudas. Esto explica por qué países endeudados se niegan a recibir “ayuda” o a ser “rescatados” por el BCE. Lo que debe quedar claro, en todo caso, es que los verdaderos beneficiarios de la ayuda serían los bancos acreedores.

Otra razón que tendrían los países deudores para abandonar el euro es que no hacerlo les impediría usar la devaluación para recuperar su competitividad. Pero tampoco nos podemos engañar y ver la devaluación como una solución segura de este problema: a final de cuentas lo que se busca con una devaluación es reducir los costos, y sobre todo los salarios reales. Una manera de recuperar competitividad sin reducir salarios es aumentar la productividad de la mano de obra, mediante el progreso técnico y la mayor calificación, pero esas son opciones disponibles solo en el mediano o largo plazo. Otra opción –esta vez para evitar una mayor caída de los salarios reales- es la migración, fenómeno que al parecer ya está ganando fuerza.

Finalmente, debemos tener muy claro que con la crisis ya se ha perdido mucho dinero, y que el problema ahora es quién paga por ello. Debe ser claro también que la culpa es tanto de los bancos acreedores (por prestar dinero sin evaluar riesgos) como de los países deudores (por malgastar el dinero que les prestaron). Ello implica, pues, que el costo debe ser compartido por deudores y acreedores. El costo que estos últimos tendrían que asumir se daría en la forma de una condonación parcial de las deudas en la forma de reducción de las tasas de interés y refinanciación de los créditos, algo a lo que los bancos privados se oponen tajantemente, afectando de manera negativa la opción de los países deudores por permanecer en la zona del euro.

Esto último en parte explica la posición de Alemania en el manejo de la crisis: gran parte de los bancos acreedores son bancos alemanes. Algún ejecutivo bancario alemán acusaba hace unos meses a los griegos de ser flojos y corruptos. Lo más probable es que él no haya descubierto eso recién en el momento que los griegos dijeron que no podían pagar, y que su opinión de los griegos haya sido siempre la misma. En ese caso, la pregunta sería ¿y por qué les prestaron dinero?

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El problema del transporte urbano en Lima Metropolitana

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El tamaño del parque automotor de Lima Metropolitana es actualmente de más de 1.5 millones de vehículos, y está creciendo a una tasa anual de 15%, la cual –de mantenerse- hará que dentro de 5 años el número de unidades se duplique a 3 millones.

En gran medida como resultado de este crecimiento del parque automotor, han surgido una serie de problemas que hoy parecen imposibles de resolver; problemas tales como la lentitud del tráfico, el agravamiento de la contaminación ambiental, y el aumento del número de accidentes provocados básicamente por los conductores (la gran cantidad de “rompemuelles” en la ciudad nos dice de la poca disposición de los conductores para respetar voluntariamente las reglas de tránsito).

Esta situación resulta en parte del hecho que, por mucho tiempo, se ha incentivado el uso de vehículos motorizados mediante las normas de tránsito, la provisión de infraestructura (puentes peatonales), y otras reglas de juego (importación de vehículos usados; pasajes escolares y universitarios).

La gravedad de los problemas asociados a la circulación de un elevado número de vehículos motorizados ha llevado a muchas ciudades en el mundo a tomar una serie de medidas, tales como prohibir la circulación de vehículos por cierto número de días a la semana, o por su antigüedad, buscando de esta manera reducir el tráfico de vehículos.

Sería más eficiente, sin embargo, reducir el tráfico de vehículos motorizados aumentando el precio del combustible, instalando parquímetros, castigando con más rigor las infracciones de tránsito, haciendo más rigurosas las revisiones técnicas, etc.

Pero más eficiente aún sería promover el uso de medios alternativos, no motorizados, de transporte urbano, tales como la bicicleta. De hecho, en grandes urbes alrededor del mundo (sobre todo en Estados Unidos y en Europa), no solamente se ha levantado infraestructura sino también se han implementado programas especiales, tales como el alquiler compartido de bicicletas como una manera de facilitar su uso.

Si bien proveer la infraestructura apropiada –ciclovías, barras de aseguramiento de bicicletas, etc.– y tomar otro tipo de medidas puede ser muy útil, la mejor manera de promover el uso de la bicicleta es hacer que los niños y jóvenes descubran la magia del ciclismo, y eso no debería ser difícil en una ciudad como Lima, pues –por sus características naturales– Lima es un paraíso para el ciclismo: la ciudad es básicamente plana, no llueve, no corre viento, no hace ni el frío ni el calor que hace en casi cualquier otro lugar del mundo, y no existen cambios abruptos en el estado del tiempo.

En estas circunstancias, puede ser muy fácil lograr que muchos jóvenes sueñen con volverse ciclistas profesionales, simplemente haciéndoles montar una bicicleta de buena calidad, bien preparada y con ruedas de alta presión para que descubran que pueden pedalear, en una superficie plana y con la ropa adecuada, a una velocidad de 25km/h, sin mayor esfuerzo y sin cansarse. Y esas pruebas deberían ofrecérseles en los colegios.

El problema es que los colegios no tienen ni una sola bicicleta, ni proveen a los jóvenes de ningún tipo de educación ciclística, en que se
les enseñe a dar importancia al buen mantenimiento de sus bicicletas en cuestiones tales como el balanceo y la presión de las llantas, la altura correcta del asiento, la distancia apropiada entre el timón y el asiento, o la geometría y rigidez del cuadro o chasís de sus bicicletas en general. Ni siquiera se les enseña sobre el uso correcto de sus bicicletas, particularmente de los cambios de velocidad. De esta manera, los jóvenes en Lima no solo montan bicicletas de mala calidad y pésimo mantenimiento, sino que ni siquiera las usan bien.

Tenemos también el tremendo problema de que el ciclismo ha desaparecido como deporte en el Perú, y ya no se realizan las competencias que había en el Campo de Marte de Jesús María, y en el velódromo de San Martín de Porres. Es más, el ciclismo prácticamente no existe en los programas deportivos de la televisión.

Otro gran problema es la seguridad de los ciclistas, pues a los conductores no se les enseña a respetar a los ciclistas, y su reacción frente a un accidente que lastime a un ciclista es simplemente darse a la fuga. Es más, en el proceso de emisión de licencias de conducir por el Touring Club ni siquiera se advierte a los conductores sobre las precauciones que deben tomar en relación a los ciclistas.

Por último, debemos tener en cuenta que la bicicleta es el medio de transporte que le corresponde al 80% de la población limeña por su nivel de ingreso, la cual podría llegar de sus hogares a sus centros de estudio o de trabajo más rápidamente que usando el transporte público –y, de paso, entreteniéndose y ejercitando para mantener un buen estado físico.

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El Exceso Mundial de Liquidez y la Carga de la Deuda

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La presidente de Brasil, Dilma Rousseff, acusó hace unos días a los países ricos de estar desarrollando un “tsunami monetario”, y expresó su preocupación por las políticas monetarias expansivas de esos países, sus bajas tasas de interés, y su afán por devaluar sus monedas. Ello es confirmado por el aumento récord de 20% de la oferta de dinero (M1) por la Reserva Federal el año pasado, el reciente incremento por un total de $1.43 billones (millones de millones) de fondos de rescate por el Banco Central Europeo y el FMI, y la resistencia de los gobiernos europeos a equilibrar sus cuentas fiscales.

¿Qué exactamente buscan con ello, y por qué puede ser esto un problema para otros países? Las respuestas pueden no ser muy sencillas, dado lo complicado de los problemas que están detrás. Podemos decir, sin embargo, que son dos los objetivos básicos que se persiguen o se deben perseguir: ordenar los mercados financieros y cerrar algunos desequilibrios fundamentales.

Para ordenar los mercados financieros es necesario primero repartir entre los bancos y los deudores las pérdidas económicas causantes de –y causadas por– la crisis. Y el reciente caso de Grecia es un ejemplo muy claro de ello: los bancos han tenido que negociar con Grecia qué porcentaje de la deuda debían condonar para evitar que el país se declare en quiebra (dejase de pagar).

El monto gastado hasta ahora para rescatar la economía mundial es estimado en $14 billones (unas 80 veces el PBI peruano), y nos da una idea de la magnitud de esas pérdidas, provocadas en gran medida por la desregulación, la financiarización y la globalización de los últimos 30 años, fenómenos que facilitaron un enorme crecimiento y mayor sofisticación de los mercados financieros, pero también dificultaron tremendamente su administración.

Actualmente, el problema básico detrás del desorden financiero es la carga de deuda que agobia a los sectores públicos y privados en muchos países ricos, sobre todo Estados Unidos y los países de Europa Occidental con la excepción de Alemania, deuda que está en manos de China, los Tigres Asiáticos y los países exportadores de petróleo.

Un problema con los mercados financieros es que lo que es un activo para unos es un pasivo para otros, por lo que su crecimiento puede agilizar el funcionamiento del sector real de la economía, pero no constituye por sí solo un aumento de la riqueza neta de un país. De esta manera, estos mercados deben sufrir graves problemas si esos activos (y pasivos) terminan por estar distribuidos de una manera totalmente dispareja. Y eso es lo que ha terminado por ocurrir durante los últimos 30 años.

Tomando en cuenta que la deuda pública –que no es (o tiene que ser) igual a la deuda externa de un país– de muchos países ricos sobrepasa el 100% de su PBI, y dado que las tasas nominales de interés ya no pueden caer más, se requiere ahora aumentar los niveles de precios para reducir tanto el valor real de la deuda como el costo de su servicio. Economistas tan destacados como Paul Krugman y Kenneth Rogoff han coincidido hace poco en reconocer que puede ser necesario un poco de inflación. Y aumentar la oferta de dinero es una manera de lograrlo. Esta salida es una manera de hacer que los acreedores (o ahorristas) a nivel mundial paguen una parte del costo de la crisis.

Pero tanto o más necesario que ordenar los mercados financieros es corregir algunas distorsiones de precios, con el fin de eliminar algunos desequilibrios fundamentales que afectan actualmente la economía mundial, el más importante de los cuales son los déficits en Cuenta Corriente que los Estados Unidos ha mantenido por tres décadas. Devaluar el dólar en términos reales es una forma de lograr ese objetivo, pero eso va a ser muy difícil de lograr dado que requiere que la tasa de devaluación sea mayor que la de inflación, lo que a su vez requiere una menor demanda mundial por dólares.

Otro desequilibrio fundamental es el que en la literatura económica se denomina “exceso global de liquidez”, y que se refiere al crecimiento desproporcionado de la liquidez mundial con relación al valor nominal del producto mundial, y que se refleja en la caída de las tasas de interés, lo cual a su vez induce un manejo muy relajado de los fondos financieros. Este es un problema que se va a complicar si Estados Unidos sigue aumentando su oferta de dinero sin producir una devaluación del dólar; o sea, sin lograr que baje la demanda por su moneda.

Debemos notar que este exceso global de liquidez fue alimentado en gran medida por el creciente endeudamiento (déficits en Cuenta Corriente) de Estados Unidos, a su vez hecho posible por un sistema monetario internacional asimétrico, donde la creciente demanda mundial por liquidez se traduce en una mayor demanda por dólares y valores norteamericanos (en lo cual el Banco Central peruano ha puesto su granito de arena acumulando más de $50,000 millones en reservas internacionales durante los últimos 20 años). Esto sugiere la necesidad de reformar el sistema monetario internacional, de tal forma que la liquidez global sea administrada por consenso internacional.

Pero también debemos tomar en cuenta que la caída en las tasas de interés asociada al exceso global de liquidez refleja al mismo tiempo el hecho que los sectores reales de las economías no encuentran la manera de hacer un uso productivo de los fondos de inversión. Ello obviamente tiene que ver con la caída en la competitividad de los países ricos con relación a las economías emergentes. Es necesario, entonces, que los países ricos aceleren su progreso tecnológico, bajen sus salarios reales y reduzcan el poder monopólico de las grandes corporaciones. Obviamente, eso no es nada fácil.

Finalmente, debemos hacer notar que aun cuando se tomen las “medidas correctas”, el proceso de recuperación no va a ser fácil. Hay mucho dinero que ya se ha perdido, y ahora hay que pagar por ello (y encontrar quién lo va a hacer). Debe también estar claro que si no se toman las medidas correctas, ello no debe implicar necesariamente una gran hecatombe, pero sí un crecimiento vegetativo de la economía mundial por mucho tiempo.
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Yanacocha: Hay que pagarle al cerro

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El presidente Humala parece haber decidido renegar de sus promesas electorales concernientes a la consulta previa a que iban a estar sujetos los grandes proyectos mineros en el país. La declaración del estado de emergencia en Cajamarca así lo revela.

Esto no es algo que debe llamarnos la atención. Ya tuvimos dos casos de “cambio de opinión” de candidatos, con Fujimori en 1990 y con García en el 2006. La clase propietaria peruana no necesita sacudirse de su indolencia política para tener el gobierno que más apetece. Solo tiene que “palabrear” al candidato ya elegido.

Tampoco nos debe llamar la atención la insistencia de Yanacocha en llevar adelante un proyecto que enfrenta la férrea oposición de la población. El aumento del precio del oro hace que la rentabilidad del proyecto haya subido de manera extraordinaria.

Tampoco nos debe llamar la atención la actitud general de la prensa peruana, que usa el término “antiminero” para referirse a la población opuesta a la actividad minera, en contraste -por ejemplo- con el uso de la expresión “nuclear activists” empleado por la prensa europea para referirse a los movimientos opuestos a la expansión de la red de plantas nucleares. Si para la clase propietaria no es muy difícil convencer a un presidente, ganar la simpatía de los medios de comunicación debe ser algo muy sencillo.

Lo que sí podría llamarnos la atención es la antipatía general de los pueblos de la sierra hacia las grandes empresas mineras. Sin embargo, las razones también son aparentes.

Una de ellas son los costos ambientales de la minería, sobre todo en perjuicio de la agricultura. Y comparado con los costos ambientales, el valor agregado que las empresas mineras dejan es muy pequeño. La población es consciente de los grandes beneficios obtenidos por las mineras y siente que no está recibiendo la parte que le corresponde. Este asunto gana importancia como consecuencia del aumento de las expectativas del público como resultado de la elección de Humala. Fenómenos de este tipo son muy temidos por las clases propietarias de todo el mundo.

Existe una antigua tradición entre los pequeños mineros en el Perú de “pagarle” al cerro del que van a extraer el mineral, con el fin de ganar su simpatía y poder llevar adelante sus labores provechosamente. Se suele, por ejemplo, enterrar en el cerro algún animal preparado que sirva de alimento al cerro. Es posible que la tradición haya sido originalmente sugerida por los pobladores de la zona –ansiosos por también beneficiarse de la extracción de recursos que consideraban suyos–, los cuales durante la noche desenterraban el regalo para su propio consumo. Las empresas mineras deberían seguir ese ejemplo, pagando mayores salarios, construyendo infraestructura, colegios, hospitales, etc., en las zonas donde desarrollan sus actividades.

El país debe tomar en cuenta que ni siquiera necesita que el oro sea extraído para aumentar su riqueza. Dejando al oro en sus yacimientos el país ya está ganando dinero, pues el valor de nuestras reservas va subiendo con el aumento del precio real del oro en los mercados internacionales.

También debemos ser conscientes que la amenaza de las mineras de llevarse su dinero del país no puede tomarse en serio, pues simplemente no tendrían adónde llevarlo. Si hay algo que sobra en todo el mundo en estos momentos son fondos de inversión. Lo que falta, más bien, son oportunidades de inversión rentables.
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Un cuarto de kilo de Viagra, por favor

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¿Han escuchado alguna vez de algún individuo que se acerque a una farmacia y pida ¼ de kilo de Viagra? Probablemente no. Ningún hombre necesita una dosis tan elevada del producto para llevar adelante su actividad sexual satisfactoriamente. Existe, sin embargo, la posibilidad de que el individuo exista. Podría, por ejemplo, querer dar la impresión que tiene una profusa actividad sexual. Lo más probable, sin embargo, es que piense que requiere una dosis muy alta para poder cumplir a plenitud con su mujer; e incluso la idea podría haber sido originalmente de ella. Pero, obviamente, tal dosis podría ser peligrosa para él (no digamos para ella también).

La acumulación de $50,000 millones de reservas internacionales por el Banco Central de Reserva del Perú (BCR), un nivel nunca antes alcanzado por el Perú, sea en términos absolutos o relativos, refleja una actitud similar a la del tipo que quiere comprar ¼ de kilo de Viagra en la farmacia. Efectivamente, aunque el BCR esgrime varios argumentos buscando justificar la acumulación desmedida de reservas –como veremos–, ninguno de ellos es válido, ni compensa al país por los costos y riesgos que dicha acumulación implica.

El principal argumento a favor de dicha acumulación es que ésta es necesaria para “blindar” la economía peruana frente a las vicisitudes de la economía mundial, esto es, de la posibilidad de que caigan los precios de nuestras exportaciones –básicamente minerales–, o de que se origine una repentina y masiva fuga de capitales del país. Sin embargo, no es razonable pensar que dichas eventualidades vayan a presentarse.

En primer lugar, la probabilidad de una caída significativa de los precios de los minerales en un futuro cercano (y lejano) es muy baja, dada la tendencia al alza de dichos precios en los mercados internacionales; también del hecho de que no se ha dado una burbuja de precios luego de la caída del 2008; y también porque el rol de Asia –y de China en particular– como importadores de minerales durante la última década ha estado creciendo a costa de Estados Unidos y Europa, que son las dos regiones más afectadas por la crisis mundial.

En segundo lugar, la probabilidad de que ocurra una fuga de capitales como resultado de trastornos de la economía doméstica, es también exigua. De hecho, las bajas tasas de retorno y los altos niveles de riesgo en los mercados financieros de Estados Unidos y Europa, provocarán más bien un influjo de capitales hacia nuestros países en un futuro no muy lejano. O sea, aun cuando tuvieran muchas razones para abandonar el país, los capitales no saldrían porque no tienen adónde ir.

En todo caso, con políticas mucho menos costosas –alternativas a la acumulación de reservas– se pueden evitar los flujos súbitos de capitales –y no solamente sus consecuencias. Una de ellas es la introducción de un impuesto a las transacciones financieras, tal como fue sugerido originalmente por James Tobin, Premio Nobel de Economía, con el fin de restringir los flujos de fondos especulativos de corto plazo. Este tipo de impuesto, tal como nos hacía notar Paul Krugman recientemente, es aplicado incluso por dos países que son considerados como los de mayor libertad económica en el mundo, como son Hong Kong y Singapur. De manera similar, existen otros instrumentos alternativos que se pueden usar con el propósito de atenuar la volatilidad excesiva de los flujos de capital. Entre ellos podemos mencionar la tasa de interés de referencia del BCR; el límite máximo de fondos a ser invertidos en el extranjero por las Administradoras de Fondos de Pensiones; el requerimiento de reservas por depósitos bancarios en moneda extranjera; etc.

Otro argumento con que el BCR justifica un elevado monto de reservas es que eventualmente necesitará usarlas para atenuar la volatilidad del tipo de cambio mediante su intervención en el mercado cambiario. Sin embargo, es discutible que se necesite un monto tan elevado de reservas para cumplir con tal propósito, pues –por ejemplo– los Bancos Centrales de Chile y Colombia, países que tienen sectores externos mucho más grandes que el Perú tienen un menor volumen de reservas. En efecto, mientras que las reservas internacionales del Perú representan actualmente un 80% del valor total de su comercio exterior –valor de las exportaciones + importaciones anuales de bienes y servicios–, en el caso de Chile equivalen a solo 25%, mientras que en el caso de Colombia equivalen al 48%.

En todo caso, la acumulación de reservas que ha resultado de la intervención del BCR en el mercado cambiario no puede ser presentada como el resultado de una política de reducción de la volatilidad del tipo de cambio, pues en dicho caso el nivel de reservas pudo haberse mantenido básicamente constante. Es obvio que la intención ha sido más bien evitar la revaluación del sol, esto es, la devaluación del dólar.

Otro argumento usado para justificar el elevado nivel de reservas es que la dolarización de la economía así lo requiere. Sin embargo, la dolarización es precisamente una de las razones por las cuales el país requeriría de un menor nivel de reservas para enfrentar una eventual fuga de capitales. Efectivamente, una fuga de capitales debe generar una menor demanda por moneda extranjera si parte de los fondos ya están inicialmente denominados en dólares. Debe entenderse, pues, que la dolarización de la economía no necesariamente implica una mayor demanda, pero sí una mayor oferta de moneda extranjera.

Pero la obsesión por acumular reservas –que recuerda las políticas mercantilistas de las potencias coloniales europeas a lo largo de tres siglos– no solamente es injustificable, sino que tiene importantes costos para el país. ¿Cuáles son esos costos?

Un primer costo, resulta del hecho que gran parte de que esos $50,000 millones son invertidos por el BCR en el extranjero en activos líquidos que ganan intereses muy bajos, y negativos en términos reales. Además, en gran medida tales activos están denominados en dólares o en euros, lo cual es muy riesgoso por la tendencia a la baja de dichas monedas. En el caso del dólar, el principal interesado en devaluar dicha moneda es el mismo gobierno norteamericano, pues ésta podría ser la única forma que encuentre para cerrar su déficit en cuenta corriente y pagar su deuda pública. En el caso del euro la situación es más complicada, pero similar.

Además, los valores que conforman nuestras reservas internacionales son, a final de cuentas, dinero que nuestro país presta a los países ricos. Y ha sido el mismo presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, quien ha mostrado su preocupación por la gran disposición que mantienen nuestros países para prestar dinero a los países ricos, que ahora no tienen con qué pagar sus deudas. Y a ese problema ha contribuido del BCR con su granito de arena.

Un segundo costo resulta del dólar sobrevaluado con respecto a su valor de libre mercado –producto de la acumulación de reservas por el BCR–, y es que contribuye a aumentar las sobreganancias de las corporaciones mineras (y de las mafias de narcotraficantes), a las cuales el Estado luego se niega a cobrar los impuestos que les corresponde pagar por rentas que resultan de la extracción de productos mineros que mantienen altos precios en los mercados internacionales. Y ello expensas del agotamiento de nuestros recursos naturales.

Un tercer costo concierne los elevados costos de administración de dichos fondos; y la depreciación del dólar y de las monedas de los demás países ricos, monedas en las cuales están denominados los valores incluidos en dichos fondos.

Pero el costo más importante del mantenimiento de las reservas es el costo de oportunidad. Efectivamente, invertir por lo menos parte de ese dinero en infraestructura, salud y educación en nuestro país sería no solamente mucho menos riesgoso sino también mucho más rentable. La situación actual es solo una manera de mantener nuestros recursos ociosos (¿recuerdan al “perro del hortelano”?).

Se podría objetar nuestra propuesta argumentando que los dólares que conforman las reservas en realidad no pertenecen al BCR, por lo que no podrían ser gastados. Pero del total de reservas, más de $30,000 millones conforman la posición de cambio del BCR, que excluye sus obligaciones en moneda extranjera con los bancos locales y otros agentes domésticos.

Otra objeción sería que gastar (invertir) parte de las reservas podría causar inflación. Pues, para empezar, cualquier tipo de inversión, incluyendo la inversión extranjera, al aumentar la demanda agregada, es potencialmente inflacionaria, por lo que el riesgo inflacionario no puede ser una razón para oponerse al aumento de la inversión. Lo importante es cuál es el gasto que se realiza y cómo es éste financiado. Además, si se deja de comprar dólares y de acumular reservas, el efecto depresivo sobre el tipo de cambio contribuiría a contener las presiones inflacionarias.

No hay, pues, razones válidas para mantener un nivel tan alto de reservas, no solo porque dicha política es costosa y riesgosa, sino también porque implica mantener ociosos nuestros propios recursos.

Ante argumentos que apelan a nuestro sentido común, ¿cómo explicar, entonces, la política obstinada del BCR de acumular más y más reservas? Ya hemos indicado que dicha acumulación tiene que ver –en parte– con la intervención del BCR en el mercado de cambios con el propósito de prevenir la revaluación del sol. Otro propósito, aún más importante, es ganar la simpatía y la confianza de los grandes bancos y corporaciones internacionales, así como de organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a quienes les interesa sobre todo nuestra capacidad para cumplir con nuestros acreedores.

De esta manera, el rol de estos bancos internacionales y organismos multilaterales es similar al de la mujer que sugiere al individuo comprar ¼ de kilo de Viagra.
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The Windfall Taxes on Extractive Industries in Peru

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It has been announced that the new Peruvian government has begun negotiating with mining corporations concerning windfall taxes on extractive industries, currently profiting from the continuous increase of mineral prices in global markets, but that –anyway– remain unwilling to accept any tax increases.

When studying production, international trade and general equilibrium, neoclassical economic theory does not generally distinguish between renewable and non-renewable resources and, apparently, we should not be able to find solid arguments in favor of higher taxes –or a different tributary regime, in general– to be applied to corporations exploiting non-renewable resources.

However, I will try to suggest here some arguments in that sense. A first question to be considered is that the difference between exploiting renewable and non-renewable resources is analogous to the difference between renting and selling a property: when renting a property we remain the owners of the property at the end of the renting contract, which is not the case when we sell it. In effect, although the business press typically uses the term “production” when referring to the extraction of non-renewable resources, it is clear that such resources cannot be produced, and are depleted by their exploitation.

A second question to be considered is that the extraction of non-renewable resources is a case of intergenerational trade: if we consume our non-renewable resources now, future generations will not be able to do the same. Obviously, it can always be argued that we can presently invest the revenue acquired by extracting those resources, thus allowing future generations to enjoy at least part of the benefits. However, there is not only the problem that we will not necessarily invest those resources in a productive way, but also the fact that it would be impossible to find a sensible way to distribute those benefits among different generations.

Going to the point, it is important to understand that a concession to a foreign company for exploiting renewable resources is equivalent to renting a property for which we receive periodical payments, and regain control of the resource at the end of the contract. We can be certain that such operation will have a positive return as the discounted value of the periodical payments will necessarily be larger than zero for any positive discount rate (we are assuming here that the resource does not suffer any deterioration during the concession period).

On the other hand, a concession to a foreign company for exploiting non-renewable resources is equivalent to selling a property for a given price (payment). In order to make the comparison easier, we can assume that the payment is made through a period of time. In this way, we can say that the operation will have a positive return only if the discounted value of those payments is larger than the current value of the resources being sold, and this cannot occur for any positive discount rate.

As we can see, even if we cannot directly compare the rates of return of both operations – to begin with, we do not have the current value of the non-renewable resources being sold, although we are assuming it is positive– we can be certain that the rate of return of the concession of non-renewable resources will not necessarily be positive. Thus, higher taxes on these operations can be seen as a way of increasing the probability we will obtain a positive return.

But we can find even additional reasons for higher taxes to be charged on corporations operating in the extraction of non-renewable resources. One of them is the low domestic value added they generate because of their use of capital-intensive technology –that reduces the demand for labor and, thus, the amount of wages they pay– and the fact that they are usually foreign-owned –which lowers the amount of profits that remain in the country.

Another reason has to do with the environmental damages caused by extractive industries, which imply that the final domestic value added is actually lower, as it is necessary to subtract the cost of fixing such damages. This fact is behind the numerous uprisings of Andean communities in Southern Peru rejecting the entry of mining corporations into their lands.

One more reason is that taxes are usually charged on the corporations’ profits, which can be easily undervalued by the manipulation of transfer prices. Besides, although an exchange rate revaluation is usually brought about by higher export revenues (the “Dutch disease”), which can have a negative effect on their profits –and those of other businesses in the tradable sector of the economy–,central banks’ intervention in foreign-exchange markets usually seek to revert such effect.

One final reason is given by the fact that the prices of minerals and other natural resources will most likely keep on going up because of the larger demand that results from the growth of emerging economies and their closer integration to the global economy; and the higher taxes would be a way for developing countries to receive a fair share of the earnings.

Transnational corporations operating in this business have their own counterarguments. The stability-of-the-rules argument is fallacious and used by them because they currently enjoy favorable tributary conditions, and would not be used otherwise. In any case, rich countries have found in the signing of free trade agreements –negotiated bilaterally– an effective way of protecting the interests of their corporations by including this issue among the clauses of those agreements.

The country-risk argument –or the threat of capitals moving out of the country if taxes are increased– is simply nonsense. First, because exporting developing countries can reach agreements concerning similar tributary regimes on extractive industries. Second, because it would be very difficult for those corporations to find alternative activities in which they would be able to obtain the same -or higher- profit rates, as a global depression of such rates is currently being observed.

Because of the support foreign corporations receive from the domestic private sector and corrupt politicians –something that increases their negotiating power– it usually results cheaper for them to defend their interests spending in propaganda, instead of agreeing to pay more taxes or investing in the protection of the environment.

The fact that during the recent presidential campaign in Peru all main candidates expressed their support –some of them perhaps unwillingly– to the introduction of windfall taxes, reveals an increasing public awareness of the problem that politicians will not be able to ignore.
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The Recent Growth of Mortgage Credit in Peru

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The Association of Banks –Asbanc– recently announced in its website that in May of this year private-banks’ mortgage credits amounted to a total of more than 17 billion soles, which represents an increment of 27% with respect to May of 2010. According to Asbanc, this rapid increase is the result of “a strong housing demand, given the high deficit of housing”, and that the banks have limited themselves of satisfy such demand “increasing their credit supply”.

Although Asbanc appears to give more importance to the effect of demand, it is obvious that, as in every market, both the price (the interest rate) and the quantity (the amount of credits) are simultaneously determined by supply and demand, and that an increase in the amount of credits can be brought about by an increase in any of them. However, there a very important difference: increases in demand should cause, ceteris paribus, a rise in the interest rate, while increases in supply should result in lower interest rates.

What appears to be happening in this case is that the most important effect is that of an increase in the supply of credit, and that, as a result, we may now have real interest rates that are excessively low to be maintained much longer. In fact, given that the current nominal interest rate charged for mortgage credits is 8.4%, while the value of the dollar with respect to the sol has fallen in seven of the last eight years at an average annual rate of 2.9%, simple arithmetic tells us that the nominal interest rate in soles is only 5.5%, which appears to be low in the case of a nominal, long-term rate.

But the relevant variable in this case is the real interest rate, which can be calculated in two different ways. A first way is subtracting the Central Bank’s “underlying inflation” (3%) from the nominal interest rate (5.5%), which gives a real interest rate of only 2.5%. A second way is subtracting not the “underlying inflation” but the inflation rate of housing prices. In this case –and taking into consideration that, according to the Peruvian Chamber of Construction, Capeco, and the BBVA-Banco Continental, the dollar price of a square meter currently grows at about 15% a year in some districts of Lima– we find that the corresponding inflation rate in soles is 12.1%, which in time gives us a real interest rate in soles equal to -6.6% (i.e., 5.5% minus 12.1%).

Thus, it is apparent that in this case the effect of the increase in supply outweighs that of the increase in demand; and the longer terms at which loans are being granted only corroborates our assertion. As a result, the current real cost of credit may be excessively low, and even negative. Although there has been an increase in demand –caused by the rise in households´ income; and by the de-dollarization process that has led to the substitution of the dollar for real state as a means of saving; and even by the existence of a contained demand–, on the other hand, several factors contributing to an increase in the supply of funds can be identified, the most important one being the low rate of return on financial funds in international markets, caused by a world excess of dollar liquidity.

Although there are several ways of objecting the accuracy and relevance of the figures involved, it appears to be obvious that the behavior of the variables involved –i.e., the rates of interest, inflation and devaluation– cannot be sustained in the medium-, much less long term, and that an abrupt reversion in their evolution may bring about serious problems, and not only to the banks. The aphorism attributed to Milton Friedman “there’s no such thing as a free lunch” should make us understand that if someone is getting credit for free, there must be others that are paying, or will end up paying, for it.

A similar situation (rising housing prices, increasing mortgage credit and low interest rates) took place during the unrestrained growth of financial markets in the U.S. during the years previous to the blowing of the real estate bubble in 2008. However, such growth was made possible by the constant inflows of foreign capital, and this does not appear to be the case in Peru, something that may help us to feel relieved or less worried.
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Proponen Reformas en el Sistema Privado de Pensiones

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Ha sido rechazada recientemente por el Congreso una propuesta del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) que busca introducir un cambio importante en la modalidad de captación de nuevos afiliados por las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP). Bajo la nueva modalidad, dicha captación sería licitada, resultando ganadora la AFP que ofrezca cobrar la comisión más baja.

Dos importantes rasgos del régimen propuesto son la retención por tres años de los nuevos afiliados por la AFP ganadora, y el hecho de que ésta deberá cobrar a sus afiliados antiguos la misma comisión –en principio más baja– que estará cobrando a los nuevos. Una manera de generalizar la reducción de comisiones a todo el Sistema Privado de Pensiones (SPP) sería extender esta regla y hacer que todas la AFP participantes en la licitación bajaran sus comisiones al nivel ofrecido en la licitación, pero no está claro si la propuesta del MEF contempla esto.

La propuesta del MEF busca estimular la competencia entre las AFP con el propósito de lograr una reducción en las comisiones, las cuales resultan muy elevadas en comparación a las cobradas por administradoras similares que operan en otros países de la región, y que permitieron a las AFP colocarse durante varios años entre las empresas más rentables listadas en la Bolsa de Valores de Lima (BVL), aunque esta situación cambió a partir del 2006, tras la entrada de una nueva AFP en el mercado.

El rechazo de esta reforma por el Congreso constituye un gran triunfo para las AFP, las cuales tienen una propuesta propia, pero en el sentido de cobrar la comisión como un porcentaje del valor del fondo acumulado por los afiliados, y ya no como un porcentaje de su ingreso salarial. Este cambio busca –como veremos luego– aumentar significativamente los ingresos totales de las AFP, resultado de un incremento de las comisiones cobradas a los afiliados que tienen más años en el SPP, a pesar de las menores comisiones que pagarían los afiliados con menos tiempo de permanencia.

El rechazo por el Congreso de la propuesta del MEF ha sido bastante apresurado, y parece ser el resultado de la influencia política de los bancos dueños de las AFP. Para poder hacer una evaluación de ambas propuestas, es importante identificar en más detalle algunos de los efectos de la reforma promovida por las AFP, tanto para el SPP en su conjunto, como para un afiliado individual típico.

En el caso del SPP en su conjunto, dicho cambio de régimen resultaría en ganancias significativas para las AFP. Según información de la Superintendencia de Banca y Seguros (SBS), el año 2010 el valor promedio del fondo de pensiones fue de 74,399 millones de soles, el monto de aportaciones 5,149 millones, y el total de comisiones cobradas 847 millones. Si asumimos ahora que, de adoptarse la propuesta de las AFP, la comisión anual a cobrarse sería igual a 2% del valor del fondo –que es la tasa habitual de los fondos de inversión–, el monto de las comisiones que cobran subiría en 76% a un total de 1,488 millones. Igualmente, como porcentaje del valor del fondo, el monto de las comisiones subiría de 1.1% a –obviamente– 2%, y de 14.1% a 22.4% como porcentaje del total de los pagos hechos por los afiliados (Aportaciones + Comisiones).

Hay que advertir, sin embargo, que esta comparación a nivel agregado no toma en cuenta la existencia de afiliados no cotizantes –alrededor del 50% del total– que actualmente no pagan comisiones, pero que tendrían que hacerlo si se cambia el régimen. Esto implica que el total de comisiones pagadas por un afiliado activo promedio subiría en menos de 76%.

En el caso de un afiliado individual, bajo las nuevas reglas de juego propuestas por las AFP, el monto de comisiones a pagar aumentaría en el caso que el valor de su fondo (que denotaremos F) sea mayor que su ingreso salarial anual (W), o sea, si F > W. ¿Cuál es la probabilidad de que esto ocurra? Eso depende –obviamente– de los valores de W y de F, los cuales –a su vez– dependen de una serie de variables. El valor del fondo de un afiliado depende de su salario (W), de la tasa de aportación, del número de periodos que ha aportado (n), y de la tasa de rentabilidad del fondo (r). Igualmente, dado un salario inicial, el valor de W depende de la tasa de variación del salario (w).

Partiendo de eso, es muy sencillo mostrar luego que la probabilidad de observar F > W deberá subir si aumenta el número de periodos de aportación (n), y/o la tasa de aportación (a), y/o la tasa de rentabilidad del fondo (r); pero que deberá bajar si aumenta la tasa de variación del ingreso salarial (w).

De hecho, es también muy sencillo hacer los cálculos y determinar –para valores dados de a, de r, y de w– cuántos años de aportación continua (n) se necesitan para que F sobrepase a W y, por tanto, aumente el monto de las comisiones a pagar. Efectivamente, de acuerdo con la SBS, la rentabilidad real anual de un fondo tipo 2 entre 1994 y 2009 fue de 9%. Por otro lado, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la tasa de variación de sueldos y salarios reales urbanos a nivel nacional fue básicamente nula durante el periodo 1996-2007. Además, un cálculo sencillo –hecho en base al número de cotizantes activos al final de cada año durante el periodo 1993-2009– nos indica que el número de años de cotización de un afiliado activo promedio es 10 años.

De esta manera, podemos decir que un afiliado activo típico del SPP mantuvo su salario real constante (w = 0), obtuvo una rentabilidad real anual r = 9% y ha realizado aportaciones de 10% de su salario (a = 10%) durante n = 10 años. Realizando los cálculos apropiados usando dichos valores, se puede encontrar que al octavo año tal afiliado típico ya debe tener un fondo acumulado cuyo valor F es mayor que su ingreso anual W, por lo que deberá pagar mayores comisiones si se adopta la regla propuesta por las AFP, resultado que es consistente con el que se obtiene a nivel agregado.

Usando esta información –y si consideramos “correcta” la propuesta de las AFP–, podemos decir que el afiliado típico pagó comisiones excesivas durante los primeros siete años de su incorporación al SPP, y comisiones muy bajas (o por debajo de las que habría fijado el mercado) durante los tres últimos años de su permanencia. Otra manera de ver este resultado es señalando que mientras bajo el esquema actual los afiliados antiguos resultan favorecidos y los afiliados nuevos desfavorecidos, con el sistema propuesto por las AFP, la situación sería al revés. De cualquier manera, es muy claro que las AFP serían los principales favorecidos de adoptarse el cambio que proponen.

Pasando ahora a la cuestión de la evaluación de las propuestas, es importante señalar que la modalidad de comisión que las AFP consideran correcta es –efectivamente– la más apropiada para este tipo de esquemas financieros, en el sentido de que, bajo dicha modalidad, los ingresos de las AFP dependerían también de su performance y capacidad para administrar los fondos, lo cual permitiría una mayor convergencia de intereses entre los afiliados y las AFP.

Pero, si esa es la regla correcta, ¿por qué no fue adoptada al crearse el SPP en 1993? La razón principal fue porque el valor de los fondos era aún muy pequeño para generar ingresos suficientes para permitir a las AFP la obtención de utilidades. Usualmente, la forma como los fondos de inversión superan este problema es fijando una inversión o valor inicial de entrada en el fondo por los afiliados. En el caso del SPP, la solución fue obligar a los trabajadores a subsidiar a las AFP mediante el pago de comisiones excesivas.

En todo caso, la manera cómo se debió resolver dicho problema al crearse el SPP en 1993 –al menos en el caso de los trabajadores que pasaban del SNP al Sistema Nacional de Pensiones (SNP)– era compensando a los trabajadores por sus aportes al SNP. Esa compensación pudo haber sido usada luego por los trabajadores para hacer su inversión inicial en el SPP. El gobierno de entonces decidió, en vez, compensar a los trabajadores otorgándoles Bonos de Reconocimiento, los cuales no solamente no pagan ningún interés en términos reales, sino que son redimibles solo al momento de la jubilación del afiliado. Esta decisión se entiende si tomamos en cuenta que la creación del SPP también fue una manera del gobierno de sacarse de encima una deuda con los trabajadores afiliados al SNP. De esta manera, podemos decir que los trabajadores también han subsidiado al Estado.

Por tanto, si bien la propuesta de las AFP busca, de alguna manera, corregir las reglas de juego, el propósito final de las AFP podría no ser tan noble, sino simplemente aumentar sus ingresos y, al mismo tiempo, sabotear el ingreso de nuevas AFP en el mercado, pues es importante remarcar que con el cambio que proponen se impediría –en la práctica– el ingreso de nuevas AFP al mercado, dado que ellas tendrían que iniciar sus operaciones con fondos muy pequeños –o tendrían que arrebatar afiliados a las AFP ya existentes, para lo cual tendrían que bajar sus comisiones de manera significativa– lo cual limitaría fuertemente el nivel de sus ingresos.

Además, existen otras formas de lograr una convergencia entre los intereses de un afiliado (el principal) y su AFP (el agente). Una sería la inclusión en los fondos de inversión de acciones de las AFP, lo cual es algo que las reglas de juego actuales ni siquiera contemplan como posibilidad. En todo caso, si finalmente se adopta la propuesta de las AFP, sería pertinente obligarlas a devolver el subsidio que han recibido de sus afiliados más antiguos. Una forma de hacerlo sería permitiendo a dichos afiliados continuar bajo el régimen presente por un número adicional de años que garantice la devolución del subsidio por las AFP.

Finalmente, es preciso entender que el problema de fondo es que el SPP es un mecanismo financiero que no ha sido creado por el libre mercado, sino que se trata de un sistema obligatorio en el cual se fija a los afiliados tanto el precio a pagar (la comisión) como la cantidad a comprar (el monto aportado), algo que no se podría dar en un mercado libre.

La manera usual como se justifica la necesidad de establecer un sistema obligatorio es por la existencia de cierta “miopía” de los trabajadores, quienes manejan un horizonte temporal limitado al momento de tomar sus decisiones de gasto y ahorro, lo que constituye una suerte de “falla del mercado”. Una solución radical sería, simplemente, refutar dicha “miopía” y eliminar el SPP. Otra solución, menos radical, sería otorgar beneficios tributarios a la porción del ingreso ahorrada por los asalariados, dándoles total libertad para escoger los activos que desean adquirir con sus ahorros.
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